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LA CASTELLANÍA DE CONSUELO BERGES
Consuelo Berges Rábago (Ucieda, Cantabria,1899–1988), traductora, escritora y periodista cántabra, fue una figura destacada del feminismo y el pensamiento crítico y republicano. En 1930, mientras se encontraba en el exilio en Argentina, manifestó una sensibilidad castellanista que puede considerarse un antecedente relevante en la configuración de su visión regional. Según Álvarez Domínguez (2021) en su estudio sobre el asociacionismo leonés en la emigración, Berges realizó una aportación singular a través de su texto “De Montaña a Montaña”, publicado en la revista León (agosto-septiembre de 1930, nº 92, p. 48). En él, establece un vínculo afectivo y geográfico entre su tierra natal y la de Genaro García, presidente honorario de la publicación, a través de la cordillera Cántabro-Astúrica. Este nexo montañés le permite identificar una comunidad espiritual entre ambas regiones, no desde la llanura habitual de Tierra de Campos, sino desde lo agreste y lo montaraz, atributos que asocia con la austeridad y el carácter indómito del paisanaje.
Aunque en un primer momento respeta la doble regionalidad entre Cantabria y León, Berges pronto se inclina por una interpretación más amplia y simbólica, en la que Castilla se convierte en el eje de su reflexión. En sus propias palabras: “Hay en primer lugar, una comunidad de alma castellana. De esa profunda alma castellana que, cuando estamos en Castilla, sospechamos un poco literaria, pero que comprobamos efectiva, definitiva y magnífica cuando la vida nos aleja de Castilla y de España para acercarnos más a España y a Castilla”. Este reconocimiento de la castellanía como emoción y como imperativo cultural, surgido desde la distancia y la experiencia americana, anticipa el desarrollo de una sensibilidad castellanista que se articula desde una perspectiva afectiva, paisajística y espiritual. El texto de Berges representa así un paso previo en la afirmación de una identidad castellana que trasciende los límites administrativos y se proyecta como una comunidad de alma compartida.
En 1932 Consuelo Berges escribió el artículo titulado “Castilla, ‘terra incógnita’”. En este texto, Berges consolida su pensamiento castellanista —ya anticipado en 1930— y desarrolla una crítica profunda sobre la invisibilización geográfica y simbólica de Castilla, tanto dentro como fuera de España. Consuelo Berges denuncia una “fatalidad arcana” que habría contribuido a confundir y luego anular el contorno concreto de Castilla como entidad. Atribuye esta distorsión a la literatura, y en particular a la literatura de paisaje, que “le quitó el mar a Castilla”, imponiendo una imagen de tierra árida, continental y sin litoral. Desde el Quijote hasta Maragall, cuya estrofa en el “Himne Ibèric” consagra la tristeza de Castilla por no ver los mares lejanos, se ha consolidado un “error literario lleno de verosimilitud” que ha sustituido la realidad geográfica por una construcción simbólica. La autora observa que, fuera de España, Castilla ha perdido incluso su realidad concreta, sublimada en mito histórico y literario. En Argentina la geografía regional española se refleja en la distribución de los emigrantes, Castilla aparece como una entidad difusa. Mientras gallegos, catalanes, vascos o andaluces son reconocidos como pertenecientes a regiones concretas, los castellanos —procedentes de Santander, Soria, Burgos, Valladolid, Ciudad Real o Toledo— generan confusión.
Ante esta disolución simbólica, Consuelo Berges destaca el proyecto de “Cultura Castellana” impulsado por el doctor Avelino Gutiérrez como una vía para dotar de cuerpo al espíritu castellano en América. Este proyecto buscaba reunir a agrupaciones provinciales de tronco castellano —“riojanos, montañeses, sorianos, burgaleses, toledanos, etc.”— bajo una conciencia común de “castellanía”. Berges confía en que este nexo pueda dar forma concreta a una identidad compartida, capaz de hacer sonar el nombre de Castilla más allá del Romancero, del Quijote y de la prosa de Azorín. En este sentido, su crítica a los tópicos literarios no es solo cultural, sino también política. Al afirmar que Castilla “aunque no ha presentado su Estatuto, se llama y es Castilla”, Consuelo Berges expresa una clara apuesta por el reconocimiento institucional de la región dentro del marco republicano. Su reivindicación de un Estatuto castellano se presenta como una necesidad para que Castilla deje de ser solo espíritu y leyenda, y recupere su lugar como región viva, concreta y articulada políticamente (El Día, periódico de Palma de Mallorca, 1 de abril de 1932; El Radical, diario republicano, 17 de mayo de 1932).
CATALUÑA COMO ESPEJO: VOCES CASTELLANAS ANTE EL ESTATUTO
La inminente aprobación del Estatuto de Cataluña en mayo de 1932 generó reflexiones relevantes entre intelectuales castellanos como el segoviano Julián de Torresano y el cántabro Enrique Diego-Madrazo, quienes abordaron el tema desde perspectivas distintas pero coincidentes en la necesidad de una respuesta regional desde Castilla.
En “Hacia el imperialismo catalán” Julián de Torresano no se opone al Estatuto catalán, sino que lo considera inevitable y, en cierto modo, legítimo. Reconoce que “se aprobará” y que ello no debe entenderse como una amenaza separatista, sino como “la ascensión lógica y natural de un pueblo más fuerte y que aspira a la hegemonía peninsular”. Torresano elogia la inteligencia, el trabajo y el amor por la tierra de los catalanes, y descarta que quieran aislarse del resto de España. Más bien, advierte que seguirán interviniendo en los asuntos nacionales, expandiendo su influencia económica, sindical y política. Su crítica no se dirige al Estatuto en sí, sino a la pasividad castellana frente a un proceso que revela la debilidad política y económica de Castilla. Torresano denuncia que los castellanos “no pintamos en España absolutamente nada” y que Madrid, aunque en Castilla, no representa el poder castellano sino un escenario ocupado por dirigentes de otras regiones. Frente a esta situación, propone abandonar el unitarismo y asumir una postura regionalista activa: “debemos sentirnos regionalistas”, afirma, y llama a presentar una “cuenta de reivindicaciones, de libertades, de agravios” antes de que sea demasiado tarde. Su reflexión, por tanto, no es anti catalanista, sino una invitación a que Castilla despierte y reclame su lugar en el nuevo marco autonómico (El Adelantado de Segovia, 24 de mayo de 1932).
Enrique Diego-Madrazo, en su artículo “El Estatuto de Cataluña, la descentralización y la moralidad”, aborda el tema desde una óptica ética y estructural. Rechaza la idea de un conflicto natural entre Cataluña y Castilla, y atribuye las tensiones regionales a la injusticia y la inmoralidad del régimen monárquico centralista. Critica cómo la monarquía favoreció a la industria catalana mediante aranceles que perjudicaban a los castellanos, y distingue entre el pueblo catalán —que lucha por su libertad— y los industriales que se beneficiaban del antiguo régimen. Madrazo defiende el Estatuto como una forma de redención no solo para Cataluña, sino también para Castilla, cuya futura administración regional será “muy diferente a la actual”. En su visión, la descentralización permitirá combatir la corrupción y favorecer una moralidad pública basada en el trabajo y la equidad (La Región, 26 de mayo de 1932).
Ambos textos, aunque distintos en tono y enfoque, coinciden en que el avance autonómico catalán no debe verse como una amenaza, sino como una oportunidad para que Castilla recupere su voz y su lugar. La reivindicación de una autonomía castellana, implícita en Torresano y explícita en Madrazo, se presenta como una respuesta necesaria ante el desequilibrio histórico y político que ambos denuncian.
El 26 de mayo de 1932, el diario El Cantábrico publicó un artículo anónimo titulado “¿Ya olvidó la Montaña sus viejos federalismos?”, que critica la falta de iniciativa autonómica en la Montaña (actual Cantabria), en contraste con el impulso de regiones como Galicia y el País Vasco. Basado en el artículo 11 de la Constitución de 1931, el autor defiende que incluso una sola provincia puede constituirse como región autónoma. Señala que la autonomía permitiría resolver problemas locales como el aislamiento económico y la falta de infraestructuras. Aunque hubo propuestas de mancomunidad con Castilla la Vieja, no se concretaron. El anónimo autor sostiene que la Montaña debe aspirar a la autonomía por sí misma, sin depender de otras regiones, y lamenta el desinterés actual frente a los antiguos ideales federalistas. El artículo introduce de forma novedosa el debate sobre la autonomía provincial, una idea poco considerada en ese momento.
Entre mayo y junio de 1932, varios artículos publicados en la prensa catalana reflexionaron sobre el conflicto entre Castilla y Cataluña en el contexto del debate sobre la autonomía. En La Humanitat, un artículo anónimo elogia a Manuel Azaña por reconocer el renacer de las nacionalidades ibéricas —Castilla, Aragón, Valencia y Cataluña— que, según el autor, cayeron históricamente en Villalar (Los Comuneros), con Lanuza en Aragón, con las Germanías en Valencia y con el Decreto de Nueva Planta en Cataluña. Estas caídas son vistas como momentos de represión que ahora, bajo la República, permiten a estos pueblos recuperar su personalidad y vitalidad (La Humanitat, 28 de mayo de 1932),
En El Día Gráfico Joaquín Montaner publica dos artículos. En el primero, “Castilla y Cataluña”, recuerda el intento fallido de autonomía catalana en 1918 y denuncia la hostilidad de ciertos sectores castellanos que se opusieron al reconocimiento político de Cataluña, enarbolando la bandera de Castilla como símbolo de unidad. Montaner defiende que Castilla y Cataluña pueden coexistir como soberanías dentro de España, y reivindica el espíritu de los comuneros como símbolo de libertad universal. En este contexto, destaca la figura de Sánchez Rojas, un castellano que en 1918 pidió respeto para la “auténtica, mártir y agraviada Castilla”, y cuya actitud conciliadora representa una visión más abierta y comprensiva entre regiones. (El Día Gráfico, 12 de junio de 1932).
En el segundo artículo, “Los Comuneros de hoy”, Montaner critica el caciquismo castellano de 1918-1919, que atacó el autonomismo catalán con argumentos pobres y ofensivos. Señala que los verdaderos herederos del espíritu comunero fueron intelectuales castellanos como Sánchez Rojas, Pérez Solís y Díaz-Caneja, quienes defendieron la libertad y el entendimiento entre pueblos. Montaner lamenta que algunos de los antiguos opositores al autonomismo catalán ahora ocupen escaños en las Cortes republicanas, justificando su actitud como mandato de sus electores, y llama a distinguir entre quienes promueven la libertad y quienes perpetúan la incomprensión. (El Día Gráfico, 24 de junio de 1932).
El 29 de junio de 1932, el diario La Región, órgano vespertino de las izquierdas, publicó en portada el artículo “La alianza de la plutocracia catalana y del centralismo monárquico”, firmado por Enrique Diego-Madrazo, en el que se defiende el Estatuto Catalán como una legítima aspiración de libertad y soberanía, y se denuncia una histórica alianza entre la monarquía borbónica y la burguesía industrial catalana. Madrazo sostiene que, desde la Guerra de Sucesión y el reinado de Felipe V, Cataluña fue sometida a una administración completamente castellana, lo que generó rebeldía y resentimiento. Ante la imposibilidad de mantener esa represión, la monarquía buscó apoyo en los industriales catalanes, ofreciéndoles beneficios como aranceles proteccionistas y el uso del ejército para controlar a los obreros. Esta alianza favoreció tanto a los intereses económicos de Barcelona como al poder político de Madrid, mientras que los pueblos catalán y castellano fueron enfrentados mediante discursos y prensa manipulada. El autor denuncia que esta estrategia creó un tópico de intolerancia entre Castilla y Cataluña, alimentado por intereses económicos y políticos que distorsionaron la realidad. Con la llegada de la República, Madrazo llama a superar las insidias del pasado y a recuperar el espíritu democrático de ambos pueblos, inspirándose en figuras como los Comuneros y los Cancilleres.
EL FEDERALISMO POLÍTICO APOYA UN ESTATUTO CASTELLANO
El 16 de julio de 1932 se publicó una nota de la minoría federal del Ayuntamiento de Madrid en la que se expresaba su apoyo al desarrollo de un Estatuto para Castilla. En dicha nota, los concejales federales propusieron la creación de una comisión municipal encargada de estudiar y defender ante las Cortes Constituyentes diversos aspectos clave para Madrid: la subvención por su condición de capital, el régimen de autonomía, la Hacienda, y la promoción del estudio de un Estatuto castellano. Además, se subrayó la necesidad de encontrar la posición más conveniente para Madrid en este proceso, siempre respetando a las demás regiones españolas. La propuesta se presentó como una muestra de la serenidad y capacidad del pueblo madrileño para abordar los problemas nacionales (La Libertad, 16 de julio de 1932; Tarragona Federal, 16 de julio de 1932).
Durante la sesión de las Cortes Constituyentes del 11 de agosto de 1932, el diputado Eduardo Barriobero, nacido en La Rioja y representante del sector intransigente y obrerista del federalismo, intervino en el debate sobre el modelo de República para defender la autonomía municipal como base esencial de la organización territorial española. Aunque su discurso se centró en Cataluña, hizo importantes referencias a la tradición castellana de autogobierno local. Eduardo Barriobero recordó que el municipio autónomo es una institución profundamente arraigada en Castilla, donde los municipios gozaron de fueros y cartas pueblas que les otorgaban autogobierno. Esta autonomía fue clave en la consolidación de las ciudades castellanas, que se desarrollaron gracias a esos privilegios adquiridos en guerra o en paz. Sin embargo, señaló que esta tradición comenzó a perderse con Carlos V y se extinguió tras la derrota de los Comuneros en Villalar, símbolo de la pérdida de las libertades castellanas. A pesar de ello, destacó que hubo intentos de restaurar la autonomía municipal, como en el testamento de Isabel la Católica, quien ordenó devolver los fueros a los municipios.
Barriobero criticó la centralización del poder y la imposición de modelos administrativos ajenos a la tradición española, como el alemán y el francés, que uniformaban los municipios y debilitaban su autonomía. Rechazó que el Estado o las regiones, como la Generalitat, otorgaran facultades a los municipios “por gracia”, y abogó por que estas estuvieran constitucionalmente garantizadas. En su visión, el municipio debía ser el núcleo de la organización territorial, permitiendo la asociación voluntaria para formar regiones y, por pacto, la Nación. Aunque la Constitución prohibía ese pacto, insistió en que el municipio castellano, como el resto de los municipios españoles, debía recuperar su papel histórico y sus derechos.
En septiembre de 1932, cuando se sometió a votación en el Congreso el proyecto de autonomía para Cataluña, elaborado sin consultar ni tener en cuenta a los ayuntamientos, los diputados federalistas Barriobero, Pi y Arsuaga, Niembro y Soriano se ausentaron deliberadamente para no participar en la votación. Con este gesto, recordaron la raigambre municipalista del federalismo y protestaron por la falta de participación de los municipios en el proceso autonómico. Esta actitud reflejaba las tensiones internas entre los distintos grupos pimargallianos de la Segunda República, que mostraron posturas diversas ante el modelo de Estado Integral y las autonomías regionales.
Al frente de uno de los tres sectores del partido federal se encontraba Joaquín Pi y Arsuaga, hijo de Francisco Pi i Margall, quien aglutinaba una parte del federalismo histórico, que consideraba la autonomía como una “simple concesión” del Estado y defendía la concepción de la autonomía basada en el pacto, en la voluntad de los individuos. Otro sector (en esos momentos el oficial), intransigente, municipalista y obrerista, liderado por Eduardo Barriobero y otro más, el liderado por el posibilista canario José Franchy, adversario declarado de Barriobero, y que se escindió en febrero de 1932 y que después pasó a denominarse Partido Republicano de Izquierda Federal (a partir de mayo de 1935). En 1933, el presidente Manuel Azaña incorporó a Franchy y su grupo federalista a la coalición gubernamental, nombrándolo ministro de Industria y Comercio, lo que evidenció el acercamiento de este sector al poder y su distanciamiento del federalismo más radical encarnado por Eduardo Barriobero.
El 26 de agosto de 1932, el diario La Región, órgano vespertino de las izquierdas en Santander, publicó una crónica sobre un acto de propaganda en Santander organizado por el Partido Republicano Federal, en el que participaron Belén Sárraga y Manuel de la Torre Eguía, ambos dirigentes del partido. El evento tuvo como objetivo difundir las doctrinas federalistas, con especial énfasis en el papel de las mujeres en el movimiento. Manuel de la Torre, miembro del Consejo Nacional Federal, abrió el acto saludando a las asistentes y destacando el carácter liberal de Santander, evocando su protagonismo histórico en la guerra carlista. En su intervención, analizó el Estatuto de Cataluña, señalando que, aunque no era un texto federal, debía ser defendido por los federalistas. Dirigiéndose a los presentes, instó a los castellanos a reclamar su propio “Estatuto para Castilla la Vieja”, reivindicando la emancipación obrera por vías evolutivas y exaltando las ideas de Pi y Margall.
NUEVAS VISIONES DEL DEBATE ESTATUTARIO
Como recoge Ferrer Pérez (2019), en septiembre de 1932 el Diario de León informó sobre una iniciativa impulsada por el Ayuntamiento de Cacabelos para promover la elaboración de un “Estatuto leonés”, que por los ayuntamientos allí representados se limitaba a una toma de contacto para una propuesta uniprovincial. La convocatoria reunió a varios ayuntamientos de la provincia con el objetivo de debatir la propuesta. Durante la reunión, el alcalde de Cacabelos presentó una ponencia inicial, complementada por un escrito del alcalde de Mansilla con sugerencias sobre los puntos a considerar. Dada la importancia del asunto, se acordó no proceder con rapidez y se constituyó una comisión encargada de enviar la ponencia a los distintos ayuntamientos para su estudio, así como de redactar un reglamento que orientara el debate. Se anunció la celebración de una nueva asamblea, una vez que los ayuntamientos hubieran analizado el contenido. La comisión quedó integrada por los alcaldes de Cacabelos, Mansilla, Renedo de Valdetuejar, Villamañán y Santa María del Páramo, bajo la presidencia del secretario de La Pola, señor Micó.
El 11 de septiembre de 1932, la Agrupación de Estudios Palentinos celebró una sesión presidida por el diputado a Cortes por Palencia César Gusano, con la participación de varios vocales, entre ellos Matías Peñalba o Rafael Navarro García, Durante la reunión, Rafael Navarro abordó el contexto político tras la aprobación del Estatuto de Cataluña y planteó la necesidad de que Castilla reflexionara sobre la conveniencia de impulsar su propio Estatuto, considerando que se trata de “la región más sufrida de España”. Esta intervención reflejaba el interés creciente por el reconocimiento autonómico en otras regiones del país, en paralelo al proceso catalán (El Diario Palentino, 12 de septiembre de 1932).
La Diputación de Santander, presidida por Gabino Teira, acordó dirigirse a las Diputaciones de Ávila, Segovia, Valladolid, Palencia, Soria, Logroño y Burgos con el objetivo de conocer su opinión sobre la posible elaboración de un estatuto que afectara a las provincias de Castilla la Vieja, ya que su criterio era el de una política castellana de unificación (Madariaga de la Campa, 1986). Esta iniciativa, recogida por bajo el título “El estatuto de Castilla” (El Avisador Numantino el 17 de septiembre de 1932), reflejaba el interés institucional por explorar fórmulas de autonomía regional en el contexto abierto por la aprobación del Estatuto de Cataluña.
Bruno Alonso, diputado cántabro del PSOE y representante por Castilla la Vieja en la dirección del partido socialista, expresó su apoyo a la autonomía de Santander en agrupación con otras provincias castellanas. En una nota publicada por La Voz de Cantabria el 24 de septiembre de 1932, bajo el título “Verdades, rumores y fantasías”, se recogieron diversas reacciones a la campaña en favor del Estatuto castellano impulsada por el propio diario. Entre ellas, se destacaba el entusiasmo del historiador Fernando de la Quadra Salcedo, quien defendía incluso la incorporación de las Encartaciones de Vizcaya a Santander, y la disposición de otros intelectuales como César González Ruano a pronunciarse sobre la cuestión. En ese contexto, Bruno Alonso manifestó su fe en el éxito de la iniciativa autonómica y su voluntad de colaborar con ella, subrayando la importancia estratégica del puerto santanderino como vía de salida comercial para Castilla.
En el artículo “Nuestro Estatuto y varias cartas”, publicado por La Voz de Cantabria el 30 de septiembre de 1932, José del Río Sáinz, conocido como Pick, reflexionó sobre el creciente interés ciudadano en la campaña regionalista que venía impulsando desde el diario. Pick evocó con gratitud una carta recibida meses atrás, en momentos difíciles, de un vecino de la provincia que se identificaba como “castellano por los cuatro costados” y compartía plenamente su visión sobre los estatutos. Entre las nuevas cartas recibidas, destacó la del doctor Gutiérrez Arrese, profesor de la Facultad de Medicina de Madrid, quien celebraba el resurgimiento regional observado en Cantabria y animaba a continuar la campaña para convertir el puerto de Santander en el puerto de Castilla. Otra carta, firmada por José Luis García Obregón, proponía la creación de un comité organizador de una asamblea provincial que reuniera a los simpatizantes de la idea regionalista y buscara apoyos en otras provincias para formar una mancomunidad.
El palentino Carlos Alonso Sánchez propuso la creación de una “Izquierda Castellana” en su artículo “Derrotero político de Castilla” (El Diario Palentino el 20 de septiembre de 1932) criticó el protagonismo político alcanzado por Cataluña tras la proclamación de la Segunda República, señalando que Castilla había quedado al margen de los pactos previos sobre la estructuración territorial del Estado, como el celebrado en San Sebastián en agosto de 1930. Según Alonso, la falta de preparación republicana y el peso del monarquismo habían colocado a Castilla en una posición de inferioridad, permitiendo que Cataluña convirtiera la República en instrumento de su política.
Para revertir esta situación, defendió la necesidad de fortalecer políticamente a Castilla, unir sus provincias —incluyendo León— y aprobar un estatuto similar al catalán, especialmente en materia de Hacienda, para corregir lo que consideraba un privilegio económico injusto. Abogó por una descentralización compatible con la unidad nacional y por la creación de partidos regionales, como una izquierda y una derecha castellanas, que actuaran con solidaridad en el Parlamento. Concluyó que, si debía otorgarse protagonismo a alguna región, esa debía ser Castilla, por su historia, su sacrificio y su papel en la construcción de España.
Carlos Alonso, actuando en nombre de la “Izquierda Castellana” (escisión palentina del Partido Republicano Radical Socialista), dirigió el 8 de octubre de 1932 una carta a los presidentes de las juntas directivas provinciales de los partidos republicanos y socialistas. En ella, defendía la necesidad de organizar políticamente la región castellana ante el nuevo escenario abierto por la aprobación del Estatuto catalán. Alonso advertía que, si no se articulaban estatutos para las regiones empobrecidas como Castilla, estas acabarían soportando el déficit generado por el privilegio económico concedido a Cataluña, lo que agravaría la pobreza y el desempleo. Por ello, convocaba a una reunión de fuerzas republicanas para el 12 de octubre, en el Centro Republicano, con el objetivo de impulsar la acción de las corporaciones oficiales y de los diputados en favor de un proyecto regional (El Diario Palentino, 8 de octubre de 1932).
Una semana después, el 15 de octubre, El Diario Palentino publicó una nota oficiosa de la Izquierda Castellana en la que se reiteraba el compromiso de convertir en realidad el proyecto de organización regional. Se solicitaba públicamente a la Comisión Gestora de la Diputación de Palencia que convocara a las diputaciones de las provincias castellanas para redactar un reglamento, y se pedía a los ayuntamientos y a la prensa que apoyaran esta iniciativa.
Finalmente, el 25 de octubre, el mismo diario publicó una instancia dirigida al Presidente de la República, firmada por Carlos Alonso, Heraclio Fernández y Abilio Carranza, en la que se reclamaba la convocatoria de elecciones provinciales. La Izquierda Castellana denunciaba que las diputaciones seguían regidas por comisiones gestoras designadas por el Gobierno, lo que impedía que respondieran a la voluntad popular y limitaran su capacidad de acción ante problemas como el paro obrero. La instancia subrayaba que, mientras Cataluña ya había obtenido el reconocimiento del derecho ciudadano mediante la constitución de la Generalidad y la convocatoria de elecciones, el resto de España seguía sin ese mismo nivel de representación democrática.
EL NACIONALISMO CASTELLANO EN LA REPÚBLICA
En octubre de 1932, dos artículos publicados en la prensa castellana —“Nuestra autonomía regional” de Gregorio Fernández Díez (Heraldo de Zamora, 1 de octubre) y “Nacionalismo castellano” de Julián de Torresano (El Adelantado de Segovia, 5 de octubre)— ofrecieron una visión crítica y reivindicativa del papel de Castilla en el nuevo modelo autonómico que se estaba gestando en la Segunda República. Ambos textos comparten una preocupación común: el trato desigual que recibían las regiones meseteñas frente a Cataluña y el País Vasco, y la necesidad de que Castilla recupere su protagonismo político e identitario.
Gregorio Fernández Díez denuncia que la aprobación del Estatuto de Cataluña no ha generado entusiasmo en Castilla, y atribuye esta indiferencia a la forma parcial y excluyente en que se ha gestionado el proceso autonómico. En su artículo “Nuestra autonomía regional” (Heraldo de Zamora, 1 de octubre de 1932), se refiere a Castilla como una “antigua y gloriosa ex nación que tendrá que volver a ser la nación castellana”, expresión que condensa su propuesta de restaurar la soberanía política de la región. Fernández Díez critica el centralismo madrileño, dominado por políticos periféricos, y advierte que Castilla corre el riesgo de ser tratada como un territorio colonizado, gobernado por personas ajenas a su realidad. Por ello, llama a los castellanistas a presentar un estatuto propio que permita recuperar la economía, industrializar la tierra y gobernar la región con autonomía.
Por su parte, Julián de Torresano celebra el surgimiento de una iniciativa nacionalista castellana en Burgos y Valladolid, y afirma en su artículo “Nacionalismo castellano” (El Adelantado de Segovia, 5 de octubre de 1932) que ya no se trata de oponerse a los regionalismos periféricos, sino de afirmar los derechos y reivindicaciones de Castilla como nación. Su enfoque es más histórico y doctrinal: recorre la evolución política de España desde los Reyes Católicos hasta la Revolución Francesa, denunciando cómo el unitarismo liberal desmanteló el federalismo tradicional y perjudicó a Castilla. Según Torresano, el desarrollo de las regiones periféricas ha sido constante durante el unitarismo, mientras que en la meseta ha sido nulo. Ante la nueva Constitución, que, aunque no es federal sí es “federable”, propone volver al modelo federativo como vía para restablecer la igualdad entre regiones. Concluye que una Constitución debe ser federal para todos o unitaria para todos, y que toda desigualdad es injusticia.
Ambos autores coinciden en que Castilla ha sido históricamente sacrificada en favor de una España unificada, y que ese sacrificio no ha sido reconocido. La utilización del término “nación castellana” en ambos textos no es meramente simbólica, sino que representa una reivindicación política, histórica y cultural que busca equiparar a Castilla con otras regiones que ya estaban en proceso de obtener estatutos de autonomía. Mientras Fernández Díez escribe desde la indignación política y el activismo regionalista, Torresano lo hace desde una reflexión histórica y constitucional, pero ambos convergen en la necesidad de que Castilla recupere su voz, su autonomía y su dignidad como nación.
INTENSO DEBATE EN CANTABRIA
En su artículo “El problema regional y el señor García Venero” (La Voz de Cantabria el 4 de octubre de 1932), José del Río Sáinz ´Pick´ responde críticamente a las tesis provincialistas expuestas por Maximiano García Venero en la edición del domingo anterior del mismo diario. García Venero sostiene que la actual provincia de Santander carece de ligazón espiritual, étnica y afectiva con la vieja Castilla, y considera que el vínculo entre montañeses, astures y pirenaicos con Castilla es meramente formular, incluso injusto. Además, niega la existencia de una unidad castellana real, calificándola de tópico, y cuestiona que Santander sea el puerto natural de Castilla, argumentando que no existe un flujo comercial que lo justifique.
Pick rebate estas afirmaciones señalando que la propuesta de García Venero de una mancomunidad entre Asturias y Santander, basada en una supuesta “Cantabria imperial”, se apoya en una interpretación arbitraria y poco rigurosa de los límites históricos y geográficos de la antigua Cantabria. Cita al Padre Flórez, a Aureliano Fernández Guerra y a Escagedo para demostrar que ni toda Asturias ni toda la provincia de Santander formaron parte de esa Cantabria histórica, y que los límites propuestos excluyen amplias zonas de ambas regiones. Además, recuerda que ya se había discutido la inviabilidad de esta propuesta en el Ateneo años atrás, debido a la falta de afinidades actuales entre las comarcas implicadas y a la dificultad de delimitar con precisión el territorio.
El autor también critica que García Venero califique de tópico el título de “puerto de Castilla” que históricamente ha ostentado Santander, respaldado por instituciones como el Consulado de Comercio de Burgos y por la tradición mercantil castellana. Pick refuerza su argumento señalando que, si bien existen diferencias entre los castellanos de distintas provincias, como entre los de Valladolid, Ávila, Santander o Burgos, estas no son mayores que las que existen dentro de otras regiones como el País Vasco o Cataluña. Menciona, por ejemplo, que el vasco del condado de Treviño en Álava no es lo mismo que el de Ondárroa o Bermeo, y que el catalán de las barriadas industriales de Barcelona tiene costumbres distintas al payés de Lérida o al ribereño del Ebro. Sin embargo, nadie discute el derecho de alaveses, vizcaínos o catalanes de distintas zonas a reunirse bajo un mismo estatuto. Por ello, considera incoherente que García Venero vea esas diferencias como un obstáculo para una autonomía castellana, mientras propone una unión con los asturianos, con quienes existen mayores diferencias lingüísticas y culturales.
Pick defiende la condición castellana de Santander desde la época de Fernán González, cuando la provincia se solidarizó con Castilla y dejó de depender de los reinos de León y Oviedo. Recuerda que Santander formó parte de la provincia de Burgos hasta 1802, que sus montes eran conocidos como “montañas de Burgos”, y que el puerto de Santander servía como vía de exportación para las mercancías castellanas. Además, refuta la afirmación de García Venero de que Santander no tuvo fuero alguno, citando el fuero otorgado por Alfonso VIII, traducido por Amós de Escalante, y menciona al general Fermín Sojo, quien documentó la participación de Trasmiera en la independencia de Castilla y su incompatibilidad con el reino de Asturias y León. En conclusión, Pick sostiene que la historia y la realidad económica y cultural demuestran la profunda vinculación de Santander con Castilla, y que los argumentos de García Venero, aunque bien intencionados, carecen de fundamento sólido. Considera que deshacer esa vinculación sería ignorar la historia y las realidades del presente, y que el castellanismo de la Montaña y de su puerto no es un tópico, sino una realidad histórica y política que debe ser respetada.
En otro artículo de La Voz de Cantabria el 5 de octubre de 1932, como continuación de su réplica anterior, Pick refuerza su crítica a las tesis de Maximiano García Venero sobre la identidad regional de Santander y su relación con Castilla. Reafirma que la Montaña ha estado históricamente vinculada a Castilla desde que esta se constituyó como condado independiente en el siglo X, y rechaza la idea de afinidad racial entre montañeses y astures, señalando que incluso en época romana la región de los cántabros probablemente no se extendía más allá del río Deva, actual límite entre Cantabria y Asturias. Critica que García Venero base su propuesta de unión cántabro-astur en similitudes geográficas superficiales, como vivir en montañas junto al mar, lo que llevaría a incluir también a los vizcaínos en esa lógica.
Pick dedica buena parte del artículo a desmontar los argumentos económicos de García Venero, quien cuestiona la utilidad del puerto de Santander como vía de comunicación para Castilla. El autor responde que la actividad portuaria está estrechamente ligada al comercio castellano: fosfatos, maquinaria agrícola, maderas, combustibles y productos coloniales llegan a Santander para abastecer a Castilla, y muchas industrias locales transforman materias primas para ese mercado. Además, recuerda que la exportación fue históricamente una fuente de prosperidad para Santander, y que su declive se debió a políticas tarifarias que favorecieron otros puertos. Subraya que Castilla es el hinterland natural de Santander, y que los intereses castellanos están alineados con el desarrollo del puerto, a diferencia de Asturias, que cuenta con su propio puerto en El Musel.
Desde el punto de vista político, Pick advierte que una unión con Asturias (como defendía el provincialismo de García Venero) implicaría una desventaja electoral para Santander, dado que la población asturiana es el doble y su censo electoral más numeroso. En cambio, la unión con Castilla no supondría perjuicio, sino beneficio, al tratarse de su única salida al mar. Además, cuestiona la afirmación de García Venero de que el Parlamento se opondría a una unión cántabro-castellana, señalando que la prensa castellana, como El Norte de Castilla de Valladolid, ha comenzado a apoyar activamente la idea de un Estatuto castellano, lo que demuestra que se trata de una propuesta en marcha y no de una ocurrencia aislada. Pick concluye que, frente a la visión disgregadora de García Venero, la historia, la economía y la política confirman la profunda vinculación de Santander con Castilla, y que el castellanismo de la Montaña y de su puerto no es un tópico, sino una realidad histórica y estratégica que debe ser defendida.
En el debate provincialista que tuvo lugar en Cantabria en octubre de 1932, diversas personalidades intervinieron para cuestionar las tesis de Maximiano García Venero, quien proponía desvincular a Santander de Castilla y promover una unión con Asturias basada en supuestas afinidades geográficas y étnicas. Frente a esta postura, autores como Pick (José del Río), Vicente de Pereda y Miguel Doaso y Olasagasti defendieron la continuidad de los vínculos históricos, económicos y políticos entre la Montaña y Castilla, y rechazaron la viabilidad de una mancomunidad cántabro-asturiana.
En su artículo “El Estatuto visto desde el campo”, Miguel Doaso y Olasagasti reflexiona sobre el futuro estatutario de Cantabria tras la aprobación del Estatuto de Cataluña y el avance del de Vasconia. Doaso y Olasagasti subraya que los intereses agrarios —primordiales en la provincia— deben guiar esta decisión, y que las similitudes lingüísticas o folklóricas con otras regiones no bastan si existen intereses económicos contrapuestos. La economía montañesa, basada en la ganadería, la pesca, la minería y la actividad portuaria, se equilibraría con la producción cerealista, azucarera y vinícola del interior castellano, generando una relación de reciprocidad beneficiosa. Frente a ello, Asturias presenta una estructura productiva demasiado similar, lo que generaría competencia más que cooperación. Por ello, el autor concluye que, si no se logra el Estatuto de Cantabria, lo más sensato es que la Montaña se cobije “bajo los pliegues del glorioso pendón morado de Castilla”, asegurando así una vida laboriosa y próspera (La Voz de Cantabria el 6 de octubre de 1932).
Tres días después, Vicente de Pereda refuerza esta postura. Pereda critica que el debate sobre el regionalismo castellano se haya centrado en devaneos históricos y citas bibliográficas, y defiende que Santander es Castilla “por origen, por desarrollo histórico, por documentaciones archivadas y por genealogía activa y pasiva”. Rechaza la idea de una unión cántabro-asturiana, que considera impracticable por razones geográficas, económicas y portuarias, ya que generaría una competencia directa entre Gijón y Santander. Pereda insiste en que, si el regionalismo con Castilla es conveniente en el presente, debe intentarse sin más dilación, y que no es práctico entretenerse con antecedentes históricos si no se traducen en una obra fecunda. Concluye que, dado que los castellanistas son los más numerosos, lo lógico es robustecer el espíritu de agrupación castellano, en lugar de buscar alternativas que solo generarían división y conflicto (La Voz de Cantabria, 9 de octubre de 1932).
GABINO TEIRA Y EL ESTATUTO PARA LA “CASTILLA DEL NORTE”
La representación política institucional tomó una dirección clara y contraria a las tesis provincialistas: la promoción de un Estatuto para la “Castilla del Norte” con base en Cantabria, impulsado desde la propia Diputación Provincial. El 17 de octubre de 1932, en sesión oficial recogida por el Boletín Oficial de la Provincia de Santander del 14 de noviembre de 1932, el vicepresidente de la Diputación, Gabino Teira, presentó una proposición para consultar a las Diputaciones de Ávila, Burgos, Logroño, Palencia, Segovia, Soria y Valladolid sobre la posibilidad de organizar una mancomunidad regional con base en Santander. Esta iniciativa fue ampliada en la sesión del 24 de octubre, en la que se acordó remitir copia de la consulta al diario El Norte de Castilla, que había iniciado una encuesta sobre la constitución de la región castellana del Norte y la conveniencia de estudiar un Estatuto para ella.
La propuesta fue defendida públicamente por Gabino Teira en una conferencia celebrada el 29 de octubre de 1932 en el Círculo Mercantil de Santander. Ante un público numeroso y bajo la presidencia del gobernador civil interino, Gabino Teira explicó que su moción no respondía a un sentimiento regionalista, sino a una necesidad de organización racional y funcional. Rechazó tanto el Estatuto de Cantabria —por considerarlo ineficaz— como la unión con Asturias —por generar competencia portuaria y duplicidad económica—, y defendió como más justa y viable la unión con las provincias castellanas mencionadas, que sumarían 66.000 km² y tres millones de habitantes. Gabino Teira defendió la inclusión de Logroño por razones de castellanismo, frente a su posible atracción por Bilbao. Reivindicó una política de unificación castellana, alejada del egoísmo localista, y abogó por un Estatuto sencillo, conciso y funcional, articulado con la participación de técnicos y entidades como las Cámaras de Comercio (La Voz de Cantabria, 30 de octubre de 1932).
La campaña de Gabino Teira continuó con una nueva conferencia anunciada en La Voz de Cantabria el 8 de noviembre de 1932, esta vez en su ciudad natal, Torrelavega, organizada por la Biblioteca Popular. Con ello, la iniciativa institucional en favor de un Estatuto para la “Castilla del Norte” con base en Cantabria se consolidaba como una alternativa concreta y articulada frente a las propuestas disgregadoras de García Venero, alineándose con el pensamiento castellanista que había ganado fuerza en la prensa y en sectores políticos de la región.
[NOTA: Gabino Teira Herrero fue un historiador especialista en cuestiones sociales y filosóficas, concejal de la Candidatura Republicana de Izquierdas de Torrelavega que fue vicepresidente de la Diputación de Santander y después presidente. Fundó la Sociedad Gimnástica de Torrelavega y la Biblioteca Popular que en la actualidad lleva su nombre].
SE GENERALIZA EL AUTONOMISMO CASTELLANO
En el contexto del intenso debate sobre la definición del marco estatutario para las tierras castellanas —una cuestión que ha suscitado profundas reflexiones sobre la identidad territorial, la historia compartida y los vínculos geográficos— resulta especialmente reveladora la postura del profesor Amando Melón, catedrático de Geografía y decano de la Facultad de Historia de la Universidad de Valladolid. El 4 de noviembre de 1932, el diario El Norte de Castilla recogía sus respuestas a una encuesta sobre el Estatuto de Castilla, en la que se le preguntaba: “¿Cómo concibe usted la región castellana del Norte?”. Su respuesta, cargada de rigor geográfico y sensibilidad histórica, comenzaba afirmando: “Castilla, según la geografía física, tiene una delimitación clara y precisa… El Duero, común colector de las líneas fluviales que discurren por las provincias…”. Pero fue más allá de los límites naturales, apelando a la fuerza de la tradición y la historia como elementos cohesionadores.
Tal como recoge Orduña (1986), Amando Melón defendía la inclusión de territorios como Santander en el ámbito castellano, pese a su aparente separación geográfica: “La actual provincia de Santander, aunque fuera del marco o frontera natural de Castilla, debe considerarse como elemento inseparable de ella. En este caso, la fuerza histórica y tradicional es tanta, que tiene poder suficiente para eclipsar la barrera aislada de la cordillera cantábrica… En el caso de Santander y Castilla actúa la historia como poderoso aglutinante entre dos regiones naturales.” Finalmente, se pronunció con claridad sobre la posible división autonómica de la Meseta Septentrional entre Castilla y León: “¿Conviene dividir la Meseta Septentrional en Castilla y León? Para mí la contestación no tiene duda. No. La frontera Pisuerga-Adaja no es de gran valor geográfico, no es mucho su valor histórico: León y Castilla unen su parte en alguna ocasión de la Alta Edad Media, y desde Fernando III, unidos leoneses y castellanos, inauguran las grandes conquistas de Andalucía y Levante… Lo que no ha separado hondamente ni la Geografía ni la Historia, no lo debemos separar nosotros.”
Pero más allá del plano académico, el debate se trasladó también al terreno de la conciencia popular. El 8 de noviembre de 1932, el diario La Región, identificado como “diario de la tarde de las izquierdas”, publicó el artículo “Santander, puerto de Castilla” firmado por Ramiro de la Fuente, en el que haciendo mención la conferencia del escritor montañés José del Rio Sáinz ´Pick´ se evocaba la sangre derramada por los comuneros castellanos, como símbolo de una Castilla sacrificada pero digna. Ramiro de la Fuente recogía ese legado comunero y lo proyectaba hacia el presente republicano, llamando a despertar a la juventud y a las clases populares. Denunciaba el “monótono existir” de los hombres del llano, “rotos” por la indiferencia del Estado central, y se preguntaba si el pueblo sería capaz de comprender el valor de una autonomía administrativa y una confraternidad regional. Su duda no era sobre la idea, sino sobre la capacidad del agro, del obrero, del ganadero, de asumir su papel como ciudadanos activos en una República que aún no había redimido sus almas.
En su alegato, Ramiro de la Fuente apelaba a la acción desde abajo, desde la aldea y el campo, para que Castilla —y especialmente Santander, como puerto y ventana de la Meseta— recuperara su papel histórico. Reivindicaba una resurrección ciudadana similar a la que observaba en regiones como Cataluña y Levante, donde el pueblo se organizaba para defender sus intereses. Su llamado era claro: despertar al humilde pueblo de su “letargo suicida” y convertir a Santander en una ciudad decidida, reflejo de una Castilla viva, consciente y solidaria. Este castellanismo republicano, profundamente arraigado en la historia comunera y en la crítica al centralismo borbónico, proponía una Castilla que no solo se definiera por sus límites geográficos, sino por la capacidad de sus gentes para construir una ciudadanía activa y una autonomía solidaria entre provincias hermanas.
El 9 de noviembre de 1932, el doctor Enrique Diego-Madrazo pronunció una conferencia en la Liga de Contribuyentes de Santander sobre la cuestión del Estatuto regional, dentro de un ciclo de charlas dedicadas a este tema. Al día siguiente, el periódico La Voz de Cantabria publicó un resumen del acto, destacando el entusiasmo del público y la relevancia del contenido expuesto.
Diego-Madrazo, reconocido por su labor regionalista desde joven, presentó su visión del futuro Estatuto a través de varios artículos, uno de los cuales fue reproducido íntegramente por el diario bajo el título “El territorio y el Estatuto de Castilla, su sentimentalidad y relaciones con las restantes regiones de la Confederación de la península ibérica”. En él, defendía la formación de un Estatuto netamente castellano, alineándose con la postura de José del Río Sáinz.
El doctor abogó por la unidad histórica de Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y el Reino de León. Destacó la sentimentalidad castellana como base de una nueva organización social, vinculando el espíritu cristiano con ideas de cooperación y solidaridad. Estableció paralelismos entre el cristianismo primitivo y el marxismo, afirmando que ambos comparten una raíz común en el sentimiento de justicia social, y que el marxismo no es más que una formulación científica de los valores cristianos. La conferencia fue leída por el vicepresidente de la Liga, señor Cospedal, ante un público numeroso (La Voz de Cantabria, 10 de noviembre de 1932).
Días después de la conferencia del montañés Enrique Diego-Madrazo, el periódico La Región, “diario de la tarde de las izquierdas”, publicó a lo largo del mes de noviembre de 1932 el contenido de su intervención bajo el título “El regionalismo de Castilla y Santander”. En esta serie de entregas, Diego-Madrazo desarrolló su visión castellanista republicana, abordando temas como la educación, la cultura, la crítica al gasto militar, la universidad, los intereses espirituales y materiales de Castilla, la centralización monárquica, los vínculos económicos entre la Montaña y Castilla, y el papel de Madrid como capital regional y de la Confederación Ibérica.
El arquitecto montañés, y concejal republicano de Santander, Deogracias Mariano Lastra participó activamente en el debate regionalista a través de dos conferencias recogidas por la prensa cántabra. La primera, celebrada el 11 de noviembre de 1932 en el Círculo Mercantil (La Voz de Cantabria el 12 de noviembre de 1932). En ella, Lastra abordó la necesidad de que Santander se incorpore a la nueva estructuración regional iniciada con el Estatuto catalán. Rechazó la unión con Vizcaya y Asturias por intereses antagónicos, y defendió una alianza con Castilla, no por su riqueza, sino por solidaridad y visión de futuro. Propuso una red de obras públicas clave —como el ferrocarril Santander-Mediterráneo, el pantano del Ebro y el puerto— y abogó por la creación de comisiones para preparar el acercamiento a ciudades como Madrid, Burgos, Toledo, Ávila o Valladolid. La segunda conferencia tuvo lugar el 14 de diciembre de 1932 en la Casa Vallisoletana de Santander, anunciada por La Región el 13 de diciembre de 1932. En esta ocasión, Lastra volvió a tratar el tema del Estatuto castellano, convocando a los asociados y representantes de los centros regionales castellano-leoneses para reflexionar sobre el futuro político de Castilla y su articulación territorial.
El 11 de noviembre de 1932, el periódico El Norte de Castilla publicó unas declaraciones del catedrático de Medicina Misael Bañuelos, en las que expresó su firme compromiso con la identidad regional y la intención de crear un partido castellanista: “Los que amamos a Castilla estamos dispuestos a constituir el partido proautonomía de Castilla o partido castellanista” (El Norte de Castilla, 11 de noviembre de 1932).
El 13 de noviembre de 1932, el entonces Presidente del Consejo de Ministros, Manuel Azaña, pronunció en Valladolid un discurso de gran calado político y emocional (La Libertad, el 15 de noviembre de 1932). En él abordó la cuestión de las autonomías regionales, defendiendo su compatibilidad con el espíritu castellano y rechazando la idea de que Castilla se viera perjudicada por el modelo autonómico. Azaña afirmó que oponerse a las autonomías en nombre de Castilla era una forma de calumniarla y perpetuar injusticias del centralismo, y subrayó que “vosotros los castellanos, sobre todo esta Castilla del Norte, tenéis muchas y grandes cosas que hacer, tenéis un destino que cumplir”.
El discurso de Azaña incluyó una profunda reflexión sobre la dimensión espiritual, histórica y física de Castilla, a la que se refirió como el “país castellano”, reivindicando su restauración no como una vuelta al pasado, sino como una recuperación de sus virtudes originales y su posición económica dentro de España. Compartió impresiones personales de sus recorridos por la región, destacando la emoción que le provocaban sus paisajes, ruinas y silencios, y reivindicó la existencia de un alma castellana contenida por el decoro, pero llena de fervor.
Azaña insistió en que la restauración de España no puede lograrse sin la restauración del “país castellano”, tanto en lo económico como en lo moral. Rechazó cualquier intento de revivir glorias pasadas y abogó por recuperar las democracias rurales y el espíritu republicano del pueblo castellano, recordando que la revolución del siglo XVI se inspiró en modelos republicanos. Finalmente, Azaña advirtió que Castilla no debe caer en el error de oponer su regionalismo al de otras regiones. Reivindicó una identidad castellana plenamente integrada en la nación española.
Otros como el segoviano Albino Sanz criticaron la inacción de Castilla ante el proceso de aprobación de estatutos autonómicos en otras regiones como el País Vasco, Galicia, Andalucía y Valencia. Mientras estas avanzan en la definición de sus programas políticos, Castilla permanece silenciosa y desorientada. El autor llama a los diputados castellanos a abandonar su actitud pasiva y a elaborar un estatuto o programa que exprese una voluntad política clara, evitando el aislamiento y la esterilidad del debate interno (El Adelantado de Segovia el 26 de noviembre de 1932).
El 27 de noviembre de 1932 se celebró en el Teatro Principal de Palencia un mitin de afirmación castellanista, en el que intervinieron Gregorio Fernández Díez, Misael Bañuelos y Rafael Navarro (El Diario Palentino, 28 de noviembre de 1932). Fernández Díez destacó que el acto representaba un movimiento castellanista impulsado por ciudadanos comprometidos, sin afiliación política, y reivindicó la autonomía para Castilla como una necesidad histórica y emocional. Rechazó el provincianismo y defendió que Castilla es una realidad integral —histórica, social, económica y geográfica—. Criticó la clase política y los intelectuales por su indiferencia hacia la región, y llamó a reconstruir Castilla como forma de reconstruir la identidad colectiva. Misael Bañuelos, catedrático de la Universidad de Valladolid, subrayó que su participación respondía al compromiso con Castilla, más allá de ideologías. Defendió la necesidad de un Estatuto para la región como vía para acabar con el caciquismo y lograr una administración propia, basada en la igualdad tributaria y la justicia económica. Rafael Navarro cerró el acto reafirmando que el movimiento no era de derechas ni de izquierdas, sino de castellanos, y que debía caracterizarse por la cordialidad y la sensibilidad. Coincidió con los anteriores en la urgencia de reivindicar la identidad regional y avanzar hacia una autonomía que dignifique a Castilla.
En el artículo “La enseñanza de unas elecciones” Julián de Torresano reflexiona sobre la actitud de Castilla ante el proceso autonómico, tomando como ejemplo las elecciones recién celebradas para la Generalidad de Cataluña. Señala que tanto la mayoría como la minoría del nuevo Parlamento catalán fueron conquistadas por partidos genuinamente catalanistas —la Esquerra y la Lliga—, lo que demuestra una clara conciencia regional. En contraste, lamenta que en Castilla no exista aún ningún partido castellano que represente sus intereses desde una perspectiva regional. Esta ausencia, afirma, impide que Castilla siga la misma ruta que otras regiones en la construcción de su autonomía, y evidencia una falta de organización política que obstaculiza su afirmación como sujeto político dentro del nuevo marco republicano (El Adelantado de Segovia el 2 de diciembre de 1932).
En enero de 1933 apareció en Burgos el primer número de la revista Castilla Industrial y Agrícola, que reunió a destacadas figuras políticas e intelectuales como Perfecto Ruiz Dorronsoro, alcalde de Burgos y diputado a Cortes; Eleofredo García, alcalde republicano de Santander; Luis García Lozano, presidente de la Diputación de Burgos y diputado; Enrique Diego-Madrazo, Manuel de la Parra, el escritor aragonés Bonifacio García Menéndez y Gregorio Fernández Díez, entre otros. En ese número inaugural, el aragonés Bonifacio García Menéndez publicó el artículo “Sentido de la economía y del alma”, en el que apeló a una revolución que conjugue el cambio social con el amor por las tradiciones y el alma de Castilla. Defendió que esta nacionalidad, equivalente a las demás ibéricas, ha sido clave en la formación del temperamento liberal y espiritual de España. Por su parte, Eleofredo García, alcalde republicano de Santander, escribió “Porvenir…”, donde definió la revista como una afirmación de la personalidad castellana y una promesa de redención regional. Señaló que su misión debía ir más allá de la defensa de intereses creados, apostando por una transformación profunda que impulse el desarrollo industrial, comercial y agrícola de Castilla como base para su futura autonomía. En su reflexión, subrayó que esta iniciativa representa una esperanza concreta para la afirmación definitiva de la personalidad castellana (Castilla Industrial y Agrícola, núm. 1, Burgos, enero de 1933).
Julián de Torresano, en su artículo “Los estatutos marchan”, denuncia la indiferencia de Castilla ante el avance del proceso estatutario en otras regiones. Tras la aprobación del Estatuto catalán, afirma que Castilla debería haber reclamado sus propios derechos en igualdad de condiciones, pero se ha quedado paralizada, sin hombres ni energía para emprender ese camino. Señala que la revolución republicana ha devuelto a los distintos países españoles su personalidad tradicional, y que Castilla debe asumir esta transformación. La oposición al estatutismo fracasó definitivamente el 10 de agosto de 1932, y ya no queda otra vía que redactar, pedir y obtener el “Estatuto de la vieja nación castellana”. De lo contrario, advierte, Castilla corre el riesgo de convertirse en un territorio desmembrado y sometido a intereses ajenos (El Adelantado de Segovia el 14 de febrero de 1933).
LA LIGA REGIONALISTA MONTAÑESA-LIGA REGIONALISTA CASTELLANA
En el artículo “Santander ante su angustioso y eterno pleito” (La Voz de Cantabria el 28 de marzo de 1933), el abogado montañés José Luis García Obregón propone una solución política para recuperar el vínculo histórico entre Santander y Castilla. Apoyando la campaña iniciada por Pick, plantea la creación inmediata de una “Liga Regionalista Montañesa que se integre en una futura Liga Regionalista Castellana”. Para ello, propone una serie de pasos: la baja colectiva de los montañeses de los partidos nacionales, su alta en la nueva liga regionalista, la exigencia de renuncia a los cargos electos que ya no representan la opinión local, y la preparación de elecciones en las que la liga defienda los intereses de la Montaña. Su propuesta se enmarca en una visión castellanista interclasista que busca reconstruir la unidad política y económica de Castilla.
El autor señala que el regionalismo en Castilla y la Montaña enfrenta grandes obstáculos debido a la apatía del espíritu castellano, atrofiado y dormido. Identifica como principales dificultades los rencores acumulados, los intereses creados y el egoísmo individualista, agravados por las posiciones adquiridas en los partidos políticos nacionales. García Obregón rechaza que las corporaciones oficiales lideren el movimiento regionalista, afirmando que debe ser el pueblo quien lo impulse y lo defienda. Critica a los políticos, a quienes acusa de actuar por intereses personales y partidistas, sin criterio propio ni compromiso real con la causa regional de “los castellanos del litoral” (La Voz de Cantabria, 14 de abril de 1933), así llama a los montañeses (Madariaga de la Campa, 1986).
En los siguientes meses García Obregón fue desgranando en la prensa el planteamiento de la Liga Regionalista Montañesa, precursora de la Liga Regionalista Castellana, bajo una nueva concepción política, El autor reafirma que el regionalismo que defiende es liberal y progresista. Critica la distorsión contemporánea del significado de estas palabras, lo que le obliga a explicarlas, aunque considera que debería ser innecesario. El autor sostiene que la lucha regionalista responde a intereses económicos. Explica que la Montaña (Santander) necesita mercados y medios de transporte para su industria, ganadería y minería, y que Castilla, como su hinterland histórico, complementa perfectamente esa economía sin competir con ella. Critica que solo una ficción política impide esta colaboración natural. Afirma que la Montaña, por sí sola, no puede lograr sus objetivos, pero como parte de Castilla, sí. Propone una representación parlamentaria regionalista desligada de los partidos nacionales, directamente responsable ante el pueblo castellano. (La Voz de Cantabria, 9 de mayo de 1933).
[NOTA: José Luis García Obregón fue abogado de ASO defendiendo a los obreros de Octubre del 34 en la revolución producida en Los Corrales de Buelna. En el exilio posterior, en 1937 fue detenido y deportado por la GESTAPO e ingresado en la cárcel de A Coruña].
TREINTA MIL PERSONAS SE MANIFESTAN BAJO EL LEMA “SANTANDER, PUERTO DE CASTILLA”
El 7 de abril de 1933, más de treinta mil personas se manifestaron en Santander bajo el lema “Santander, Puerto de Castilla”, en protesta por la actitud del Gobierno respecto al ferrocarril Santander-Mediterráneo. La movilización fue consecuencia del fracaso de las gestiones realizadas en Madrid por la Comisión pro-ferrocarril, encabezada por el alcalde republicano Eleofredo García, para entrevistarse con el ministro de Obras Públicas, según informó La Voz de Cantabria el 6 de abril de 1933, citando a El Imparcial. La crónica de la manifestación fue publicada destacó la participación masiva de ciudadanos y el liderazgo de las autoridades locales, que liderados por Eleofredo García, encabezaron la marcha desde la Alcaldía hasta el Gobierno Civil. El acto expresó el profundo malestar de la población ante el abandono institucional y reafirmó la histórica conexión entre Santander y Castilla (La Voz de Cantabria el 8 de abril de 1933).
En el artículo “La bandera de las Comunidades” (La Voz de Cantabria el 12 de abril de 1933), José del Río Sáinz, conocido como Pick, reflexiona sobre la falta de solidaridad entre las provincias castellanas y la necesidad de una coordinación regional que permita afrontar los problemas comunes. A raíz del apoyo recibido por Santander desde el interior de Castilla en la lucha por el ferrocarril Santander-Mediterráneo, propone la creación de una mancomunidad castellana que articule la economía regional en un solo cuerpo administrativo, capaz de enlazar los intereses agrícolas, portuarios y de infraestructuras.
Pick defiende que Castilla debe elaborar y hacer aceptar su propio Estatuto, como ya han hecho o están haciendo otras regiones, y que existen fundamentos históricos, culturales y sociales suficientes para ello. Señala que es necesario que surja una voluntad organizadora capaz de canalizar la opinión favorable existente en toda Castilla, y propone la figura de un líder regional que, al estilo de Prat de la Riba en Cataluña, redacte unas “Bases de Manresa” castellanas y movilice a las juventudes en torno a un proyecto común. El autor concluye que la bandera castellanista sigue en pie, y que los recientes episodios de movilización deben convertirse en el inicio de una solidaridad duradera entre las comarcas castellanas. Reivindica esa bandera como símbolo de ayuda mutua y recuerda la gesta de las Comunidades de Castilla, mencionando a Padilla, Bravo, Maldonado y al héroe lebaniego Orejón de Lama, decapitado por las tropas imperiales. Además, subraya el papel histórico de Santander como puerto de Castilla, y llama a reconstruir esa conexión como parte de un proyecto regional compartido.
El 12 de abril de 1933 La Voz de Cantabria publicó un comunicado firmado por “Los obreros de la C.N.T.” en el que se denunciaba la ineficacia de los organismos burocráticos y estatales para resolver problemas concretos, como el del ferrocarril Santander-Mediterráneo. El texto criticaba que muchos abordaran la cuestión desde una perspectiva regionalista, generando rivalidades entre pueblos, y defendía que Santander debía exigir lo que legítimamente le corresponde sin mostrar hostilidad hacia otras regiones. Reivindicaba que, por razones geográficas y económicas, Santander es el puerto natural de Castilla y que debe estar conectado con ella mediante una vía ferroviaria directa, sin favoritismos ni discriminaciones por parte del Gobierno.
CASTILLA DESPIERTA: COMUNEROS, REPÚBLICA Y CONCIENCIA REGIONAL
Con motivo de la efeméride comunera del 23 de abril, el periódico Democracia, órgano del Partido Republicano Radical Socialista de Arévalo, publicó en 1933 el artículo “Tradición”, firmado por Alberto Zancajo Osorio. En él, el autor denuncia la falta de transformación social en Castilla tras la proclamación de la Segunda República, lamentando la resignación de los campesinos y la ausencia de ideales renovadores. Con tono melancólico, expresa su decepción ante una tierra inmóvil y concluye con un grito de esperanza y desesperación: “¡Castilla! ¡Castilla! Cuando despertarás de tu letargo” (Democracia, 23 de abril de 1933).
El 23 de abril coincidió con una jornada electoral. Carlos Alonso Sánchez, en representación de Izquierda Castellana (escisión palentina del Partido Republicano Radical Socialista), interpreta los resultados electorales como una expresión del resurgimiento político de Castilla, en continuidad con el legado de los comuneros de 1521. Alonso denuncia que el Gobierno de Azaña ha favorecido el catalanismo y ha desatendido los problemas de Castilla, especialmente los agrarios, lo que habría provocado una reacción del electorado palentino contra los representantes que apoyaron el Estatuto catalán. El autor critica con dureza a los partidos republicanos y nacionales, acusándolos de servilismo y desconexión con la realidad local. Frente a ello, propone una representación parlamentaria independiente, centrada en los intereses de Castilla y desligada de la disciplina de los partidos estatales.
Carlos Alonso subraya que Castilla no es un pueblo dormido, sino consciente y capaz de castigar políticamente a quienes traicionan sus intereses, y llama a la creación de organizaciones de “Izquierda y Derecha Castellanas”. Aunque el nombre “Izquierda Castellana” pudiera sugerir una orientación exclusivamente obrera o socialista, el artículo revela una propuesta claramente interclasista, abierta a la participación de diversos sectores sociales. Su discurso no se limita a reivindicaciones laborales o de clase, sino que articula una defensa amplia de los intereses regionales, económicos y políticos de Castilla (El Día de Palencia, 26 de abril de 1933).
[NOTA: Según Dueñas Cepeda (1987), la vida de Izquierda Castellana como formación política fue muy breve, ya que en las elecciones de noviembre de 1933 Carlos Alonso Sánchez concurrió como independiente en la denominada Candidatura Castellanista-Agraria-Republicana].
Enrique Diego-Madrazo, republicano y colaborador del diario La Región, publicó dos artículos en abril de 1933 en los que expresó su indignación por la actitud del Gobierno ante el conflicto del ferrocarril Santander-Mediterráneo. En el primero, titulado “La opinión pública y el Gobierno. Ruptura de hostilidades” (La Región, 13 de abril de 1933), Madrazo lamenta el fracaso de la entrevista entre la comisión santanderina y el Ministro de Obras Públicas, y recurre a una evocación histórica para subrayar la dignidad de los pueblos peninsulares: “Si Castilla cayó en Villalar, y Aragón pagó con la cabeza de su Justicia, y Valencia con sus Germanías, todos estamos en pie con más previsión y convencimiento de nuestro valer”. A diferencia de épocas pasadas, afirma, hoy no se lucha contra un César, sino contra la indiferencia institucional.
En el segundo artículo, “¡Viva Castilla y la Montaña!” (La Región, 15 de abril de 1933), ante la euforia fruto de la gran manifestación bajo el lema “Santander, puerto de Castilla”, Diego-Madrazo reprocha directamente al Gobierno de Azaña y al ministro Prieto por ofender a la Montaña y a Castilla. Reivindica el derecho de los pueblos a exigir lo que les pertenece sin ser acusados de insolencia, y advierte que Castilla está despertando de su letargo. Con tono combativo, afirma que “la revolución la hará Castilla y siempre Castilla”, y que en ella resucitan las Comunidades y los Comuneros, con “la vigilancia en los ojos y la libertad en el alma”. Madrazo concluye que nadie tiene derecho a usurpar la dirección de un pueblo que ha demostrado sacrificio, justicia y amor por los demás.
En el artículo “Las Comunidades castellanas y la autonomía regional de Castilla”, publicado en la revista Castilla Industrial y Agrícola el 1 de junio de 1933, Enrique Diego-Madrazo reflexiona sobre la falta de iniciativa en Castilla ante el proceso autonómico que ya avanzaba en regiones como Cataluña, Vasconia, Galicia y Valencia. El Dr. Madrazo critica la indiferencia castellana y llama a superar el letargo mediante una movilización prudente pero decidida, capaz de articular un Estatuto propio que recoja tanto los intereses materiales como, sobre todo, los espirituales de la región. Destaca que Castilla, pese a su pobreza material, ha sido históricamente rica en pensamiento, iniciativa y valores morales, y que su contribución a la organización política de España debe estar guiada por la cooperación, la justicia y la solidaridad.
En este contexto, reivindica la memoria de las Comunidades castellanas como estímulo para despertar la conciencia regional. La derrota de Villalar afirma, permanece en el corazón del pueblo, y el recuerdo de los comuneros —Padilla, Bravo, Maldonado— debe servir para reactivar el espíritu democrático y libertario de Castilla. Diego-Madrazo propone que los Ayuntamientos y Diputaciones provinciales se reúnan en congresos para preparar un Estatuto interprovincial, que luego sea aprobado por las Cortes nacionales. Confía en que Castilla, por su tradición jurídica y su temple moral, será capaz de elaborar un modelo ejemplar de autonomía. Concluye que la región debe asumir su papel en la reorganización de España, ofreciendo su lealtad y nobleza histórica, y que la evocación de las Comunidades debe ser el punto de partida para esa renovación.
En el artículo “Repique de campanas sobre la extensión de la región castellana”, publicado en la revista Castilla Industrial y Agrícola el 1 de julio de 1933, Enrique Diego-Madrazo responde críticamente a las pretensiones de constituir una región manchega separada, integrada por Guadalajara, Cuenca, Albacete, Ciudad Real y Toledo, y lamenta el abandono de Madrid en ese proyecto. Madrazo advierte que, ante el fracaso moral del centralismo y la confusión política, es necesario redefinir las regiones con criterios geográficos, culturales y económicos sólidos, evitando la fragmentación arbitraria.
Diego-Madrazo defiende la unidad de Castilla la Vieja y la Nueva y destaca la importancia estratégica de las cabeceras de los grandes ríos —Duero, Tajo, Ebro y Guadiana— y el papel transformador de las políticas hidráulicas modernas, que permiten a Castilla proyectarse como potencia agrícola e industrial. Madrazo insiste en que la autonomía regional debe servir para combatir la inmoralidad heredada del caciquismo centralista, y que la recuperación de la conciencia regional es ante todo un empeño moral. Rechaza los intentos de dividir Castilla en proyectos dispares, como el de la región manchega o los que giran en torno al puerto de Santander, y reivindica una Castilla unida, extensa y solidaria, capaz de contribuir a una futura Confederación Ibérica junto a Portugal. Concluye que Castilla no debe dejarse llevar por el orgullo histórico ni por doctrinas excluyentes, sino por su vocación de justicia, cooperación y fraternidad. La unidad territorial y espiritual de Castilla es, para Madrazo, la base de su potencial redentor en la reorganización política de España.
En el artículo “Cómo se destruye a Castilla”, Julián de Torresano contrapone dos visiones sobre el futuro de Castilla. Por un lado, destaca el artículo de Enrique Diego-Madrazo en la revista Castilla Industrial y Agrícola, donde se defiende el resurgimiento de Castilla a través de las antiguas Comunidades, consideradas como base para reconstruir la merindad, célula comarcal de la organización regional, y desde ella elaborar un Estatuto que devuelva fuerza y dignidad a la región. Por otro lado, critica un manifiesto electoral de un candidato a sesmero en la Comunidad de Segovia, quien propone vender los bienes comunales y liquidar lo que queda de las Comunidades, considerándolas una reliquia inútil. Torresano lamenta que, aunque la razón esté del lado de Madrazo, probablemente triunfe la postura destructiva, lo que llevaría a la desaparición de la Comunidad de Segovia y, con ella, una parte esencial de la estructura regional castellana. Advierte que, si otros sesmos siguen ese ejemplo, se consumará la destrucción de las Comunidades, lo que sería motivo de pesar no solo para él, sino también para Madrazo y para Celso Arévalo, otros defensores del castellanismo. Reivindica el legado comunero como modelo de libertad, justicia distributiva y agrarismo equitativo, y denuncia que borrar su recuerdo sería privar a la revolución de una causa legítima (El Adelantado de Segovia el 5 de julio de 1933).
BIBLIOGRAFÍA
ÁLVAREZ DOMÍNGUEZ, J-M (2021). La emigración provincial leonesa a América (1882-1936). Estudio cuantitativo y cualitativo. Significación del asociacionismo. Tesis doctoral. Departamento de Historia Medieval, Moderna y Contemporánea. Universidad de Salamanca.
DUEÑAS CEPEDA, M. J. (1987). Carlos Alonso: figura destacada del regionalismo castellano-leonés en Palencia durante la II República (1931-1936). En: Congreso de Historia de Palencia (1º. 1985. Monzón de Campos). Palencia, Diputación, 1987, vol. 3, p. 761-768.
FERRER PÉREZ, R. (2019). El regionalismo leonés. La construcción de un pueblo. Ed. Cultural Norte.
MADARIAGA DE LA CAMPA, B. (1986). Crónica del regionalismo en Cantabria. Ed. Tantín, 1986.
ORDUÑA, E. (1986). El regionalismo en Castilla y León. Ed. Ámbito.
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