En 1900, el periódico Catalonia publicó un artículo titulado “L’Espanya Europea” en el que defendía la idea de un Estado confederado y recordaba el federalismo castellano. El texto argumenta que el regionalismo en Cataluña y otras regiones no es un fenómeno superficial, sino profundamente arraigado, como lo demuestra la persistencia de leyes, lengua y costumbres propias frente al absolutismo y la centralización. Además, sostiene que el deseo de autogobierno y el rechazo al poder central son sentimientos naturales en todos los pueblos. Incluso en regiones como Castilla, Andalucía y Aragón se manifiesta este sentimiento. Tal como señala el artículo: “¿No hay federales en Castilla, en el mismo Madrid? ¿No hizo presa en Andalucía el movimiento cantonalista?” (Catalonia, 10 de marzo de 1900).
En septiembre de 1901, el agrónomo palentino Braulio Mañueco publicó en El Diario Palentino una serie de artículos titulados “Cartas Políticas”, en los que defendía un regionalismo castellano como paso previo hacia una república federal ibérica. Propuso la creación de una Federación Agrícola Castellana y criticó duramente la centralización del Estado, que consideraba perjudicial para las provincias, gobernadas por autoridades ajenas y poco comprometidas con sus necesidades. Braulio Mañueco sostenía que solo Madrid se beneficiaba de la centralización y la monarquía, ya que concentraba el gasto público y el poder político. En cambio, las demás provincias, “singularmente las más ilustradas y adelantadas”, aspiraban al regionalismo como vía para una administración más justa y eficaz. Defendía que los gobernadores fueran naturales de cada región y elegidos por consejos regionales.
Braulio Mañueco planteaba además una visión internacionalista: una vez establecida la república federal, podría facilitarse la reunificación con Portugal y, eventualmente, la creación de una gran federación iberoamericana que incluyera a las repúblicas latinoamericanas, Filipinas y Cuba. En su crítica a la monarquía, denunciaba el despilfarro económico de la Casa Real, afirmando que con los fondos malgastados desde el reinado de Isabel II se podrían haber construido infraestructuras hidráulicas clave para el desarrollo agrícola del país (El Diario Palentino, 24 de septiembre de 1901). Braulio Mañueco fue un incansable divulgador del regeneracionismo agrario, recorriendo la Tierra de Campos sin pedir nada a cambio. Falleció en la pobreza en 1907, tras una breve campaña de ayuda promovida por la Sociedad Económica Palentina de Amigos del País.
Desde Salamanca, en un editorial titulado “Por Castilla”, el periódico El Adelanto iniciaba una firme defensa del país castellano, alertando sobre el grave perjuicio que supondría el establecimiento de una zona neutral en el puerto de Barcelona. Según el diario, esta medida permitiría la entrada masiva de trigo extranjero —especialmente de Rusia y Estados Unidos—, lo que pondría en riesgo la ya debilitada agricultura castellana, única fuente de riqueza de la región. El texto denunciaba la pasividad de los gobernantes y la desatención hacia Castilla, que sufría por la falta de infraestructuras, los altos impuestos y la competencia desleal. Se advertía que Castilla sería la primera víctima de esta política comercial, y se hacía un llamamiento urgente a los representantes en Cortes, a los productores y a toda la región para que se movilizaran en defensa de sus intereses. El editorial concluía con una apelación a la dignidad histórica de Castilla, recordando su papel en la construcción de España y exigiendo que no se permitiera su expoliación: “Hay que hacer algo que demuestre que Castilla no ha muerto (…) y que no ha de hacerse sin enérgica protesta la expoliación que se proyecta” (El Adelanto, 3 de diciembre de 1901).
Tras la muerte de Francisco Pi y Margall en noviembre de 1901, el Directorio Republicano Federal publicó un llamamiento a sus correligionarios para reorganizar el movimiento siguiendo su legado. El texto defendía la necesidad de una España federal y autonomista, como alternativa al régimen unitario, al que culpaban de la desmembración y empobrecimiento del país. Se convocaba una Asamblea para 1902 con el objetivo de consolidar una estructura federal desde la base municipal hasta el nivel regional. El llamamiento proponía que los comités provinciales se agruparan en regiones naturales e históricas, mencionando explícitamente a: Galicia, Asturias, País Vasco, Castilla, Extremadura, León, Navarra, Cataluña, Aragón, Valencia, Murcia, Andalucía, Canarias y Baleares. Esta enumeración revela una concepción del territorio basada en identidades históricas y culturales. Como se aprecia, la estructura territorial del federalismo republicano no reconocía el carácter de región histórica a Cantabria, La Rioja o Madrid, hoy comunidades autónomas uniprovinciales. El texto concluía con una llamada a la acción para organizarse local y regionalmente, en coherencia con los proyectos federales de 1873 y 1883, y con el ideario de Pi y Margall, a quien se reivindicaba como guía moral e intelectual del republicanismo federal.
LA ASOCIACIÓN DE AYUNTAMIENTOS CASTELLANOS
La Asamblea de Alcaldes Castellanos, celebrada en Santander los días 5 y 6 de agosto de 1902, fue impulsada por los alcaldes de Santander y Liendo, con antecedentes en reuniones de municipios montañeses celebradas en noviembre de 1900 y junio de 1901. Asistieron representantes de capitales como Valladolid, Burgos, Palencia, Zamora, Segovia y Santander, así como de numerosos pueblos y villas de la Meseta Norte y la Montaña, entre ellos Olmedo, Peñafiel, Cuellar, Reinosa, Ramales, Villacarriedo, Santoña o Laredo, además de las adhesiones de localidades tan dispares como Tordesillas, Castro Urdiales, Villacastín, Aranda, Belorado, Toro o Potes. En la asamblea se fundó la Asociación de Ayuntamientos Castellanos, que agrupaba a municipios de las provincias de Ávila, Burgos, Logroño, León, Salamanca, Segovia, Soria, Santander, Palencia, Valladolid y Zamora, con el objetivo de defender intereses comunes. Se eligió una Junta representativa con sede en Santander, y la sesión concluyó con un simbólico “¡Viva Castilla!”. La cobertura de la asamblea apareció en el Diario de Burgos el 8 de agosto de 1902, y en El Cantábrico el 7 de agosto de 1902, donde se detallaron los asistentes y el desarrollo de la reunión.
Aunque fue una reunión de alcaldes monárquicos, la prensa republicana —como El Baluarte, diario republicano de Sevilla— valoró positivamente el encuentro. En su edición del 11 de agosto de 1902, publicó en portada el artículo “Congreso de Alcaldes. Federación de Concejos”, firmado por A. Albert, quien interpretó la asamblea como un primer paso hacia la recuperación de las libertades municipales y una posible federación de concejos. El artículo subrayaba el carácter legalista y pacífico de los ayuntamientos castellanos, en contraste con otras regiones más movilizadas, y los presentaba como ejemplo de dignidad cívica. También destacaba que estas iniciativas podrían desembocar en una forma de referéndum popular de hecho, capaz de frenar los abusos del poder central. Cabe señalar la ausencia de Madrid, lo que refuerza su exclusión del imaginario regional de la Castilla del norte.
LA LIGA DE DEFENSA DE CASTILLA
El 9 de septiembre de 1904 se celebró en Salamanca un Congreso Agrícola que reunió a diputados, senadores, sacerdotes, labradores y obreros, en un contexto de creciente malestar por la crisis del campo castellano. Durante el encuentro, Darío Velao, director de El Norte de Castilla, propuso la creación de una Liga de Defensa de Castilla, con el objetivo de articular una respuesta regional frente a las políticas económicas que perjudicaban a la agricultura e industria harinera castellanas. Velao denunció que medidas como las zonas neutrales, los puertos francos, las admisiones temporales y las primas de importación a buques procedentes de los Dardanelos estaban facilitando la entrada de trigo de Odessa, lo que arruinaba tanto la producción agrícola como la molinería de la región. Llamó a protestar activamente, a apoyar a los representantes castellanos en las Cortes y a organizarse en defensa de los intereses regionales. Junto a Velao, el salmantino Luis Maldonado fue uno de los principales impulsores de esta iniciativa, que buscaba articular una conciencia regional castellana en defensa de su economía y autonomía. La noticia fue recogida por El Adelanto el 10 de septiembre de 1904, destacando el tono reivindicativo del congreso y la propuesta de constituir una organización estable para la defensa de Castilla.
REACTIVACIÓN DEL CASTELLANISMO Y OTROS BROTES REGIONALISTAS
La muerte del poeta salmantino Gabriel y Galán, el 6 de enero de 1905, fue el detonante simbólico de una nueva etapa del castellanismo. En su homenaje se organizaron sesiones literarias de exaltación regional en Salamanca, con la participación de figuras como Luis Maldonado, Fernando Iscar Peyra y José Sánchez Rojas. En El Adelanto del 3 de febrero de 1905, Luis Pérez Allú propuso la unidad de las provincias hermanas para crear un organismo que defendiera los intereses morales y materiales de Castilla.
Poco después, se anunció en Madrid la aparición de la revista Por Castilla, y el 8 de abril de 1905 se publicó el primer número de Tierra Castellana, una revista que buscaba federar la prensa de las once provincias de Castilla la Vieja y León. Su lema era claro: “Hacer Castilla”. Entre sus colaboradores figuraban Luis Maldonado (Salamanca), Concha Espina (Cantabria), Narciso Alonso Cortés (Valladolid), Juan de Vargas (La Rioja) y Alberto L. Argüello (León).
Ese mismo día, el semanario salmantino Gente Joven publicó el artículo “Castellanismo” de Fernando Iscar Peyra, quien advertía que no se debía hablar de un “grandioso despertar” cuando solo unos pocos estaban activos. En El Diario de Ávila del 13 de abril de 1905, el periodista Antonio Vicent celebró la revista como “el primer paso y el más trascendental para la unión castellana”. Sin embargo, la revista desapareció pocos meses después. En El Diario de Ávila del 18 de julio de 1905, Vicent atribuyó el fracaso a “la tiranía de los caciques que fomentan los odios y hacen imposible la unión de los castellanos”.
En septiembre de 1905, el escritor Antonio Valbuena, tradicionalista y leonesista, desató una agria polémica tras la publicación de su libro Ripios geográficos. En esta obra, Valbuena arremetió contra la prensa de Salamanca y contra los escritores que participaron en un homenaje a José María Gabriel y Galán, a quienes llegó a calificar de “imbéciles”. El motivo de su indignación fue que la prensa salmantina definió a estos autores como “castellanos”, una etiqueta que Valbuena consideraba errónea y ofensiva desde su perspectiva regionalista leonesa que incluía a León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia. La controversia fue recogida en diversos medios de la época, como El Lábaro (12 y 18 de septiembre de 1905, este último recogido de El Correo de Zamora) y El Papa-Moscas (24 de septiembre de 1905), donde se reflejaron tanto las críticas de Valbuena como las reacciones que sus palabras provocaron. Cabe destacar que el propio Gabriel y Galán, nacido en Frades de la Sierra (Salamanca), se había referido en varias ocasiones a su tierra como parte de Castilla, lo que añade una dimensión más compleja al debate identitario que Valbuena pretendía zanjar con su crítica.
A comienzos de 1906, se fundó en Madrid el Centro Castellano, promovido por “los hijos de las once provincias de Castilla y de León”. Según El Día de Palencia (10 de marzo de 1906) y La Atalaya (3 de abril de 1906), el centro buscaba unir a la colonia castellana en Madrid para defender sus intereses frente al centralismo absorbente. La inauguración oficial tuvo lugar el 17 de abril de 1906, según recuerda Antonio Fernández Velasco, con el objetivo de fomentar la solidaridad entre los castellanos residentes en Madrid y los de la región de origen. Según Palomares Ibáñez (1981), este centro se enmarcaba en una red más amplia de asociaciones similares, como el Centro Castellano de Barcelona (fundado en 1902) y otros posteriores en Vigo y Oviedo (este último inaugurado en 1919), que buscaban mantener la identidad y cohesión de la comunidad castellana fuera de su territorio.
Desde sectores republicanos también se cuestionaba la visión del catalanismo que atribuía a Castilla una posición hegemónica en la configuración del Estado español. En un artículo titulado “El Catalanismo”, publicado por El Pueblo, diario republicano de Valencia, el 18 de abril de 1906, se rechazaba la idea de que Madrid o Castilla hubieran ejercido un dominio real sobre el resto de España. El texto argumentaba que esa acusación era infundada, señalando que Madrid apenas había aportado ministros al gobierno central. Se mencionaban figuras como Sagasta (a quien se calificaba de “funesto”) y Ruiz Zorrilla, ambos castellanos, pero también se recordaba que los verdaderos artífices del sistema político de la Restauración fueron Cánovas del Castillo (malagueño), y que en ese momento el poder estaba en manos de un mallorquín, un gaditano y un gallego. La conclusión era clara: “¿A qué, pues, cargar a Castilla culpas de que carece?”. Este posicionamiento revela cómo, desde el republicanismo federal, se defendía una visión más matizada del papel de Castilla, diferenciándola del centralismo estatal y reivindicando su propia identidad frente a los estigmas del catalanismo político.
A comienzos de 1907, el escritor salmantino José Sánchez Rojas lanzó un mensaje de esperanza para Castilla y de comprensión hacia Cataluña. En un artículo publicado en El Castellano el 8 de marzo de 1907, afirmaba que “Castilla duerme, cansada de tanto desinterés, pobre y honrada”, pero pedía a Cataluña que no malinterpretara su silencio, pues Castilla comprendía el espíritu catalán “a pesar de la torpeza de los traductores y de los intermediarios”.
En 1907, un grupo de antiguos federales y anticlericales, disidentes del federalismo histórico montañés y entonces integrados en la Unión Republicana de Nicolás Salmerón, fundó el efímero semanario El Hambre en Puerta como reacción a la alianza de Salmerón con el catalanismo. Desde sus páginas defendieron un federalismo regional cántabro (De la Cueva Merino, 1991; Bermejo Castrillo, 2018). Tras su cierre, el mismo grupo impulsó el periódico La Región Cántabra. Pese a la aparente contradicción ideológica con la deriva centralista y populista del lerrouxismo, en enero de 1908 este sector respaldó la fundación en Santander del Partido Republicano Radical, liderado por Alejandro Lerroux.
Desde La Rioja, el 24 de diciembre de 1907, un editorial del periódico La Rioja llamaba al resurgimiento de Castilla, reclamando una “reacción, una revolución en el modo de ser de Castilla” para que no quedara rezagada frente al dinamismo de otras regiones. Se apelaba a la prensa y a los representantes parlamentarios para que impulsaran una Castilla activa, emprendedora y consciente de sí misma, capaz de vivir por sí sola y de demostrarlo.
En esa misma línea, el periodista Carlos Rodríguez Díaz destacaba en el Heraldo de Zamora del 2 de enero de 1908 que uno de los lemas del periódico era precisamente “Hacer Castilla”, reflejo de su compromiso con un regionalismo regenerador. Por su parte, El Castellano de Salamanca publicaba el 6 de febrero de 1908 una reflexión sobre el sentido del castellanismo, diferenciándolo del catalanismo: “Si queremos hoy hacer castellanismo, no es al uso y envidia del catalanismo, sino para facilitar sin lucha encarnizada su triunfo en lo que tiene de justa protesta de la absorción por el Estado de la vida provincial y municipal”. Se defendía así un castellanismo como piedra de toque, capaz de medir la autenticidad de las reivindicaciones regionales dentro de un marco de justicia y descentralización.
EL CASTELLANISMO POLÍTICO DE SANTIAGO ALBA
En 1908 el político liberal Santiago Alba Bonifaz (nacido en Zamora y residente en Valladolid), influido por el regeneracionismo de Joaquín Costa, impulsó un castellanismo político renovador desde una perspectiva liberal y progresista. Frente al conservadurismo del gamacismo, Alba propuso un liberalismo castellano exigente, abierto a republicanos, socialistas y reformistas, y planteó la creación del Partido Liberal de Castilla como base de una futura Izquierda Liberal. Según Orduña (1986), sus posiciones más avanzadas atrajeron a sectores desencantados del gamacismo. En El Castellano de Salamanca, el 11 de febrero de 1908, se recogieron sus palabras: “ante las exigencias de la necesidad hemos de abordar el problema regionalista, recabando para Castilla el derecho a constituir su propia personalidad política”. Días después, El Diario Palentino (20 de marzo de 1908) anunciaba el mitin fundacional de “Los Liberales de Castilla” en Palencia, como paso previo a la constitución del nuevo partido.
La presentación del proyecto coincidió con la visita a Salamanca del líder catalanista Francesc Cambó, quien en La Cataluña (28 de marzo de 1908) defendió que tanto Castilla como Cataluña habían perdido su personalidad nacional bajo los Austrias y los Borbones, y que solo recuperando sus raíces podrían contribuir a una verdadera unidad española. En ese contexto, la prensa catalana recibió con escepticismo la anunciada visita de Alba a Barcelona (La Cataluña, 25 de abril de 1908), reclamando figuras más críticas con el sistema como Macías Picavea.
En julio de 1908, el Ayuntamiento de Valladolid anunció la celebración de una “Fiesta de Castilla”, con una asamblea regional para definir el regionalismo castellano y elaborar un programa político, económico e intelectual, acompañado de juegos florales en honor a Castilla.
Desde El Cantábrico de Santander (9 de julio de 1908) se apoyó el movimiento, reclamando una propaganda activa del castellanismo en prensa, libros y mítines, y subrayando que La Montaña (Cantabria) no debía permanecer al margen. Sin embargo, también surgieron críticas. En El Adelantado de Segovia (1 de agosto de 1908, reproducido de El Globo), el periodista Carlos Rodríguez Díaz cuestionó el enfoque del castellanismo de Alba, acusándolo de ser una reacción oportunista frente al catalanismo y de estar contaminado por el caciquismo: “No se ‘hace Castilla’ con el encumbramiento de caciques (…) ni con divagaciones retóricas que hablan de movimiento pero que ‘no empujan’”.
Pese a no ser centralista, la figura de Alba —vinculada a la burguesía harinera, al aparato gamacista y a la influencia del anticatalanista Royo Villanova— generó desconfianza entre los sectores más progresistas del autonomismo. Estas críticas se intensificarían años después, cuando Santiago Alba apoyó en 1918 el “Mensaje de Castilla” promovido por las Diputaciones Provinciales, una iniciativa del llamado “regionalismo sano” que fue vista por muchos como insuficientemente transformadora y demasiado vinculada a los intereses de las élites provinciales.
En un artículo publicado por el diario salmantino El Castellano el 22 de julio de 1909, se criticaba al político vallisoletano Santiago Alba por apropiarse del concepto de castellanismo con fines personales y con aspiraciones de hegemonía regional. El texto defendía que el verdadero precursor del castellanismo fue el economista y periodista salmantino Juan Barco, a quien se debía reconocer incluso antes que a Macías Picavea. Según el artículo, los escritos de Barco, especialmente Los Campos de Castilla, superaban en profundidad y belleza a El Problema Nacional de Picavea.
EL AGRARISMO CATÓLICO Y EL REPUBLICANO
En diciembre de 1912, las derechas agrarias cristianas celebraron un mitin en Arévalo (Ávila), en el que participaron Manuel Martín, presidente de la Asociación de Agricultores Castellanos, y Ángel Herrera, director del diario El Debate. En su intervención, Herrera apeló a la unidad de los agrarios castellanos, destacando que otras provincias ya habían constituido federaciones como las de La Rioja, Cantabria, Palencia, Briviesca, Segovia y Salamanca (El Debate, 30 de diciembre de 1912).
Sin embargo, como señala Pomés (2000), en 1913 los republicanos reformistas, liderados por el diputado provincial Filiberto Villalobos, lograron una importante penetración en el campo salmantino mediante una campaña de mítines. Contaron con el apoyo de intelectuales republicanos de la Universidad de Salamanca, entre ellos Miguel de Unamuno, Francisco Bernis, Tomás Elorrieta y Rodríguez Pinilla, así como del escritor José Sánchez Rojas. Esta movilización permitió la creación de sociedades obreras agrícolas, como el sindicato La Tierra de Robliza de Cojos. Según Fernández Sancha (1999), en octubre de 1913, durante el IV Congreso Agrícola celebrado en Soria, Villalobos presentó una memoria titulada Necesidad de una ley reguladora de rentas de la tierra, en la que denunciaba prácticas abusivas como el uso de grandes fincas para el disfrute de los propietarios o los contratos de arrendamiento opresivos. Estas propuestas, junto con las campañas de los catedráticos salmantinos, se enmarcaban en una visión de colectivismo agrario.
LA MANCOMUNIDAD CASTELLANA (1914)
El 3 de enero de 1914, la Diputación de Madrid, bajo el impulso del liberal Alfonso Díaz Agero y amparada en el Real Decreto de 18 de diciembre de 1913 sobre descentralización administrativa del gobierno de Dato, propuso la creación de una Mancomunidad Castellana. La iniciativa fue aprobada con apoyo transversal de liberales, conservadores, republicanos y socialistas —incluido Largo Caballero—, y solo recibió el voto en contra del republicano federal Daniel García Albertos, quien la consideró insuficientemente radical por mantener la dependencia del poder central (El Cantábrico, 4 de enero de 1914). La propuesta incluía a las provincias de Ávila, Segovia, Soria, Burgos, Logroño, Santander, Cuenca, Guadalajara, Ciudad Real y Toledo, y fue difundida en medios como La Rioja y El Cantábrico (3 de enero de 1914). Tras varias conferencias entre presidentes de diputaciones, se acordó invitar a las provincias de los antiguos reinos de Castilla la Vieja y la Nueva a estudiar su unión en mancomunidad.
La prensa catalana recibió con entusiasmo la iniciativa. El Poble Català (4 de enero de 1914) celebró la propuesta evocando la historia comunera, mientras que Diario de Reus (8 de enero de 1914) defendió que Castilla era la principal víctima del centralismo español y que la mancomunidad podría significar su engrandecimiento, al igual que había ocurrido con Cataluña.
En contraste, el Ayuntamiento de Valladolid reaccionó negativamente ante la exclusión de las provincias de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora, consideradas leonesas. Desde El Norte de Castilla, se abogó por una mancomunidad castellano-leonesa basada en las regiones agronómicas tercera y quinta, y se propuso que las diputaciones de Castilla la Vieja, incluyendo las del reino de León, se concertaran al margen de la iniciativa madrileña (Diario de Burgos, 17 de enero de 1914).
El exdiputado santanderino Leopoldo Pardo Iruleta defendió la unión exclusiva con Castilla la Vieja incluyendo a León, destacando la afinidad espiritual y económica de Santander con Castilla. Propuso a Burgos como capital tradicional de la mancomunidad y a Salamanca y Valladolid como centros académicos para preparar a la población (El Cantábrico, 18 de enero de 1914).
Las disputas por la capitalidad de la mancomunidad no se hicieron esperar. La prensa burgalesa criticó la iniciativa por basarse en la antigua división de reinos, considerando inviable la unión de ambas Castillas (Diario de Burgos, 24 de enero de 1914). En tono provocador, desde La Rioja se propuso Logroño como capital de la mancomunidad: “Yo me mancomuno con todas las provincias que quieran tener en Logroño la cabecera de la Mancomunidad ¿Hace?” (El País, 20 de enero de 1914). Finalmente, la Diputación de Ciudad Real acordó enviar una comisión a Madrid para discutir los estatutos de la mancomunidad (El Pueblo Manchego, 14 de febrero de 1914), mostrando que el proyecto seguía generando interés, aunque rodeado de tensiones territoriales y dudas sobre su alcance real.
Tras la aprobación de la Mancomunidad de Cataluña en abril de 1914, el intelectual segoviano Luis Carretero inició una serie de artículos en el Diario de Burgos bajo el título La cuestión regional de Castilla la Vieja. En ellos, desarrolló una narrativa centrada en la identidad regional de Castilla la Vieja, que definía como integrada por las provincias de Ávila, Burgos, Logroño, Santander, Segovia y Soria. Carretero se esforzó en diferenciar esta región del antiguo reino de León, al que adscribía a León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora. Carretero criticaba lo que denominaba un “castellanismo leonés” con epicentro en Valladolid. Afirmaba que este regionalismo, incubado al calor de los intereses vallisoletanos, pretendía erigirse en portavoz de Castilla, pese a no compartir vínculos profundos con Castilla la Vieja. Según Carretero, en Valladolid existía un “prurito por alardear de castellanos” y un afán desmedido por presentarse como heraldo de las aspiraciones castellanas, algo que él consideraba artificial y ajeno a la verdadera identidad castellana vieja (Diario de Burgos, 5 de junio de 1914).
En esa época llegó el artículo “Del espíritu leonés” (El Adelanto, 16 de abril de 1914) donde desde la evocación artística y el lirismo José Sánchez Rojas ofrece una reflexión sobre la identidad espiritual de León, de Zamora, de Salamanca y, por extensión, de Castilla. Lo hace con una prosa impresionista, exagerada, rica en imágenes, contrastes y referencias literarias, que sorprende por su tono casi exótico al tratarse de un autor que siempre reivindicó la castellanía de su tierra salmantina. Sánchez Rojas describe a Zamora como la encarnación más pura del “espíritu leonés”, con influencias de Galicia, Asturias, Portugal y Extremadura, y la contrapone a una Castilla resistente al influjo forastero. En un giro afirma que León y Castilla se han convertido en términos sinónimos en la “geografía espiritual española”, aunque insiste en que ese espíritu leonés “nada tiene de castellano”. La contradicción entre esta diferenciación y su conocida defensa de la castellanía de Salamanca y del antiguo reino de León, revela una tensión retórica deliberada, irónica, que parece más estética que doctrinal. Su estilo, lleno de referencias al arte, la arquitectura y la literatura, convierte el artículo en una pieza de prosa impresionista, más interesada en el contraste emocional que en trazar fronteras identitarias, y donde la observación subjetiva y el tono nostálgico se imponen sobre cualquier rigidez territorial.
(NOTA: Según el profesor Julián Moreiro Prieto (1985), especialista en su vida y obra, “Sánchez Rojas considera que Castilla y León son una misma cosa; por tanto, cuando hable de Salamanca lo hará englobándola dentro de lo castellano a todos los efectos”).
En junio de 1914, en el marco del debate sobre la reorganización territorial, se intensificaron los esfuerzos por constituir una Mancomunidad Castellana. Los días 18 y 19, se reunieron en Madrid parlamentarios de la Cámara Alta por las provincias de Castilla la Vieja y León para preparar la asamblea de diputaciones prevista en Burgos (El Adelanto, 25 de junio de 1914). Asistieron representantes de distintas corrientes políticas: conservadores, liberales o el republicano leonés Gumersindo de Azcárate. La Asamblea de Diputaciones se celebró el 20 de junio en Burgos, con representantes de Palencia, Salamanca, Santander, Segovia, Soria, Valladolid y Burgos. Se acordó impulsar la Mancomunidad bajo esa denominación, aunque se aplazó cualquier decisión definitiva por la ausencia de León, Zamora, Ávila y Logroño, y por la falta de autorización formal de algunos delegados (El Adelanto, 25 de junio de 1914).
El 13 de julio de 1914 la Diputación de León aprobó su adhesión al proyecto apostando por “La mancomunidad con el mayor número de provincias castellanas, procurando se denomine de Castilla y León” (Álvarez Domínguez, 2007). La Diputación de Madrid, por su parte, autorizó a su presidente Díaz Agero a invitar a las diputaciones de Valladolid, Palencia, León, Salamanca y Zamora a sumarse a su iniciativa (La Correspondencia de España, 18 de julio de 1914). Sin embargo surgieron voces críticas. El 21 de julio, el Diario de León publicó una serie de artículos del leonesista Clemente Vilorio, bajo el seudónimo “Vilorio de Altobar”, en el que mostraba la supremacía histórica sobre Castilla, la añoranza al Imperio Leonés, y rechazaba la adhesión de León a una mancomunidad “simplemente castellana”, por considerar que incluso el nombre debía bastar para justificar su negativa. Vilorio hizo una propuesta panleonesista, una “Federación de las Regiones que pertenecieron a los Monarcas leoneses” es decir Galicia, Asturias, León (sin especificar los límites orientales) y Extremadura, como recoge Álvarez Domínguez (2007b). Meses después, en una intervención en el Congreso de los Diputados, el diputado republicano leonés Gumersindo de Azcárate afirmó lo siguiente: “Yo no sé si porque soy castellano, puesto que soy leonés y el reino de León es hermano del de Castilla”, quiso dejar claro la a su juicio inexistencia del problema León versus Castilla (Diario de Sesiones del Congreso, 19 de enero de 1915).
A comienzos de 1915, el castellanismo adquirió una notable presencia en los círculos intelectuales y en la prensa regional. El 9 de enero el escritor Justo González Garrido pronunció en el Ateneo de Valladolid la conferencia “El Castellanismo y la restauración del espíritu regional castellano”, considerada por Guinaldo Martín (2015) como una de las obras políticas más significativas del castellanismo durante la Restauración. Ese mismo mes, el poeta e historiador Narciso Alonso Cortés leyó la memoria de 1914 de la Sociedad Castellana de Excursiones, en la que defendía un regionalismo basado en el amor profundo por la tierra y su patrimonio. En palabras recogidas en el Boletín de la Sociedad Castellana de Excursiones (Tomo VII, 1915–1916), afirmaba que “si regionalismo vale tanto como amor a la región, nadie le practicará mejor que aquellos que por los recovecos de la región misma buscan materia de trabajo”, y llamaba a imbuir ese sentimiento en todos los hijos de Castilla.
LA FIGURA DE JULIO SENADOR
Julio Senador Gómez, influido por el regeneracionismo de Joaquín Costa, desarrolló un castellanismo centrado en la España interior agrícola, más que en una delimitación territorial precisa. En Castilla en escombros (1915), identificó Castilla con la meseta triguera, desde Pancorbo hasta Despeñaperros, incluyendo a León y a comarcas y regiones con problemas agrarios comunes (Extremadura, parte de Aragón y Andalucía). En un artículo en la revista España, delimitó su interés regional en el espacio comprendido entre el Moncayo y Gredos. Su obra se centró en denunciar el caciquismo, la usura y la despoblación forestal, defendiendo un modelo de desarrollo agrario sostenible, en sintonía con el georgismo, corriente que adoptó plenamente desde 1917, según Fernández Sancha (1999).
Este pensamiento lo llevó a desconfiar del regionalismo, al que veía como un instrumento de las burguesías para preservar sus privilegios. No obstante, esta visión resultaba simplificadora, ya que ignoraba la existencia de regionalismos progresistas, como el andalucismo de Blas Infante, con el que compartía afinidades ideológicas. Su rechazo al regionalismo castellano se manifestó con especial vehemencia cuando, al enterarse de la elección de un diputado “regionalista” en Burgos, descalificó el movimiento sin investigar su naturaleza. Según Fernández Sancha, el diputado era Antonino Zumárraga, fundador del Partido Regionalista Burgalés, que había roto el turno de partidos en la Restauración. Sin embargo, el movimiento de Zumárraga no tenía relación con el regionalismo castellanoviejo que Senador criticaba, lo que evidencia su tendencia al reduccionismo y al juicio apresurado.
ZUMÁRRAGA, EL TRIUNFO DEL REGIONALISMO CASTELLANO (1916)
El 9 de abril de 1916, Antonino Zumárraga logró una histórica victoria electoral en la provincia de Burgos, rompiendo por primera vez el turno bipartidista entre liberales y conservadores. Su triunfo, especialmente notable en Gamonal y Salas de los Infantes, fue celebrado como una victoria del regionalismo castellano. La Voz de Castilla (16 de abril de 1916) lo ensalzó con una oda en la que se evocaba el pendón morado de los Comuneros como símbolo de dignidad popular.
Tras las elecciones, surgieron rumores de fraude para favorecer al hijo del Conde de Romanones, lo que provocó una manifestación en Burgos al grito de “¡nos roban el acta!” y “¡muera el caciquismo!”, que acabó con varios detenidos (El Papa-Moscas, 25 de abril de 1916). Confirmado el triunfo de Zumárraga, llegaron muestras de apoyo desde distintos puntos de España. Desde Cataluña, el Centre Català de Vilanova y el catalanista Ricardo Mostany felicitaron a los regionalistas burgaleses, celebrando la alianza entre Castilla y Cataluña frente al centralismo (La Voz de Castilla, 7 y 14 de mayo de 1916). La prensa regionalista burgalesa destacó esta sintonía como un camino para superar recelos históricos entre ambas regiones.
El economista Gregorio Fernández Díez subrayó la importancia del momento en su artículo “¡Adelante…!” (La Voz de Castilla, 14 de mayo de 1916), calificando a Zumárraga como el primer diputado verdaderamente castellanista, libre de ataduras partidistas y representante directo del pueblo. Por su parte, Luis Carretero envió una carta de felicitación a Zumárraga, publicada el 16 de julio de 1916 en La Voz de Castilla, en la que celebraba su elección como expresión de una conciencia regional en auge en las provincias de Castilla la Vieja, y llamaba a consolidar ese movimiento mediante el diálogo entre comarcas.
El 22 de mayo de 1916, El Diario Palentino informó sobre la reorganización del Centro Castellano, que amplió su ámbito de actuación a las provincias de Castilla la Nueva, sumándose a las once ya integradas de Castilla la Vieja y León. Según el artículo 2º de sus estatutos, la sociedad tenía como fines principales la defensa de los intereses de ambas regiones y la promoción de la educación, colocación y cooperación de sus naturales.
Con la victoria electoral de Zumárraga el sentimiento regionalista castellano se intensificó. En El Liberal Arriacense (17 de junio de 1916), un artículo titulado “Las aspiraciones regionalistas” defendía el desarrollo de un regionalismo castellano sereno, alejado de estridencias, inspirado en el modelo catalán, y reclamaba que Castilla levantara su propia bandera para hacerse oír. En El Adelantado de Segovia (9 de octubre de 1916), el artículo premiado “Patria y regionalismo” de Andrés Rubio Polo expresaba una visión crítica de la situación de Castilla: empobrecida por el caciquismo, la emigración y la tutela estatal, y urgida de una autonomía económica que le permitiera gestionar sus propios recursos. Rubio Polo defendía una Castilla trabajadora, apegada a sus tradiciones, capaz de emprender una regeneración desde sus propias fuerzas, sin depender de la legislación central.
En un artículo publicado el 27 de mayo de 1917 en La Voz de Castilla y firmado por Juan de Castilla (probablemente seudónimo de Antonino Zumárraga), se ofrece una reflexión crítica sobre la identidad histórica de Castilla tras la derrota de los comuneros en Villalar. El autor sostiene que este hecho marcó el inicio de un proceso de centralismo cada vez más absorbente, que fue despojando a Castilla de sus libertades, su autonomía y su historia genuina no ha podido ser destruida por los hechos ni borrada por el centralismo. De hecho, el autor subraya que la dificultad para afirmar la personalidad de Castilla la Vieja radica en la fuerza misma de esa personalidad, que excede los límites de una simple región y se manifiesta con la entidad propia de una nación. Asimismo, denuncia que el centralismo ha impuesto una imagen distorsionada de lo castellano, generando confusión en otras regiones que identifican erróneamente a Castilla con el poder central, cuando en realidad son entidades distintas e incluso opuestas (La Voz de Castilla, 27 de mayo de 1917).
Durante 1917 se percibió un notable auge del regionalismo castellano desde diversas latitudes. En La Mancha, el economista Francisco Rivas Moreno publicó un artículo titulado El regionalismo castellano en El Diario Palentino (30 de mayo de 1917), donde marcaba distancias con el modelo catalanista de Cambó. Meses después, Rivas Moreno anunció su candidatura como regionalista por el distrito de Ciudad Real, encabezando un movimiento independiente del catalanismo político. Desde Salamanca, un editorial de El Adelanto (7 de noviembre de 1917) se preguntaba “¿Por qué no Castilla?”, apoyando la opción castellanista del político Santiago Alba y animándole a levantar la bandera castellana para constituir un “formidable bloque regionalista de Castilla”.
A comienzos de 1918 se publicó La Tierra libre de Julio Senador Gómez, considerada por el historiador Ángel Fernández Sancha (1999) como la expresión más acabada de su pensamiento político. Según Fernández Sancha, “el Julio Senador de la Restauración fue el intelectual más ‘politizado’ de todos”, y en esta obra se articula un programa de cambio centrado en la reforma georgista del impuesto único, acompañado de propuestas complementarias también enmarcadas en el universo ideológico del georgismo. Aunque Senador rechazaba de forma tajante las soluciones políticas que no se ajustaran a este modelo, su programa agrario coincidía en muchos puntos con el que los socialistas aprobaron ese mismo año, lo que revela afinidades con figuras como los hermanos Cascón. A pesar de sus críticas a ciertas actitudes del republicanismo, Senador se declaraba republicano y llegó a plantear la creación de un Partido Laborista que integrara al socialismo moderado y al republicanismo regeneracionista.
(NOTA: La influencia de Julio Senador Gómez fue muy notable años después en los círculos republicanos y socialistas de la Meseta norte, y su prestigio se reflejó en su implicación directa en el arbitraje del conflicto laboral entre los mineros del norte de Palencia y la Compañía de Ferrocarriles del Norte de España. Diversas organizaciones, como las Juventudes Socialistas de Palencia y Valladolid, la Agrupación Socialista de Barruelo de Santullán y los ayuntamientos de Guardo y Barruelo, le rindieron homenaje por su compromiso social. Además, su sintonía con Blas Infante llevó a que desde el andalucismo se le propusiera, sin éxito, dar el salto a la política activa).
EL CASTELLANISMO POLÍTICO ORGANIZADO
Tras la experiencia del Círculo Regionalista de Burgos (o Partido Regionalista Burgalés) de Antonino Zumárraga, el 8 de enero de 1918 se celebró en el Teatro de la Esperanza de Arévalo (Ávila) un mitin fundacional del Bloque Regionalista Castellano, al que asistieron representantes de cuarenta pueblos de Ávila, seis de Valladolid y ocho de Segovia (El Eco del Tormes, 13 de enero de 1918; El Luchador, 10 de enero de 1918). Días antes, una circular convocaba al acto afirmando el nacionalismo castellano, la reivindicación agraria y la autonomía municipal, en defensa de “la sufrida Nación Castellana, que no quiere morir ahogada por asfixia perdurando en una política de apatía y envilecimiento” (El Adelantado de Segovia, 5 de enero de 1918). La prensa definió al Bloque como heredero del espíritu de las Comunidades de Castilla, aludiendo a sus miembros como “modernos comuneros” y “nacionalistas castellanos” (La Correspondencia de España, 7 y 9 de enero de 1918; El Luchador, 10 de enero de 1918). Su inspiración política oscilaba entre el catalanismo de la Lliga de Cambó y el agrarismo republicano federal del galeguista Basilio Álvarez (El Salmantino, 8 de enero de 1918).
El mitin fue presidido por José María Sánchez e intervinieron el abogado arevalense Manuel Zancajo, el ingeniero agrónomo Emilio Vellando y el propio Basilio Álvarez, fundador de Acción Gallega. Vellando trazó una genealogía del regionalismo desde el reinado de Carlos I para defender la nacionalidad castellana y atribuyó su decadencia a la pérdida de libertades. Basilio Álvarez, por su parte, criticó la falsa promesa de renovación, arremetió contra el caciquismo que “deja a Castilla huérfana y deshonrada” y defendió un regionalismo castellano dentro de la unidad de España, reclamando representantes en Cortes que encarnaran la esencia popular (El Adelantado de Segovia, 9 de enero de 1918).
Pocos días después, El Adelantado de Segovia (12 de enero de 1918) entrevistó a José María Blanc, delegado de la Lliga Regionalista de Cambó, quien valoró positivamente el mitin de Arévalo como una muestra del despertar nacionalista castellano, a pesar de las críticas que Basilio Álvarez había dirigido a Cambó. Blanc expresó su entusiasmo por el “himno a Castilla” entonado en el acto y convocó una reunión con personalidades segovianas para explorar la creación de un grupo afín a la Lliga. Sin embargo, el doctor Segundo Gila, simpatizante de la Lliga, advirtió que antes de formar un partido regionalista en Segovia bajo la jefatura de Cambó, era necesario reflexionar sobre su desarrollo político y garantizar que los representantes en Cortes fueran elegidos por la propia provincia, sin imposiciones externas.
Tras la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones generales para el 24 de febrero de 1918, surgió en el distrito abulense de Piedrahíta-Barco de Ávila la Candidatura Regionalista encabezada por Carlos Caro Potestad, Conde de Cuevas de Vera, un joven de 29 años que, inspirado por la Lliga de Cambó, logró unir a liberales y republicanos en oposición al caciquismo representado por Silvela. La prensa republicana comarcal acogió con entusiasmo esta candidatura, destacando su carácter regeneracionista y su defensa apasionada de Castilla: “esa gran esperanza ha resurgido aquí, ha llegado a esta tierra buscando el cariño de todos para conseguir la grandeza de su patria, de su Castilla que adora con fervor profundo” (El Eco del Tormes, 27 de enero de 1918). En un número extraordinario, el mismo periódico recogía el ideario del candidato, que rechazaba el personalismo político y reivindicaba la tradición de las Comunidades de Castilla como bandera del regionalismo, afirmando un compromiso con la autonomía regional y la defensa de los intereses castellanos “por encima de todo y contra todos”.
La candidatura contó con el respaldo de un nutrido grupo de intelectuales de la comarca, entre ellos Manceñido, Monteqni, Canalejo o Guerras, quienes en los actos de campaña proclamaron “la afirmación rotunda del Regionalismo Castellano, fundamentado en la más grande de las democracias; en la democracia originaria de Villalar” (El Eco del Tormes, 6 de febrero de 1918). Esta movilización culminó el 14 de abril de 1918 con la creación del Centro Regionalista Castellano de El Barco de Ávila, impulsado por la intelectualidad local republicana y regeneracionista, como Joaquín Manceñido, Pedro Canalejo o Isidro Muñoz Mateos, para gestionar un ambicioso proyecto de infraestructuras de riego en la ribera del Tormes conocido como “El Riego de los Guijarrales”, concebido como una medida de justicia social para frenar la emigración y restituir los derechos del campesinado (El Eco del Tormes, 14 de abril de 1918).
A finales de enero de 1918, coincidiendo con la convocatoria de elecciones generales, se constituyó en Madrid la Unión Castellana, impulsada por Manuel Sáinz de Porres, Valentín Lostau y Juan José Calomarde. En su manifiesto fundacional, publicado en El Castellano el 28 de enero de 1918, se hacía un llamamiento a canalizar el “glorioso despertar” del sentimiento regionalista castellano, que se manifestaba de forma fragmentaria pero creciente en ciudades como Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila. El texto hablaba de un “clamor de emancipación local y arraigada y potente nacional soberanía”, y proponía la creación de un organismo integrador, la Unión Castellana, abierto a personas de cualquier credo político, con un programa centrado exclusivamente en cuestiones económicas y en la regeneración de las funciones cívicas.
Este impulso regionalista se enmarcaba en un contexto político agitado, en el que algunos sectores aspiraban a que las nuevas Cortes, aunque no fueran legalmente constituyentes, pudieran legitimar constitucionalmente el regionalismo. Sin embargo, como señala Almuiña Fernández (1985), esa expectativa no logró cohesionar a los distintos movimientos regionalistas castellanos. En particular, se evidenció la falta de entendimiento entre los regionalistas burgaleses del Partido Regionalista Burgalés y los llamados “castellano-viejos”, como se reflejó en el enfrentamiento electoral en el distrito de Castrogeriz entre Valentín González Bárcena y Antonino Zumárraga, líder de los burgalesistas (El Castellano, 31 de enero de 1918, artículo “El candidato regionalista por Castrogeriz”).
A finales de enero y comienzos de febrero de 1918, en el marco de la campaña electoral para las elecciones generales convocadas para el 24 de febrero, la prensa republicana de Barcelona recogió con interés el auge del regionalismo castellano, destacando la actividad del Conde de Cuevas de Vera como candidato regionalista por el distrito de Piedrahíta y la proclamación de Eduardo García-Bajo como candidato del Bloque Regionalista Castellano por el distrito de Arévalo (El Diluvio, 7 de febrero de 1918). El 17 de febrero se oficializaron las candidaturas regionalistas castellanas en distintos distritos: en Ávila, Carlos Caro Potestad por Piedrahíta y Eduardo García-Bajo por Arévalo; en Burgos, Antonino Zumárraga por la capital y Salas de los Infantes, Martín Martínez por Aranda, González Bárcenas por Castrogeriz y Sáinz de Porres por Villarcayo; en Ciudad Real, Francisco Rivas Moreno por la capital y Oliverio Martínez por Alcázar de San Juan (La Correspondencia de España, 18 de febrero de 1918).
En Arévalo se celebró un segundo mitin del Bloque Regionalista Castellano con la participación de García-Bajo, Zancajo, Vellando y el doctor Segundo Gila, considerado “apóstol del castellanismo en la provincia de Segovia” (La Tribuna, 19 de febrero de 1918; El Diluvio, 19 de febrero de 1918). Sin embargo, la candidatura del Bloque fue retirada poco después. Por su parte, la Candidatura Regionalista de Piedrahíta, liderada por el Conde de Cuevas de Vera, celebró un mitin con la presencia destacada de Francesc Cambó, líder de la Lliga Regionalista, y contó con el respaldo del Comité Regionalista de El Barco de Ávila, consolidando así su perfil como una opción regionalista castellana con inspiración catalanista y fuerte arraigo local.
ASAMBLEAS AGRARIAS Y EFERVESCENCIA CASTELLANISTA
En febrero de 1918 se celebraron dos importantes asambleas agrarias en Castilla y León. La primera tuvo lugar el 11 de febrero en Buitrago (Soria), impulsada por los vecinos Eleuterio Laseca y Román Antón, con el objetivo de crear una Junta de defensa de contribuyentes y promover un programa de reconstitución agraria. La prensa local, como El Avisador Numantino (9 de febrero de 1918), exaltó la iniciativa con referencias a figuras históricas castellanas como el Cid y los comuneros Padilla y Maldonado. A la asamblea se sumaron representantes de 110 pueblos, y asistió el republicano Benito Artigas Arpón, quien defendió su participación en una carta publicada en La Idea (14 de febrero de 1918). Se acordó una segunda asamblea en Soria capital para el 25 de febrero, que derivó hacia posturas más conservadoras.
Otra asamblea se celebró el 17 de febrero en Villarrín de Campos (Zamora), con la participación de más de 50 pueblos y unos 2.000 asistentes. Fue promovida por el maestro republicano Valentín Ferrero, quien hizo un llamamiento a la unidad entre trabajadores y contribuyentes. El farmacéutico y exalcalde republicano José Bienes Merchán (Celso) criticó la corrupción institucional y recomendó la lectura de Castilla en escombros y Tierra libre de Julio Senador. También intervino Alfonso Marín, quien defendió el regionalismo y “cantó un himno a Castilla”. Esta asamblea fue cubierta por el Heraldo de Zamora (18 de febrero de 1918).
El 10 de marzo de 1918 se publicó en Toledo el primer número de Castilla Revista Regional Ilustrada, dirigida por Santiago Camarasa. La revista contó con subdirectores en las 17 provincias de Castilla la Vieja, León y Castilla la Nueva, entre ellos Fermín Herrero Bahillo (Ávila), Juan de Contreras (Segovia), Matías Peñalba (Palencia) o Narciso Alonso Cortés (Valladolid).
Entre sus colaboradores figuraron destacados intelectuales como Luis Hoyos Sainz, Ángel Ledesma, Gonzalo Morenas de Tejadas, David Rayo, José Sánchez Rojas e Ignacio Sanz. Según Sánchez y Sánchez (1984), la revista se convirtió en un elemento integrador del regionalismo castellano, al acoger el pensamiento de numerosos regionalistas y servir como canal informativo del movimiento.
En su número inaugural, se publicó un artículo del catedrático Fermín Herrero Bahillo, titulado “El problema del trabajo en la meseta castellana desde el punto de vista ético”, en el que se afirmaba: “Para que el regionalismo surja en Castilla con carácter de modernidad y originalidad, que todo lo vivo y verdadero tiene en su seno, se hace preciso ir desbaratando ficciones (…)”.
A finales de marzo de 1918, el abogado y periodista salmantino David Rayo, colaborador de Castilla Revista Regional Ilustrada publicó en El Adelanto de Salamanca una serie de artículos influenciados por el pensamiento catalanista de Francesc Cambó. En ellos, Rayo cuestionaba la supuesta hegemonía histórica de Castilla en España, afirmando que, más allá del idioma, no podía hablarse de una verdadera preponderancia castellana. En su artículo del 21 de marzo de 1918, escribía: “¿Es que se ha palpado en un solo momento esta hegemonía de Castilla como vivero de la función social española? Yo no lo veo por ninguna parte” (El Adelanto, 21 de marzo de 1918). En una segunda entrega planteaba la necesidad de definir una concepción política propia para Castilla: “¿Hay alguna diferencia –pensamos– entre la concepción política catalana y la concepción política de Castilla?” (El Adelanto, 28 de marzo de 1918).
Desde las páginas de La Voz de Castilla (Burgos), el 7 de abril de 1918, se expresaba un firme respaldo al regionalismo castellano, denunciando los obstáculos que imponía el caciquismo local: “el regionalismo se siente en todos los pueblos y en todas las provincias; lo que le sucede es que no puede manifestarse allí donde la acción, el dominio y el poderío del cacique son tales que ahogan la manifestación de todo sentimiento”. El periódico destacaba que la corriente regionalista, ya consolidada en Cataluña y Aragón, también comenzaba a tomar cuerpo en Castilla, especialmente en Burgos.
Ese mismo día, el rotativo recogía un artículo del escritor soriano Gonzalo Morenas de Tejada, miembro de la Junta de organización de Unión Castellana, publicado originalmente en La Gaceta de España de Buenos Aires bajo el título “Castilla Madre”. Dirigido a los emigrados castellanos, el texto defendía un regionalismo integrador y productivo, basado en el amor a la tierra y en el aprovechamiento de sus recursos naturales: “Soria, Burgos, Santander, Ávila, Segovia, Logroño, toda Castilla en su subsuelo, trémulamente, riquezas incalculables, en hierro, en plomo, en plata, en carbón”. Desde su posición ideológica de izquierdas, Morenas de Tejada apelaba a la unidad de los castellanos bajo el símbolo del estandarte morado comunero, reclamando atención gubernamental para una tierra históricamente olvidada: “¡Oh hermanos de Castilla, es preciso nuestro regionalismo, es necesario que nos agrupemos tras el maravilloso estandarte morado, es glorioso que trabajemos, que gritemos hasta que se nos oiga…!”. Esta referencia al color morado, asociado a los comuneros de Castilla, reforzaba el vínculo simbólico entre el regionalismo contemporáneo y la memoria histórica de la revuelta comunera del siglo XVI, convertida en emblema de resistencia y dignidad popular.
En su número 6, publicado el 10 de junio de 1918, Castilla Revista Regional Ilustrada incluyó un artículo de Morenas de Tejada en el que elogiaba el manifiesto de los jóvenes castellanos residentes en Madrid, destacando su coincidencia con la asamblea campesina de Buitrago (Soria) del 11 de febrero de ese mismo año. Morenas subrayaba la convergencia entre el movimiento juvenil urbano y el campesinado rural, y vinculaba ambos fenómenos con el origen rebelde y comunero del regionalismo castellano: “Labriegos y jóvenes castellanos iban esta vez de acuerdo” (Castilla Revista Regional Ilustrada, nº 6, 10 de junio de 1918).
(NOTA: Gonzalo Morenas de Tejada fue un abogado y poeta de origen soriano. En junio de 1918 se afiliaría a la Agrupación Socialista de Madrid y ese mismo año Manuel Azaña avaló su ingreso en el Ateneo de Madrid. Representó a la AS de Burgo de Osma en el Congreso Extraordinario del PSOE en 1921 siendo partidario del ingreso en la Tercera Internacional y abandonó el PSOE para participar en la creación del Partido Comunista).
El 27 de julio de 1918, varios periódicos como El Porvenir de León y La Correspondencia de España informaban sobre una reunión en Segovia de regionalistas de León y Castilla la Vieja, ya bajo la denominación de “Regionalismo Castellano-Leonés”. Participaron figuras como Segundo Gila (Segovia), Emilio Vellando (Ávila), Carlos Caro Potestad (Conde de Cuevas de Vera), José María de Prada (Valladolid) y Juan Díaz-Caneja, leonés de origen y palentino de adopción. El objetivo fue constituir un Comité de propaganda regionalista que respetara las características propias de cada región, pero actuara de forma coordinada en defensa de sus intereses comunes.
Pocos días después, el 11 de agosto de 1918, La Voz de Castilla rendía homenaje al músico burgalés Federico Olmeda, reconociéndolo como pionero del castellanismo cultural. Destacaba su labor de recuperación del patrimonio musical en su Cancionero Burgalés, publicado por la Diputación de Burgos, y lo calificaba como “la primera figura del regionalismo castellano”, por haber salvado “lo más espiritual de nuestra propia personalidad”.
En 1918 Luis Carretero publicó el libro La cuestión regional de Castilla la Vieja, una obra clave en la evolución del castellanismo político. Influido por su etapa como estudiante en Barcelona, donde vivió de cerca el auge del catalanismo y trabó amistad con Lluís Companys, Carretero desarrolló una visión regionalista desde una perspectiva republicana y progresista. En el prólogo de su libro, el expresidente de la Diputación de Logroño, Salvador Aragón, defendía la creación de una Mancomunidad de Castilla la Vieja, integrada por las diputaciones de Burgos, Santander, Logroño, Segovia, Soria y Ávila, como fórmula de autogobierno regional. Esta propuesta reflejaba una visión de Castilla centrada en su franja nororiental, diferenciada de las llanuras del oeste de la Cuenca del Duero. El epílogo, firmado por el diputado santanderino Juan José Ruano de la Sota, mostraba una postura más conservadora y centralista. Aunque discrepaba del acercamiento de Carretero al nacionalismo catalán, reafirmaba la identidad castellana de Santander, a la que definía como “la Montaña por excelencia de Castilla”. Ruano defendía la pertenencia de Palencia y Valladolid a Castilla la Vieja, frente a la exclusión territorial que sugería Carretero, y apelaba a una identidad común basada en la herencia de Cantabria y Numancia como símbolos de resistencia y dignidad. La obra de Carretero tuvo un impacto duradero en el pensamiento regionalista castellano, al introducir una reflexión crítica sobre los límites territoriales, la identidad cultural y la articulación política de Castilla.
En noviembre de 1918, El Adelanto de Salamanca publicó el artículo titulado “La hora de Castilla” firmado por “Y” (seudónimo que posiblemente correspondía a David Rayo por su trayectoria periodística). El texto constituye un alegato apasionado por la afirmación regional de Castilla, en el que se reivindica su identidad histórica, cultural y lingüística como base para una posible soberanía. El autor plantea que Castilla posee una tradición viva, con rasgos étnicos, geográficos e históricos propios, y un lenguaje que puede articular una literatura, un derecho, un sentimiento y un interés agrario común. En su llamamiento final, invita a los intelectuales castellanos a reflexionar colectivamente sobre la posibilidad de fundar “una nueva Castilla independiente y soberana”, en el marco de una configuración plural de los pueblos ibéricos (El Adelanto, 2 de noviembre de 1918). Este artículo se inscribe en el contexto de efervescencia regionalista que vivía Castilla en 1918, y conecta directamente con la cuestión comunera, al recuperar el espíritu de resistencia y autogobierno que inspiraba a los movimientos agrarios y culturales de la época.
En noviembre de 1918, Castilla vivió un breve pero significativo despertar regionalista, en un contexto europeo marcado por el final de la Primera Guerra Mundial y el auge de los nacionalismos y regionalismos. El 11 de noviembre, el escritor salmantino José Sánchez Rojas publicó en el diario El Sol el artículo titulado “Castilla. Regionalismo y Agrarismo”, en el que denunciaba la manipulación del castellanismo y del agrarismo por parte del caciquismo rural. En su crítica, señalaba cómo el término “agrarismo” era utilizado de forma interesada por distintos sectores económicos según la región: en Benavente y Valladolid lo empleaban los harineros; en Zamora y Salamanca, los terratenientes absentistas y ganaderos; en La Rioja, los fabricantes de pimientos; en Haro y Toro, los vinicultores en grande escala; en Soria, los amigos del vizconde de Eza; y en su propio pueblo, los germanófilos dedicados a la usura. Frente a esta instrumentalización, Sánchez Rojas defendía la necesidad de devolver los bienes comunales a los pueblos y de establecer concejos libres como vía para resolver el hambre de tierra de los colonos.
Pocos días después, el 26 de noviembre, veinte jóvenes regionalistas segovianos —entre ellos Mariano Quintanilla, Juan de Contreras, Álvarez Cerón e Ignacio Carral— lanzaron el Manifiesto a Castilla, en el que criticaban el caciquismo y el fenómeno del cunerismo, es decir, la imposición de diputados ajenos a la provincia. El 29 de noviembre, según El Adelantado de Segovia, los diputados provinciales de Burgos acordaron convocar a sus homólogos de Ávila, León, Logroño, Palencia, Salamanca, Santander, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora para fundar la Liga Castellana, con el objetivo de articular políticamente el regionalismo castellano. El 3 de diciembre, El Castellano informó de la adhesión de la Unión Castellana a esta iniciativa. Según el historiador Almuiña Fernández (1985), esta organización no tuvo un recorrido largo: “La suerte de la Unión Castellana no es muy boyante. El vendaval que levanta el catalanismo a finales de 1918 y su respuesta por parte de los antinacionalistas, arrastra a dicha asociación ‘cumplida su misión’, para fundirse con la Liga Castellana, es decir, con el movimiento de ‘vigorosa reacción de todos los pueblos castellanos’”.
Finalmente, el 30 de noviembre, el poeta e historiador Narciso Alonso Cortés publicó en El Norte de Castilla un llamamiento a la movilización castellanista, en el que proponía una reunión en Burgos, la Caput Castellae, para unir a las sociedades culturales de la región en defensa de una identidad común y de una cultura regional sólida.
Ángel Herrera, destacado periodista y líder católico, expresó en 1918 una visión del castellanismo profundamente autonomista, agrarista y católico. En una conferencia en Valladolid, defendió el derecho de Cataluña a la autonomía, negando que Castilla hubiera ejercido un dominio imperialista sobre otras regiones. Subrayó que Castilla, lejos de imponer su poder, ha sido históricamente gobernada por foráneos y ha sufrido especialmente el peso del centralismo estatal (El Castellano, 30 de noviembre de 1918). Pocos días después, en un mitin regionalista en Segovia junto al Marqués de Lozoya y Antonio Sanz, reafirmó su apoyo a las aspiraciones autonómicas de Cataluña, Galicia y el País Vasco. Además, vinculó el movimiento castellano con el nacionalismo católico irlandés y con el auge del catolicismo en Estados Unidos, insistiendo en que Castilla debía actuar desde su identidad católica (El Debate, 3 de diciembre de 1918).
EL MENSAJE DE CASTILLA
El 2 de diciembre de 1918, representantes de once diputaciones provinciales de la Meseta Norte (incluyendo Santander, León, Valladolid y otras) se reunieron en Burgos para aprobar el llamado Mensaje de Castilla, dirigido al presidente del Consejo de Ministros. Este documento, según el historiador Almuiña Fernández (1984), defendía la unidad nacional española, con soberanía indivisible, una descentralización económico-administrativa para municipios y provincias y la oposición tajante a cualquier autonomía regional que pudiera debilitar la soberanía nacional, considerando el separatismo como una amenaza.
Aunque el mensaje fue respaldado por algunos diputados, como el socialista villarcayés Eliseo Cuadrado, otros sectores socialistas, especialmente de León y Valladolid, no lo apoyaron. La reacción crítica no se hizo esperar. El socialista Óscar Pérez Solís, en su artículo “La farsa castellanista” publicado en El Sol (2 de diciembre de 1918), denunció el mensaje como una maniobra de los caciques castellanos para frenar el avance del nacionalismo catalán. Según él, el supuesto castellanismo era una ficción política sin base popular, promovida por las élites para mantener su poder. Pérez Solís defendía una autonomía amplia para Cataluña y otras regiones, y consideraba que el verdadero castellanismo debía surgir desde abajo, con la caída del caciquismo y la recuperación de la soberanía popular. También citó a Julio Senador y su obra Castilla en escombros, para evidenciar que Cataluña contribuía más al Estado que Castilla, y criticó el proteccionismo agrícola que beneficiaba a los grandes terratenientes castellanos. Finalmente, abogó por una federación de nacionalidades ibéricas, como vía para una verdadera regeneración política de España.
(NOTA: Oscar Pérez Solís fue un político y militar. Desde el federalismo y el castellanismo asumió el obrerismo y el socialismo autogestionario, ingresando en el PSOE en 1912. En 1915 fue elegido alcalde de Valladolid, dimitiendo dos años después coincidiendo con su salida del PSOE al que volvió en 1918. En 1920 sufrió el destierro de Valladolid a raíz de un artículo injurioso hacia Santiago Alba. En abril de 1921 fue fundador del Partido Comunista Obrero Español una escisión del PSOE favorable a la Tercera Internacional, y poco después formó parte del núcleo fundador del PCE del que fue secretario general. Durante la dictadura de Primo de Rivera estuvo encarcelado entre 1925-1927. Salió de la cárcel reconvertido al catolicismo por mediación de un sacerdote dominico y sindicalista. En 1928 abandonó el comunismo y mantuvo estrecho contacto con la Falange).
El 4 de diciembre de 1918, el Ayuntamiento de Burgos, presidido por el Sr. Cecilia, aprobó por aclamación una moción presentada por el concejal Mariano Gonzalo, de la minoría regionalista liderada por Zumárraga, en la que se solicitaba la concesión de autonomía administrativa para Castilla la Vieja (El Castellano, 5 de diciembre de 1918). Esta iniciativa se enmarcaba en el contexto del reciente “Mensaje de Castilla”, promovido por varias diputaciones provinciales, que había generado una fuerte controversia.
El periodista David Rayo en el artículo titulado “No nos fiamos”, criticó duramente el regionalismo promovido por los caciques castellanos, al que acusaba de ser una reacción anticatalanista disfrazada de castellanismo. Rayo defendía un autonomismo auténtico, inspirado en el municipalismo y republicanismo históricos de Castilla, y citaba al historiador Oliveira Martins para reivindicar la tradición de autogobierno de los municipios castellanos en la época pre-austríaca. Reivindicaba figuras como Padilla y la Junta de Tordesillas como símbolos de una Castilla democrática y fuerista, y rechazaba el centralismo madrileño, al que acusaba de haber adormecido la vitalidad política de la región (El Adelanto, 6 de diciembre de 1918). Al día siguiente, la Diputación de Salamanca rechazó por mayoría el “Mensaje de Castilla” y anunció el inicio de una campaña castellanista desde ámbitos intelectuales salmantinos (El Sol, 8 de diciembre de 1918). El Adelanto recogió el apoyo de ateneístas, universitarios y comerciantes a un movimiento regionalista que, bajo el amparo de la Universidad de Salamanca, buscaba revivir el espíritu de las Comunidades de Castilla. Entre los apoyos figuraban el diputado Sr. Villalobos, varios diputados provinciales y numerosos catedráticos y periodistas.
En Valladolid, el Ayuntamiento vivió tensiones internas sobre la cuestión autonómica. Las minorías maurista, republicana y socialista se opusieron a cualquier acto contra Cataluña. Óscar Pérez Solís denunció un manifiesto anticatalanista promovido por sectores conservadores, que fue rechazado por personalidades de izquierda, industriales, abogados y médicos (El Sol, 8 de diciembre de 1918). Ese mismo 7 de diciembre, en Palencia, el alcalde presentó una moción para apoyar las conclusiones de las diputaciones castellanas, pero fue contestada por los concejales Matías Peñalba (reformista) y Genaro González Carreño (maurista), según La Correspondencia de España (8 de diciembre de 1918). El 10 de diciembre, los comerciantes de Valladolid hicieron pública una protesta contra el anticatalanismo de las diputaciones castellanas. El comunicado fue enviado al Ayuntamiento de Barcelona, que agradeció el gesto solidario (El Debate, 10 de diciembre de 1918). Finalmente, el 13 de diciembre, el Diario Regional de Valladolid, vinculado al castellanismo progresista de Pérez Solís, publicó un “Manifiesto castellano” encabezado por el poeta Narciso Alonso Cortés y firmado por un amplio grupo de intelectuales, profesionales e industriales de la ciudad. El manifiesto, aunque crítico con el centralismo, se alineaba con el espíritu del “Mensaje de Castilla”, pero desde una perspectiva más abierta y plural, según recogen Orduña (1986) y Palomares (1981).
Desde el castellanismo comunero, a finales de 1918, el escritor salmantino José Sánchez Rojas se consolidó como una de las voces más críticas contra el “Mensaje de Castilla” y el castellanismo oficialista promovido por las diputaciones provinciales. En su artículo “La mascarada regionalista” (El Sol, 8 de diciembre de 1918), denunció que quienes se presentaban como representantes de Castilla eran en realidad servidores del centralismo, sin legitimidad democrática. Afirmó que Castilla no podía plantear su autonomía porque aún no era una democracia real, y que su estructura territorial seguía sin delimitarse claramente.
Aunque reconocía que algunos eruditos diferenciaban a León de Castilla la Vieja, Sánchez Rojas sostenía que León se había fundido y disuelto en la personalidad castellana, negando así una separación efectiva. Cuestionó la hegemonía de ciudades como Burgos y Valladolid, y denunció que el centralismo había asfixiado a Castilla desde la llegada de los Austrias. Carlos V, según él, destruyó la autonomía municipal, saqueó los recursos locales y convirtió a Castilla en una sombra de lo que fue. La derrota de las Comunidades en Villalar marcó el fin de Castilla como región viva, y desde entonces, su historia fue sepultada bajo una falsa narrativa imperialista.
En su artículo “Castellanismo y germanofilia” (La Voz de Castilla, 22 de diciembre de 1918), Sánchez Rojas profundizó en su crítica, denunciando que los caciques castellanos eran tan ajenos al espíritu democrático de Castilla como los antiguos flamencos que vinieron a imponer el poder extranjero. Escribió: “En una Castilla castellana, autónoma, libre, consciente, los astorganos mandarían a paseo a García Prieto, los de Valladolid a Alba y a Zorrilla, los de Salamanca a García Sánchez y Sánchez y Sánchez (don Jesús), los palentinos a Arroyo y a Calderón, los zamoranos a Rodríguez y González, los burgaleses a Aparicio, los sorianos a Eza.” Sánchez Rojas hizo un llamamiento a un nuevo “Villalar” como símbolo de resurgimiento, en el que los caciques serían derrotados “inexorablemente, fatalmente”. Reivindicó un castellanismo espiritual, democrático y solidario con Cataluña, y elogió a escritores como Julio Senador, González Carreño, Iscar Peyra y Díaz Caneja por su actitud cordial hacia el catalanismo.
Por su parte, el socialista Francisco Ruipérez, concejal de Peñaranda de Bracamonte, publicó el 21 de diciembre de 1918 en El Adelanto el artículo “La autonomía de Cataluña. El castellanismo”, en el que denunció el falso castellanismo anticatalán de las diputaciones. Afirmó que la verdadera Castilla, la “de abajo”, llevaba tiempo sin levantar cabeza, y que el castellanismo solo sería legítimo si nacía de la erradicación del caciquismo y se sustentaba en un contenido social claro: reforma agraria, recuperación de la propiedad comunal y construcción de una ciudadanía vigorosa. Para Ruipérez, rehacer Castilla implicaba levantarla desde sus ruinas, con nuevos valores sociales y morales, y con hombres nuevos.
(NOTA: Francisco Ruipérez fue un abogado, concejal republicano en Peñaranda de Bracamonte. Gran amigo de Sánchez Rojas, en enero de 1919 participó en la asamblea de Salamanca para organizar un movimiento castellanista progresista. Represaliado del franquismo, fue condenado a 30 años de cárcel y su familia exterminada)
VER PRIMERA ENTREGA DEL ARTÍCULO.
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