Del Viernes, 03 de Octubre de 2025 al Domingo, 05 de Octubre de 2025

República, federación y autonomía en Castilla (III): Entre las crisis de la Restauración y la suspensión de la Mancomunidad catalana (1919-1924)
--- Por el Colectivo Cárabo.
En las navidades de 1918 Ángel Herrera, periodista y figura destacada del catolicismo social, pronunció una conferencia en el Ateneo de Salamanca titulada “El regionalismo y la autonomía en la Universidad” (El Debate, 24 de diciembre de 1918). En ella se distanció del regionalismo promovido por las diputaciones provinciales y apostó por un castellanismo regenerador, impulsado por la juventud. Subrayó que el verdadero regionalismo no podía basarse únicamente en la geografía o en la historia archivada, sino en una conciencia viva y activa. Destacó el papel de las juventudes de Segovia, Toro, Valladolid y Zamora como signos de un renacimiento esperanzador para Castilla, afirmando que “es imposible que exista la región mientras no exista el regionalismo”. Días después participó en un mitin castellanista en el Teatro Principal de Ávila junto al político maurista César Silió y el presidente de la Diputación de Ávila Félix Bragado (El Diario de Ávila, 30 de diciembre de 1918). En su intervención, Herrera reconoció que Cataluña merecía la autonomía por estar capacitada para gobernarse, y llamó a que Castilla alcanzara esa misma madurez. Reivindicó la tradición democrática de Castilla, afirmando que “no habrá democracia sin vida próspera de los Municipios” y que las libertades municipales debían ser los cimientos del futuro edificio castellano. En ese mismo acto César Silió evocó el espíritu de las Comunidades de Castilla y llamando a una introspección colectiva para despertar el regionalismo. Por su parte, Félix Bragado afirmó que lo que faltaba era un líder como Cambó, capaz de articular políticamente el sentimiento regional.
El 30 de diciembre de 1918, el anarquista aragonés Felipe Alaiz publicó en El Sol una radiografía del movimiento regeneracionista y autonomista en España, destacando sus fuentes vivas de Cataluña, País Vasco, Andalucía, Galicia, Asturias, Aragón y también en Castilla. En esta última mencionó como referentes a Julio Senador Gómez, José Sánchez Rojas, Fermín Herrero Bahíllo, Genaro González Carreño, Luis Carretero Nieva y Óscar Pérez Solís, diferenciándolos de las diputaciones y los caciques. Para Alaiz, “Castilla, en sus fuentes vivas, en sus protestas auténticas, no en ponencias de diputaciones ni en sus caciques ni en sus empresarios de labranza, que no labradores…” (El Sol, 30 de diciembre de 1918).
El intelectual salmantino Ángel Ledesma afirmó que “el castellanismo caciquil –el albista, entre ellos– (…) no representa a Castilla” (El Adelanto, 31 de diciembre de 1918). Ese mismo día, José Sánchez Rojas pronunció una conferencia en Peñaranda de Bracamonte titulada “Castilla y Cataluña”, en la que defendió que Castilla vivió bajo un régimen federativo municipal hasta que fue violentamente oprimida por Carlos V. Reivindicó el movimiento comunero como la última expresión de autonomía municipal y denunció cómo el centralismo austriaco deformó el espíritu castellano. Afirmó que Castilla fue la primera región en perder sus libertades, incluso antes que Aragón y Cataluña, y que el sentimiento autonómico catalán debía ser acogido en Castilla como una ayuda para su propia liberación. Concluyó con una imagen simbólica: “Ante Foch han sonreído las cabezas separadas del tronco de Padilla en Toledo y de Casanova en Barcelona y han crujido de espanto los esqueletos de los Austrias podridos en El Escorial” (El Adelanto, 1 de enero de 1919; El Sol, 1 de enero de 1919).
El 2 de enero de 1919, el periódico Renovación recogió un manifiesto de los republicanos socialistas de Ávila, quienes rechazaron el “falso movimiento de regionalismo” y suscribieron el saludo solidario que los comerciantes de Valladolid habían dirigido al alcalde republicano de Barcelona. En él denunciaban que “los grandes caciques de Castilla (…) levantan ahora el pendón morado, desentierran a los comuneros, cabalgan sobre Babieca y piden preminencias y fueros para esta pobre región que ellos explotan y envilecen a diario”, y afirmaban: “somos autonomistas, queremos la autonomía para el hombre primero, para el municipio después y para la región luego, pero la autonomía que nos podrían dar estos caciques de Castilla en colaboración con la monarquía no la queremos” (Renovación, 2 de enero de 1919).
Desde Pradoluengo (Burgos) el concejal castellanista Pedro Pascual García, del partido de Antonino Zumárraga, envió una carta de protesta a la Mancomunidad de Cataluña, en la que denunció la “farsa castellanista” promovida por las diputaciones y afirmó que los diputados castellanos no representaban al pueblo, sino a la tiranía de los caciques, cuya derrota esperaba con la ayuda de los catalanes (El Sol, 5 de enero de 1919).
Ese mismo día, La Correspondencia de España informó de que los presidentes de las diputaciones de Madrid, Guadalajara, Cuenca, Toledo y Ciudad Real se habían reunido para convenir la mancomunidad o autonomía de Castilla la Nueva (La Correspondencia de España, 5 de enero de 1919).
El 10 de enero, El Adelanto destacó una conferencia del médico y político Juan Díaz Caneja en la Sociedad Económica de Amigos del País de Palencia. El diario salmantino señaló que Díaz Caneja coincidía con Filiberto Villalobos en la centralidad del problema de la tierra para Castilla (El Adelanto, 10 de enero de 1919).
Por su parte, desde Cantabria el joven estudiante de Derecho Ramón Ruiz de Villa publicó el artículo “De regionalismo castellano”, en el que afirmó que Castilla perdió su voluntad de autogobierno con la derrota de las Comunidades. Citando a Pi y Margall, recordó que Castilla fue la primera nación de España en perder sus libertades, inmolada en Villalar bajo el primer rey de la casa de Austria (La Atalaya, 15 de enero de 1919).
LAS BASES DE SEGOVIA
El 25 de enero de 1919, las Diputaciones Provinciales de Castilla y León se reunieron en la ciudad de Segovia para elaborar un documento titulado “Bases para el régimen de autonomía municipal, provincial y regional”. Según Almuiña Fernández (1984), estas bases representaron un intento de articular un modelo de descentralización desde las instituciones provinciales, sin romper con el marco del Estado central. Las propuestas se estructuraban en tres niveles: una amplia autonomía municipal; una potenciación de la provincia, con mayores competencias para las diputaciones, aunque bajo la supervisión del Estado; y una autonomía regional, reconociendo el derecho de las provincias a organizarse como región, más allá de la simple mancomunidad prevista en el Real Decreto de 18 de diciembre de 1913. Se establecía además que cualquier desigualdad en la concesión de autonomía entre regiones debía evitarse.
Durante la asamblea, el presidente de la Diputación de Valladolid propuso conmemorar el movimiento comunero con la construcción de un monumento en Villalar. Asimismo, se acordó que los presidentes de las diputaciones de Segovia, Valladolid, Burgos y Soria presentarían las bases ante las Cortes. A propuesta del presidente de la Diputación de Santander, Victoriano Sánchez, se decidió celebrar una nueva reunión en Santander en mayo de 1919 para tratar cuestiones clave para la región (El Cantábrico, 29 de enero de 1919).
No obstante, como señala Almuiña Fernández (1984), aunque el documento abría la puerta a la autonomía uniprovincial y a la descentralización municipal, evitaba compromisos políticos concretos. No se propuso formalmente la creación de una mancomunidad ni se estableció un organismo coordinador. En la práctica, esto supuso posponer indefinidamente el proceso autonómico, al dejarlo en manos de cada diputación y ayuntamiento, lo que condenó la iniciativa a la dispersión y la inacción.
LA ASAMBLEA CASTELLANISTA DE SALAMANCA
El 27 de enero de 1919 se celebró en Salamanca una asamblea castellanista de carácter progresista y comunero, impulsada por un grupo de intelectuales y políticos de distintas provincias. La convocatoria reunió a representantes de diversas provincias castellanas, con el objetivo de articular una alternativa al regionalismo oficialista de las diputaciones, su “Mensaje de Castilla” y sus “Bases” de Segovia. El castellanismo no podía convertirse en una “ofrenda propiciatoria” y era necesario corregir la imagen sesgada de un regionalismo castellano meramente anticatalanista (Robledo, 2005).
Entre los asistentes a la asamblea se encontraban: por Palencia, Juan Díaz-Caneja; por Valladolid, Óscar Pérez Solís, Federico Landrove, Cabello, José Garrote y José María Prada Suñer; por Ávila, Emilio Vellando; por Burgos, Antonino Zumárraga, Escudero, Monedero y Mariano Gonzalo; por Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), Francisco Ruipérez; y por Salamanca, Francisco Bernis, Fernando Iscar Peyra, Ángel Ledesma, Cándido Rodríguez Pinilla, José Giral, Filiberto Villalobos, José Sánchez Rojas, David Rayo y José Sánchez Gómez (El Día de Palencia, 28 de enero de 1919). Además, se adhirieron otros intelectuales y profesionales de Salamanca, Madrid, Valladolid, Burgos, León, La Mancha y Logroño.
La asamblea fue anunciada por Pérez Solís en un artículo titulado “La nueva ‘Junta Santa’” publicado en El Sol el 26 de enero de 1919, en el que apelaba al espíritu comunero y proclamaba la necesidad de una sublevación moral y política del pueblo castellano contra el caciquismo. Pérez Solís auguraba un “segundo Villalar”, esta vez victorioso, como símbolo del resurgimiento de las Comunidades.
Las conclusiones de la asamblea, recogidas por El Adelanto y El Día de Palencia (28 de enero de 1919), giraron en torno a la afirmación regionalista, la reorganización espiritual, política y económica de Castilla, y la extensión del movimiento. Se delegó en Iscar Peyra, Pérez Solís, Díaz-Caneja y Zumárraga la coordinación del proceso y la organización de una futura asamblea en Burgos, que finalmente no se celebró. Durante la sesión, se debatieron y aprobaron varias proposiciones. Entre ellas: la necesidad de que Castilla participara en el movimiento de renovación política y social; la inadecuación del sistema político vigente; la creación de órganos de gobierno propios; la organización política basada en municipios autónomos y la desaparición de las diputaciones; la reforma del régimen de propiedad agraria; y la lucha contra las organizaciones oligárquicas. Algunas propuestas fueron reformuladas, como la relativa al problema agrario, que fue sustituida por una formulación de Filiberto Villalobos centrada en la “vigorización económica de Castilla” mediante la modificación del régimen de propiedad de la tierra. También se reformuló la lucha contra las oligarquías como una “actuación intensa y especial contra todas las organizaciones que usurpan la representación política de Castilla”.
(NOTA: Una figura destacada en el ámbito federal y autonomista comunero castellano fue el joven abogado y periodista David Rayo. Desde su puesto como redactor jefe en El Adelanto se consagró como un ferviente castellanista acorde a la línea editorial del periódico salmantino. Participó en la asamblea progresista celebrada en Salamanca en enero de 1919 junto a otros intelectuales y políticos comprometidos con esta causa. En un artículo publicado en El Adelanto en noviembre de 1918, llegó a reclamar “una nueva Castilla independiente y soberana” en el marco de una configuración plural de los pueblos ibéricos. Natural de Almagro (Ciudad Real) y afincado en Salamanca desde su etapa universitaria, en 1920 regresó a su localidad natal, donde abrió un bufete de abogados. Allí continuó su labor como escritor, publicando artículos y poemas en periódicos como El Pueblo Manchego o La Tierra Hidalga. Este último rotativo reflejó el ascenso de una clase intelectual burguesa de talante democrático y liberal hasta que desapareció en mayo de 1924 por la falta de libertad de expresión tras el golpe de Estado de Primo de Rivera. Una década después, en junio de 1934, durante una huelga de obreros jornaleros en Almagro, fueron procesados quince campesinos que recibieron severas penas. En ese contexto, David Rayo Ruiz de León asesoró al juez instructor del caso, lo que provocó un profundo resentimiento y una creciente tensión social en la localidad. Esta situación desembocó trágicamente en el verano de 1936, cuando tanto el juez como el propio David Rayo fueron asesinados (López Villaverde, 2020)).
El mismo día en que se anunciaba la asamblea castellanista de intelectuales en Salamanca, el 26 de enero de 1919, tuvo lugar en Zamora un importante mitin de las derechas regionalistas agrarias, que reunió a unas 2.500 personas. El acto contó con la participación de figuras destacadas como Ángel Herrera y César Silió. En este encuentro, se aprobó por aclamación un mensaje de apoyo al regionalismo catalán, proponiendo enviar un telegrama de saludo a los Ayuntamientos de las cuatro capitales catalanas en reconocimiento al movimiento regionalista que, según los intervinientes, había logrado despertar una conciencia nacional contra el centralismo oligárquico. Además, se acordó instar a los Ayuntamientos de todas las capitales de Castilla a convocar asambleas de municipios en sus respectivas ciudades, con el objetivo de elaborar un proyecto de Estatuto autonómico castellano. Esta iniciativa, aunque surgida desde sectores conservadores y agrarios, coincidía en parte con las demandas de descentralización y autonomía que también se estaban formulando desde el castellanismo progresista, aunque con enfoques ideológicos distintos (El Día de Palencia, 28 de enero de 1919).
En febrero de 1919 José Sánchez Rojas editó en un folleto el contenido de la conferencia pronunciada el 31 de diciembre de 1918 en Peñaranda de Bracamonte, en la que expuso un cuadro histórico de la personalidad castellana con un programa de reconstitución política de Castilla a través de la autonomía (El Adelanto, 12 de febrero de 1919). El 15 de abril de 1910 La Correspondencia de Valencia se hizo eco de la publicación de la conferencia con una columna titulada “Castilla por la Autonomía”.
El 2 de febrero de 1919 se celebró en Alba de Tormes una asamblea comarcal que reunió a representantes de cuarenta y siete municipios de la zona, con el objetivo de reclamar una amplia autonomía municipal que permitiera a los concejos desarrollar libremente sus fines. Además, se solicitó una nueva demarcación electoral que garantizara a la comarca una representación directa y propia. A esta iniciativa se adhirieron destacadas personalidades del castellanismo progresista, como Filiberto Villalobos, Iscar Peyra, Zumárraga (en representación de los regionalistas burgaleses), Juan Díaz-Caneja, Emilio Vellando y los republicanos de Peñaranda encabezados por Francisco Ruipérez. Durante el acto, el escritor José Sánchez Rojas intervino para subrayar que lo verdaderamente importante para los municipios castellanos era sumarse al movimiento de opinión iniciado en Salamanca la semana anterior, en abierta oposición a las oligarquías castellanas. Criticó con dureza la reciente asamblea de diputaciones celebrada en Segovia, a la que acusó de arrogarse una representación ilegítima y de mostrar una “incompetencia absoluta y total” para resolver los problemas de Castilla (El Adelanto, 3 de febrero de 1919).
Pocos días después, el propio Sánchez Rojas publicó en un semanario catalán el artículo titulado “El dolor de Castilla” (Renovació, 9 de febrero de 1919), en el que profundizaba en su visión crítica del centralismo y del falso castellanismo. Tras releer el libro El nacionalismo catalán de Rovira i Virgili, Sánchez Rojas afirmaba que Castilla no existe como región viva desde su derrota en Villalar, y que todo lo que se presenta como “espíritu castellano” es en realidad una suplantación austracista y germánica. Denunció que la monarquía absoluta utilizó el castellano para imponer un discurso anti castellano, y que los actuales caciques y políticos que hablaban en nombre de Castilla prostituían su memoria. Sánchez Rojas defendía que Castilla compartía con Cataluña los mismos enemigos, y que los que oprimían a Cataluña eran también los opresores de Castilla. Sin embargo, señalaba una diferencia crucial: mientras Cataluña luchaba por resolver un problema político urgente, Castilla debía primero resolver su problema agrario, recuperar la tierra arrebatada por los señoritos, derribar las lindes y canalizar el odio popular hacia una afirmación democrática. En sus palabras, “Castilla está sin descubrir”, y su liberación pasaba por recuperar el suelo, afilar las hoces del odio popular y encauzar el sentimiento de protesta hacia una transformación social profunda.
Una nueva iniciativa se incorporó al debate castellanista en 1919 a través de Castilla Revista Regional Ilustrada (n.º 22, 10 de febrero de 1919), que publicó un mensaje de la Cámara de Comercio de Toledo dirigido al presidente del Consejo de Ministros y a las cámaras de comercio de Castilla y León. El texto fue redactado por Eloy Luis André, intelectual gallego, filósofo, psicólogo social y republicano galleguista, entonces técnico de la directiva de la Cámara toledana. En su intervención, André lamenta que Castilla —la región más extensa de España y compuesta por tres entidades históricas: León, Castilla la Vieja y Castilla la Nueva— haya sido la última en adoptar el ideario regionalista. Propone, por tanto, reconstruir la personalidad castellana reconociendo la autonomía de estas tres regiones, federadas dentro de la nación, con capitales respectivas en Valladolid, Burgos y Toledo. Madrid, en cambio, se define como metrópoli nacional y punto de convergencia de todas las actividades regionales.
SÁNCHEZ ROJAS FRENTE A CARRETERO
El 4 de abril de 1919, el diario madrileño El Sol publicó el artículo “Castellanos y Leoneses”, en el que el escritor salmantino José Sánchez Rojas respondía a una carta crítica del segoviano Luis Carretero Nieva en el que éste acusaba al salmantino de contribuir a la confusión respecto de las diferencias económicas, sociales y políticas entre León y Castilla. Sánchez Rojas respondía con un artículo cargado de ironía sutil en el que, tras una aparente aceptación de las tesis de Luis Carretero, en realidad era una forma de ponerlas en evidencia mediante la exageración y la paradoja. Sánchez Rojas, lejos de refutar directamente estas afirmaciones, las recoge y las amplifica con un tono que roza lo paródico. Llega a sostener que las cinco provincias leonesas —Salamanca, Zamora, León, Valladolid y Palencia— han absorbido cultural y políticamente a las seis castellanas, imponiéndoles sus preocupaciones y su visión del mundo. En este marco, Sánchez Rojas denominó como “leoneses” a Gamazo o Alba (a los que denostaba como “caciques”) e incluso a sus admirados intelectuales castellanistas Senador Gómez y Macías Picavea. Así, bajo una capa de aparente concesión, Sánchez Rojas desmonta con fina ironía las tesis de Carretero y reafirma su visión crítica, compleja y profundamente comprometida con la regeneración de Castilla (La réplica de Carretero fue publicada en La Democracia de León y en La Tierra de Segovia el 15 de agosto de 1919).
El 28 de abril de 1919, el periódico El Sol publicó el artículo titulado “Cadena de agravios”, escrito por José Sánchez Rojas, como respuesta al libro La cuestión regional de Castilla la Vieja. El regionalismo castellano de Luis Carretero. En este texto, Sánchez Rojas critica duramente la visión del autor del libro, quien plantea una separación radical entre León y Castilla la Vieja. Sánchez Rojas defiende una concepción más amplia y unitaria de Castilla, el espíritu del interior peninsular, claramente diferenciado del litoral, aunque este incluya zonas como la costa santanderina. El autor acusa al Sr. Carretero de rechazar la hegemonía leonesa por razones políticas y económicas, y de responsabilizar a provincias como Valladolid y Salamanca de diversos males que afectarían a la identidad de Castilla la Vieja. Sánchez Rojas defiende a estas provincias, destacando su papel en la construcción y defensa de los intereses castellanos. En su argumentación, señala que las diferencias agrícolas o económicas entre provincias no justifican una ruptura identitaria o regional. El artículo concluye con un llamado al diálogo y al entendimiento, proponiendo dejar de lado las disputas sobre nombres o divisiones administrativas para centrarse en el análisis real de los intereses comunes. Sánchez Rojas plantea que es necesario estudiar si los intereses de las once provincias de Castilla la Vieja y León, junto con los de las cinco provincias de Castilla la Nueva o del reino de Toledo, son realmente opuestos —como sostiene Carretero— o si, por el contrario, son compatibles y complementarios, como él mismo defiende.
ATONÍA EN EL CASTELLANISMO
En abril de 1919, el movimiento castellanista vivió un momento de especial intensidad simbólica y política. El día 24, la Diputación de Valladolid conmemoró oficialmente el aniversario de la batalla de Villalar, donde fueron ejecutados los comuneros Bravo, Padilla y Maldonado. Tal como recogió El Sol (25 de abril de 1919), la institución provincial reivindicó la fecha como “tan memorable para las libertades castellanas”, en línea con el espíritu regeneracionista que animaba a diversos sectores regionalistas.
Al día siguiente, el 25 de abril, se hizo público el manifiesto “A la juventud castellana”, firmado por “La Juventud Regionalista” de Burgos y publicado en Castilla Revista Regional Ilustrada (n.º 27). El texto apelaba directamente a los jóvenes, instándolos a asumir el legado histórico de Castilla y a reavivar el “rescoldo” de su identidad colectiva. Con un tono apasionado y emotivo, el manifiesto concluía con una llamada a la acción: “¡Uníos, pues! Y si amáis a Castilla, si lleváis grabada en vuestro corazón toda su historia; pero basta… Hemos hecho mal en dudar de vuestro amor al terruño; sabemos que la mayoría de vosotros sentís nuestros ideales; ¡venid, pues!, ¡sed regionalistas! y honrareis a vuestra región”.
Este doble acontecimiento —la institucionalización de Villalar como símbolo de las libertades castellanas y la irrupción de un regionalismo juvenil y militante— refleja el clima de efervescencia ideológica que vivía Castilla en el contexto de la crisis del sistema de la Restauración y del auge de los discursos regionalistas en otras partes de España.
Tras el inesperado decreto de disolución de las Cortes, el 1 de junio de 1919 se celebraron nuevas elecciones generales que marcaron un punto de inflexión en el movimiento castellanista. En Arévalo, el reformista Emilio Vellando —uno de los impulsores del Bloque Regionalista Castellano en 1918— decidió no presentar candidatura. Incluso se barajó la posibilidad de una candidatura castellanista encabezada por el escritor salmantino José Sánchez Rojas, con apoyo del catalanismo, aunque la iniciativa no prosperó: “Los regionalistas de la Nación catalana también pensaron en Arévalo, pero le querían casi de balde y esto no puede ser. Hablaron de traer a Sánchez Rojas y luego a un señor Soto y todo quedó en conversación de las ramblas” (Renovación 20 de mayo de 1919).
La derrota de la candidatura regionalista de Antonino Zumárraga en Burgos, que perdió su escaño en el Congreso, marcó el inicio de un período de atonía en el castellanismo. Este declive fue percibido con claridad por algunos observadores, como el maestro republicano y agrarista Valentín Ferrero, de Villarrín de Campos (Zamora): “Yo lo presiento, lo veo acabarse por momentos, fundándome en los hechos de que son testigos mis ojos y en las observaciones del más práctico de todos los doctores castellanos: don Julio Senador. (…) Sólo Castilla, o mejor, sólo las gentes de la cuenca del Duero parecen no sentir correr por sus venas la energía viril que en estos tiempos de lucha se necesita” (Heraldo de Zamora, 4 de junio de 1919). Ferrero contrastaba la pasividad de la meseta con la agitación de otras regiones —Andalucía, Galicia, Aragón, Cataluña— y denunciaba la falta de dinamismo de las capitales castellanas, a las que describía como meros centros administrativos sin capacidad de irradiar progreso.
Este conjunto de hechos y testimonios refleja el desgaste del impulso regionalista castellano tras el entusiasmo inicial de 1918, y la dificultad de articular un proyecto político sólido en una región marcada por la dispersión, el desarraigo y la falta de una conciencia colectiva movilizadora.
Siguiendo la estela leonesista de Antonio Valbuena en 1905, de Fray Lego de Villalpando en 1908 (que apelaba a una región leonesa “alma de la gran patria española” con límite oriental en los ríos Pisuerga y Adaja (El Salmantino, 19 de diciembre de 1908) o de Clemente Vilorio en 1914 (que se opuso a la mancomunidad castellana como reflejó en Diario de León, 21 de julio de 1914), en junio de 1919 el inspector de educación Miguel Bravo Guarida retomó y desarrolló esta corriente de pensamiento al exponer su visión de un leonesismo cultural. Bravo Guarida utilizó el término “región” para referirse a León, aunque sin delimitar geográficamente el concepto. En un ciclo de conferencias subrayó la existencia de una identidad colectiva diferenciada al afirmar que “hay una conciencia colectiva leonesa, hay una psicología especial en este rincón de España”. Defendía el despertar del regionalismo, pero siempre dentro de un marco de unidad nacional, asegurando que “aquí donde estas ideas nunca podrán tener las fatales consecuencias y derivaciones que en otras comarcas que sienten con menor intensidad los latidos de la unidad nacional. ¡Aquí no hay peligro! ¡Somos nosotros la cuna y el corazón de España! La unidad política y nacional quedó fundada y establecida por la dinastía leonesa. ¡No podríamos, ni geográficamente, dejar nunca de ser españoles netos y castizos!” (Álvarez Domínguez, 2006).
A mediados de 1919, el castellanismo vivía una fase de repliegue y reflexión tras el entusiasmo inicial de 1918. En este contexto, el escritor segoviano Marcelino Álvarez Cerón —miembro de la tertulia de la que surgió la Universidad Popular Segoviana junto a figuras como Ignacio Carral, Agapito Marazuela, Mariano Quintanilla o José Rodao— publicó el artículo “Castilla, por fin, despierta”, en el que reivindicaba el legado comunero como símbolo de rebeldía popular frente al poder aristocrático y lamentaba el largo letargo posterior: “Castilla fue madre natural de las Comunidades (…) De entonces acá, parece como si Castilla comunera hubiese caído en un profundo sueño o en la inconsistencia del fracaso” (La Tierra de Segovia, 25 de junio de 1919). Poco después, Mariano Quintanilla, también segoviano y miembro activo de la Juventud Regionalista, publicó “Regionalismo intelectual” (La Tierra de Segovia, 11 de julio de 1919), donde reconocía la decadencia del movimiento juvenil y del Centro de Estudios. Abogaba por un regionalismo alejado del localismo y de la política partidista, más centrado en la cultura y el pensamiento.
Desde otra perspectiva, el catalanista de izquierdas Adolf Pizcueta, en La Correspondencia de Valencia (16 de agosto de 1919), criticó la identificación de Castilla con España y propuso la necesidad de un partido nacionalista castellano, además de un socialismo renovado: “Si el alma castellana tuviese más exaltadores de su ‘genio’, entonces devendría el partido nacionalista, que actuaría renovadoramente en los viejos, tétricos y adormecidos pueblos de Castilla”. Este conjunto de voces refleja un momento de introspección y desorientación en el castellanismo, que se alejaba de la acción política directa y se refugiaba en el análisis cultural o en la crítica ideológica.
El historiador Almuiña Fernández (1984) explica este declive como resultado de factores estructurales: la falta de coordinación interna, la creciente conflictividad social, la crisis económica, la inestabilidad política y el agravamiento del problema militar con la guerra de Marruecos. Todo ello desplazó el regionalismo a un plano secundario, reservado a círculos muy minoritarios y teóricos.
En medio del progresivo declive del castellanismo tras 1919, aún surgieron voces que intentaron mantener viva la llama del regionalismo. Una de ellas fue la del abulense Isidoro Muñoz Mateos, figura polifacética vinculada al Sindicato de Turismo y Alpinismo de El Barco de Ávila (1911), autor del libro Riquezas Patrias (1917) sobre la Sierra de Gredos, miembro del Centro Regionalista Castellano (1918), y fundador del periódico Renovación (1918) y de la revista El Valle y la Montaña (1919). El 3 de enero de 1920, el periódico Renovación publicó una poética “Carta abierta para el propagandista regional Isidoro Muñoz”, firmada por A. Aparicio, en la que se celebraba con entusiasmo la iniciativa de Muñoz de fundar el heraldo Castilla. En un contexto de desmovilización y escepticismo, la carta se erige como un canto de aliento a la perseverancia regionalista, destacando el valor simbólico y cultural de la labor de Muñoz. Este episodio refleja cómo, incluso en un momento de atonía general del movimiento, persistían esfuerzos individuales por mantener viva la conciencia castellana, especialmente desde ámbitos periféricos ligados a la cultura, el excursionismo o el periodismo comarcal. La figura de Isidoro Muñoz encarna ese regionalismo de base, comprometido con el paisaje, la historia y la identidad de Castilla, aunque alejado ya de las grandes aspiraciones políticas que habían animado el ciclo 1918-1919.
Tras meses de desmovilización, las elecciones municipales de febrero de 1920 actuaron como un revulsivo para el castellanismo, que logró resultados significativos en el ámbito local. En Burgos el regionalismo castellano obtuvo siete concejales, entre ellos Mariano Gonzalo (La Voz de Castilla, 15 y 22 de febrero de 1920). En Pradoluengo (Burgos) los regionalistas lograron el triunfo con cinco concejales, consolidando su presencia municipal. En Santander el liberal castellanista Rufino Pelayo fue elegido concejal y propuso que el Ayuntamiento solicitara la autonomía integral político-administrativa (El Cantábrico el 15 de abril de 1920).
Estos resultados demostraron que, pese al retroceso del castellanismo en el plano nacional tras 1919, el movimiento conservaba capacidad de movilización en el ámbito local, especialmente en núcleos donde la identidad castellana se articulaba con propuestas concretas de autonomía y regeneración institucional.
EL IV CENTENARIO DE VILLALAR REACTIVA EL CASTELLANISMO
Durante 1920, las iniciativas conmemorativas del IV Centenario de Villalar actuaron como un revulsivo simbólico y político para el castellanismo, que venía de un periodo de atonía tras el ciclo de 1918-1919. El Ayuntamiento de Santander por iniciativa del concejal castellanista, el Dr. Rufino Pelayo, colocó el 23 de abril una placa conmemorativa dedicada a los defensores de las libertades castellanas Padilla, Bravo y Maldonado (La Montaña, 7 de agosto de 1920). Ese mismo día, se celebró una reunión de los jefes de las minorías municipales para invitar a todos los ayuntamientos castellanos a cooperar en la organización del centenario (El Cantábrico, 23 de abril de 1920), precedida por una sesión extraordinaria con la asistencia de 102 alcaldes de la Montaña (El Pueblo Cántabro, 23 de abril de 1920).
En Segovia, se impulsó la creación de una Junta del Centenario centrada en la figura de Juan Bravo, y La Tierra de Segovia publicó una poesía comunera de José Sánchez Rojas (25 de abril de 1920). En Burgos, la minoría regionalista del Ayuntamiento presentó el 28 de abril una moción conjunta para conmemorar el centenario en 1921 (La Voz de Castilla, 2 de mayo de 1920).
Desde otras regiones también se apoyaron estas iniciativas. El escritor canario Ángel Guerra (seudónimo de José Betancort Cabrera) celebró la “feliz iniciativa” del Ayuntamiento de Santander, comparándola con los homenajes a Casanova en Cataluña o Lanuza en Aragón (El Orzán, 5 de mayo de 1920).
La conmemoración se externalizó en la VI Asamblea Municipal de Barcelona, donde el 8 de julio se celebró una “diada castellana” con la participación del alcalde de Madrid y Rufino Pelayo. El alcalde de Barcelona celebró que Castilla se sumara a la causa autonomista, y Pelayo reivindicó el autonomismo castellano como tradición histórica (La Correspondencia de España, 9 de julio; El Cantábrico, 11 de julio de 1920).
En junio de 1920 el Ayuntamiento de Villalar, con su alcalde Perfecto Villamar, solicitó apoyo a los consistorios castellanos para erigir un monumento a los Comuneros, respondiendo ayuntamientos como los de Salamanca (El Adelanto, 8 de junio de 1920), Haro (La Rioja, 10 de julio de 1920) o Medio Cudeyo -Cantabria- (Boletín Oficial de la Provincia de Santander, 13 de octubre de 1920) entre otros muchos. La comisión ejecutiva del monumento, a través del senador Sr. Jalón, solicitó al gobierno una subvención de 50.000 pesetas para su construcción (El Castellano, 3 de agosto de 1920).
El 12 de agosto, El Adelanto de Salamanca publicó el artículo “El Centenario de los Comuneros” de Ruy González (seudónimo de Miguel González Lago), que criticaba el castellanismo literario pesimista y llamaba a un castellanismo esperanzador, activo y regenerador. Ese mismo día, Heraldo de Zamora instaba a que el próximo Congreso Agrario Castellano rindiera homenaje a los comuneros. El 7 de septiembre, en el Castillo de la Mota de Medina del Campo, se celebró una velada literaria en homenaje a Castilla, con participación de los escritores Rodao e Íscar Peyra, donde se acordó emprender una “vigorosa campaña castellanista” (El Adelanto, 8 de septiembre de 1920).
En plena efervescencia de las iniciativas castellanistas vinculadas al IV Centenario de Villalar, el maestro republicano Valentín Ferrero, desde Villarrín de Campos (Zamora), publicó el artículo “El Erial” (Heraldo de Zamora, 10 de septiembre de 1920), una vibrante denuncia del abandono material y moral de Castilla. Con un tono combativo y lírico, Ferrero advertía que el movimiento castellano-leonés que se estaba gestando podía ser el punto de partida de un resurgir tan necesario como el pan y el vestido. A lo largo del texto rinde homenaje constante a Julio Senador Gómez, cuya obra y pensamiento sirven de referencia para su crítica. El artículo es también una llamada a la acción colectiva, especialmente dirigida a la prensa regional hasta despertar la conciencia dormida de Castilla.
EL CASTELLANISMO COMUNERO DEL CÁNTABRO RUFINO PELAYO
En el contexto del IV Centenario de Villalar, el concejal santanderino Rufino Pelayo emergió como una de las figuras más activas y comprometidas del castellanismo comunero. Desde su posición en el Ayuntamiento de Santander, impulsó una serie de iniciativas conmemorativas que buscaban no solo honrar la memoria de los comuneros, sino también revitalizar el espíritu soberanista castellano.
El 7 de septiembre de 1920, El Cantábrico publicó un editorial titulado “Los Comuneros de Castilla. La celebración de un centenario” en el que se lamentaba de la falta de unidad de programa entre las capitales castellanas. El texto proponía que, al calor de la memoria de los comuneros, se incubaran unas “Comunidades castellanas, pacíficas pero permanentes”, con una junta central que expresara el pensamiento común de la “triple Castilla”. Ese mismo día, previo a la efeméride de la Diada, la prensa catalana publicó el artículo “Una veu castellana amiga” firmado por Rufino Pelayo (La Veu de Catalunya, 7 de septiembre de 1920). En él, el concejal santanderino establecía un paralelismo entre los comuneros castellanos y los mártires del catalanismo, como Rafael Casanova. Denunciaba el cesarismo centralista que había uniformado la vida regional española y reivindicaba la lucha por las libertades municipales y regionales. En un tono fraternal, Pelayo afirmaba: “Mi pobre región, mi Cantabria querida, también trabaja y centuplica sus iniciativas (…) Castilla, como vosotros, española y viva, pretende conmemorar en breve plazo aquel día infausto en que el verdugo cesarista asesinó sus libertades”.
Días después, el 14 de septiembre, El Cantábrico publicó el artículo “Los Comuneros de Castilla” de Rufino Pelayo, donde detallaba los esfuerzos del Ayuntamiento de Santander por organizar el centenario: envío de circulares a ayuntamientos y partidos judiciales, contacto con la prensa, y propuestas concretas para su celebración. Sin embargo, denunciaba la indiferencia y lentitud de respuesta del resto de Castilla y a la costumbre de dejar todo para última hora. Frente a ello, reafirmaba el compromiso de Santander con un homenaje que debía ser la expresión del “alma rediviva de las Comunidades regionales de Castilla” y una denuncia del “abuso intolerable del Poder Central”.
La figura de Rufino Pelayo encarna un castellanismo combativo, autonomista y solidario, que no se limitaba a la evocación histórica, sino que aspiraba a una reforma profunda del modelo territorial español, en sintonía con otras regiones como Cataluña o Aragón. Su pensamiento y acción proyectaron el castellanismo más allá de los límites provinciales, reivindicando a Cantabria como parte viva de Castilla y a los comuneros como símbolo de una lucha aún vigente por la libertad y la dignidad regional.
EL ACTIVISMO MUNICIPALISTA CASTELLANO
En octubre de 1920 tuvo lugar la Asamblea de Municipios Salmantinos, donde el concejal republicano Santiago Riesco Cáceres pronunció un discurso con fuerte carga castellanista, municipalista y comunera. En su intervención, publicada en El Adelanto el 15 de noviembre de 1920, defendió la autonomía económica y política de los municipios frente a la centralización estatal, criticando la legislación municipal vigente por convertir a los ayuntamientos en instrumentos de control político. Propuso la desaparición de las diputaciones provinciales, a las que calificó de focos de caciquismo, y abogó por una descentralización profunda del Estado. Además, evocó el espíritu de los comuneros de Villalar como símbolo de lucha por las libertades castellanas.
Pocos días después, el concejal santanderino Rufino Pelayo, junto a otros diecisiete ediles, envió un telegrama al presidente del Consejo de Ministros, Eduardo Dato, protestando contra los nombramientos de alcaldes por Real Orden, lo que consideraban una merma de las competencias municipales (El Cantábrico, 19 de noviembre de 1920).
EL IV CENTENARIO COMUNERO DE VILLALAR
En 1921 diversas iniciativas surgieron en Castilla para conmemorar el IV centenario de la revuelta comunera y rendir homenaje a los líderes de Villalar: Padilla, Bravo y Maldonado. El 25 de febrero, alcaldes de varias ciudades castellanas y el diputado liberal José María Zorita se reunieron en el Congreso para proponer la construcción de un monumento en Villalar y organizar una gran celebración castellanista. Sin embargo, las Cortes rechazaron la propuesta de financiación por una estrecha votación (76 votos contra 72), lo que llevó a aplazar los actos previstos en Villalar (El Imparcial, 26 feb. 1921; El Adelanto, 28 feb. 1921; La Tierra de Segovia, 7 abr. 1921). Zorita, indignado, llegó a amenazar con pedir que se borraran del Congreso los nombres de los comuneros (El Telegrama del Rif, 22 abr. 1921).
En Santander, el concejal Rufino Pelayo impulsó un homenaje local. El 23 de abril convocó a una reunión pública para honrar a los comuneros (El Cantábrico, 23 abr. 1921). Al día siguiente, lamentó en un artículo el fracaso de su intento de coordinar una conmemoración conjunta con otros 171 ayuntamientos de Castilla la Vieja y León, de los cuales solo 14 respondieron (El Cantábrico, 24 abr. 1921). Pelayo expresó su frustración por la falta de apoyo y reivindicó una Castilla despierta, descentralizada y orgullosa de su historia, comparándola con el ejemplo catalán. A pesar de los obstáculos, el 24 de abril se celebró en el Ayuntamiento de Santander un acto simbólico con la colocación de una corona de flores en la lápida dedicada a los comuneros instalada un año antes en el salón de plenos (La Atalaya y El Cantábrico, 26 abr. 1921). Además, se organizó una velada cultural en el Sindicato de empleados municipales, donde intervinieron Pelayo y el escritor Iriarte de la Banda quien leyó versos del poeta Riera Ganzo (La Montaña, 20 jun. 1921).
El 24 de abril de 1921, el rey Alfonso XIII visitó Segovia para participar en los actos del IV centenario de la muerte del comunero Juan Bravo. Entre las actividades destacaron funerales en la catedral, una exposición de arte retrospectivo, veladas musicales y un certamen literario, en el que fueron premiados los poetas santanderinos Iriarte de la Banda y Riera Ganzo (La Tierra de Segovia, 23, 24 y 26 abr. 1921; El Cantábrico, 24 abr. 1931). También se colocó la primera piedra de una estatua en honor a Juan Bravo, obra del escultor Aniceto Marinas.
En paralelo, el historiador federalista Enrique Rodríguez Solís, natural de Ávila y residente en Santander, publicó una carta abierta dirigida a Rufino Pelayo en la que lamentaba el fracaso de las iniciativas conjuntas para conmemorar a los comuneros y se comprometía a iniciar una campaña por varias ciudades castellanas (El Cantábrico, 28 de abril de 1921). Pelayo respondió agradeciendo el apoyo y compartiendo su frustración por la indiferencia de Castilla (El Cantábrico, 26 de abril de 1921).
El 23 de octubre de 1921 se inauguró en la Plaza de los Bandos de Salamanca el monumento al comunero Francisco Maldonado. Durante el acto, el escritor salmantino José María de Onís leyó su poema El airón de la quimera, en homenaje a Maldonado, publicado en El Adelanto el 24 de octubre de 1921. La prensa destacó la sencillez y dignidad del monumento, cubierto simbólicamente por el pendón morado de Castilla (El Día de Palencia, 26 oct. 1921).
Poco después, el 16 de noviembre de 1921, un Real Decreto aprobado por el rey Alfonso XIII y el presidente del Consejo de Ministros Antonio Maura, estableció oficialmente el cambio de nombre del municipio de Villalar, que pasó a llamarse Villalar de los Comuneros con el informe favorable del Instituto Geográfico Nacional. El decreto fue publicado en la Gaceta de Madrid el 17 de noviembre de 1921, consolidando así el reconocimiento institucional del legado comunero.
Dos años después de los intentos frustrados por conmemorar de forma unitaria el IV Centenario de la batalla de Villalar en 1921, el espíritu comunero volvió a manifestarse públicamente en 1923 con un nuevo gesto de memoria histórica: El 23 de mayo de 1923, el Ateneo de Valladolid organizó un acto conmemorativo en Villalar de los Comuneros, donde se colocó una lápida en la escuela del pueblo en honor a los líderes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado. Participaron en el evento figuras destacadas como el publicista vallisoletano Álvaro Olea Pimentel, el catedrático salmantino Luis Maldonado y el diputado liberal de Tordesillas José María Zorita. Posteriormente, en el Ayuntamiento de Villalar, intervinieron el presidente del Ateneo y el rector de la Universidad de Valladolid, El homenaje concluyó con la colocación de una corona en el obelisco de la plaza de Villalar, ofrecida por el municipio de Valladolid como tributo a los comuneros castellanos (Heraldo de Zamora, 24 mayo 1923).
LA SOLIDARIDAD DE RUFINO PELAYO CON EL CATALANISMO
En el contexto de la Diada de Catalunya del 11 de septiembre de 1921, la prensa republicana catalana destacó la adhesión del Dr. Rufino Pelayo, concejal del Ayuntamiento de Santander, a los actos conmemorativos. La prensa republicana, que calificó a Rufino Pelayo como “nacionalista castellano” (El Diluvio, 8 de septiembre de 1921), recogió su gesto de enviar una corona al monumento al conseller en cap Rafael Casanova. Este acto de fraternidad fue interpretado como una muestra de solidaridad con el catalanismo, lo que le valió duras críticas desde ciertos sectores de la prensa de Cantabria y Madrid.
El 13 de febrero de 1922, ya fuera del cargo municipal, Pelayo envió una carta al presidente del Centre Català en La Habana, publicada en La Nova Catalunya, órgano de la Federació d’Entitats Nacionalistes Catalans de Cuba. En ella, reafirmaba su compromiso con el nacionalismo catalán, del que se declaraba defensor y expresaba su desprecio por el patriotismo español. La carta fue reproducida por la revista La Montaña (20 de abril de 1922), editada por la colonia santanderina en Cuba, que acompañó su publicación con una serie de reproches hacia Pelayo. En su misiva Rufino Pelayo afirmaba que amaba a Cataluña y se mostraba dispuesto a cualquier sacrificio por el ideal de una “Catalunya lliure”. Su postura, radicalmente solidaria con el nacionalismo catalán, lo convirtió en una figura singular dentro del castellanismo. En la Diada de 1922, Pelayo volvió a enviar telegramas de adhesión algunos de los cuales fueron interceptados por las autoridades españolas (Acció Catalana, 9 de noviembre de 1922), lo que evidencia el carácter subversivo que las autoridades atribuían a sus gestos de apoyo.
(NOTA: El Dr. Rufino Pelayo falleció el 24 de enero de 1925 en Santander, a los 48 años. La prensa local destacó su labor como médico y concejal castellanista y comunero del Ayuntamiento (El Cantábrico, La Atalaya y El Pueblo Cántabro, 25 de enero de 1925). La situación política del momento, en plena dictadura de Primo de Rivera, dificultó la celebración de un tributo en su memoria. No fue hasta nueve años después de su fallecimiento, el 18 de febrero de 1934, ya en plena Segunda República, cuando se le rindió homenaje en el cementerio de Ciriego como defensor de las libertades catalanas. La fecha coincidió con el partido de fútbol entre el FC Barcelona y el Racing de Santander. Representantes del Barça, del Racing y del Colegio Médico de Santander depositaron flores en su tumba. La prensa subrayó su profesionalidad médica, su compromiso con los más necesitados, su activismo político y su valentía al apoyar el catalanismo desde una ciudad castellana (La Voz de Cantabria, 18 y 20 de febrero de 1934; El Cantábrico, 20 de febrero de 1934, págs. 4 y 6)).
PENSAR SOLO EN CASTILLA, IDENTIDAD Y MEMORIA COMUNERA
En junio de 1922, el geógrafo soriano Pedro Chico Rello hizo un llamamiento a la acción y al compromiso exclusivo con Castilla. En un artículo publicado en El Porvenir Castellano (22 de junio de 1922), instó a los castellanos a “pensar solo en Castilla” y a trabajar por su modernización con plena dedicación. Para Chico Rello, quien no contribuyera activamente al progreso de Castilla era un “traidor”, subrayando así una visión exigente y militante del castellanismo.
Previamente, con motivo de un homenaje al escritor Antonio Valbuena en mayo de 1922, Miguel Bravo Guarida intervino en el Ateneo leonés donde hizo un discurso de claro matiz leonesista. (Diario de León, 19 de mayo de 1922). En dicha alocución manifestó con euforia “Y para los que nos sentimos orgullosos de ser leoneses -por la Historia, por el Arte, por la Naturaleza de esta bendita región -cuantos soñamos con un nacionalismo -casi imperialismo leonés- el homenaje ya no es sólo de admiración, sino de cariño y gratitud, de entusiasmo y exaltación hacia el paisano ilustre, hacia el leonés esclarecido que tanta gloria ha sabido dar con su talento a esta madre patria leonesa”. Como apunta Álvarez Domínguez (2006), “junto con la expresión nacionalismo -casi imperialismo leonés-, debe remarcarse la de madre patria leonesa, acepción que, por lo general, se reservaba entre los leoneses para referirse a España (madre patria o patria grande, en contraposición a la patria chica, León)”.
Por su parte, en agosto de 1922, el escritor y político Julio Senador Gómez publicó el artículo “La ganzúa” (de La Libertad reproducido por El Diluvio el 17 de agosto de 1922). En él, evocó la muerte de los Comuneros de Castilla como consecuencia de la pérdida del derecho del pueblo eliminado con la llegada de los Austrias. Senador Gómez denunció que el despotismo instaurado entonces se perpetuaba en su tiempo, al afirmar: “Como ahora”. Su reflexión vinculaba la memoria comunera con una crítica contemporánea al autoritarismo y a la exclusión del pueblo de la vida política.
POR UN AGRARISMO REPUBLICANO DE IZQUIERDAS
A finales de 1922, el Partit Republicà Català y la Unió de Rabassaires de Catalunya impulsaron la creación de una federación agraria republicana de ámbito estatal, en colaboración con el agrarista castellano Julio Senador Gómez y el sacerdote republicano Basilio Álvarez, líder de Acción Gallega. Esta alianza interregional buscaba articular políticamente a los trabajadores del campo en toda España. En el congreso de la Unió de Rabassaires celebrado el 6 de enero de 1923, se acordó “solidarizarse con todos los demás trabajadores de la tierra de España”, y Lluís Companys anunció la convocatoria de un gran congreso agrario en Madrid (Pomés, 2000). La propuesta fue recogida con interés por la prensa republicana madrileña. A mediados de febrero de 1923, Julio Senador Gómez y Lluis Companys firmaron un artículo conjunto en La Libertad donde concretaban la creación de la Federación Nacional Agraria (FNA). A finales de ese mes, Companys comenzó a recibir cartas de adhesión, entre ellas las de sus amigos Jesús Vicente Pérez y Emilio Vellando.
En este contexto, el 7 de enero de 1923, el geógrafo y antropólogo Luis de Hoyos Sáinz publicó en El Sol el artículo “Política y agricultura”, donde reflexionaba sobre el potencial del agrarismo como base política para las izquierdas. Criticaba que, a diferencia de los conservadores, las izquierdas habían descuidado sistemáticamente el mundo rural, limitando su acción a las ciudades. Hoyos Sáinz lamentaba la falta de un partido agrario español capaz de representar a los productores del campo, y señalaba que, aunque existían expresiones regionales del agrarismo (como los naranjeros en Levante, trigueros en Castilla o viticultores en Cataluña), la polarización política y la fragmentación social impedían su articulación nacional.
EL “DÍA DE CASTILLA”
“El inicio de la Dictadura de Primo de Rivera en 1923 supuso la liquidación del sistema canovista de la Restauración. En un principio el gobierno de Miguel Primo de Rivera no mostró una oposición frontal a los regionalismos” (González Clavero, 2002).
En octubre de 1923, los jóvenes escritores Ángel Lera de Isla (Urueña, Valladolid) y Florentino Hernández Girbal (Béjar, Salamanca) propusieron desde el semanario Castilla la Vieja de Valladolid la creación del “Día de Castilla”. Su objetivo era fortalecer los lazos entre las once provincias castellano-leonesas y exaltar su patrimonio cultural, histórico y natural. Inicialmente, propusieron el 2 de enero como fecha conmemorativa, coincidiendo con la toma de Granada en 1492 (Heraldo de Zamora, 15 de octubre de 1923). Sin embargo, tras recibir sugerencias del periodista Federico Santander, se planteó el 23 de abril, aniversario de la batalla de Villalar, como fecha más simbólica. Santander también propuso erigir un monumento a los Comuneros, con apoyo del Ateneo y el Ayuntamiento de Valladolid (La Libertad, 23 de octubre de 1923). El doctor Segundo Gila, en representación del Ayuntamiento de Segovia, apoyó esta fecha y sugirió una ceremonia en Villalar con un juramento de unión entre provincias, simbolizado por una piedra granítica como homenaje a los comuneros (El Adelantado de Segovia, 14 de noviembre de 1923). La propuesta tuvo una gran acogida. Lera de Isla y Hernández Girbal recibieron numerosas adhesiones en la prensa, entre ellos la de Narciso Alonso Cortés (El Pueblo Cántabro, 2 de noviembre de 1923).
(NOTA: Según su biógrafo Andrés Sorel (2013), Florentino Hernández Girbal nació en Béjar en 1902 y se trasladó con su familia a Medina del Campo en 1907. En 1920 inició estudios en la Universidad de Valladolid y comenzó a colaborar con los periódicos Castilla la Vieja y El Norte de Castilla, donde ya se perfilaba su pensamiento progresista y su sensibilidad regionalista. Hernández Girbal abrazó con entusiasmo la causa republicana y federal, influido por su admiración por Pi i Margall. Su pensamiento se fue definiendo cada vez más hacia posiciones de izquierda, en un entorno vallisoletano donde compartía tertulias con destacados castellanistas como el poeta Nicomedes Sanz o Emilio F. Cadarso, director de la revista Castilla la Vieja. En 1928 se trasladó a Madrid, donde comenzó a colaborar con el periódico antimonárquico La Tarde, dirigido por Eduardo de Guzmán. En 1931, Hernández Girbal se integró en el Ateneo de Madrid y participó en la fundación de la Unión de Escritores Revolucionarios. Tras la derrota de la República fue detenido y encarcelado en marzo de 1939. En prisión entabló amistad con el folklorista segoviano Agapito Marazuela y con el escritor y sindicalista Ángel María de Lera (no confundir con Ángel Lera de Isla), figuras comprometidas con la cultura popular y la resistencia antifranquista. Ya en democracia, en 1985 Hernández Girbal publicó una biografía de “El Empecinado”, en la que reivindicaba la memoria de los luchadores por la libertad frente al absolutismo. Su vida y obra reflejan una coherente trayectoria de compromiso con una Castilla republicana, federal y popular).
En noviembre de 1923 se consolidó la propuesta del “Día de Castilla”. El 11 de noviembre de ese año se celebró una asamblea en la Casa de Palencia en Valladolid, con la participación de representantes de la Casa de Palencia, de los ayuntamientos y diputaciones de Valladolid y Segovia, del director de El Diario de Ávila, y con adhesiones de otras provincias castellanas (El Día de Palencia, 13 de noviembre de 1923). Durante esta reunión, el doctor Segundo Gila, representante de Segovia, desempeñó un papel destacado al proponer que el “Día de Castilla” no se limitara a una celebración literaria o cívica, sino que adquiriera un carácter más amplio y útil. Uno de los aportes más significativos de Gila fue la propuesta de fijar el 23 de abril como fecha simbólica del “Día de Castilla”, coincidiendo con el aniversario de la batalla de Villalar. Propuso que ese día todas las provincias castellanas acudieran a Villalar para prestar un juramento de unión y concordia en memoria de los comuneros, y que en todas las ciudades castellanas se guardara un minuto de silencio en honor a los héroes de Villalar.
El diario El Cantábrico (20 de noviembre de 1923) respaldó estas ideas en un editorial titulado “Tendremos que celebrarle”. En él se destacaba el entusiasmo por la iniciativa y se subrayaba el potencial turístico y económico de la celebración, especialmente para ciudades como Santander. El periódico concluyó con la esperanza de que el 23 de abril de 1924 todas las provincias castellanas, incluida Santander, acudieran a Villalar para rendir homenaje a los comuneros y fortalecer la unión de Castilla (El Cantábrico, 20 de noviembre de 1923).
EL CASTELLANISMO DE JOSE DEL RÍO SAINZ “PICK”
En el contexto del debate sobre la identidad regional de Santander en 1923, el escritor santanderino José del Río Sáinz, conocido como "Pick", publicó el 28 de octubre en La Atalaya el artículo titulado “La personalidad de Santander. Castellanos por interés y por amor”, en el que rechazaba la propuesta de que Santander se convirtiera en la cabeza de una hipotética región cántabra, como defendía el primorriverista Fuentes Pila en consonancia con el Directorio militar (El Pueblo Cántabro, 27 de octubre de 1923).
Del Río argumentaba que la reconstrucción de una región cántabra sería problemática y arbitraria, debido a la falta de consenso histórico sobre sus límites. Citaba la confusión entre autores clásicos como Ptolomeo, Plinio y Fernández Guerra, quienes ofrecían versiones contradictorias sobre la extensión de Cantabria en la antigüedad. Incluso mencionaba casos extremos como el del autor Lope Barrón, quien sostenía que Logroño tenía origen cántabro. Más allá de las dificultades históricas y geográficas, Del Río defendía que Santander tenía más afinidades con Castilla que con una Cantabria indefinida. Señalaba que Burgos había sido durante siglos la sede eclesiástica, administrativa y militar de Santander, y que el comercio santanderino había girado históricamente en torno a Burgos. Además, destacaba la importancia del proyecto ferroviario que uniría ambas ciudades, y el papel de Santander como puerto natural de Castilla la Vieja.
En la visión de Del Río Sainz, la tradición viva y cercana con Castilla tenía más peso que las referencias literarias y fragmentarias sobre Cantabria en textos clásicos. Por ello, concluía que para Santander era más beneficioso y honorable ser el puerto de Castilla que la capital de una Cantabria incierta y mal definida (La Atalaya, 28 de octubre de 1923). Este artículo abrió una polémica sobre el provincialismo y la identidad regional en el contexto de reorganización territorial que se debatía durante la dictadura de Primo de Rivera, y se convirtió en una pieza clave del pensamiento regionalista castellano en el norte peninsular.
El 31 de octubre de 1923, el escritor santanderino José del Río “Pick” publicó en La Atalaya un segundo artículo titulado “Santander, la Montaña de Castilla”, en el que profundizaba su postura contraria a la reconstrucción de una región cántabra y defendía con firmeza la integración de Santander en una mancomunidad castellana. Proponía una federación de comarcas de abolengo castellano, en la que Santander conservara su personalidad regional dentro de una estructura común con Castilla. Esta mancomunidad, según él, debía respetar las particularidades de cada comarca, sin absorberlas ni homogeneizarlas. El autor insistía en que la nueva división regional debía basarse más en la realidad contemporánea —relaciones económicas, medios de vida, comunicaciones— que en criterios históricos obsoletos. En este sentido, defendía que el “hinterland” natural de Santander era Castilla, especialmente Burgos, con quien compartía lazos históricos, comerciales y culturales. Aunque reconocía las similitudes topográficas e industriales con Asturias y Vizcaya, Del Río sostenía que Santander no se identificaba ni como vasco ni como asturiano, sino como castellano. Reivindicaba el carácter montañés como una expresión particular de la identidad castellana, distinta tanto del asturiano como del vizcaíno, y afirmaba que la provincia de Santander era “la montaña por excelencia de Castilla”. Concluía que Santander debía ser reconocido como parte de Castilla la Vieja, no solo por razones históricas y geográficas, sino también por afinidades culturales y económicas, reafirmando así su rechazo a una Cantabria “literaria” y su apuesta por una Castilla plural y federada (La Atalaya, 31 de octubre de 1923).
El 3 de noviembre de 1923, José del Río Sainz “Pick” publicó en La Atalaya un tercer artículo titulado “La personalidad de la Montaña”, en el que respondió a las críticas del primorriverista Fuentes Pila y profundizó en su visión de la identidad regional de Santander. En este texto, Del Río Sainz defendía que no existía contradicción entre su afirmación del carácter castellano de Santander y el reconocimiento de su personalidad comarcal. Según él, así como Castilla representa una unidad dentro de España sin negar la diversidad regional, la Montaña representa una unidad dentro de Castilla, con sus propias particularidades. “Pick” rechazaba la idea de construir regiones uniformes y simétricas, lo que consideraba una forma de centralismo regional tan perjudicial como el centralismo nacional. Argumentaba que dentro de cualquier comarca existen diferencias internas significativas —como entre los pueblos del norte y del sur de Burgos, o entre los pasiegos y los lebaniegos en Santander—, y que estas diversidades no invalidan la pertenencia a una unidad mayor. Reiteraba su propuesta de una mancomunidad castellana unidas por lazos históricos, económicos y culturales. Defendía que Burgos, como “caput castellae”, debía ser el referente espiritual y geográfico de esta unión, y recordaba que el desarrollo comercial de Santander en el siglo XIX se debió en gran parte a su papel como puerto de exportación de las harinas de Valladolid y Palencia. Del Río Sainz también subrayaba la importancia de infraestructuras como el Canal de Castilla y el ferrocarril de Alar a Santander, que simbolizaban esa conexión histórica y material entre la costa y el interior castellano. Frente a la visión de Fuentes Pila, que promovía una Cantabria autónoma, “Pick” advertía que aislar a Santander de su “hinterland” castellano sería perjudicial para su economía, especialmente para su puerto, que no podía sostenerse únicamente con los recursos pesqueros y ganaderos de la Montaña. Concluía que la tesis castellanista no era una invención arbitraria, sino la expresión de un sentimiento colectivo forjado a lo largo de generaciones, y que cualquier intento de desvincular a Santander de Castilla sería contraproducente tanto desde el punto de vista histórico como económico (La Atalaya, 3 de noviembre de 1923).
El 13 de noviembre de 1923, José del Río “Pick” pronunció una conferencia en el Ateneo de Santander en la que reafirmó su postura castellanista frente al regionalismo cántabro defendido por Fuentes Pila. En su intervención, “Pick” reconoció la singularidad de la Montaña como comarca con vida propia gracias a sus recursos naturales, pero defendió que esa identidad no debía implicar aislamiento, sino una intensificación de los vínculos materiales y espirituales con otras comarcas castellanas. Propuso como ideal la creación de una mancomunidad de diputaciones y comarcas de raíz castellana, similar a la existente en Cataluña, donde cada provincia conservaría su autonomía dentro de una estructura común. En caso de una reorganización territorial más amplia, abogó por que Santander se integrara decididamente en una región castellana moderna. Finalmente, subrayó que Santander debía hacer valer su riqueza y su condición de puerto de Castilla como argumentos legítimos para aspirar a la capitalidad dentro de esa futura estructura regional (El Pueblo Cántabro, 14 de noviembre de 1923).
En el otoño de 1923, el debate sobre la identidad regional de Santander se intensificó en el Ateneo de la ciudad, donde se enfrentaron dos visiones contrapuestas: la del primorriverista Santiago Fuentes Pila, defensor de una Cantabria autónoma, y la de José del Río “Pick”, firme partidario de la integración de Santander en una Castilla moderna y federada, sin renunciar a su personalidad comarcal. El 4 de noviembre, Fuentes Pila apeló al ejemplo de La Mancha, que también reclamaba reconocimiento regional, para justificar su propuesta cántabra. Señaló que, al igual que Cantabria, La Mancha había presentado su reivindicación ante el Directorio militar de Primo de Rivera, encabezada por el obispo-prior de las Órdenes Militares, Monseñor Estenaga, lo que consideraba un precedente válido para su causa (El Pueblo Cántabro, 4 de noviembre de 1923).
Frente a esta visión, el 21 de noviembre, Jesús de Cospedal, vicepresidente del Círculo Mercantil de Santander, defendió en el Ateneo la unión con Castilla, destacando los beneficios económicos mutuos y el nexo espiritual entre la Montaña y la llanura castellana (La Atalaya, 22 de noviembre de 1923).
Días después, el intelectual santanderino Arturo Casanueva ofreció en La Libertad un lúcido balance del debate, señalando que el conflicto se había reducido a una disputa terminológica entre quienes querían llamar a la provincia “Cantabria” y quienes preferían “la Montaña de Castilla”. Identificó a Fuentes Pila como el principal defensor de la primera opción, y a José del Río Sainz “Pick” como el abanderado de la segunda. Casanueva reivindicó también la herencia intelectual de “Pick” al afirmar: “castellano de la más vieja Castilla, de la Montaña de Santander, como ahora decimos; de la Montaña de Burgos, como decían nuestros antepasados”. Aunque reconocía que el debate no había despertado una gran movilización popular, Casanueva subrayaba su valor simbólico. En sus palabras, “no está de más que Santander afirme su castellanismo”. Para él, esa afirmación era una forma de dignidad histórica frente a los intentos de reorganización territorial del Directorio. Y concluía con una sentencia rotunda: “Los pueblos no mueren por débiles, sino por viles. Y sería una vileza negar que fuimos, que somos y que queremos ser siempre castellanos” (La Libertad, 8 de diciembre de 1923).
(NOTA: Arturo Casanueva sufrió persecuciones durante la dictadura de Primo de Rivera, y posteriormente ejerció de abogado en Santander, tomando parte en todas las inquietudes artísticas y políticas. Años después creyó en la República y en la defensa de los obreros y paradójicamente y en extrañas circunstancias fue fusilado por milicias populares el 27 de diciembre de 1936, a los 44 años).
LA UNIÓN PATRIÓTICA CASTELLANA
Ante el proceso constituyente abierto por el Directorio militar de Primo de Rivera en 1923, que contemplaba una reorganización territorial basada en regiones, sectores conservadores y católicos castellanos decidieron intervenir en el debate para evitar que Castilla quedara al margen. Así, el 3 de diciembre de 1923 se fundó la Unión Patriótica Castellana, un movimiento regionalista de inspiración católica, social y monárquica, que proclamaba que “Castilla no puede estar ausente, ni llegar rezagada al renacimiento regional” (El Debate, 3 de diciembre; El Día de Palencia, 4 de diciembre de 1923). La iniciativa fue impulsada por Ángel Herrera Oria, sacerdote santanderino y director del diario El Debate. Desde su periódico, había mostrado sensibilidad hacia el castellanismo inspirándose en experiencias con una fuerte identidad religiosa y comunitaria, como ocurría con el nacionalismo católico irlandés.
La junta directiva de la Unión Patriótica Castellana estuvo presidida por Eduardo Callejo de la Cuesta, profesor de la Universidad de Valladolid y concejal en el ayuntamiento. El padre Bruno Ibeas, filósofo burgalés precursor de la democracia cristiana, saludó la creación del movimiento en “Empieza a hablar Castilla”, donde reivindicaba un castellanismo democrático y foral, heredero de los Concejos y Comunidades. Rechazaba el unitarismo centralista ajeno al espíritu castellano, y afirmaba que Castilla había sido “la más democrática de todas las regiones españolas”, vencida en Villalar no por sus enemigos, sino por la indiferencia de otras regiones (El Debate, 7 de diciembre de 1923).
El impulso regionalista se extendió rápidamente. El 13 de diciembre se celebró una reunión para constituir Acción Castellana, una organización alineada con la Unión Patriótica Castellana (Diario de Burgos, 12 y 14 de diciembre de 1923) que contaba entre sus miembros con Amadeo Rilova, presidente de la Diputación. El movimiento encontró eco en otras provincias como Ávila y Segovia. El médico y teólogo Ildefonso Rodríguez celebraba la expansión del castellanismo, señalando que si otras regiones como Cataluña o Aragón se organizaban por conveniencia, Castilla también tenía derecho a hacerlo (El Adelantado de Segovia, 18 de diciembre de 1923). Este castellanismo católico y social representó una alternativa conservadora, para articular una identidad castellana compatible con el orden político del régimen. Sin embargo, Ángel Herrera perdió el control al crearse Unión Patriótica, homónimo partido del régimen primorriverista.
NUEVA PROPUESTA DE MANCOMUNIDAD CASTELLANA
Tras la dimisión de Puig i Cadafalch como presidente de la Mancomunidad de Cataluña en protesta por la política anti catalanista de la dictadura de Primo de Rivera, este respondió con un Real Decreto sobre Mancomunidades aprobado el 12 de enero de 1924. Pocos días después, el periódico El Porvenir Castellano de Soria publicó un artículo en el que retomaba el llamamiento a constituir una Mancomunidad Castellana, inspirado por una propuesta surgida desde Valladolid. El texto instaba a los nuevos diputados provinciales a impulsar un proyecto regional que recogiera las aspiraciones de Castilla, tomando como modelo los logros alcanzados por la Mancomunidad catalana antes de su desmantelamiento. Se destacaba que, frente al abandono del Estado, Cataluña había logrado avances notables en infraestructuras, educación, comunicaciones y desarrollo económico gracias a la acción mancomunada. El artículo concluía que la única vía para el “engrandecimiento regional” y la “salvación de Castilla” era la creación de una Mancomunidad propia, y urgía a los representantes provinciales a iniciar esa “magna obra” sin demora (El Porvenir Castellano, 24 de enero de 1924).
Días después el catedrático de historia natural Joaquín Elizalde Eslava, navarro de nacimiento y alcalde de Logroño, intervino en el debate con un artículo titulado “De Mancomunidades”, publicado en el diario La Rioja. En él, defendía que, desde los puntos de vista geográfico, histórico y político-económico, La Rioja debía integrarse en una mancomunidad castellana. Elizalde argumentaba que, aunque geográficamente la cuenca del Ebro podría sugerir una región común con Navarra o Aragón, la historia y la organización política hacían inviable esa opción. Recordaba que la provincia de Logroño fue creada en 1833 con territorios desgajados de Burgos y Soria, y que la región riojana había estado históricamente vinculada a Castilla la Vieja, lo que, a su juicio, marcaba una dirección natural hacia Burgos. Desde el punto de vista político y económico, Elizalde señalaba que Navarra y Álava gozaban de regímenes forales o concertados. Cuestionaba que el Estado permitiera una unión con Navarra que implicara una autonomía similar a la foral, y rechazaba también una integración con las provincias vascas, con las que —según él— La Rioja no compartía ni historia ni ideología. Elizalde concluía que, aunque Logroño tuviera una personalidad propia, su reducido tamaño impedía que se constituyera como región independiente. Por tanto, debía aceptar la “ley histórica” que la empujaba hacia Castilla. Elizalde cerraba su intervención criticaba especialmente el uso del término “cántabros” o la propuesta de una “Mancomunidad cántabra” que incluyera a navarros, vascongados y riojanos, señalando que ni el territorio así definido se había llamado nunca Cantabria, ni sus habitantes se habían reconocido históricamente con ese nombre. Elizalde reafirmaba su tesis central: La Rioja debía mirar hacia Castilla, no solo por razones históricas y administrativas, sino también para evitar confusiones identitarias que, en su opinión, no respondían ni a la realidad histórica ni al sentir de sus habitantes (La Rioja, 30 de enero de 1924).
UNA SOCIEDAD POLÍTICA NACIONALISTA DESDE LA EMIGRACIÓN EN ARGENTINA
Durante la dictadura de Primo de Rivera, la represión y radicalización de los movimientos nacionalistas desplazaron la actividad política hacia las comunidades emigradas o exiliadas (Casas, S.L., 2012). A partir de 1923, en los centros regionales de la emigración en Argentina, surgieron diversas sociedades políticas impulsadas por sectores republicanos, federalistas y nacionalistas. Entre ellas destacan la Irmandade Nacionalista Galega en Buenos Aires, Acción Nacionalista Vasca (Mignaburu, M., 2013) y el Comité Llibertat (Lucci, M., 2009). En Cuba, en 1924, se fundó el Partido Nacionalista Canario, muchos años antes de que lograra implantarse en las propias islas (Blanco, J.A., Dacosta, A. y Sánchez, R., 2016).
En ese ambiente, castellanos residentes en Argentina comenzaron a organizarse políticamente “levantando la bandera por CASTILLA LIBRE”, tal y como recogía la crónica “¿Hacia la autonomía de Castilla?”, firmada el 4 de febrero de 1924 por Juan Durán y Nieto, corresponsal en Buenos Aires del periódico soriano El Porvenir Castellano. En ella se daba a conocer el manifiesto fundacional de la sociedad política Castilla Libre, nacida entre emigrantes castellanos y que representaba una convergencia de propuestas autonomistas, federalistas e incluso independentistas, todas ellas articuladas en torno a una crítica común al centralismo del Estado español y a la marginación histórica sufrida por Castilla. El manifiesto denunciaba la carencia de infraestructuras, los problemas de la agricultura y la explotación económica de la región, proclamando el derecho de Castilla a gobernarse a sí misma y su voluntad de unirse a otras regiones mediante un pacto federal. Se criticaba el proteccionismo económico que beneficiaba a zonas industriales y las guerras de Cuba y Marruecos, motivadas en gran parte por los intereses de esas industrias. Asimismo, se reivindicaba una acción política inspirada en el legado de los Comuneros de Castilla, considerados los únicos que históricamente defendieron con sangre la independencia de su pueblo frente al centralismo de gobernantes extranjeros. Las bases de la organización Castilla Libre incluían la proclamación de la independencia absoluta de la región castellana, la aspiración a federarse con otras regiones peninsulares, la lucha por la federación y la declaración de su acción como heredera del espíritu comunero.
LA APROBACIÓN DEL ESTATUTO PROVINCIAL Y LA SUSPENSIÓN DE LA MANCOMUNIDAD CATALANA
Bajo el título “Mancomunidad Castellana”, la prensa de Soria informó que la Diputación de Madrid había enviado una carta a las provincias de Castilla la Nueva con el objetivo de formar una Mancomunidad siguiendo el Real Decreto del 12 de enero. En la noticia se expresaba el deseo de que las ciudades castellano-leonesas se agruparan en una mancomunidad fuerte y robusta (El Porvenir Castellano, 14 de febrero de 1924). Días después, el mismo periódico abordó nuevamente el tema, esta vez enfocado en la necesidad de una Mancomunidad para Castilla la Vieja (El Porvenir Castellano, 24 de febrero de 1924).
El 21 de marzo de 1924, el Directorio de Primo de Rivera aprobó el Estatuto Provincial, lo que supuso la suspensión de facto de la Mancomunidad de Cataluña. Esta medida transformó el “regionalismo sano” en un provincialismo centralista y un españolismo intransigente.
VER PRIMERA ENTREGA DEL ARTÍCULO.
VER SEGUNDA ENTREGA DEL ARTÍCULO.
BIBLIOGRAFÍA
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CASAS, S.L. (2012). La comunidad catalana en la Argentina: militancia republicana e identidad nacional en la lucha contra la dictadura de Primo de Rivera. I Jornadas de Trabajo sobre Exilios Políticos del Cono Sur en el siglo XX. Memoria Académica, repositorio institucional de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata.
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