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Al proclamarse la II República el recuerdo comunero quedó reflejado en el artículo “1521-1931” de Luis Araquistain (El Sol, 15 de abril de 1931). En dicho texto el autor, intelectual e ideólogo socialista nacido en Bárcena de Pie de Concha (Cantabria), establecía un paralelismo entre la derrota de los comuneros castellanos en Villalar en abril de 1521 —representantes de las democracias municipales frente al absolutismo austríaco— y la proclamación de la Segunda República en abril de 1931, cuando los Ayuntamientos españoles vencen jurídicamente a la monarquía absolutista.
Según Araquistain, con este acontecimiento se cerraba un gran ciclo histórico y se consumaba una revolución pacífica que, en su sentido etimológico, significaba volver al punto de partida: a la soberanía popular de 1521. Consideraba que, aunque habían pasado cuatro siglos y diez años, la magnitud de esta revolución española —única en la historia— la convertía tanto en una epopeya política como en una obra de arte.
El 23 de abril de 1931, efeméride comunera de Villalar, el periódico El Cantábrico publicó el artículo “La hora difícil” de Víctor de la Serna, en el que defendía la necesidad de que la Montaña —la actual provincia de Santander— se preparase para una posible estructura federativa del Estado español. Reclamaba una labor intelectual rigurosa y la elección de representantes republicanos para las futuras Cortes constituyentes. Rechazaba el cantonalismo y la denominación “Cantabria” por considerarla imprecisa, reivindicando en cambio la identidad castellana de la región. De la Serna apelaba al argumento económico como el más contundente: Santander, como territorio ganadero, necesita tierras cerealistas y acceso fluvial, mientras que Burgos, Palencia y Valladolid requieren un puerto. Por ello, proponía la creación de una Mancomunidad de Castilla Septentrional como solución sensata, científica y práctica.
Sobre la personalidad republicana de Castilla reflexionó Julián de Torresano en “Espíritu de continuidad”, en el que apelaba a la permanencia de valores esenciales —intereses, ideas y principios— que trascienden los vaivenes políticos. Recordaba que Castilla fue republicana en el siglo X con Laín Calvo y Nuño Rasura, se convirtió en monarquía tras las victorias de Fernán González y perdió su protagonismo en Villalar. En el nuevo contexto republicano, destacaba la oportunidad histórica de que Castilla pudiera reclamar legalmente, ante las futuras Cortes Constituyentes, su personalidad, libertad, creencias y derechos (El Adelantado de Segovia, 24 de abril de 1931).
PRIMERAS PROPUESTAS AUTONOMISTAS
El 25 de abril de 1931 el nuevo Ayuntamiento republicano de Soria, presidido por José Antón Pacheco (alcalde) y Antonio Royo Arana (vicealcalde), aprobó una propuesta de autonomía para Castilla impulsada por los concejales independientes Aurelio de Marco y Rafael Sainz de Robles. Según Millares Cantero (1995) la inspiración de la propuesta recayó en el pimargalliano Royo Arana. Durante la sesión se debatió la iniciativa, que incluía comunicar la propuesta a otras provincias castellanas. Con sorna, el concejal conservador Calvo sugirió añadir una barrera aduanera para Castilla, mientras que Robles aclaró que no se trataba de una separación, sino de una federación. El alcalde recordó que la cuestión sería resuelta por las futuras Cortes Constituyentes (El Noticiero de Soria, 27 de abril de 1931). La moción fue aprobada. Los concejales Rioja y Artigas, ausentes en la sesión, solicitaron enviar un manifiesto a las demás provincias castellanas para pedir al Gobierno Central la autonomía de Castilla (El Diario de Soria, 28 de abril de 1931). Por su parte, Royo Arana respaldó la moción, considerando que la República seguiría un modelo federal (El Avisador Numantino, 29 de abril de 1931).
El 12 de mayo el Ayuntamiento de Valladolid recibió la propuesta del Ayuntamiento de Soria para la autonomía de Castilla la Vieja (Millares Cantero, 1995). Aunque la mayoría de los municipios destinatarios no respondieron con firmeza, entre ellos Valladolid, —como señala Millares en nota a pie de página con referencias a Orduña (1986), Palomares Ibáñez (1984) y Almuiña Fernández (1991)—, el Ayuntamiento de Segovia fue una excepción y aprobó por unanimidad su adhesión a la propuesta soriana (El Adelantado de Segovia, 14 de mayo de 1931).
En abril y mayo de 1931, diversos medios reflejaron el debate sobre la organización territorial de España en el nuevo contexto republicano, con especial atención a la propuesta de una Mancomunidad de Castilla Septentrional. El 28 de abril, El Día de Palencia comentaba el artículo “La hora difícil” de Víctor de la Serna (El Cantábrico, 23 de abril de 1931), destacando la necesidad de una estructura federativa que incluyera a Santander, Burgos, Palencia y Valladolid, provincias con intereses económicos complementarios: las cerealistas del llano necesitaban un puerto, y Santander requería una base agrícola para su expansión comercial. Al día siguiente, el mismo diario matizaba que esta mancomunidad no implicaría una ruptura con el resto de Castilla, sino una demarcación administrativa orientada al desarrollo económico.
Ese mismo día, El Cantábrico publicó el artículo “Cantabria por encima de todo” firmado por ‘U.S. DE E.’, que proponía la creación de un Estado federal entre Santander, Burgos y Palencia, con un territorio de más de 28.000 km² y varios puertos marítimos. El 6 de mayo, Víctor de la Serna respondió en una carta publicada bajo el título “La situación de la Montaña dentro de la España Federal”, en la que rechazaba el uso del término “Cantabria” como denominación del nuevo Estado, argumentando que Santander era una prolongación marítima de Castilla y que el nombre Cantabria carecía de rigor histórico y científico (El Cantábrico, 6 de mayo de 1931).
La celebración del Primero de Mayo en Palacios de la Sierra (Burgos) fue un momento de exaltación del federalismo comunero, reflejo del espíritu republicano y castellano que impregnaba los primeros días del nuevo régimen. Organizada por la corporación municipal presidida por Pedro Simón Llorente, la jornada comenzó con una manifestación popular acompañada de dulzaineros, y culminó en la Plaza Mayor con discursos desde una tribuna. El alcalde Simón Llorente agradeció el comportamiento ejemplar del pueblo y ofreció una intervención extensa sobre el significado histórico del Primero de Mayo y las luchas obreras. Tomás Medrano Lázaro, natural de Quintanar de la Sierra, secretario del Ayuntamiento de Palacios de la Sierra y curtido castellanista desde los tiempos de Antonino Zumárraga en 1914 (La Voz de Castilla, 29 de marzo de 1914), denunció los privilegios monárquicos como “derechos leoninos” incompatibles con el siglo XX y defendió la República federal, tomando como modelos a Estados Unidos y Suiza. Medrano Lázaro reivindicó la tradición de libertades de Castilla y llamó a trabajar con entusiasmo por la nueva etapa republicana (Diario de Burgos, 5 de mayo de 1931).
El 2 de mayo de 1931, El Avisador Numantino publicó la transcripción de una conferencia ofrecida por José Tudela en el Ateneo de Burgos, originalmente recogida por El Castellano. Tudela, director de la Biblioteca Provincial de Soria, defendió con entusiasmo la creación de un Centro de Estudios Castellanos como instrumento para la renovación cultural y política de Castilla. Subrayó la necesidad de superar los tópicos heroicos e históricos que tradicionalmente han definido la región, proponiendo en su lugar un estudio profundo de sus valores y características propias. Señaló la creciente fraternidad entre Soria y Burgos como base para esta iniciativa, y puso como ejemplo los centros de estudios creados en otras regiones como Cataluña, Galicia y el País Vasco. Además, destacó la importancia de recopilar el cancionero popular castellano, mencionando la labor de Federico de Olmeda, quien logró reunir más de quinientas canciones tradicionales.
ENTRE EL FEDERALISMO Y LA MEMORIA COMUNERA.
En mayo de 1931, el periódico El Cantábrico publicó una serie de artículos que reflejan el intenso debate sobre el modelo territorial del Estado español y el papel de Castilla en ese proceso. El santanderino Jesús de Cospedal escribió “El cantón federal autónomo” (El Cantábrico, 5 de mayo de 1931), donde defendía la necesidad de una estructuración federal autónoma en España, inspirada en el modelo suizo y en el pensamiento de Pi y Margall. Señalaba una creciente presión regional por la independencia administrativa, especialmente en Cataluña, País Vasco, Galicia, Asturias-León, Aragón, Levante, Andalucía y Extremadura. Propuso la creación de un “Cantón Federal de las Montañas de Burgos”, que incluiría provincias como Palencia, Valladolid, Soria y Ávila, y cuya iniciativa debería partir de la Diputación Provincial, apelando a la colaboración entre provincias castellanas para acceder al mar y fortalecer su posición económica y política.
Dos días después el torrelaveguense Manuel Ruiz de Villa, diputado del Partido Republicano Radical Socialista, escribió “Las rutas de Santander”, donde abordaba el regionalismo desde una postura reflexiva. Aunque no se declaraba ni unitario ni federal, advertía que, si el debate sobre la estructura del Estado afectaba la soberanía política, Santander tendría que posicionarse. Rechazaba tanto el “cantabricismo selvático” como una vuelta acrítica a Castilla la Vieja, y proponía una postura basada en la convivencia inmediata, guiada por la geografía y la economía. En caso de integrarse en un Estado federal, consideraba que Santander debería mirar hacia Burgos, Palencia y Valladolid (El Cantábrico, 7 de mayo de 1931).
Finalmente, Víctor de la Serna en “Fantasía final”, celebraba haber iniciado el debate sobre la reorganización territorial de Castilla. Llamaba a trabajar y discutir sobre la posible Mancomunidad o incluso el Estado de Castilla Septentrional o Castilla la Vieja. Insistía en que cualquier paso debía contar con las provincias del norte, y posiblemente también con las del sur y oriente. Proponía que el Estatuto de Castilla fuera elaborado de forma democrática y científica, sin intereses partidistas, y entregado a los diputados constituyentes como expresión genuina de la voluntad castellana (El Cantábrico, 14 de mayo de 1931).
En su artículo “¿República confederada o dual?” Dionisio Pérez, escritor federalista andaluz, reflexiona sobre el proceso de transformación política que atraviesa España tras la proclamación de la Segunda República. Desde una perspectiva federalista, señala que el verdadero impulso renovador no proviene de Madrid, sino de Barcelona, donde se está gestando una nueva España que rompe con la estructura centralista tradicional. Respecto a Castilla, Pérez aclara que no responsabiliza a esta región de la tutela histórica que ha oprimido a los pueblos españoles. Afirma que no fue Castilla la culpable, ni siquiera Madrid, sino el poder concentrado en el Palacio del Rey, las camarillas aristocráticas, los bufetes de abogados y la burocracia estatal. De todos ellos, salvo la monarquía, los demás mecanismos de control aún perduran. Su propuesta es que, en una España confederada, cada comarca —incluida Castilla— pueda renacer libremente, organizando su vida política, administrativa, religiosa y económica según su voluntad, liberándose de esa tutela secular (Diario de Burgos, 7 de mayo de 1931).
En un contexto de debate nacional sobre el modelo territorial que debía adoptar la nueva República —si federal o integral—, el intelectual vallisoletano Narciso Alonso Cortés rescató en “Política regionalista: la Federación Castellana” el histórico federalismo pactista, el denominado Pacto Federal Castellano, que tuvo especial relevancia durante el Sexenio Democrático y en el texto constitucional de la Primera República. Con este gesto, el autor reintrodujo en el debate político una propuesta de organización territorial basada en la tradición histórica de Castilla (El Norte de Castilla, 14 de mayo de 1931).
El 18 de mayo de 1931, el Dr. Misael Bañuelos ofreció una conferencia en el Ateneo de Valladolid en la que analizó el impacto del cambio político en distintas regiones de España. Según Orduña (1986), Bañuelos destacó que, mientras en Castilla el cambio había sido meramente gubernamental, en Cataluña implicaba la recuperación de instituciones regionales y el inicio del proceso autonómico. A partir de este contraste, defendió que la autonomía sería beneficiosa tanto para Castilla como para otras regiones. Bañuelos abogó por la creación de un Estado Federal y exhortó a Castilla a no obstaculizar el movimiento autonómico, sino a reconstruir su identidad histórica y reclamar sus derechos en igualdad de condiciones. Esta postura fue recogida por El Norte de Castilla el 19 de mayo de 1931.
Celso Arévalo denunció la exclusión de representantes segovianos en la Comisión encargada de incautar el patrimonio de la Corona. En un artículo señala que los llamados “predios reales” son, en realidad, bienes comunales pertenecientes a la Universidad de la Tierra de Segovia. Estos terrenos no son propiedad del Estado ni de los concejos, sino comunales, y fueron incorporados al patrimonio real mediante cercamientos y apropiaciones indebidas. Arévalo subraya que todos estos predios se encuentran dentro del territorio segoviano y lamenta el desconocimiento general sobre la vasta extensión de los alijares segovianos, que llegan incluso a las inmediaciones de Madrid. Critica la visión limitada de la organización territorial española, que ignora la existencia viva de las comunidades castellanas, y reivindica el comunismo castellano practicado en la Edad Media. Según Arévalo, este sistema no abolía la riqueza, sino la pobreza, y estaba tan profundamente arraigado en Castilla que aún perdura, a pesar de los abusos cometidos por el Estado. Rechaza la idea de que el comunismo sea una novedad rusa, y recuerda que el comunismo español fue una forma de organización social que permitió la prosperidad de Castilla. Atribuye a esta estructura comunal la grandeza histórica de la región, y sostiene que su destrucción, tras la derrota de Villalar, marcó el inicio de la decadencia española, afectando gravemente a la industria, despoblando el campo y debilitando las obras públicas que dependían de las comunidades. Asimismo, Celso Arévalo critica la creación de la provincia de Madrid, que mutiló la tierra segoviana siguiendo un modelo francés impuesto por José Bonaparte. Esta reorganización administrativa desmembró el territorio natural de Segovia, redujo su capital a una subprefectura y dejó fuera a numerosos pueblos comuneros. La tierra segoviana, que se extendía desde el Duero hasta el Jarama, el Tajo y el Guadarrama, quedó fragmentada entre varias provincias, perdiendo su unidad histórica y funcional. Finalmente, el autor anuncia que en futuros artículos detallará los pleitos entre la Comunidad y la Corona sobre estos bienes, y hace un llamado a los segovianos y a todos los españoles a defender los derechos comunales y restaurar la organización comunera. Considera que esta restauración sería una empresa digna de la República, capaz de afrontar la crisis obrera, descongestionar las ciudades y devolver la prosperidad a Castilla, reparando así el daño histórico causado por el crimen de Villalar (El Liberal, 9 de mayo de 1931).
[NOTA: Celso Arévalo Carretero -1885-1944- fue un científico segoviano pionero de la historia natural, la ecología y la limnología, introductor de la ecología acuática en España. Era primo de Luis Carretero Nieva, con el que compartía su dedicación al estudio de las Comunidades de Villa y Tierra de la Extremadura castellana].
EL DESPERTAR AUTONOMISTA DE LOS AYUNTAMIENTOS BURGALESES
En el contexto de redefinición territorial y del intenso debate sobre el modelo de Estado que debía adoptar la Segunda República -federal o integral-, varios municipios de la provincia de Burgos comenzaron a alzar la voz en mayo de 1931, apenas un mes después de su proclamación, en favor de una autonomía para Castilla.
El 18 de mayo, el Ayuntamiento de Villovela de Esgueva, presidido por el alcalde Claudio Royuela, acordó solicitar al Ayuntamiento de Burgos y a la Diputación Provincial la convocatoria de una Asamblea de Municipios Castellanos con el fin de redactar un Estatuto de Castilla que regulara su autonomía federativa dentro de la República. En su comunicado se afirmaba: “Llegó la hora histórica del despertar de Castilla para lograr sus justas aspiraciones” (Diario de Burgos, 21 de mayo de 1931).
Al día siguiente, el Ayuntamiento de Villafruela, mediante un escrito firmado por su alcalde Melquiades Maté, hizo pública una resolución adoptada el 17 de mayo en la que también se solicitaba la convocatoria de una asamblea castellana. Además, se reclamaba la creación de un Ministerio de Agricultura, dada la situación de abandono del campo castellano y su importancia económica para la región y para España (Diario de Burgos, 21 de mayo de 1931).
Ese mismo 19 de mayo, el Ayuntamiento de Palacios de la Sierra, a través de su alcalde Pedro Simón Llorente, envió una extensa solicitud a Diario de Burgos en la que se denunciaba el trato desigual recibido por Castilla frente a otras regiones. Inspirándose en modelos federales como los de Suiza y Estados Unidos, Simón Llorente defendía abiertamente un republicanismo federal de Estados o Cantones independientes entre sí, en el que cada entidad territorial gozara de soberanía en beneficio de la comunidad. En su escrito, el alcalde rural llamaba a Castilla a ponerse alerta para defender sus intereses regionales (Diario de Burgos, 23 de mayo de 1931). En la misma edición, el periódico recogía también la petición del alcalde de La Horra, quien solicitaba a la Diputación la convocatoria de una asamblea de municipios burgaleses para debatir sobre la estructuración federal del Estado.
[NOTA: El labrador Pedro Simón Llorente había regresado a su pueblo desde la emigración en Argentina. Al llegar se implicó en el sindicalismo obrero como miembro de UGT. Fue elegido alcalde republicano de la localidad burgalesa de Palacios de la Sierra. Tras el golpe de estado del 36 huyó al monte, permaneciendo en las montañas de Burgos y Soria para incorporarse después al ejército republicano en Guadalajara. En enero de 1940 fue fusilado en la localidad valenciana de Paterna a la edad de 43 años. En 2019 su biznieta Laura Martín consiguió recuperar sus restos, la memoria y la vida de película de Pedro Simón Llorente, que “como alcalde proclamó ideas innovadoras, como por ejemplo la independencia de Castilla y numerosos derechos sociales que chocaron con los intereses de la jerarquía local, que le pusieron en el punto de mira de los sublevados militares contra el Gobierno” republicano (Diario de Burgos, 3 de julio de 1919)].
Finalmente, la Diputación Provincial había decidido convocar una reunión de la Comisión Gestora para tratar el tema del Estatuto de Castilla. En la sesión se leyeron las instancias de varios ayuntamientos —entre ellos Quintanamanvirgo, Boada de Roa, Guzmán, Villovela, Villafruela y Palacios de la Sierra— y se acordó organizar una asamblea para que los municipios pudieran expresar su opinión ante las próximas Cortes Constituyentes. Se nombró una comisión encargada de preparar dicha reunión (Diario de Burgos, 29 de mayo de 1931).
EL CASTELLANISMO SEGOVIANO ANTE LA SEGUNDA REPÚBLICA
En mayo de 1931, en plena efervescencia política tras la proclamación de la Segunda República, surgieron voces que denunciaban la situación de Castilla y reivindicaban su identidad histórica. Ignacio Carral, en su serie de artículos titulados “Regionalismo Castellano” publicados en el Diario de Burgos (21, 22 y 23 de mayo de 1931), trazó un retrato sombrío de la región. Señaló que, tras el fin de la dinastía de los Austrias, Castilla quedó anulada bajo una monarquía “francamente extranjera”. Denunció cómo los reyes mutilaron sus bienes comunales para construir sitios reales, impusieron una división provincial arbitraria que borró comarcas tradicionales, y ofrecieron a cambio una administración superficial que convirtió ciudades exangües como Guadalajara, Segovia, Ávila y Toledo en capitales provinciales. Con ironía, describió cómo estas medidas solo sirvieron para que las jóvenes pudieran tener novios cadetes y celebrar bailes en el casino, mientras el campo castellano se despoblaba lentamente, y Castilla moría sin que se percibiera siquiera “el estertor de su agonía” (Diario de Burgos, 23 de mayo de 1931).
En paralelo, Julián de Torresano en “Castilla ante las Constituyentes” lamentaba la falta de conciencia política en Castilla ante la inminente elección de las Cortes Constituyentes. Criticaba la indiferencia de las élites y la pasividad de las masas, y denunciaba que nadie parecía saber qué debía pedir Castilla en ese momento histórico. Mientras Cataluña se movilizaba con claridad y determinación, Castilla permanecía en una “desconsoladora quietud”. Torresano evocaba el artículo de Luis Araquistain en El Liberal, donde se afirmaba que desde Villalar (1521) hasta las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, Castilla había estado sometida por una tiranía extraña. Por ello, llamaba a enviar a las Cortes representantes que encarnaran el espíritu de los comuneros —Padilla, Bravo, Maldonado— y no figuras indiferentes. Instaba a los políticos a pensar en los problemas concretos de Castilla: sus campos sedientos, la falta de ferrocarriles, minas inexplotadas, arte olvidado, industria arruinada, historia encarnecida, bosques abandonados, ideales arrinconados y libertades pisoteadas. Propuso como lema las fechas 1521-1931, símbolo de una lucha por la libertad y la recuperación de la identidad castellana (El Adelantado de Segovia, 22 de mayo de 1931).
EL DEBATE EN OTRAS PROVINCIAS
El 29 de mayo de 1931 la prensa recogió la crónica de un mitin del Partido Republicano Radical Socialista celebrado en Roa (Burgos), en plena Ribera del Duero. En el acto participaron entre otros Manuel Martínez, presidente de los republicanos de Aranda y Gregorio Fernández Díez, quien pronunció un discurso especialmente significativo. Según el diario, Fernández Díez comenzó lamentando la falta de transigencia de parte del público, invocando su condición de ribereño para calmar el ambiente. Afirmó que la consecuencia es en Roa una virtud política, y que quienes se acogen a los pliegues de la bandera tricolor la defenderán como buenos republicanos, con patriotismo y lealtad ribereña. Evocó la figura del Empecinado como símbolo de patriotismo y liberalismo, exaltando su defensa de Roa frente al carlismo incendiario. Luego denunció que, aunque se había derrocado la monarquía, aún no se había instaurado una verdadera República republicana. Según él, los verdaderos enemigos no eran el monarquismo ni el comunismo, sino el riesgo de que la República fuera corrompida por los mismos hombres del antiguo régimen: las oligarquías, los generales, los altos funcionarios y los vicios de siempre. Advirtió que, por los síntomas visibles, todo podía acabar en un simple cambio de rótulo, y llamó a una acción política radical. Fernández Díez concluyó su intervención con un mensaje de esperanza, expresando su fe en el porvenir y en el triunfo de la libertad y la justicia (Diario de Burgos, 29 de mayo de 1931).
El 29 de mayo de 1931, La Voz de Soria publicó un artículo de Ricardo Paredes titulado “Federación de entidades castellanas”, centrado en una conferencia pronunciada en la Casa de Castilla en Madrid por el joven abogado leonés Emilio Jesús Villalba Pérez. El acto, presidido por representantes de la Casa de Castilla y el Hogar Leonés, reunió a un auditorio numeroso y selecto, en el marco de las reuniones que venían celebrándose entre centros provinciales castellano-leoneses con el objetivo de avanzar hacia una federación regional. El conferenciante bordó el tema “Federalismo y necesidad de la Federación a los Centros Provinciales Castellano-Leoneses”, comenzando con una reflexión personal sobre su entusiasmo por el federalismo desde sus años como estudiante de Derecho. Definió el federalismo como una forma de integración y descentralización “desde abajo”, en contraposición a la visión centralista que lo interpreta como desmembración. Para Castilla, afirmó, la federación representaría una solución a sus múltiples problemas rurales, especialmente en el campo, el viñedo y el trigo. Reconoció que existen diferencias entre las regiones de Castilla y León, pero sostuvo que ello no impedía ser federables. En su intervención, elogió la labor del Gobierno provisional en Ginebra y puso como ejemplo la Confederación Suiza, relatando cómo dos cantones resolvieron un conflicto mediante mecanismos federales. Afirmó que, aunque la estructura constitucional pudiera variar, ello no sería obstáculo para la federación castellanoleonesa. Villalba defendió la unión entre Castilla la Vieja y Castilla la Nueva, y propuso preparar a los directivos de los centros provinciales de cara a las elecciones generales. Como socio del Hogar Leonés, instó a avanzar hacia la federación de Castilla y León (El Porvenir Castellano, 1 de junio de 1931).
José Prat, presidente del Ateneo de Burgos, pronunció una conferencia en el Ateneo de Soria sobre “Los Problemas de Castilla y el Centro de Estudios Castellanos”. En su intervención, Prat recordó la excursión realizada en septiembre del año anterior a los pinares de Navaleno, donde sorianos y burgaleses fraternizaron y surgió la idea de crear el Centro de Estudios Castellanos. Él mismo recibió el encargo de hacer pública esta iniciativa, que fue acogida con entusiasmo por los sorianos y posteriormente por otras ciudades castellanas. Prat abordó el nuevo régimen político afirmando que Castilla debía redimirse, y recordó los fundamentos expuestos por el señor Tudela en una conferencia anterior en Burgos. Llamó a toda Castilla a responder al llamamiento del Centro de Estudios Castellanos, subrayando que los problemas regionales están estrechamente ligados a los nacionales y deben abordarse sin demora. Con referencia en otras instituciones como el Institut d´Estudis Catalans, el Seminario de Estudios Gallegos y la sociedad Eusko Ikaskuntza, había llegado el momento de fundar el Centro de Estudios Castellanos, hecho que se materializó el 18 de mayo de 1931. Según Prat, Castilla debía demostrar sus valores espirituales y materiales, y para ello necesitaba una entidad que canalizara sus aspiraciones. Enumeró los principales problemas que debía afrontar la región: la emigración, el cerealismo —por ser Castilla eminentemente agrícola—, el viñedo, la ganadería, los riegos, las Confederaciones Hidrográficas y el ámbito cultural. Concluyó que no se podía permanecer inactivo si se deseaba el engrandecimiento de Castilla (El Avisador Numantino, 30 de mayo de 1931).
Narciso Alonso Cortés y Misael Bañuelos presentaron ante la Diputación Provincial de Valladolid una proposición para que Castilla solicitara la autonomía con la misma amplitud y condiciones que otras regiones españolas. En respuesta, la Diputación convocó a corporaciones, entidades y fuerzas vivas de la ciudad a una reunión presidida por Gil Baños, en la que Alonso Cortés defendió la propuesta. Bañuelos intervino señalando que el primer paso debía ser consultar a las provincias sobre su voluntad de asociarse a una u otra región, y posteriormente a los ayuntamientos. Subrayó las ventajas que la autonomía podría ofrecer a las distintas regiones españolas. Durante el debate, el abogado Roldán Trápaga, en representación del Colegio de Abogados, planteó si existía realmente un espíritu colectivo en Castilla y León para asumir un régimen autonómico, y propuso considerar la provincia como unidad básica en lugar de la región. Alonso Cortés respondió citando el ejemplo de Santander, Burgos y Palencia, que deseaban constituir un Estado de Castilla Septentrional, y defendió la necesidad de coordinarse con todas las provincias castellanas para estudiar el problema. La reunión concluyó con la creación de una comisión encargada de realizar los primeros trabajos y convocar una nueva asamblea para encauzar el proceso de forma definitiva. (Diario de Burgos, 1 de junio de 1931).
El poeta segoviano Alfonso Moreno Redondo, en su artículo “Hacia la Federación ibérica” señala que, tras la derrota de los comuneros en Villalar, comenzó el sometimiento forzoso al poder central, y que tanto los Austrias como los Borbones impusieron a sangre y fuego el principio de “una ley; un rey”. Como resultado, Castilla fue la primera en ver holladas sus libertades y fueros, y desde entonces ha permanecido “callada, sumisa, sufriendo los rigores de la endémica injusticia social y la opresión de su nacionalidad”. Moreno Redondo interpreta este aislamiento no solo como abandono, sino también como una forma de resistencia latente. Con la llegada de la República, considera que ha desaparecido la obstrucción secular al resurgimiento de Castilla, que no necesita buscar una nueva personalidad, sino continuar su verdadera historia. Invoca la idea de Renán de que una nación es “un plebiscito diario”, y llama a Castilla a expresar su identidad en el proceso de estructuración de España como una federación de pueblos libres. Finalmente, defiende la idea de una Federación Ibérica, sustentada en la concordia entre pueblos de similares características culturales, lingüísticas y raciales, como paso hacia una Federación mundial, ideal de quienes sienten el amor a la humanidad más allá de los intereses particulares. (Segovia Republicana, 6 de junio de 1931).
[NOTA: Alfonso Moreno Redondo -Segovia, 1910-Madrid, 2010- fue alumno de Antonio Machado en Segovia. Se licenció en derecho en la Universidad Central de Madrid. En 1932 ingresó por oposición en el Banco de España destinado a Granada, donde conoció a Luis Rosales. En 1940 fue destinado a Madrid donde cultivó la amistad con los poetas de su generación -Luis Rosales, Leopoldo Panero, Dionisio Ridruejo,…-. En 1943 ganó el Premio Adonais de poesía en su primera convocatoria. En 1946 publicó una antología de poetas, primera vez que en la España de la posguerra se recogían obras de los poetas que defendieron la República].
LA UNIÓN CASTELLANA AGRARIA
En junio de 1931 se constituyó en Palencia la Unión Castellana Agraria, una nueva formación política de orientación castellanista y agraria, que se organizaba dentro de la legalidad vigente de la República y con voluntad de colaborar con ella. Su objetivo principal era destacar la personalidad de Castilla dentro del Estado unitario español, reconociendo la existencia natural e histórica de las distintas regiones, y defendiendo la castellana frente a cualquier aspiración regional que pudiera menoscabarla.
La agrupación consideraba que la agricultura era la fuente primordial de vida y riqueza de Castilla, y asumía como cometido prioritario el estudio técnico de los problemas agrícolas, así como la difusión de soluciones prácticas mediante la propaganda. Para ello, anunció la creación de un Centro de Estudios Castellanos, concebido como oficina de investigación, organización y propaganda, bajo la dirección de un secretario técnico asesor. Como organización regional, la Unión Castellana Agraria proyectaba establecer secciones locales y comarcales en toda la provincia, además de secciones juveniles y femeninas. Asimismo, se propuso a Ricardo Cortes y Juan Díaz Caneja, figuras de reconocido prestigio en Palencia, como candidatos para representar al partido en las próximas elecciones (El Avisador Numantino, 13 de junio de 1931).
El 15 de junio de 1931 se celebró en Burgos la asamblea del Partido Republicano Radical Socialista, presidida por el señor Ferrer, en la que se abordaron cuestiones clave de cara a las próximas elecciones. Durante la reunión se lanzaron críticas a su escisión el Partido Republicano Autónomo burgalés y al Partido Socialista, y el punto principal giró en torno a la conveniencia de realizar nuevas gestiones con los socialistas. La presidencia se mostró partidaria de concurrir a la lucha electoral en alianza con la Derecha liberal-republicana, considerando que el partido estaba desligado del Republicano Autónomo. Se acordó reservar dos puestos en la candidatura para miembros de la derecha liberal-republicana.
En cuanto a los nombres propuestos para la candidatura, se eligieron por el Partido Republicano Radical Socialista a Antonio Caballero, alcalde de Miranda de Ebro, y Eliseo Cuadrao, vecino de Villarcayo. Por la Derecha liberal-republicana se designó a Manuel Martín Martínez, de Aranda de Duero, y por el Partido Republicano Progresista a Francisco Vega de la Iglesia. En previsión de un posible acuerdo con los socialistas se propuso el nombre de Misael Bañuelos, burgalés residente en Valladolid, en caso de que los socialistas solo solicitaran un puesto. (Diario de Burgos, 16 de junio de 1931).
En junio de 1931, la prensa palentina informó sobre la aparición de dos candidaturas castellanistas y agrarias para las elecciones a las Cortes Generales, ambas con nombres similares pero con perfiles políticos claramente diferenciados. Por un lado, la Unión Castellana Agraria, encabezada por Ricardo Cortes Villasana (muy próximo a Ángel Herrera) y Juan Díaz-Caneja y Candanedo, que se presentaba como una agrupación de orientación social y regionalista, comprometida con la legalidad republicana y con la defensa de la personalidad histórica de Castilla (El Día de Palencia, 19 de junio de 1931). Por otro lado, la Candidatura Castellanista-Agraria independiente, liderada por Abilio Calderón Rojo, representaba una opción de significación derechista. Pocos días después, Juan Díaz-Caneja anunció su retirada de toda actuación política por motivos de salud, mediante una carta abierta a los electores de Palencia (El Día de Palencia, 24 de junio de 1931). A pesar de su retirada como candidato, Díaz-Caneja mantuvo su vinculación con la Unión Castellana Agraria. En una conferencia celebrada en Carrión de los Condes, expuso los principios de la organización, denunciando que el agrarismo social en Castilla no había logrado consolidarse como una clase consciente de sus derechos. Defendió el valor espiritual de Castilla, y afirmó que la redención de la región solo sería posible cuando los agricultores no dependieran de señores de ningún género. Respondió también a quienes lo acusaban de socialista y separatista, aclarando que su defensa de los derechos agrarios y su admiración por el modelo catalán no implicaban separatismo político, sino una apuesta por el regionalismo administrativo (El Día de Palencia, 1 de julio de 1931).
El 4 de julio de 1931, la Unión Castellana Agraria publicó una nota oficiosa reafirmando su compromiso con el regionalismo castellano, su aceptación de la República como régimen político, y su intención de colaborar con su afianzamiento y organización definitiva. Entre los acuerdos adoptados, se anunció la creación de un Centro de Estudios Castellanos, que comenzaría a funcionar a finales del verano y editaría una revista titulada “Estudios Castellanos”. La nota también recogía la adhesión enviada por Díaz-Caneja desde Madrid y la despedida de Ricardo Cortes Villasana, que partía hacia la capital como primer diputado de dicha organización política regionalista castellana (El Día de Palencia, 4 de julio de 1931).
En el artículo titulado “¿Y el Estatuto de Castilla?” Julián de Torresano realiza una crítica contundente a la falta de representación política y conciencia regional en Castilla en el contexto de la Segunda República Española. Torresano lamenta que, a pesar de contar con numerosos intelectuales, Castilla no disponga de una intelectualidad comprometida con su identidad regional, capaz de redactar un estatuto propio que reivindique sus derechos históricos y libertades tradicionales. Mientras otras regiones de España presentan demandas de autonomía y afirmaciones particularistas, Castilla permanece en silencio, atrapada en una visión centralista que no responde a sus intereses. El autor denuncia que los partidos centralistas imponen candidatos cuneros —ajenos a la región— en las provincias castellanas, lo que evidencia una falta de representación auténtica. Asimismo, critica que los periódicos locales continúen promoviendo una narrativa unitaria basada en el “interés general”, ignorando el momento histórico en que se están reconociendo los derechos de los pueblos hispanos. Torresano subraya la urgencia del momento, ya que la Asamblea Nacional está próxima a discutir los estatutos regionales, y exige que Castilla también sea considerada, no de forma genérica, sino con una propuesta específica. El artículo culmina con un llamado apasionado a los intelectuales castellanos, evocando el espíritu de Castelar para instarlos a despertar y reclamar su patria: “¡Levantaos, esclavos, que tenéis Patria!”. Esta proclama refleja el deseo de Torresano de que Castilla recupere su voz política y cultural en un momento clave de transformación institucional en España (El Adelantado de Segovia el 13 de julio de 1931).
MANUEL FEIJOO Y TORRES, UN CASTELLANISTA DE IZQUIERDAS
La participación de Manuel Feijoo y Torres en el debate castellanista durante el verano de 1931 fue intensa y sostenida, articulada principalmente a través de sus colaboraciones en La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas. A lo largo de varios artículos publicados entre julio y agosto de ese año, el autor desarrolló una reflexión crítica sobre la situación territorial de Castilla, su papel en la historia de España y la necesidad urgente de dotarla de un Estatuto de Autonomía dentro de una concepción federal del Estado, una Castilla que para Feijoo y Torres coincidía territorialmente con la del Pacto Federal Castellano de 1869.
En “¿Castilla, tendida al sol?” Feijoo y Torres reivindicó la autonomía para Castilla y recuerda la frustrada iniciativa de Lera de Isla y Hernández Girbal en 1924 para conmemorar el 23 de abril como “Día de Castilla”. Aunque apoya la propuesta, critica su excesivo historicismo y lamenta la indiferencia de las élites castellanas ante el castellanismo emergente. En este contexto, el autor llama a superar el silencio tradicional de Castilla y a reclamar su lugar en el nuevo orden republicano (La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas, 17 de julio de 1931).
Una semana después, en “Valladolid, capital de ‘Las Castillas’” el mismo autor analiza la división territorial arbitraria que fragmenta a Castilla en Castilla la Vieja, Castilla la Nueva y la región leonesa, proponiendo una reorganización que agrupe a todas las provincias castellanas en un solo Estado. Además, sugiere que Madrid sea declarada ciudad libre, con funciones de capital del Estado federal, y que Valladolid asuma el papel de capital de “Las Castillas” (La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas, 24 de julio de 1931).
En “Variaciones sobre Castilla” Feijoo y Torres expresa su admiración por el impulso que el Estatuto catalán dará a Cataluña, y manifiesta su deseo de que Castilla experimente un empuje similar hacia la autonomía (La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas, 7 de agosto de 1931). Esta idea se profundiza en “Castilla debe rectificar”, donde el autor asume una postura crítica pero esperanzada: reconoce la responsabilidad histórica de Castilla en la configuración centralista del Estado español, aunque aclara que esa culpa no recae en el pueblo castellano, sino en sus antiguos gobernantes. Por ello, llama a “rectificar”, es decir, a asumir un papel activo en la construcción de una España federal (La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas, 14 de agosto de 1931).
En “Imperialismo. Federalismo. Castilla” el autor defiende el federalismo como modelo político para España, ya sea en su forma orgánica o pactista, y afirma que tanto Cataluña como Castilla deben propugnarlo (La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas, 21 de agosto de 1931). Finalmente, en “Ni ‘la voz de la sangre’ ni el ‘hecho diferencial´”, Feijoo y Torres expone su visión racional del federalismo, alejada de los tópicos identitarios vasco y catalán, y basada en la soberanía ciudadana. Reitera su apoyo a los estatutos de otras regiones, siempre que respondan a una lógica federativa, y lamenta que, en lugar de presentar un Estatuto, algunos vallisoletanos hayan acudido a Madrid a defender a las órdenes religiosas (La Calle. Revista Gráfica de Izquierdas, 28 de agosto de 1931).
En conjunto, estos artículos configuran una propuesta castellanista moderna, laica y federalista, que busca superar el peso del pasado monárquico y centralista, y posicionar a Castilla como sujeto político en la nueva España republicana. Manuel Feijoo y Torres se presenta como un castellanista convencido, crítico con la inacción de su tierra, pero esperanzado en su capacidad de transformación.
EL PROYECTO DE ESTATUTO DE PROVINCIA AUTÓNOMA DE SEGOVIA DE 1931
Durante el verano de 1931, el periódico Segovia Republicana se convirtió en el principal medio de difusión de una corriente castellanista que tuvo como figuras destacadas a Luis Carretero, Ignacio Carral y Celso Arévalo, entre otros. Esta corriente articuló una propuesta política e histórica para Castilla en el contexto del proceso autonómico abierto por la Segunda República, reivindicando una identidad castellana propia, diferenciada del centralismo estatal y del modelo unitario heredado del pasado monárquico.
En el artículo “Fijando principios” Luis Carretero explora las afinidades étnicas e históricas entre Castilla y Vasconia, apoyándose en autores como Pío Baroja y Ramón Menéndez Pidal. A través de estas referencias, sostiene que Castilla surgió como una reacción vascongada frente al centralismo visigodo de León, y que su desarrollo histórico estuvo marcado por una colaboración con Vasconia, especialmente en la repoblación del sur castellano. Esta interpretación sitúa a Castilla como una región con vocación autonómica, en alianza con Vasconia y en oposición al modelo unitario representado por León (Segovia Republicana, 21 de julio de 1931).
En “La tradición de Castilla es de Municipios libres” Carretero profundiza en la estructura institucional castellana, diferenciándola del modelo municipal leonés. Según él, en Castilla no predominó el municipio como unidad autónoma, sino la Comunidad, una entidad regional con funciones judiciales, administrativas y militares, que agrupaba amplios territorios. Esta forma de organización, con raíces prerromanas, se desarrolló en colaboración con Vasconia y sin intervención leonesa, a través de fueros como los de Nájera, Miranda de Ebro, Belorado, Burgos y Sepúlveda. Carretero sostiene que esta tradición comunera constituye una forma de autogobierno regional, más cercana al federalismo que al municipalismo, y que debe ser recuperada en el nuevo marco republicano (Segovia Republicana, 7 de agosto de 1931).
Por su parte, Ignacio Carral, en su conferencia defendía un regionalismo castellano no territorial, sino espiritual, político y económico. Rechazaba las caricaturas que atribuían a su grupo la intención de fundar un “estado libre de Segovia” y advertía sobre el riesgo de que Castilla quedara “confusa, indeterminada” en el centro de España, convertida en un “patio de vecindad” donde otras regiones dirimían sus conflictos. Carral alertaba sobre la fragmentación de Castilla y denunciaba la “tiranía de Valladolid”, que, según Luis Carretero, pretendía absorber la personalidad de Castilla en beneficio de una política leonesa (Segovia Republicana el 18 de julio de 1931).
En conjunto, estos textos configuran una propuesta castellanista que reivindica la autonomía desde la historia institucional y cultural, y que propone una reorganización territorial basada en la tradición comunera y en la alianza histórica con Vasconia. Esta corriente se distancia del centralismo y del modelo unitario, y propone una Castilla consciente de su pasado, capaz de articular una propuesta política propia en el marco de una España federal.
El Proyecto de Estatuto de la provincia autónoma de Segovia representa uno de los intentos más ambiciosos del castellanismo segoviano por afirmar la personalidad política de Segovia dentro de Castilla, en el marco de la Segunda República. Esta iniciativa surgió como respuesta a los obstáculos que enfrentaba el grupo regionalista local para impulsar una autonomía castellana más amplia, y se planteó como un primer paso hacia la integración regional, como se expresa en su base octava: “En la redacción del Estatuto se aspirará a integrar el territorio autónomo segoviano en Castilla” (Segovia Republicana, 23 de agosto de 1931).
Según Ladrón Javato (2023), el proyecto fue impulsado por el Ayuntamiento de Segovia tras las elecciones municipales de abril de 1931, y contó con el respaldo unánime de todas las fuerzas políticas locales. Ante el rechazo a propuestas como la Mancomunidad de la Cuenca del Duero o Castilla y León centradas en Valladolid, el grupo regionalista —liderado por Ignacio Carral, Luis Carretero, Celso Arévalo, Mariano Quintanilla, Alfredo Marquerie y Antonio Bernaldo de Quirós— optó por reivindicar la autonomía provincial, con la intención de que Segovia actuara como núcleo articulador de una futura región castellana.
El Estatuto constaba de 36 artículos organizados en ocho secciones, y sus principales ideas fueron: Establecer la autonomía para la provincia de Segovia, reconociendo su capacidad de autogobierno; Reivindicar el territorio histórico anterior a la división provincial de 1833; Considerar a Segovia como núcleo unificador de otros territorios para formar una región autónoma de Castilla; Otorgar plena autonomía a los municipios, permitiéndoles gestionar sus intereses y recursos; Recuperar las denominaciones tradicionales en la organización comunitaria; Establecer la primacía de los intereses colectivos sobre los individuales; Declarar propiedad comunal los bosques, pastizales y tierras sin propiedad legítima, gestionados por sindicatos locales bajo supervisión de la Junta de Sexmos; y Reconocer como propiedad comunal las aguas y cuencas hidráulicas, respetando servidumbres y coordinación con la economía nacional.
Según González Herrero (1981), el Estatuto fue también una herramienta para reivindicar los bienes comunales históricos, como los pinares de Valsaín, Pirón y Riofrío, que no fueron restituidos a Segovia, a diferencia de lo que ocurrió con otras ciudades como Madrid, Barcelona o Palma de Mallorca. El Parlamento republicano negó a Segovia lo que sí concedió a otras regiones, lo que evidenció las dificultades de la provincia para hacer valer sus derechos históricos.
En 1936, tras el triunfo de las fuerzas de izquierda, se establecieron las bases para la tramitación legal del Estatuto. Sin embargo, como señala Enrique Orduña (1986), la inviabilidad de una autonomía exclusiva para Segovia llevó al grupo a buscar acuerdos con otras provincias castellanas, y Carral llegó a proponer a Burgos como capital de una futura autonomía para Castilla. El estallido de la Guerra Civil truncó definitivamente el proyecto. Este Estatuto representa un momento clave en la historia del castellanismo segoviano, que, lejos de encerrarse en un localismo estrecho, aspiraba a construir una Castilla autónoma, democrática y descentralizada, con Segovia como uno de sus pilares históricos y culturales.
LA MANCOMUNIDAD DE LOS COMUNEROS
El artículo “La mancomunidad de los comuneros”, de José del Río Sáinz ‘Pick’, constituye una reflexión crítica sobre la pasividad de provincias como Santander y Castilla ante el proceso de transformación territorial que se abría con la discusión del proyecto constitucional de la Segunda República. En él, el autor advierte que, mientras regiones como Cataluña, Vasconia, Galicia, Asturias y Andalucía se movilizan para reclamar sus estatutos de autonomía, Santander permanece inactiva, sin que sus instituciones culturales, económicas o políticas hayan tomado la iniciativa para definir su posición en el nuevo mapa político de la España federable (La Voz de Cantabria el 29 de agosto de 1931).
Del Río Sáinz denuncia que esta inacción podría condenar a Santander al aislamiento, sin más hinterland que sus propios valles ganaderos, mientras otras regiones se agrupan en mancomunidades con intereses económicos compartidos, articuladas por redes ferroviarias y vínculos históricos. En este contexto, el autor recupera la propuesta del diputado aragonés Antonio Marraco, quien en un mitin en Valladolid exhortó a los castellanos a constituirse como región y les propuso una unión con Cantabria, que les daría salida al mar. Esta propuesta fue recibida con entusiasmo en Valladolid, donde se valoró como una solución beneficiosa.
La idea de Marraco, según del Río Sáinz, no era solo una alianza geográfica o económica, sino una “Mancomunidad de los comuneros”, es decir, una unión de las comarcas que lucharon contra el centralismo imperial de Carlos V bajo el pendón morado. En esta visión, Santander y las dos Castillas comparten una fraternidad histórica forjada en la revuelta comunera, en la que también participaron figuras montañesas como el lebaniego Orejón de Lama, ejecutado por su participación en la causa comunera. Esta memoria compartida se convierte en argumento tanto político como simbólico para justificar una mancomunidad que combine autonomía regional con cooperación económica. El artículo concluye con una llamada de atención a las autoridades y representantes de Santander, instándolos a no dejar pasar la oportunidad de integrarse en el nuevo modelo territorial. La advertencia final —“¡Que no ocurra como en otras horas críticas en que Santander llegó demasiado tarde!”— resume el tono de urgencia con el que del Río Sáinz plantea la necesidad de actuar.
La propuesta de integración de Cantabria en una región castellana durante el proceso autonómico de la Segunda República encontró eco en diversos medios, tanto peninsulares como en la diáspora. Uno de los textos más significativos fue el editorial “La Montaña es Castilla”, publicado el 31 de agosto de 1931 en La Montaña, revista quincenal de la colonia montañesa en La Habana. En él se reafirma con claridad la identidad castellana de la provincia de Santander, no solo desde la historia, sino también desde la geografía, la cultura y la economía.
El editorial elogia la lucidez del periodista José del Río Sáinz ‘Pick’ y retoma su idea de que Santander debe mirar hacia Castilla en el nuevo modelo federativo. Se argumenta que la geografía impone una lógica de continuidad histórica: “La Montaña es Castilla”, se afirma, porque comparte con ella el terreno, el clima, el carácter y la vocación expansiva hacia el mar. Frente a Vasconia y Asturias, que tienen “vida y carácter propios”, la Montaña se presenta como “los cuatro puertos del Mar de Castilla”, la salida natural de la meseta hacia lo universal. El texto rechaza cualquier intento de desvinculación regional, que sería incompatible con la historia, el orgullo y la riqueza natural de Santander. Se reclama más infraestructura de comunicación con Castilla —ferrocarriles, carreteras, vínculos económicos y culturales— y se afirma que, a la hora de la federación, la provincia de Santander no debe dudar: es Castilla, y hacia Castilla deben dirigirse sus miradas.
Este sentimiento de unidad cultural castellana también se expresó en actos públicos, como la visita del Coro Montañés “El Sabor de la Tierruca” a Salamanca en septiembre de 1931. Su presidente José Carral destacó la afinidad entre las canciones salmantinas y montañesas, y subrayó que el objetivo de la excursión era “mantener y aumentar el folklore de Castilla”. En su despedida, Carral reafirmó la identidad compartida: “Montañeses, castellanos de la Montaña y del mar, que se acercan a los castellanos de la llanura trayendo como lazo espiritual sus canciones que, por ser castellanas, son tan de vosotros como nuestras”. Estos testimonios revelan cómo, en el contexto de la Segunda República, la identidad castellana se articuló no solo desde la política y la historia, sino también desde la cultura popular y el sentimiento colectivo, y cómo Cantabria —la Montaña— se reivindicó como parte integral de Castilla, tanto en sus raíces como en su proyección futura (El Adelanto de Salamanca, 12 y 13 de septiembre de 1931) .
EL REPUBLICANISMO COMUNERO DE SÁNCHEZ ROJAS
En el artículo “Castilla, madre” el escritor salmantino José Sánchez Rojas reflexiona sobre el papel histórico y espiritual de Castilla en el contexto de la Segunda República Española. A partir de los discursos constituyentes de Fernando de los Ríos y José Ortega y Gasset, Rojas señala que ambos omiten deliberadamente el problema de los Estatutos de autonomía, aunque lo abordan de forma elocuente por omisión. Rojas destaca que este mismo afán de unidad espiritual se encuentra en los comentarios de Miguel de Unamuno en El Sol, donde se defiende la necesidad de federar sin desvincular lo que ya forma una masa homogénea. El autor recuerda su amor por Cataluña, su admiración por Verdaguer y Maragall, y su compromiso de veinte años exaltando a Castilla en Cataluña y viceversa. Sin embargo, al llegar la República, esperaba que se iniciara una identidad espiritual común, por encima de las diferencias regionales (El Luchador, 17 de septiembre de 1931; La Voz de Guipúzcoa, 17 de septiembre de 1931).
Sánchez Rojas reivindica que los castellanos también sufrieron la pérdida de sus autonomías municipales, mucho antes que los catalanes, cuando Carlos I aplastó la República municipal en Villalar. Castilla, dice, murió del parto, entregando su sangre a América y resistiendo hasta el último aliento con la Junta Santa de Ávila. Denuncia que los Austrias y los Borbones falsearon el espíritu libre de Castilla, imponiendo un imperio sin alegría ni sustento. La decadencia cultural se refleja en el paso del humor desenfrenado del Arcipreste al humor acartonado de Quevedo, y en la transición de los yantares pastoriles a las hambres de los Lazarillos. El autor interpreta que la dominación catalana bajo Felipe V fue posible porque Castilla ya no contaba en la Península, tras la derrota de las Comunidades. En 1931, el movimiento municipal que derribó la monarquía también se produjo en la meseta, lo que demuestra que el dolor castellano es paralelo al catalán. Rojas expresa su decepción ante la falta de comprensión desde Cataluña, que habla de cordialidad a quienes siempre han dado todo sin pedir más que piedad. Castilla, afirma, posee un tesoro espiritual que ha regalado a España: su lengua, su Romancero, su teatro, su derecho municipal y su altanería.
En “Soliloquio de un castellano” José Sánchez Rojas expresa una visión profundamente cultural de Castilla, alejada de cualquier reivindicación territorial o política. Para este artículo, “castellano” no se refiere únicamente a los nacidos en las provincias de Castilla la Vieja, Castilla la Nueva o León, sino que abarca a todos los españoles que comparten la lengua castellana y la cultura que esta representa: aragoneses, extremeños, andaluces, murcianos, incluso alaveses dentro del País Vasco. Rojas sostiene que cuando se dice “Castilla”, se está hablando de España en su conjunto, de una cultura común que se manifiesta en escritores como Boscán y Maragall en Cataluña, los Argensola y Gracián en Aragón, Góngora y Valera en Andalucía, Rosalía de Castro y Concepción Arenal en Galicia, Blasco Ibáñez en Valencia, y Unamuno, Zuloaga y San Ignacio en Vasconia. Castilla, afirma, es historia, pasado, presente y porvenir, y hoy es también la República. El autor rechaza cualquier acusación de localismo. Aunque se define como “castellanista” y “salmanticense agudo”, ha vivido en múltiples regiones de España, desde Italia y Suiza en su juventud, hasta Madrid, Barcelona, Sevilla, Compostela, Huesca y otras ciudades. Ha sentido y amado cada rincón del país, y ha absorbido su riqueza espiritual y literaria. Por eso, le duele profundamente la fragmentación del espíritu nacional que percibe en ciertos discursos regionalistas. Rojas defiende que la República no es una suma de colores o regiones, sino una continuidad histórica y cultural que se ha gestado durante siglos. Es el fruto de las Cortes medievales, de las Comunidades y Germanías, de los ministros ilustrados, de las guerras y revoluciones, y de los movimientos sociales que desembocan en el 14 de abril de 1931 (El Luchador, 22 de septiembre de 1931).
EL CASTELLANISMO JOVEN DE JACINTO TORÍO
El 17 de septiembre de 1931, El Adelanto publicó un llamamiento castellanista firmado por el zamorano Jacinto Torío, titulado “Se ha creado en Madrid un Centro de Estudios Castellanos”. En él se anunciaba la fundación de una institución dedicada a revitalizar la identidad cultural de Castilla. El texto, cargado de entusiasmo juvenil, presenta a un grupo de jóvenes decididos a despertar a una Castilla abatida y dormida. No se trata de una propuesta política, sino de un impulso cultural y espiritual para rescatar su legado histórico y artístico. Torío exalta los valores de Castilla: su idioma, poesía, arte, historia escrita con la sangre de los Comuneros, sus leyendas y su nobleza. Recuerda que Castilla fue madre de un mundo nuevo y cuna del Derecho internacional, y lamenta su silencio actual frente al auge estatutario de otras regiones como Vasconia, Andalucía, Galicia y Cataluña. La juventud castellana, con espíritu rebelde y sin nostalgias quijotescas, no acepta esta injusticia. El Centro de Estudios Castellanos nace para despertar a Castilla, comunicarle entusiasmo joven y devolverle su lugar en la vida nacional. No es una lucha política, sino una obra de amor y justicia hacia la tierra de Villalar. El artículo concluye con un llamado a colaborar con el Centro, ubicado en la Casa de Castilla en Madrid.
En “Castilla despierta” (El Adelanto, 11 de octubre de 1931) Jacinto Torío lanzó un enérgico llamamiento frente al abandono económico y político de Castilla. Denuncia el retraimiento del espíritu castellano y el trato privilegiado a Cataluña, acusando a sectores catalanistas de hostilidad. Propone medidas para equilibrar las condiciones comerciales y ferroviarias, y aboga por recuperar las industrias textiles castellanas, destruidas —según él— por intereses ajenos. La Casa de Castilla en Madrid se presenta como el centro de esta resurrección, liderada por una juventud optimista que busca federar centros regionales y abordar los grandes problemas de Castilla. Torío interpela a los castellanos a actuar en defensa de sus intereses, en un momento decisivo para el renacimiento regional.
OTRAS APORTACIONES AL DEBATE CASTELLANO
Julián de Torresano, en su artículo “La primera república castellana” publicado en El Adelanto de Salamanca el 30 de septiembre de 1931 (y posteriormente en El Adelantado de Segovia el 12 de octubre del mismo año), reivindica el carácter democrático de los orígenes de Castilla, destacando la existencia de una República castellana en el siglo X, con capital en Burgos y gobernada por Jueces Supremos como Nuño Rasura, Laín Calvo y Fernán González. Estos magistrados eran elegidos por las Cortes y actuaban bajo principios democráticos, evitando títulos nobiliarios para no comprometer la libertad. Torresano subraya que las ordenanzas y constituciones de esta República castellana respiraban una democracia tan pura que hoy sería difícil de aplicar. Aunque Fernán González fue proclamado conde tras una victoria militar, Torresano aclara que no convirtió su mandato en un feudo personal, sino que actuó como un demócrata y liberal, guiado por la razón y el derecho. La monarquía castellana no comenzó realmente con él ni con sus descendientes, quienes estuvieron más ocupados en resistir a los emires de Córdoba que en consolidar un poder hereditario. Mientras tanto, en Burgos, continuaba el gobierno de los jueces, basado en normas patriarcales y de libertad. El autor concluye que Castilla fue una nación libre cuando otros territorios eran aún feudos, y que la segunda república española sería, en realidad, la tercera república castellana, en referencia a aquella forma de gobierno medieval que, aunque olvidada, representa un antecedente de los ideales republicanos modernos.
El 5 de octubre de 1931 El Adelantado de Segovia informó sobre la conferencia que Alberto Camba (presidente del Ateneo de Segovia) pronunció en el Ateneo de Valladolid con motivo de la inauguración del curso de conferencias de ese año. Entre los asistentes se encontraban destacadas personalidades locales el publicista Narciso Alonso Cortés. La conferencia se centró en una reivindicación del espíritu castellano, expresando su confianza en su resurgimiento mediante la coordinación de las “Castillas disgregadas” que hoy integran la región. El orador analizó la imagen de Castilla difundida por quienes solo la conocen a través de lecturas, y estudió la influencia del paisaje en la espiritualidad de sus habitantes, deduciendo las características temperamentales propias de cada zona. Destacó que Segovia y Ávila son, en ese momento, las dos ciudades más castellanas de Castilla por la pureza con que conservan la tradición.
La Casa de Castilla en Madrid se convirtió en el otoño de 1931 en un centro de intensa actividad cultural y social, reuniendo a castellanos de diversas provincias —Zamora, Ávila, Béjar y Soria— en torno a un proyecto común de afirmación regional. El periodista zamorano Jacinto Torío, defensor de la causa castellana, expuso los planes del Centro de estudios castellanos, que trabajaría en paralelo o en colaboración con el Ateneo de Burgos. El objetivo era claro: dar señales de vida, fortalecer el vínculo con la tierra natal y sumar esfuerzos desde cada provincia, entendida como célula viva capaz de grandes empresas. Ricardo Paredes recoge esta efervescencia castellanista, subrayando que la Casa de Castilla no se plantea como enemiga de Cataluña, sino como defensora de una convivencia libre de privilegios y monopolios. Se critica el proteccionismo industrial que ha perjudicado a Castilla y se reivindica la igualdad entre regiones, en un marco de competencia justa y progreso compartido. La Casa de Castilla organiza su Centro de estudios castellanos, se prepara para ampliar sus instalaciones y reafirma su carácter apolítico y no confesional, por encima de tendencias y banderías, como expresión del deseo de reunir en una labor común a Castilla y León (Noticiero de Soria el 9 de noviembre de 1931).
EL CATECISMO REGIONALISTA CASTELLANO-LEONÉS
A lo largo de diciembre de 1931 y principios de enero de 1932 Diario de León publicó por entregas el “Catecismo Regionalista Castellano-Leonés”, obra que también circuló como cuadernillo independiente. Firmado bajo el seudónimo F. Gómez Campos, este texto se convirtió en una referencia clave del pensamiento regionalista de la época. Historiadores como León Correa (1982), Orduña (1986) y González Clavero (2004) han señalado a Gómez Campos como el enigmático autor del catecismo, aunque fue Orduña quien, según Álvarez Domínguez (2007), más se aproximó al perfil real del autor al identificarlo como “docente y párroco”. En investigaciones posteriores, Álvarez Domínguez (2007) sostiene que el verdadero autor fue el sacerdote Eugenio Merino Movilla (Villalán de Campos, 1881 – Madrid, 1953), quien habría utilizado el seudónimo F. Gómez Campos. Esta identificación se confirmó al encontrar en una Feria del Libro Antiguo un folleto titulado “El Católico ilustrado en materias políticas”, firmado por Merino, en cuya contraportada se listaban otras obras suyas, entre ellas Regionalismo Castellano Leonés, indicando que había sido escrita bajo seudónimo.
Merino, aunque nacido en la provincia de Valladolid, mantuvo una estrecha vinculación con la diócesis de León y con la villa de Valderas, donde estudió y ejerció como rector del seminario de San Mateo. Más tarde fue trasladado a la sede diocesana como Director Espiritual del Seminario. Además de su labor pastoral y educativa, desarrolló trabajos en el ámbito histórico-arqueológico en Tierra de Campos y en el catolicismo social y obrero, siendo una figura destacada en los inicios de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica) y traductor de manuales de la JOC (Juventud Obrera Católica).
El “Catecismo Regionalista Castellano-Leonés” se inscribe en este contexto de reivindicación cultural y política, proponiendo una visión integradora y defendiendo la identidad regional desde una perspectiva cristiana, social y pedagógica. Su publicación en Diario de León refleja el interés por difundir estos ideales en un momento de efervescencia regionalista durante la Segunda República.
LA MUERTE DE SÁNCHEZ ROJAS
El 31 de diciembre de 1931 falleció en Salamanca el escritor y cronista José Sánchez Rojas, figura destacada del periodismo y la literatura castellana. Su muerte generó numerosas semblanzas en la prensa, que recordaron su talento, su espíritu bohemio y su profunda vinculación con Castilla. El Heraldo de Zamora, en su edición del 2 de enero de 1932, lo describió como “el pulcro cronista castellano”, alguien que, pese a su “valer inmenso”, vivía con un abandono físico proverbial. Por su parte, El Luchador, diario republicano en el que Sánchez Rojas había colaborado, publicó el 5 de enero de 1932 el artículo “Castilla, la parda, huérfana”, firmado por Eleuterio Meseguer Martínez. En él se evoca poéticamente la figura del escritor como “el Caballero de la triste figura”, caminando en meditación por las campiñas de Castilla, la de Cervantes, los comuneros y las libertades de Villalar. La imagen de Castilla queda así ligada a la pérdida de uno de sus más sensibles intérpretes, cuya muerte deja huérfana a la tierra que tanto cantó.
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Del Viernes, 21 de Noviembre de 2025 al Domingo, 23 de Noviembre de 2025
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