Tras la procesión de las 23 horas desde la iglesia de San Pedro, la Hermandad del Santísimo Cristo de las Batallas ha vuelto a sacar a la calle su talla milagrosa, la que, según cuentan, los Reyes Católicos llevaban con ellos a las guerras. No es una imagen cualquiera. Es el Cristo que, según la leyenda, abrió la boca para reprochar a los soldados que se encomendaron a Santiago en vez de a él. Y así se quedó, con la boca abierta. “Hay documentación que pone eso”, afirma con contundencia Javier García López, hermano andero mayor.

El recorrido de este año ha cambiado. En lugar de dirigirse directamente al Mercado Chico, como era habitual, el paso ha girado su camino para abrazar la calle de la Cruz Vieja, una ruta inversa. Una voz quebrada ha roto el silencio justo frente a la plaza de la Catedral, donde el recogimiento se ha hecho aún más profundo. Por primera vez se le ha cantado una saeta como homenaje al Cristo de las Batallas. 

“Es exactamente igual, solo que sacamos la talla verdadera, la de los Reyes”, explica el hermano andero mayor. “Y va con antorchas, no con velas. Es distinta. Es recogida. Es otra cosa”. Y esa “otra cosa” se ve, se siente, se huele. Porque las antorchas no solo iluminan, también llenan las calles de humo, envolviendo cada rincón en un aire denso y solemne que convierte la madrugada en un instante fuera del tiempo.

Decenas de miembros de la hermandad han participado en la procesión, unidos por la fe y el respeto a una tradición que no necesita más explicación. Algunos iban descalzos, con los pies desnudos sobre el empedrado frío y húmedo, como símbolo de penitencia y entrega. Otros caminaban en silencio absoluto, con la mirada baja y el corazón puesto en el Cristo milagroso.

Y mientras avanzaban, paso a paso, no hubo viento que interrumpiera la marcha. El tiempo acompañó, como si el cielo también quisiera ver pasar al Cristo de las Batallas. VER RECORRIDO DE LA PROCESIÓN DEL JUEVES SANTO EN ÁVILA.