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Retrato de la Duquesa de Valencia en el palacio de los Águila, hacia 1950. Colección Gonzalo González de Vega. Prueba de esta particular atracción por el personaje es, precisamente, la segunda convocatoria de conferencia que ha tenido que realizar la Asociación de Vecinos Puerta del Alcázar para atender la curiosidad despertada alrededor de su figura, ofrecida el martes y en la que varias decenas de personas tuvieron que quedarse fuera del auditorio el palacio de los Serrano. Evento patra compartir espacio y experiencias entorno a una biografía formada a base de testimonios diversos y la rica hemerografía que trata de sus andanzas.
Ciertamente, son muchos los vecinos que aún recuerdan alguno de los innumerables rastros que la duquesa dejó en la ciudad. Su sola presencia sigue impregnada en la retina de sus paisanos, quienes la rememoran por curiosos detalles cada vez que salta a la actualidad del noticiario la lenta y pausada transformación de su casa palaciega en museo, un largo proceso que se inició en 1988 que todavía sigue siendo novedad cada vez que se pone una piedra o se apuntala algún elemento de la construcción que se está rehabilitando.
Ávila tiene el privilegio de contar con impresionantes arquitecturas palaciegas cuya historia monumental suele hacer referencia a sus dueños estableciendo especiales lazos de paisanaje sin diferencia de clases. Eso ocurre, por ejemplo, con el palacio Superunda convertido en museo municipal de las colecciones de Güido Caprotti y Laura de la Torre, sus últimos moradores. Lo mismo sucede con el coleccionista, bibliófilo y académico Bernardino Melgar, IX marqués de Benavites y VII de San Juan de Piedras Albas, y el palacio del corregidor de Ávila Juan de Henao, actual parador de turismo.
También el palacio de Polentinos, que fue Academia de Administración militar y de Intendencia, ha sido durante más de un siglo el vínculo de unión de Ávila con cientos de alumnos que aquí completaron su formación e instrucción militar. Y de forma parecida, con más o menos relevancia, podríamos referirnos al resto de palacios y casonas solariegas que suman una treintena en el catálogo del patrimonio cultural de Ávila.
Misterio
Sin embargo, ningún palacio está rodeado de tanto misterio como el de Los Águila. Y todo porque algunos rasgos imborrables de la biografía de su última dueña, la Duquesa de Valencia, permanecen en el imaginario ciudadano como si se tratara de algún antepasado del gran álbum familiar de Ávila. Ahora que la mansión ha pasado a ser la casa común de los abulenses, es cuando éstos reviven viejos recuerdos y otras historias, incluso antiguas leyendas urbanas, que hacen de Luisa Narváez una peculiar mujer provocadora y “subversiva”. Así pues, el relato que componemos en este artículo se forma con retazos de la memoria colectiva sobre un palacio y su última inquilina, lo que hacemos a modo de apéndice sincrético de nuestros reportajes anteriores.
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Para ello, aunamos algunos testimonios vivos que conforman una aureola popular que sobrepasa al personaje, convirtiéndolo en un espíritu que vaga por el palacio. Y en este ejercicio de remembranza se agolpan los nombres de numerosos vecinos y conocidos que en algún momento, y de alguna forma, tuvieron relación con la duquesa, surgiendo entonces los recuerdos y anécdotas sobre el carácter extremo y otros aspectos de convivencia de Luisa María Narváez.
EL PALACIO, con la duquesa al mando, fue en los años cuarenta un conciliábulo monárquico y con el tiempo un ágora de la sociedad abulense. Fue museo de arte promocionado en las guías de Ávila. Fue uno de los escenarios de la novela ‘La Gloria de don Ramiro’, de Enrique Larreta. Fue casa de acogida del “rexista” Léon Degrelle. Fue cuartel general de la premiada cuadra Duquesa de Valencia y sala de trofeos hípicos. Fue escaparate antifranquista reivindicativo de la vuelta don Juan de Borbón. Fue comedor de caridad. Fue mesa petitoria de clemencia para prisioneros de la segunda guerra mundial. Fue lugar de recepciones de los reyes sin reino de Albania. Fue centro celebrativo de convertidos al catolicismo. Fue ejemplo decorativo de mansiones nobles. Fue jardín romántico. Fue parada cofrade y procesional. Fue un lugar emblemático del barrio. Fue un espacio de libertad de tendencias sexuales diferentes. Fue residencia canina de su propietaria. Fue escenario de conflictos fraternales. Fue motivo de felicitación navideña. Fue y es monumento nacional declarado por sus valores artísticos. Y hoy es un legado heredado por la ciudad.
Se enorgullecía la duquesa de su palacio convertido en museo de arte con antigüedades, pinturas, bronces, tapices, bargueños, arcones, cerámica de Talavera, Manises, Alcora y Puente del Arzobispo, distintas armas, ricos adornos antiguos y lienzos y cuadros, algunos atribuidos a Palmaroli, Vicente López y Madrazo, según ella misma escribió en ‘Degrelle m’a dit’(1961) y reseñan las guías de Ávila de su tío José de Nicolás Melgar y Álvarez Abreu, Marqués de San Andrés (1922), de Antonio Veredas (1935), de José Mayoral Fernández (1948), de Luis Belmonte Díaz (1950) y de Dionisio Ridruejo (1974).
Actualmente, algunos de aquellos cuadros se exhiben en el Museo de Ávila y otros en el Museo del Prado. En cuanto a la belleza paisajística del jardín que cuidaba un vecino de Tiñosillos, ésta fue descubierta por el escritor americano MacKinley Helm (Spring in Spain, 1952).
Todo ello se refleja en el reportaje que hizo Aurora Lezcano de Saracho, hija del pintor Carlos Lezcano, autor de un cuadro de las murallas de Ávila que se conserva en el museo Reina Sofía (ABC, 7/03/1976),mientras que la fabulosa colección de cerámica fue inventariada por Carmen García Canales (Cuadernos Abulenses, nº 25, 1996).
Recuerdos
En el plano más personal, nos llegan recuerdos como los de una amiga que me apunta que en el palacio nació su madre; y también de Charo García quien señala que gracias a la duquesa fue liberado su abuelo, encarcelado después de la guerra civil por tener un libro escrito por un “rojo”, el cual le había enviado su hijo cuando estaba en la mili. Charo también conocía el palacio y recuerda en el salón dos grandes mastines, a la vez que su marido, Javier López (La Bigornia, C/ Vallespín, 12),f recuentaba el palacio para reparar de electrodomésticos.
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Fuera aparte, con Luisa Valencia colaboró Camilo José Cela, venerado viajero por Ávila, escribiendo artículos para la revista monárquica El Barrendero después de un abrupto encuentro con los rebeldes del grupo “Avanzadilla Monárquica” que aquélla capitaneaba en 1944, recuerda Óscar Bernat, odontólogo amigo de Cela que tenía consulta en Cebreros, ha escrito Pedro Aguilar (Las cosas de Don Camilo, 2002) y novelado Félix de González (Andanzas de CJC, 2005).
Y curioso es el recuerdo del escritor Juan García Hortelano (1928-1992), colaborador de la revista abulense El Cobaya entre 1954 y 1959, de su época universitaria y militancia comunista: “Sé que hay algunas huelgas. Sé que corro por la calle San Bernardo [de Madrid] delante de los guardias, y tengo una historia divertida: Me van persiguiendo y, de pronto, desde un coche, me dicen que me meta, y me meto dentro de un coche repleto de gente, que va conducido por, bueno, a mí me parecía una señora, pero debía tener tal vez treinta años y resultó ser la Duquesa de Valencia, que era antifranquista y en aquella época iba recogiendo estudiantes de las manifestaciones para salvarles de la policía”.
Siguiendo la tradición familiar, la duquesa de Valencia fue nombrada en 1956 presidenta de honor de la cofradía abulense del Santísimo Cristo Resucitado y Nuestra Señora del Buen Suceso, igual que lo había sido su padre. Ese mismo año se hizo cargo del pago de las reparaciones de la ermita y de sendas comidas, una de caridad a los pobres y otra a los niños acogidos en la Residencia Provincial, ambas ofrecidas en el palacio y servidas por ella misma y por los miembros de la cofradía. Además, la duquesa solía entregar a la cofradía un donativo de mil pesetas anuales, y a veces de tres mil, a la vez que mantenía el comedor de caridad de su palacio hasta que éste fue demolido en el verano de 1959, escribió Emilio Iglesias. También donó un coche Renaul 4L a la FRATER (Fraternidad de enfermos de Ávila).
Igualmente, “la duquesa solía recoger los pétalos de rosa de su jardín que arrojaba a la Virgen a su paso frente al palacio en las procesiones marianas, y en la festividad del Corpus”, rememora Luis Benito. Jardín que ofrecía una entretenida vista a los alumnos del colegio de san Juan de la Cruz situado enfrente, quienes “espiaban” a las mujeres que se bañaban en la piscina construida en 1951, recuerda Guillermo Resina
El médico Luis Castillón Mora, hijo del director de la cárcel de Ávila que lo era en 1936, y a la sazón director y fundador del hospital central penitenciario de Yeserías, cuenta a Karmele Marchante: “Yo veraneaba en Ávila casi desde siempre y un día, por una de esas casualidades de la vida, conocí a Luisa. Así nació una relación amistosa que duró hasta el último momento de su vida. Mi mujer y yo pasamos, incluso, temporadas en su palacio. Fue una mujer increíble sobre la que se han tergiversado muchas cosas… Al principio de ser detenida [en 1950], la metieron en la prisión de mujeres de Ventas y yo la pude trasladar al hospital apelando a una antigua lesión de pleuresía que había sufrido en su adolescencia” (Interviú, 22/06/1983).
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Otro médico, Luis Soldevilla, nieto del arquitecto Isidro Benito Domínguez, dice que conoció bien a la duquesa y tuvo bastante trato con ella: “Una señora adelantada al tiempo, irrepetible, verdaderamente única. Recuerdo anécdotas de ella en exposiciones caninas, como fumar puros, con sus pantalones. Hablo de principios de los 60. Sus enormes mastines. Su colección maravillosa de cerámica de Talavera y puente del Arzobispo. La salamandra (estufa) de hierro que tengo en casa, era suya”.
Leyenda urbana
Una leyenda urbana que circula por la ciudad decía que Franco no llegó nunca a visitar la capital después de la guerra civil, por “impedírselo” la inquina y la beligerancia monárquica de la duquesa, a pesar de que “había sido su novia”, titulaba la revista Interviú (22/06/1983).Y aunque nada de cierto hay en ello, es verdad que el generalísimo nunca vino a Ávila, aunque sí estuvo en los castillos de Las Navas del Marqués en 1951y de Arévalo en 1959, aparte de acudir a frecuentes cacerías en la sierra de Gredos entre 1940 y1954.
En los años cincuenta-sesenta se celebraban en el palacio entretenidas veladas, las cuales sucedieron a las reuniones de conjurados dinásticos de los años cuarenta a las que asistían la tenista olímpica y escritora Lilí Álvarez; el marqués y actor Luis Escobar; los periodistas y escritores Sánchez Mazas, Miquelarena Regueiro, Michelena y Marichu de la Mora; y los diplomáticos Lequerica y Aznar.
En la última etapa estaban con el conde Toptani de Albania, pareja de la duquesa, los abulenses Don Gordiano Martin, sacerdote profesor de latín y griego en el seminario; el pintor Caprotti y su esposa Laura de la Torre; la mujer catedrático Dolores de Palacio; el director de El Diario de Ávila Juan Grande; Zenaida María Zunzunegui, esposa del gobernador Vaca de Osma; el arquitecto Municipal Clemente Oria; el ingeniero jefe de Fadisa; y el futuro cronista oficial Aurelio Sánchez Tadeo, quien apuntó: “eran reuniones variopintas que ella [la duquesa] propiciaba, según decía para el bien de la cultura, en el gran salón de la primera planta que daba a la calle Lope Núñez, ambientadas por sus características personales y altisonantes expresiones” (Diario de Ávila,16/09/2008).
En 1962, el actor hispano-argentino Carlos Estrada, contemporáneo de la primera esposa de Toptani, Thilda Tamara, se suma a la lista de invitados, y anota en su agenda: “Domingo: Paseo a caballo en Ávila. Está entre los invitados de la duquesa de Valencia,cuya casa cuenta entre sus muros con uno que es parte de la famosa muralla de Ávila” (“Primer Plano”, 20/07/1962).
Como “misionera” en tierra de santos, la duquesa auspició la conversión al catolicismo del conde Toptani y de la baronesa alemana Kalau y Hofe. La ceremonia con la baronesa se celebró en la iglesia de San Juan oficiada por el abad del Valle de los Caídos, fray Justo Pérez de Urbel, y el obispo Moro Briz, siendo los padrinos la duquesa de Medinaceli y el alcalde de Ávila Emilio Macho Alonso. Seguidamente, los numerosos invitados fueron obsequiados con un cóctel, escribió José Luis Mayoral Fernández (ABC, 17/03/1960). Toptani fue bautizado con el nombre de Alfonso José María, actuando como madrina la tía de la duquesa, María Cristina Macías Ramírez, quien fue como una madre para ella, dice su nieta Cristina Navarro Maycas, quien recuerda también los días que pasó en palacio y aquellas vacaciones en la fragata inglesa que la duquesa tenía atracada en Alicante.
En 1961, el rey Leka de Albania en el exilio fue huésped de honor en el palacio de Los Águila. A la recepción de Luisa Valencia y Toptani asistieron la esposa del gobernador Zenaida Zunzunegui; Raimundo Fernández Cuesta, antiguo ministro de Justicia cuando la duquesa fue encarcelada una década atrás; Federico Groth Wollért; el alcalde Emilio Macho Alonso; el teniente coronel Eusebio Revilla; el comandante Alfonso de la Cerda y Manglano; y el sacerdote don Gordiano Martín Ahumada. El rey albanés hizo un recorrido turístico por la capital que terminó con una serenata por la Rondalla abulense (ABC, 20/06/1961).
Caballos de carreras
En el palacio había hermosos caballos de carreras, como lo fue el famoso campeón llamado Chipirón, los cuales eran entrenados por el británico Patrick y atendidos por el veterinario Julio Rincón, siendo la paja y el forraje que comían de Berrocalejo que llevaba Ramiro. Con ellos, y por los caminos de El Fresnillo y El Cerezo, aprendieron a montar los sobrinos de la duquesa Mauricio (su hijo adoptivo) y Bernardino Narváez. Y en las caballerizas se alojaban los caballos de José Álvarez Bohorquez que participaban en los concursos hípicos abulenses que la duquesa apadrinaba.
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Un guiño más a Ávila se produce en 1978, cuando en los últimos años de dedicación a la hípica la duquesa “bautiza” con nombres de pueblos abulenses a sus competitivas yeguas: Miss Cardeñosa y Miss Amavida, y a los caballos: Ojos Albos, Diego Álvaro y Lanzahíta.
En el palacio también había grandes mastines, cuyos continuos ladridos mantenían en vilo al vecindario, además de otros perros de raza: pastor alemán, airedale terrier, san Bernardo de pelo largo, galgo afgano y teckel. En una ocasión, Pepe Iglesias y el veterinario Fernando Jarque Dueñas, de la Delegación de Agricultura y Ganadería, tuvieron que emplearse en la retirada de dos grandes perros envenenados, lo mismo que también intervinieron en la retirada de un valioso semental que había muerto.
Fernando Jarque solía acompañar a la duquesa al hipódromo de Madrid y fue uno de sus últimos amigos, tanto que tuvo que ocuparse incluso de su sepelio el día en que murió.
Dada su querencia por los animales, otra leyenda urbana decía que la duquesa mantenía en su palacio fieras amaestradas, aunque nadie recuerda haberlas visto. Si acaso, algún lobo, un zorro o un corzo sí podían contarse, también un águila encadenado. Leandro Alfonso de Borbón recuerda que, en una ocasión, le regalaron a la duquesa una mona, que le dio un tremendo bocado y se le llevó casi media mano.
Algunas de las obras que se acometían en el palacio contaban con la intervención de los arquitectos Clemente Oria y Ramón González de Vega, siendo Pepe Gordo el administrador de la duquesa en Ávila y buen conocedor de su vida, apunta su yerno Miguel Ángel García Nieto. También fue fiel compañero de fatigas Pablo Matías, asesor fiscal de la duquesa con quien hablaba en francés, si bien no llegó a pagarle sus honorarios de años. Pablo recuerda haberla acompañado al Ministerio de Hacienda, en cuya sede madrileña era recibida con honores, comiendo después en el restaurante Lhardy.
Excentricidades
De las excentricidades de la duquesa, Pablo Matías recuerda momentos aciagos, como cuando el recaudador Sr. Melero fue expulsado del palacio con insultos e improperios, o cuando colgó del balcón de palacio un crespón negro al paso de la comitiva de bienvenida a Sánchez Albornoz a su regreso del exilio en 1976. Mientras que él, miembro del Partido Socialista Popular de Tierno Galván, siempre se sintió respetado.
Al memorial que nos ocupa, el maestro y profesor Francisco Javier Martínez añade: “mi padre, que cumplirá 93 años en diciembre, trabajó con ella de mecánico y conductor y nos cuenta a menudo historias sobre lo vivido junto a ella alrededor del año 1960”.Y respecto a la fama de mal pagadora, recuerda una compañera que cuando fueron los operarios municipales a cortar el agua del palacio por falta de pago, la duquesa se enfrentó a ellos con una escopeta y les dijo: “Que venga el alcalde a cortar el agua si se atreve". Por ello, no es de extrañar que la empresa familiar Hijos de Bernabé Pérez, que hacía obras en el palacio, tuviera que cobrar las facturas llevándose el coche modelo “Tomasín”, cuenta el nieto Francisco Pérez de Pablo.
Las reparaciones de la silletería del palacio las hacía el cestero Segundo Calvo, recuerda su nieto el impresor Jesús Martín, quien además cuenta la mala relación de la duquesa con su hermana Josefa, lo que propició que un día tirara la silla de ruedas de ésta por el balcón.
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Y más aún, añade: “los pobres de Ávila que acudían al comedor de caridad de la duquesa eran difíciles de organizar en el reparto de la comida, así que ante tanta indisciplina, decidió en 1959 derribar el comedor, y ella misma se subió al tejado para ello. Anteriormente, había puesto firmes a los comensales de caridad ante la falta de un cubierto de plata, amedrentándolos con los perros hasta que apareció”.
Por su parte, el pintor Juan Antonio Piedrahíta recuerda: “Yo en los años sesenta trabajaba en los Almacenes Vega (C/ Alemania, 6), un día la duquesa, con pantalones y una fusta, entró a comprar unas sábanas. Era la hora de cerrar al mediodía y allí estaba pidiendo al jefe Otilio Vega un descuento por la compra, uno decía que no y ella insistía, y yo mirando al reloj de la tienda. Otilio no cedió. Yo, que era ‘el chico’, le llevé el pedido al palacio”.
“Era la primera vez que entraba, tiraba de una cuerda donde sonaba una campanilla. Aún recuerdo el miedo al pasar por el patio con los mastines y el San Bernardo. También le llevaba pedidos de pasteles de La Flor de Castilla (Pza. José Tomé, 4), donde trabajé posteriormente, subiéndolos a la parte de la cocina donde tenía varios perros salchicha, como yo los llamaba”.
También Edu González apunta que la duquesa compraba ropas en el Arco Iris (C/ Reyes Católicos, 16), lo mismo que acudía a la antigua farmacia Pardo de la bajada de don Alonso c/v Capitán Peñas, y que Electricidad Rico (C/ Esteban Domíngo, 5) le servía material eléctrico, “aunque costaba cobrar”, o que Novoa se ocupaba de la fontanría, La Blanquita de la comida, y la zapatería Rodriguez, conocida como del ‘Muerto’, de algún calzado.
En cuanto a todo lo relacionado con contratos, testamentos y otros actos extrajudiciales acudía al notario Jesús Sánchez Ferrero (C/ Duque de Alba, 10), casado con la hija del alcalde Santiago Ruiz. Sin olvidar que la presencia de la duquesa se recuerda en sus paseos con botas y fusta y a caballo por El Pradillo o Naturávila, así como en las paradas procesionales frente a su palacio, también en los eventos festivos y deportivos que tenían lugar en la ciudad, como los toros, el futbol y la hípica, o en la terraza de Pepillo.
Homosexuales
Morbo y leyenda urbana se unen en torno Isi y Desi, personal de servicio de la duquesa, quienes exhibían en los años setenta su homosexualidad sin complejos por las calles luciendo una llamativa vestimenta. Jesús Sánchez Blázquez, antiguo guía de turismo de Ávila, nos cuenta que hace algunos años tuvo la oportunidad de conocer a la Isi, quien venía con un grupo de jubilados de Madrid a visitar Ávila. Con ella hizo un recorrido particular por la ciudad, y hablaron sobre otra leyenda urbana que cuenta que Franco no venía a Ávila por miedo a la duquesa, y sobre la forma de vestir tan masculinizada y el planchado de pechos que se apreciaba, quizás para facilitar el manejo de la escopeta. No hubo respuestas.
La Isi venía muy maquillada y vestida de mujer, igual que antaño, aunque ya envejecida e impedida (iba en silla de ruedas). Isi recordó entonces la compra diaria que hacía en el mercado de abastos, así como los escarceos sexuales en el hotel Continental, y los encuentros furtivos en la muralla a la que se subía desde el jardín del palacio.
En cuanto a la libertad de movimiento por la ciudad de la pareja homosexual, se debía a la autoridad que ejercía la señora, dijo Isi, quien también recordó que “un día le pidió le preparara un traje de noche para ir a cenar. Al no encontrar ninguno, la señora dijo -cómo que no ves ningún traje, y éste qué es? Era un uniforme militar que se puso”. Quizás fuera el de ayudante de campo, cargo que ocupó en la guerra civil como asistente del general Kindelán.
El 23 de abril de 1973 falleció en Ávila el conde Toptani, quien había sido operado en Suiza de un cáncer rectal, siendo después internado en Ávila, donde le atendió el médico Faustino Cermeño. A partir de entonces, los retratos de la duquesa y Toptani hechos por Tony Stubbing, amigo de Chicharro hijo, recobraron mayor protagonismo, y en palacio la duquesa reservó el sillón que solía ocupar el conde protegiéndolo con una cadena de plata para que nadie se sentara, al tiempo que se patrocinó un premio con su nombre en el hipódromo de la Zarzuela.
De la misma manera, la duquesa encargó a los pintores abulenses Florencio Galindo y Fernando Sánchez los bocetos del panteón animalista que había ideado en su honor, lo que no fue aprobado por el obispado ni autorizado por el Ayuntamiento.
Ambos artistas recuerdan su personalidad exquisita e inteligente en sus frecuentes visitas e incluso en alguna cacería en las dehesas extremeñas. Fernando Sánchez cuenta sus habituales idas y venidas a palacio y el buen acogimiento de la duquesa, a cuya vera se sentaba a la mesa en comidas palaciegas con lujosa vajilla y cubertería de plata.
En las primeras elecciones democráticas de 1977, la duquesa, de fe monárquica “de derechas y con bandera en la solapa”, decía, hizo campaña a favor de Fuerza Nueva. Para ello, en Ávila formó con jóvenes ultras uniformados con correajes y boina roja, la “Escuadra Valencia” bajo el escudo ducal. Y en esto, se la recuerda ondeando una bandera de España en un mitin de Simón Sánchez Montero, viejo militante comunista con quien había coincidido con desigual fortuna en las cárceles franquistas.
Un año antes de fallecer la duquesa, en 1982, los alumnos del curso de historia del arte del Centro Asociado de la UNED de Ávila que dirigía José Luis Gutiérrez Robledo fueron visitantes excepcionales del palacio-museo.
Y ya en sus últimos años de vida, la duquesa fue atendida por las religiosas de la comunidad Siervas de María, que habitan en Ávila el palacio de los Almarza (C/ Madre Soledad, 2), hasta que falleció el 9 de abril de 1983, a los 70 años. La capilla ardiente se instaló en el palacio de Los Águila y al día siguiente se celebró el funeral en la basílica de San Vicente, siendo enterrada después en el cementerio de Ávila junto al conde Toptani, evocó María Luisa Losada.
Oficina en Ávila de Caja Rural de Salamanca
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Juan Martín | Miércoles, 16 de Noviembre de 2022 a las 12:21:53 horas
Un personaje poco usual para la época en Ávila. Por temas laborales no he podido asistir a ninguna de las conferencias. Espero que visto el éxito haya una tercera. Saludos y gracias.
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