Del Sábado, 06 de Septiembre de 2025 al Miércoles, 10 de Septiembre de 2025

Carretería y memoria histórica
En estas fechas de celebraciones y ritos en torno a la muerte y de recuerdo a los difuntos, propio del calendario litúrgico católico romano, y también de las culturas de la antigüedad, la visita a los cementerios es uno de los hábitos más extendidos en los primeros días de noviembre. En este contexto, el cementerio se convierte en el punto de encuentro para los vivos a través de la memoria de los que murieron y sus herederos.
En esta ocasión el motivo que nos ocupa es el sorprendente desempolvado del carro mortuorio que se conserva en el pueblo de Villatoro (162 habitantes). Un antiguo carro de difuntos propiedad del Ayuntamiento que se guarda en el depósito o caseta destinada a morgue existente en el camposanto de la localidad, el cual es una buena muestra patrimonial de la cultura popular y de la realidad antropológica que rodea a los hábitos y prácticas relacionadas con la muerte.
Al mismo tiempo, se da la circunstancia de que el Ayuntamiento de El Fresno, presidido por Antonio Jiménez, hace casi un año, donó al Museo de Ávila (inv. 2020/34/2), una camilla de madera con barandilla y largueros con aspecto de andas o palanquín, parihuela o angarilla fúnebre que así se llama, utilizada también para el traslado y entierro de los pobres fallecidos en el municipio sin que nadie les asistiera.
Igualmente, el Ayuntamiento de Pradosegar, que regía María Rosario Barroso hace cuatro años, encargó la restauración del carro, de similares características al conservado en Villatoro, al carpintero de Casas del Puerto (“De Madera Cdp”), el cual ahora luce renovado en el antiguo depósito del cementerio local construido en 1928. También en el cementerio de Navalmoral de la Sierra se conservan unas angarillas fechadas en 1924, y un carro mortuorio restaurado por Ignacio Miguel, carpintero de Hoyo de Pinares, siguiendo el encargo del ayuntamiento presidido por María Gloria García. Y aunque en la mayoría de los pueblos el sistema de transporte habitual en los enterramientos debía ser el carro de labranza si fuera preciso, cuando no a hombros de los allegados, sorprende la conservación de los medios reseñados que bien pudiera ser algo común en algunas zonas.
Atraídos entonces por conocer más sobre los antiguos cortejos fúnebres en el medio rural y los aperos empleados, acudimos al cementerio de Villatoro, donde el carro de difuntos custodiado durante casi un siglo cobra especial importancia histórica por su empleo en el enterramiento de una veintena de asesinados durante la guerra civil, lo que le convierte en símbolo o referencia de aquellos sucesos. La solidaridad vecinal hizo bueno el fin asistencial de las cofradías sacramentales que existían en la mayoría de los pueblos encargadas del entierro de pobres, ajusticiados o muertos en los caminos. Tarea ésta que fue paulatinamente asumida por los ayuntamientos y más desde la publicación del Reglamento de Sanidad Municipal de 1925, donde se les atribuye la obligación de “proporcionar enterramiento a los pobres, sin cobrar derecho municipal alguno, y costeando la caja o ataúd en que hayan de ser conducidos o inhumados”, y pobres eran los muertos anónimos abandonados en las cunetas traídos de otros pueblos para acabar desamparados en ellas donde se les había dado muerte.
Nadie sabe hoy en Villatoro del origen y antigüedad de tan singular “carroza” fúnebre, pero todos han oído hablar de su uso intenso en el traslado de los muertos que eran abandonados en las inmediaciones de la carretera junto a los robledales de La Bardera. Hombres fusilados por grupos de falangistas durante la guerra civil que encontraron el auxilio pos mortem de los vecinos que los trasladaron hasta el cementerio.
Es la crónica negra, apunta el antiguo alcalde Ángel García ‘Gelo’ (nac. 1944) cuando preguntamos por la carreta, a pesar de que Villatoro no figura en el listado de fosas de la provincia de Ávila, ni tampoco en la Enciclopedia de la Memoria Histórica, y no aparece ningún vecino en la “relación de residentes que durante la dominación roja fueron muertas violentamente o desaparecieron y se cree fueron asesinadas” del portal de archivos españoles (PARES). No obstante, como testimonio de aquellos sombríos sucesos de 1936, hace siete años que fue erigida en el cementerio de Villatoro una lápida en memoria de los maestros republicanos de Salobral Nicanor Madejón Sánchez y su hijo Amancio, lo que recuerda a otros anónimos asesinados que debían estar enterrados en la misma fosa común. Ambos fueron ejecutados el 8 de agosto de 1936 en el camino de Prado Caballo, cerca del lugar llamado Las Barderas.
Sus cuerpos fueron recogidos por los vecinos y enterrados en el exterior del cementerio, junto a las tapias, en el mismo lugar donde puede haber algunas decenas de fusilados en esos días”, escribe Rafael Sánchez Gutiérrez (‘La represión contra maestros en Ávila’, en ‘Muerte y represión en el magisterio de Castilla y León’, 2010), quien suma a la lista de los asesinados en las inmediaciones de Villatoro, a Antonio García Escudero, de San Martin de la Vega del Alberche, y a Ramón Gallego López, de Mesegar de Corneja, los cuales se suman a otros 22 maestros muertos en la provincia de Ávila. Y a ellos añadimos al presidente y secretario de la Sociedad de Trabajadores de la Tierra de Navaescurial que también fueron fusilados en Villatoro, entre otros.
Volviendo al carro de muertos que nos convoca, nos reencontramos con una original pieza de la tradición funeraria que también sirve como referencia y testimonio cierto de aquellos tiempos aciagos, un aspecto de la historiografía poco conocido fuera de la localidad. Sobre la existencia de este original medio de transporte, de sobra conocido entre los lugareños más ancianos, ya nos puso sobre su pista el antropólogo José Luis Alonso Ponga hace casi cuarenta años (‘Los carros en la agricultura de Castilla y León’, 1994), recordando entonces los viejos usos comunales y la filosofía igualitaria entre el campesinado, y con quien volvimos a coincidir de nuevo en su visita al Museo de Ávila el pasado 24 de septiembre para conferenciar sobre las mascaradas abulenses.
Sobre ello, lamentamos no poder apelar a la memoria viva del pueblo que es José María Rodríguez. que se encuentra internado en una residencia de mayores. Sin embargo, sabemos por los recuerdos de Benigno Escorial Muñoz (nac. 1931), famoso dulzainero de la saga familiar Los Barriguillas’, que al final de los años cincuenta se cedieron unos terrenos junto a la iglesia que habían sido lugar de enterramientos para la construcción de viviendas sociales, y entonces el alguacil Florián se ocupó del traslado de los restos cadavéricos exhumados utilizando el viejo carro comunal tirado por un burro en lo que fue una de sus últimas utilidades. También los más viejos rememoran cómo la muchachería formaba el séquito fúnebre que iba detrás del carro cargado con los cadáveres abandonados en La Bardera hasta el cementerio situado a la salida del pueblo junto a la carretera de Vadillo de la Sierra, después del pasar junto al torreón del castillo señorial del linaje del obispo Sancho Blázquez Dávila construido en el siglo XV.
Con las referencias reseñadas visitamos el cementerio de Villatoro Javier Jiménez, director del Museo de Ávila y su esposa Graziela; Dámaso Barranco, autor del libro ‘Una aproximación histórica a dos comunidades de villa y tierra abulenses: La Episcopal Bonilla y la Señorial Villatoro’, 1997; y uno mismo. Nos esperaban el acalde David San Segundo y los concejales María Dolores Rico y José Luis González, también el que fuera regidor Ángel García ‘Gelo, acercándose después Domingo García, un octogenario que fue transportista.
En este ambiente es fácil coincidir en el recuerdo de los hombres y mujeres cuyos restos habitan los cementerios, lo que trasciende al hecho físico del enterramiento de cuerpos inertes, pues con su memoria se construye la historia que perdura inmortal en el tiempo. Todos rodeamos el simpar vehículo fúnebre intuyendo su antigüedad y servicio vecinal, que no era el único, pues los más viejos recuerdan cómo otros fallecidos en extrañas circunstancias fueron transportados en un carro de vacas o sobre serones de mimbre a lomos de caballerías. El conjunto mortuorio está formado por un carro y un ataúd, todo pintado con anilina o un tinte negro. El carro, que debía ser tirado por un burro o una mula, tiene una capota de tela de lienzo de costal barnizado y es de menores dimensiones que los utilizados en la zona para las labores agropecuarias; sobrela comporta o tablero frontal detrás del asiento del conductor hay una cruz dorada y otra coronada con la señalética del finado; y en el dintel posterior se lee ‘“RYP’. El ataúd tiene una tapa con otra cruz dorada que al abrirla vemos en su interior la hoja metálica de una guadaña, herramienta que, aunque es símbolo de la muerte, debía utilizarse para la limpieza de maleza del recinto. Esta caja es de tablón de chopo, una madera poco pesada, tiene asas de cuerda a los lados y fue ideada para cuerpos altos, consumidos y delgados, pues la anchura del féretro es francamente reducida. Por ahora no recabamos el dato temporal de construcción del cementerio si bien observamos sepulturas fechadas en 1910.
Sobre la fabricación de carros y la carretería en Villatoro sabemos que el pueblo contaba con excelentes artesanos, según José Mª Hernández Escorial (‘“El Papel de Villatoro’, nº 26, octubre 1999). Entre ellos, a principio de los años treinta, destacaba en el oficio Pedro Gutiérrez, quien era carpintero y también herrero junto a Marcelo Hernández y que la “desgracia” de tener ideas liberales y sociales hizo que fuera fusilado por comunista en 1936, cuenta Hernández Escorial. Trágica circunstancia de la muerte de este diestro carretero cuyo gremio había sido el fabricante del carro mortuorio que nos ha reunido. Otros fabricantes de carros en Villatoro fueron los carreteros Jorge Gómez y Joaquín Rodríguez ‘Tío Guilla’, el herrador Amós García, y el carpintero/hojalatero Esteban Jiménez. A ellos se suman el carpintero Virgilio Hernández y el herrero Ricardo Sánchez de Villanueva del Campillo, y Gildo Sánchez y Francisco González de Vadillo de la Sierra. Contabilizándose entonces casi trescientos carros en los pueblos de la zona a comienzos de 1960 reseña Hernández Escorial.
Finalmente, apuntamos que la memoria de los hombres y mujeres cuyos restos habitan los cementerios trasciende a su arquitectura y al hecho físico del enterramiento de cuerpos inertes, pues con su recuerdo se construye la historia de los pueblos que perdura inmortal en el tiempo. Esta idea nos ha permitido en este caso detenernos en aspectos etnográficos mezclados con sucesos históricos relacionados con la muerte que van más allá de los hechos que relatamos. De la misma manera, hace años y por iniciativa municipal, trazamos varias rutas en el cementerio de la capital abulense, igual que lo ha venido haciendo la Asociación Cultural Amigos de Mesegar que capitanean Pablo Martín y Elena Avellaned en sucesivos recorridos culturales por los cementerios de los pueblos del Valle del Corneja y el Valle Amblés. Y todo, siguiendo el ejemplo de la larga tradición europea de fomento y descubrimiento del patrimonio funerario en el marco de nuevos itinerarios culturales diseñados por el Consejo de Europa, el cual que ahora adquiere particular relevancia también en el medio rural.
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