Ante un aforo de 145 personas, los dos artistas, un hombre y una mujer, llevaron adelante un recorrido de números sorprendentes: canciones en vivo, lanzamientos de cuchillos, equilibrismo en una bicicleta o incluso acrobacias en el aire con la participación del público. La función inició de un modo inesperado: la mujer fue acomodando a los espectadores en sus asientos y, armada con una escopeta, iba reventando globos para indicar que ese lugar ya estaba ocupado. Así procedió con cada uno.
Más allá de la destreza técnica, Le Cabaret Renversé se distinguió por la manera en que supo narrar, a través del lenguaje del circo y del cabaré, la vida en pareja y sus matices. Con humor e ironía constantes, los artistas ofrecieron una oda al amor poco convencional que fue celebrada con risas, aplausos y ovaciones. La manera de establecer conexión con el público resultó singular: se ofrecieron diferentes tipos de vino como parte de la puesta en escena, un recurso que permitió sumergir a los asistentes de lleno en la narrativa y la experiencia del espectáculo.
Al final de la obra, los protagonistas dieron un giro inesperado a sus personajes y se transformaron en luchadores, con máscaras incluidas: él pedaleando una bicicleta mientras ella se mantenía erguida sobre sus hombros, en una demostración de fuerza femenina que sorprendió al público. No menos asombroso fue el momento en que el intérprete, desafiando los límites del virtuosismo, tocó el violín con la boca al mismo tiempo que realizaba malabares con copas de vino. Hubo muchas sorpresas más como la presencia de un perro caminando con su dueña, alrededor de los asistentes.
La participación del público fue otro de los ejes fundamentales de la propuesta. Una espectadora se incorporó para leer y cantar, mientras los artistas reorganizaban constantemente a la audiencia según las dinámicas del espectáculo, llegando incluso a escenas de alto riesgo, como el lanzamiento de cuchillos hacia una mujer atada a una rueda de madera. Con una mezcla de música, humor, destreza física y complicidad con los asistentes, el montaje logró dejar una huella imborrable en todos los presentes.
Como broche final y despedida, el protagonista tomó una pistola para disparar pequeñas bolas de colores contra botellas de cristal, mientras su compañera permanecía debajo de ellas. Para añadir aún más tensión a la escena, se pidió al público que se colocara gafas de protección, convirtiéndolos en testigos directos de un cierre tan arriesgado como espectacular.
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