Hoy es militar profesional en el Ejército del Aire, madre de dos hijos y campeona regional de karate veterano. Pero para entender cómo ha llegado hasta aquí, hay que viajar atrás en el tiempo, hasta una pequeña sala ubicada en el barrio de San Nicolás y a una vocación que creció desde muy temprano.
“Mis padres vivían dos calles más abajo del gimnasio, y en aquella época no había muchas opciones. Los dos trabajaban como podían, y aquello era como una solución práctica. Mi hermano era muy movido y nos recomendaron apuntarlo a una actividad que le ayudara a canalizar la energía. Carlos Torrubias [propietario del gimnasio Sound Body] acababa de abrir su sala, donde solo se impartían clases de karate y sevillanas, y allí fuimos los tres hermanos. Así empezó todo”, recuerda Ainoha.
Tenía apenas tres o cuatro años cuando empezó a entrenar. Y ya no paró. “Para mí era karate todo el día. Colegio, karate. Fin de semana, competición o entrenamiento con la Federación. Fue mi mundo durante toda la infancia y adolescencia”. Cuando llegó el momento de elegir una profesión, Ainhoa necesitaba algo con esa misma disciplina: “En Ávila ya está difícil tener trabajo, parece que o eres funcionario o perteneces al sector servicios, y no quería ninguna de las cosas. Necesitaban más caña. Y, por otro lado, haber estado toda la vida con un deporte tan disciplinado y tan organizado, necesitaba algo así. No me veía en otros sitios.
Entró sin haber cumplido los 20 años, tras descubrir la profesión en las exhibiciones que las Fuerzas Armadas realizan al público. Le costó convencer a su madre, aunque sus dos hermanos ya estaban dentro del ejército. “A mi madre le costaba entenderlo al principio. Pensaba que era como la mili de antes, que desaparecías durante meses. Pero cuando vio que volvía el primer fin de semana, que era todo mucho más profesionalizado, se tranquilizó. Yo lo tenía clarísimo: quería ser militar y nada más”, explica.
Una buena época en el ejercito
Ainoha ha tenido una trayectoria dentro de las Fuerzas Armadas, desde destinos más operativos como en Torrejón de Ardoz, donde trabajó cerca de los F-18 —“una experiencia impresionante”— hasta puestos de oficina, que le han permitido conciliar mejor su vida desde que es madre. “Lo bueno del Ejército es que puedes desarrollarte en muchas áreas: mecánica, informática, medicina, administración… No es solo lo que la gente imagina de películas, soldados con fusiles. Es muchísimo más amplio”, explica.
Y en todos esos años nunca ha sentido rechazo por ser mujer en un mundo tradicionalmente masculino. “He tenido suerte. Estoy viviendo una época buena. Nunca he sentido diferencias. Somos muchas ya, y muchas en puestos de mando. Lo que pasa es que hay que hacer carrera. No se llega a general por ser mujer, se llega por experiencia y méritos”, dice con firmeza.
Mientras tanto, el karate siempre ha estado ahí. Aunque hizo un parón durante unos años por la maternidad, Ainoha volvió. Y lo hizo, como tantas veces, casi sin proponérselo. “ Carlos Torrubias me pidió ayuda porque quién daba las clases se iba a trabajar fuera. Empecé a sustituirla junto a mi hermano y, poco a poco, acabé dando clases. Mi hermano ha tenido una trombosis y me ha tocado ponerme más al frente”, cuenta.
Su hijo, de 11 años, también practica karate y lo hace sorprendentemente bien. “Se le da fenomenal, como a mí de pequeña. Y claro, entre que él entrena y que yo daba clase, empecé a ir a campeonatos veteranos. Me presenté sin entrenar casi nada, y gané el regional. Y luego un campeonato nacional militar y de cuerpos y fuerzas de seguridad. ¡Fue una locura!”, dice riendo.
Mucho más que un deporte
El Dojo donde entrena y da clase se ha convertido en una segunda familia para muchos niños y niñas del barrio. Ainhoa los guía. “No me lo planteo como ‘ser un referente’, pero cuando les veo venir corriendo, gritar ‘¡profe!’ y abrazarte… es que te das cuenta de que sí, que algo les das. Y luego, cuando ven que yo también compito, que me enfrento a los nervios, que lo intento… se lo creen. Les da confianza”, explica.
Muchos de sus alumnos llegan inseguros, otros con TDAH, algunos con dificultades sociales o emocionales. Y el karate les transforma. “Es un sitio seguro para ellos. Trabajamos mucho la disciplina, el respeto, la constancia. Terminan cada clase con el doyokun, que es una especie de juramento. Son frases como ‘formar el carácter’, ‘esforzarse al máximo’, ‘respetar a los demás’, ‘reprimir la violencia’… y añadimos cosas como ‘respetar la naturaleza’. Es más que un deporte. Es un estilo de vida”, afirma.
Lo más bonito, según ella, es cómo los vínculos crecen desde abajo. “Ahora se da mucho que los padres se hacen amigos y luego sus hijos se juntan en las actividades deportivas. Aquí pasa lo contrario: los niños hacen amistad, van a competiciones, entrenan juntos… y al final los padres acaban formando piña también. Es muy especial”, dice con emoción.
Y para los niños con TDAH, el karate es oro puro. “Les ayuda a centrarse, a estar atentos, a respirar, a controlarse. Antes de terminar cada clase, nos sentamos, respiramos… y muchos padres alucinan al ver cómo su hijo, que en casa no para, aquí es capaz de estar quieto, escuchar, concentrarse”, añade.
Militar y karateka, madre y entrenadora, compañera y ejemplo. Ainhoa García ha sabido unir dos mundos que a simple vista podrían parecer distintos, pero que en ella confluyen de forma natural. La disciplina, el respeto, la entrega y la pasión los atraviesan a ambos. Y ella, con su voz calmada y su mirada firme, sigue caminando, enseñando, aprendiendo. Porque aún —lo dice ella— le queda mucho por hacer.
Crítico | Viernes, 08 de Agosto de 2025 a las 08:02:10 horas
Enhorabuena Ainoha, por las dos actividades más la de ser madre, también muy importante.
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