Aquel siniestro forestal, entre Arenas y el puerto del Pico, ha sido recordado ahora, a raíz del incendio ocurrido en Cuevas del Valle y Mombeltrán. Entonces, a lo largo de una semana de lucha contra el fuego, el siniestro calcinó más de 4.200 hectáreas de masa forestal de alto valor ecológico, devastando siete municipios de la vertiente sur de la Sierra de Gredos, y dejó un trágico saldo de dos víctimas mortales.
El incendio se inició hacia las 13,30 horas con tres focos simultáneos detectados cerca del santuario de San Pedro de Alcántara, lo que llevó de inmediato a sospechar de una causa provocada. Las autoridades confirmaron rápidamente la mano del hombre detrás del fuego. “Ha tenido tres focos, por lo que ha sido claramente intencionado”, declaró aquel día María Jesús Ruiz, consejera de Medio Ambiente de Castilla y León.
La existencia de varios puntos de ignición separados sugería la acción deliberada de la acción humana. Además, el fuego prendió en una zona escarpada de difícil acceso, lo que dificultó la primera intervención de los servicios de extinción. Ante la gravedad inicial, la Junta de Castilla y León activó el nivel 2 de alerta del Plan Infocal, solicitando apoyo de medios estatales como la Unidad Militar de Emergencias (UME). Las condiciones meteorológicas de aquel día, con altas temperaturas estivales y rachas de viento, propiciaron que las llamas cobraran fuerza rápidamente.
Propagación explosiva
En las primeras 48 horas, el incendio se extendió sin control a lo largo de un frente de hasta 30 kilómetros, avanzando por el denso pinar y amenazando varios núcleos habitados de la comarca. Las llamas saltaron de Arenas de San Pedro hacia municipios vecinos como El Arenal, Mombeltrán o Cuevas del Valle, arrasando el monte a su paso. La situación obligó a ordenar evacuaciones de urgencia: centenares de vecinos fueron desalojados de sus viviendas ante la cercanía del fuego y el humo irrespirable. En Mombeltrán y Cuevas del Valle se produjeron evacuaciones parciales de la población, incluyendo urbanizaciones rurales completas.
El número de personas evacuadas superó el millar. Muchas de ellas tuvieron que refugiarse en pueblos cercanos de la Sierra de Gredos, como Navarredonda de Gredos o San Martín del Pimpollar, al activarse dispositivos de alojamiento de emergencia. La velocidad de propagación del incendio sorprendió incluso a los servicios de extinción. En tres días, la superficie arrasada se estimaba ya en alrededor de 5.000 hectáreas calcinadas, convirtiendo este siniestro en uno de los más extensos que se recuerdan en Ávila. Posteriormente, mediciones más precisas situarían la cifra definitiva en unas 4.211 hectáreas, de las cuales cerca de 3.000 hectáreas eran monte arbolado, junto a matorral, pastos y algunas parcelas agrícolas. La masa forestal quedó arruinada en un amplio perímetro, con vastos pinares afectados. También resultaron calcinados huertos, olivares y castañares en las laderas, afectando los medios de vida de muchas familias.
Para la noche del 28 de julio, el horizonte del Barranco de las Cinco Villas era un frente continuo de llamas visible a kilómetros de distancia, y el incendio continuaba fuera de control según reconocían las autoridades.
Despliegue sin precedentes
La respuesta al incendio implicó un despliegue de medios humanos y técnicos nunca antes visto en la comarca. En el pico de operaciones llegaron a trabajar en la zona más de 1.600 efectivos procedentes de Castilla y León, Madrid y otros puntos de España, incluyendo cuadrillas terrestres, bomberos forestales, brigadas helitransportadas y militares de la UME. Hasta 36 medios aéreos (helicópteros y aviones) combatieron simultáneamente el fuego en distintos flancos, descargando millones de litros de agua sobre la sierra. Las labores de extinción se prolongaron día y noche: se realizaron cortafuegos de emergencia en el puerto del Pico para evitar que el incendio pasara al norte de Gredos, y numerosos voluntarios locales se sumaron para apoyar a los profesionales, aportando agua y víveres. La entonces ministra de Defensa, Carme Chacón, se desplazó a primera hora del 29 de julio a Arenas de San Pedro, convertido en el puesto de mando del operativo, para supervisar in situ los trabajos de extinción. Desde allí lanzó un mensaje de condena a los culpables del fuego, calificando de “malnacidos que se dedican a incendiar vidas humanas” a quienes provocaron deliberadamente esta tragedia.
También José Antonio de Santiago-Juárez, portavoz de la Junta de Castilla y León, mostró su indignación y señaló directamente a los incendiarios: responsabilizó a “los criminales que lo provocan” como causa principal del desastre, a la vez que subrayó que el viento estaba “acelerando y agravando” la magnitud del fuego.
Las autoridades subrayaron que sin la acción humana intencionada este incendio nunca habría alcanzado tal devastación, por mucho calor o viento que concurrieran aquel verano. Aun así, confiaban en poder acotar el siniestro en cuanto amainaran las condiciones adversas; “esperamos tenerlo controlado en 24 horas si el viento nos respeta”, declaró el 30 de julio el vicepresidente de la Junta, mientras las llamas seguían activas.
El combate contra el fuego fue titánico y se prolongó varios días hasta que, gracias a la mejora meteorológica y al enorme esfuerzo desplegado, el incendio pudo ser estabilizado y controlado en los primeros días de agosto. No sería hasta el 4 de agosto cuando se dio oficialmente por extinguido el último rescoldo.
Trágico balance humano
Además de los cuantiosos daños materiales y ambientales, el incendio de Arenas de San Pedro dejó dos víctimas mortales, un balance trágico que conmocionó a la población. La primera víctima fue un profesor jubilado que perdió la vida el mismo 28 de julio, atrapado por el fuego en su vivienda rústica de la urbanización Las Majadas, en las afueras de Arenas. Según testigos, ocurrió cuando intentaba salvar su casa de las llamas cuando quedó rodeado por el incendio.
Apenas unas horas después, el 29 de julio al amanecer, se produjo la segunda víctima mortal vinculada a este siniestro. Fue un operario de maquinaria pesada de 40 años enviado desde la Comunidad de Madrid, que sufrió un fatal accidente mientras trabajaba en las labores de extinción como capataz de un buldócer en uno de los retenes, y que fue arrollado por su propia máquina tras bajarse momentáneamente del vehículo en una zona forestal de Arenas de San Pedro. Este profesional se había ofrecido voluntario para apoyar en la extinción en Ávila, sumándose al contingente desplazado desde Madrid.
Su muerte elevó a dos el número de fallecidos en el incendio de Arenas, que situó a este siniestro entre los más luctuosos de la década. De hecho, con estas pérdidas humanas, el total de víctimas por incendios forestales en España en el verano de 2009 alcanzó las 11 personas, el peor balance desde 2005.
Daños medioambientales
Las secuelas que deja un incendio de esta magnitud son profundas y duraderas. La zona arrasada en el Valle del Tiétar abarcó bosques pertenecientes al Parque Regional de la Sierra de Gredos, un espacio protegido integrado en la Red Natura 2000 por su alto valor ecológico.
En total ardieron miles de hectáreas de pinares, robledales y matorral de montaña que albergaban una extraordinaria biodiversidad. Este sector de Gredos cobija especies emblemáticas como el águila real, el buitre leonado, el halcón abejero, así como fauna singular del Sistema Central (lobos, corzos, jabalíes, lagartos verdinegros, entre otros).
Pese a las pesquisas, nunca se identificó ni detuvo al culpable o culpables de prender aquellos focos intencionados. Este hecho alimentó la indignación social, al sumarse a la estadística de incendios provocados que quedan sin castigo. Autoridades como el entonces delegado del Gobierno en Castilla y León, Miguel Alejo, clamaron contra la “intolerable” impunidad de los incendiarios y pidieron la colaboración ciudadana para aportar cualquier pista.
En el plano de la reconstrucción, tras la extinción del fuego se pusieron en marcha diversas medidas de recuperación. La Junta de Castilla y León aprobó un Plan Extraordinario con una dotación de 9,4 millones de euros destinado a reparar infraestructuras básicas, apoyar a los damnificados y restaurar el medio natural en los municipios afectados. Dicho plan incluyó ayudas directas para agricultores y ganaderos cuyos cultivos (olivares, viñedos, castaños, cerezos) y explotaciones resultaron calcinados, así como la rehabilitación de caminos rurales, redes de agua y otras instalaciones dañadas. En el ámbito medioambiental, se emprendieron proyectos de reforestación a gran escala para intentar acelerar la regeneración del bosque. En los años posteriores, brigadas forestales y voluntarios repoblaron con árboles autóctonos las zonas más castigadas. En 2015, por ejemplo, se llevó a cabo la plantación de más de 100.000 árboles jóvenes (pinos, abedules, serbales, entre otras especies) en el monte Orzaduero de San Martín del Pimpollar, uno de los parajes arrasados en la alta Gredos.
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