Declarada fiesta de interés turístico regional, esta tradición ha vuelto a desarrollarse, pese a una meteorología adversa que, sin embargo, no ha impedido una celebración que ha contado con algunos asistentes menos que otros años.

Los copos de nieve y el frío han restado algo de participación a una costumbre tan arraigada para los vecinos de este pueblo, muchos de los cuales se disfrazan con las mantas pingueras que se han colocado en las casas y garajes, minutos antes de que a las 17 horas tomasen las calles del pueblo.

El llamativo atuendo lo han coronado con una máscara de madera, rematada por una cornamenta y una pelambrera realizada con crines de caballo. Estos seres han culminado su preparación con una vara y los cencerros atados a la espalda con la ayuda de un cinturón.

Precisamente estos elementos han sonado sin parar durante toda la tarde, a partir de los movimientos acompasados de los cucurrumachos, recorriendo todos los rincones de Navalosa, en una ceremonia, en apariencia caótica, pero que se repite cada año culminando en la plaza del Ayuntamiento.

Allí les esperaban los nueve quintos nuevos (cuatro chivas y cinco chicos), con los que han danzado alrededor del gran tronco de chopo instalado en el centro, junto a las serranas.

Mientras todos ellos giraban en torno al mayo, los quintos viejos o cucurrumachos también han ido esparciendo entre los asistentes la paja que portaban en sus sacos, como una especie de travesura, realizada cuando el público no les veía.

Todo ello ha pasado mientras, desde el balcón del Consistorio, se han leído coplillas realizadas por vecinas del pueblo, al mismo tiempo que se relataban las viandas y el dinero recibido por los vecinos. El acto central se ha completado con la simbólica muerte de la vaquilla, representada por uno de los quintos nuevos.