Del Viernes, 21 de Noviembre de 2025 al Domingo, 23 de Noviembre de 2025
Clásicos de ida y vuelta
--- Manuel J. García Domínguez.
Termino de leer a Azorín, probablemente, uno de los clásicos que más fugazmente ha pasado de la gloria al olvido en nuestra ancha literatura; lo hago cerrando una pobre edición de bolsillo, rescatada de una librería de viejo, que reúne ‘Castilla’ y ‘La ruta de Don Quijote’.
La celebración del 150 aniversario del nacimiento del autor nacido en Monóvar, festejado durante el pasado año, no ha logrado revertir esa tendencia hacia el olvido; sí que nos deja su año -a modo de consolación- un puñado de artículos y suplementos culturales de gran calidad dedicados al autor.
Igual que le sucedió a Vargas Llosa -que se animó a volver a enfrentarse a la lectura de las aventuras de nuestro querido hidalgo, tras leer ‘La ruta de Don Quijote’-, quedo cautivado con su prosa seria y precisa, imbuida de espíritu de permanencia, con la que el autor es capaz de ahondar en esas temáticas tan propias de su Generación del 98: la esencia de Castilla, sus paisajes y sus gentes; el simbolismo que rodea a la figura de nuestro ingenioso hidalgo o la vigencia de las obras fundamentales de nuestra literatura.
Es una forma de escribir -la de Azorín- que nos evoca la permanencia de un pasado que se prende en los detalles de las pequeñas cosas, tan cotidianas que se dan por perdidas en el divagar diario. Sus frases cortas y descriptivas, tan propias de la columna de periódico, no impiden que tomen protagonismo en sus escritos los grandes temas: el valor efímero de la existencia, el paso del tiempo como condicionante vital o la eternidad anhelante del hombre. Especialmente, me impactó su visión de la vida como retorno; con una clarividencia que solo posee alguien que ha tomado el pulso de verdad a la vida, nos muestra que “vivir es ver volver”, recordando, de este modo, que siempre hay algo de verdad en toda nostalgia que nos acecha.
Su visión de la realidad sigue viva en los ojos del que busca ese país que un día fue desdicha para aquellos regeneracionistas; no es un espejismo ni un artificio literario.
Su mirada, esa que brilla en cada adjetivo de sus precisas descripciones, retorna en los paseos por nuestras vetustas ciudades de meseta, revive en los horizontes lejanos de los campos labrados y se inspira en cada viaje por esas tierras de gentes recias y olvidadas.
Me consuela leer a Andrés Trapiello señalando que: “Azorín es un escritor de llegada”. Es, seguramente, el más longevo de los miembros de la Generación del 98 un autor para la madurez; para releer en primeras ediciones, esas que lucen en estantes de anticuario con títulos dorados sobre lomos desgastados. Yo, de momento, leo para que un día pueda volver a esas páginas del maestro y recordar de nuevo, sin mucho esfuerzo, qué permanece de aquel que leía olvidados títulos en noches de verano.






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