Del Viernes, 05 de Diciembre de 2025 al Domingo, 07 de Diciembre de 2025
Muchas cosas han cambiado desde que las primeras grandes redes sociales hicieron su aparición con el lanzamiento de Facebook en 2004. Durante los primeros años de esta nueva etapa de internet, estábamos habituados a publicar contenidos personales en nuestro ‘muro’ sin prácticamente ningún tipo de filtro, e incluso respondemos sin preocupación al sinfín de preguntas que Facebook nos hacía para ‘conocernos’ mejor.
Era frecuente encontrar a millones de usuarios que exhiben sin problemas su dirección de correo electrónico, su número de teléfono personal, su dirección postal, la empresa donde trabajaban, la escuela donde habían estudiado, quiénes eran sus mejores amigos… La privacidad estaba completamente ausente durante los inicios de la plataforma, lo que enseguida se tradujo en un sinfín de casos de acoso y hackeos.
Fueron estas tragedias las que impulsaron la elaboración de marcos legales en múltiples países que obligaban a plataformas como Facebook a establecer medidas de seguridad digital diseñadas para proteger la privacidad de sus usuarios. Se nos permitió entonces establecer distintos niveles de ‘acceso’ a la información que compartimos en Facebook, donde, por supuesto, toda la información seguía siendo visible por parte de la compañía.
La pérdida del control sobre nuestra información
Permitir a una gran empresa tecnológica gestionar libremente toda la información que compartimos con la compañía supone un serio peligro para nuestra privacidad. Incluso si la empresa tiene la intención de mantener nuestros datos en privado, sus sistemas de ciberseguridad pueden fallar y dejarlos expuestos cuando menos lo esperamos. Esto fue justo lo que ocurrió en 2014 con una filtración de fotografías íntimas de mujeres famosas.
Entre las artistas afectadas se encontraron Jennifer Lawrence, Kate Upton, Ariana Grande o Kaley Cuoco, todas ellas propietarias de un iPhone con el que habían tomado fotografías de índole sexual. El iPhone estaba vinculado con el servicio de almacenamiento en la nube de Apple –el iCloud–, y, mediante un robo de contraseñas gestado a través de un ataque de phishing, los hackers pudieron acceder a las fotos y hacerlas públicas.
Aunque Apple adoptó medidas de seguridad para prevenir que se produjera una futura filtración similar –que puede tener lugar a pesar de todo–, el escándalo puso de manifiesto lo frágil que puede resultar nuestra privacidad en internet. Además, desde entonces se han sucedido los hackeos en un sinfín de cuentas personales que no han recibido la atención mediática de las grandes estrellas, pero que han arruinado muchas vidas igualmente.
Los riesgos del ransomware
Los hackeos pueden tener lugar en cualquier dispositivo de cualquier persona, y, de hecho, los hackers acostumbran a elegir a las pequeñas empresas o usuarios particulares de internet entre sus víctimas, sabedores de que cuentan con mejores medidas de seguridad digital. Esto se ha traducido en numerosos secuestros de información en dispositivos de todo tipo de empresas, aprovechando que sus usuarios muchas veces ni siquiera saben qué es ransomware.
Los ataques de ransomware han afectado a instituciones gubernamentales, laboratorios, universidades, y compañías de todo tipo, que de la noche a la mañana ven secuestrada su información operativa y quedan obligadas a pagar un rescate para liberarla. Esto es especialmente problemático en el caso de que no cuenten con una copia de respaldo de los archivos, porque de otro modo solo tienen la opción de pagarle al hacker lo que pide.
La sextorsión y los 'deepfakes'
Pero los ciberataques no se limitan solamente al ransomware. También es cada vez más habitual que los hackers roben fotografías íntimas de sus víctimas y las chantajeen bajo la amenaza de hacerlas públicas o compartirlas con sus familiares y amigos. La sextorsión es muy habitual en las escuelas de enseñanza secundaria, donde el chantajista acostumbra a pedir dinero o, peor aún, favores sexuales a cambio de no publicar las fotos robadas.
Este problema es extraordinariamente serio, y en muchos casos ni siquiera es necesario que se produzca un hackeo de por medio. Son muchas las ocasiones donde la víctima envía voluntariamente las fotografías íntimas al futuro chantajista mientras están en una relación sentimental. Tras una ruptura posterior, el chantajista amenaza a la víctima o publica sus fotos sin más, lo que supone una experiencia absolutamente traumática para la mujer afectada.
Y aún hay más. Ahora ni siquiera es necesario que las fotografías sean reales, porque los chantajistas pueden simplemente tomar fotografías no íntimas de la víctima y manipularlas para que parezcan imágenes sexuales reales. Además, la nueva tecnología de la IA permite incluso interpolar el rostro de la víctima en un video sexual con una apariencia realista. Si un simple retrato nos pone en riesgo, nuestra privacidad online está más amenazada que nunca.





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