Juan Miguel Estévez, nacido en Gijón, abulense de adopción y madrileño laboralmente, sólo tiene un deseo, “que ninguna persona que lo necesite se quede sin trasplante de médula”.

Detrás de ese deseo hay una promesa con una historia personal y familiar que cuenta como ejemplo para que todo el mundo sepa de su esfuerzo, al que no da excesiva importancia: “físicamente lo voy a pasar mal pero, pero mentalmente voy a disfrutar”.

Para él, las “valientes en esta historia” son sus hermanas: Ana, que cayó enferma y necesitó un trasplante, y su hermana Ángela, que fue la donante. Hechas las pruebas de compatibilidad era ella -él no- quien podía someterse al trasplante de médula, pero en ese momento no porque se encontraba embarazada de dos meses.

Ella logró curarse con quimioterapia y esperar al nacimiento de su sobrina, para luego proceder al trasplante “en un proceso similar al de una trasfusión, una extracción de sangre medular”, relata.

A buen ritmo
Fue el 25 de julio, festividad de Santiago Apóstol. Ya en el camino, ahora, “las piernas bien, me responden”, dice después de tres etapas, cada una equivalente a un maratón. Partió el viernes de Bilbao y el 3 de noviembre llegará a Santiago. “A buen ritmo”, pero con paradas para confraternizar con los peregrinos”. La etapa entre las localidades cántabras de Castro Urdiales y Santoña la hizo en cinco horas y seis minutos.

El peregrino a ritmo de maratón se ha preparado todo lo que ha podido para este reto “corriendo dos o tres horas al día” dada la dificultad de reproducir el reto al que se enfrenta, y que confía superará “salgo imprevistos o lesión”.

Pero sobre todo confía en que haya gente que se anime a apuntarse a la base de datos, que registra la compatibilidad y que permite estar dispuesto a ser donante: “tal vez algún día logres salvar la vida de un desconocido, de alguien que te lo agradecerá eternamente”.

En la web ‘712 kilómetros para salvar vidas’ detalla los motivos que le han llevado a hacerse maratoniano durante 17 jornadas seguidas.