Se trata de la ‘Dolorosa de Las Agustinas’, que pudo ser vista en la exposición de Las Edades del Hombre celebrada en Ávila en 2004, y que ha sido considerada como pieza autógrafa de Murillo (Sevilla, 1618-1682).
Por tanto, cuando el cuadro estuvo en Ávila se desconocía su autoría. Pero ahora ya no se encuentra en la capital abulense sino en el convento de San Ildefonso, en Talavera de la Reina (Toledo), también de las Madres Agustinas, que cerraron el cenobio en 2017, después de cinco siglos, y se fusionaron con el convento talaverano.

El historiador del arte José María Quesada explica la autoría de la obra en la revista Ars Magazine, en la que señala que el cuadro fue expuesto hace dos años en Las Edades del Hombre en Sahagún (León), siendo considerada obra de Alonso Cano y que se mostró por vez primera en la capital abulense en 2004. El cuadro es óleo sobre lienzo de 94 por 70,5 centímetros.

“Allí se atribuía a Cano, mientras que, en la reciente, se ha considerado original del maestro. Sin embargo, creo que estamos ante una obra autógrafa de Bartolomé Esteban Murillo de hacia 1650”, según Quesada, que lamenta que “desgraciadamente” se desconoce su origen y “cómo llegó a sus propietarias actuales”.

El historiador explica que la iconografía no es la habitual en las Dolorosas de Murillo, puesto que “recuerda mucho la representación de la Virgen de la Soledad, devoción muy extendida en el Madrid de la época desde que la reina Isabel de Valois, tercera esposa de Felipe II, la difundió a partir de su llegada a nuestro país en 1559”.

Análisis de rostro y mano

En el cuadro la virgen aparece “vestida con los ropajes de viuda, sus manos entrelazadas delante del pecho en actitud de plegaria, cabizbaja, y con la mirada fija en los atributos de la Pasión: la corona de espinas y los clavos encima de un paño blanco”, en lo que es modelo de virgen de medio cuerpo que procede de la pintura flamenca, “si bien en España, y desde fecha temprana, ya era bien conocida a través de la divulgación de las pintadas por Tiziano, originales que fueron grabados y cuyas estampas circularon en los talleres de los maestros de nuestro Barroco” y que “generalmente solían estar emparejadas con un Ecce Homo”.

Según Quesada, la atribución a Bartolomé Esteban Murillo “se basa en un análisis estrictamente formal, especialmente del rostro y las manos”.

“Las carnaciones han sido ejecutadas con un color suave, poco saturado, claramente naturalista”, con un rostro “muy cercano a las numerosas vírgenes de Murillo de su etapa de juventud”, como en el lienzo de la ‘Muerte de santa Clara de Dresde’ la cara de una de las santas mártires, como “la que está más próxima a la santa, detrás de la litera y que se inclina hacia adelante como nuestra Dolorosa”. También está muy cerca del de la Virgen del Rosario del Museo del Prado, apunta el historiador del arte.

Un prodigio

Quesada explica que “las manos y los objetos situados en primer término son también un prodigio en cuanto al manejo del dibujo y el claroscuro de origen naturalista con el que las modela, dedo a dedo”, mientras que el resto de elementos de esta “severa composición es un perfecto ejercicio del tenebrismo en el que Murillo se desenvolvió hasta bien entrada la década de 1650”.

Según destaca, “frente a las pinturas realizadas para el claustro chico del Convento de San Francisco, donde el contorno de sus figuras resulta muy lineal e incluso de una cierta dureza, aquí el pintor ha incorporado a su técnica una cierta morbidezza o suavidad, un sfumato en sus figuras que ofrece una solución más real y una mayor integración de los personajes en el espacio circundante”. Y apunta que un magnífico ejemplo de ello se ve en las manos entrelazadas, pintadas del mismo modo, tanto en la ‘Magdalena penitente’ de la Academia de San Fernando de Madrid  como en la de cuerpo entero del Museo de San Diego".