Esa actitud paternalista y buenista es una forma de racismo tan execrable y despreciable como el racismo que aparentemente combate. La falta de prejuicios raciales exige que el comportamiento ante el diferente étnico sea exactamente igual en la aplicación de la norma y la ley sin distinción alguna.

Sólo desde este racismo absurdo se puede consentir el espectáculo que dan algunas familias gitanas en la Seguridad Social, con sus niños correteando al lado de los carteles que prohíben su presencia, ante la apatía e inacción de los responsables del hospital, pareciera que ser gitano e ir en grupo, les concediera un fuero especial ajeno a las normas establecidas.

De la misma forma he contemplado en centros de salud como se saltaban el turno  correspondiente, ante la mirada de los presentes que preferían callarse y mirar a otro lado como si no fuera con ellos, por no hablar de las agresiones que sufren los médicos de urgencias porque a determinados señoritos cales no les apetece esperar o consideran que sus dolores y dolencias son más acuciantes y graves que las del resto de la humanidad.

Recuerdo un juicio al que asistí en Madrid, el fiscal, la juez y hasta la acusación particular enfatizaban una y otra vez que no tenían nada en contra de los gitanos, incluso la juez comentó en voz alta que “era amiga de muchos  gitanos”, como si fuera un mérito, una proeza, o eso dijera mucho en favor de su señoría. A mí me hacía gracia tantos complejos y no dejaba de percibir un deje racista en sus manifestaciones de bondad y amor al pueblo calé. No concibo que la juez hubiera dicho “tengo muchos amigos extremeños, o muchos amigos rubios” si los inculpados fueran extremeños o rubios.

Ese paternalismo estulto denota racismo y miedo, miedo que lleva a pasar por alto actitudes violentas y fascistas en lugar de aplicar la ley con toda normalidad con independencia de su color de piel, etnia o cultura peculiar.

No  entiendo este racismo ñoño de manga ancha que se tiene en los hospitales, centros de salud o en los juzgados con su comportamiento. Yo juraría que no hay ningún gen específico en esta raza que la haga incapaz de guardar determinadas formas o cumplir determinados requisitos.

Uno llega a pensar que al amparo de la raza y la marginación se esconden algunos jetas de mucho cuidado, que perjudican a los que, impecables en su comportamiento,  acaban siendo asociados a esos energúmenos y que debieran ser los primeros interesados en erradicar estas manifestaciones de falta de civismo por el bien de su cultura y su etnia.

Lo curioso del cuento es que esta actitud de permitir lo que en otros no sólo no es permisible sino censurable y condenable crea una mentalidad que  lleva a la exclusión social y económica, y así se ve el escaso interés que muestran por el rendimiento escolar de sus hijos, el escaso número que se plantea continuar los estudios después de la ESO o el bachillerato.   

Esta mentalidad tácita de cultura gitana como eximente de determinadas obligaciones y comportamientos que tienen los poderes públicos es uno de los mayores impedimentos  para la integración efectiva y real en esa “sociedad paya”, que sostiene la sanidad pública que les atiende, la que les paga los salarios de integración social y la que les da educación y comedores gratuitos a sus hijos.

La defensa de la sanidad pública exige combatir ese racismo buenista, y tratar a los delincuentes como lo que son, cualquier agresión o intimidación a profesionales o usuarios, es un ataque a todo el sistema sanitario y no un problema del agredido o intimidado. No hay comportamiento racista alguno en hacer entender a determinados individuos que las leyes del clan, la costumbre o su peculiar cultura, no prevalecen sobre  las normas.

No hay sociedad paya o gitana sino una única sociedad española de la que también forman parte y con la que también al igual que los demás tienen obligaciones como bien decía el diputado gitano  Ramírez Heredia.

Llevamos treinta y cinco años de constitución española, no hay razón alguna para pasar por alto determinados comportamientos fascistas y matonescos, el comportamiento incívico y chulesco en espacios públicos se debe combatir y castigar, sin considerar como atenuante o eximente el ser de raza gitana, o moro o  catalán,  ante la ley no hay etnias ni géneros, solo individuos o personas, recuérdese para cuando tanta tolerancia sin sentido lleve al  hartazgo de quién paga los impuestos que les mantiene y se eche en manos del primer Le Pen o Jesús Gil, que aparezca por estos pagos.