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Envoltorio de tableta de Chocolates Marugán de Mingorría, 1960. La presentación tendrá lugar el martes (20 horas) en el Episcopio. "Esta ruta por el chocolate de Castilla y León intenta recoger la historia de las empresas fabricantes de chocolate y maestros y maestras chocolateras que nos dieron y nos dan de comer y beber la bebida de los dioses, el llamado oro negro, la merienda nacional", escribe el autor Benjamín Redondo.
Se trata de un itinerario gastronómico, histórico y cultural en el que destacan importantes paradas en nuestra provincia: Ávila (Chocolates Coty y Chocolates Elgorriaga), Mingorría (Chocolates Marugán y Chocolates La Mingorríana) y El Barco de Ávila (Chocolates El Barco Delice, y Chocolates El Canario de Navatejares).
El libro ha sido editado por la Fundación Joaquín Díaz en formato digital en su web y se puede descargar gratuitamente.
Por nuestra parte, y a propósito de este entrañable trabajo, nos adentrarnos en la singular historia de este alimento haciendo parada con los chocolateros abulenses.
«El chocolate es para el español lo que el té para el inglés y el café para el francés. Lo hay en casi todas partes, y siempre es excelente», escribió el viajero inglés Richard Ford, quien atraído por la aventura española visitó la ciudad de Ávila siguiendo la tradición inglesa.
Efectivamente, después de la Guerra de la Independencia los jóvenes ingleses descubrieron que la España del siglo XIX encuadraba en la imagen romántica de la época más que en ningún otro país de Europa.
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En ella encontraban inmensos y desérticos páramos y sierras, evocadores de estampas de Siria y Turquía; iglesias y palacios desmoronados, dejados en ruinas por las tropas francesas y nunca más restaurados, esparcidos alrededor de las ciudades; y había altaneros mendigos y caballeros bandidos, escribió el hispanista Gerald Brenan.
Asombrado Richard Ford por la popularidad del chocolate en los hábitos alimenticios de los españoles, y por ende de los abulenses, reseñó alguna de las cuestiones que fueron motivo de preocupación de los consumidores, así decía: «se ha discutido mucho sobre si el chocolate quebranta o no el ayuno teológicamente, lo mismo que ocurrió con el café entre los rígidos musulmanes.
Pero desde que el sabio Escobar decidió que ‘liquidum non rumpit jejunium’, es el desayuno universal en España. Se hace lo bastante líquido para tranquilizar las conciencias, esto es, una cuchara se tiene derecha en la jícara, una taza pequeña, que es lo que se toma generalmente con rebanadas de pan tostado o bizcochos. Siempre se debe beber un vaso de agua después del chocolate, para neutralizar los efectos biliosos de este desayuno de los dioses, como Linneo llamó al chocolate».
Richard Ford, erudito y viajero nacido en Londres, vino a España en 1830 y durante cuatro años recorrió a caballo todo el país, llegando a ser un extraordinario conocedor de la vida de nuestros pueblos y ciudades, recogiendo en sus escritos (“Manual para viajeros por España” y “Cosas de España”) sus experiencias sobre los arrieros, las posadas, la tortilla, el gazpacho, los garbanzos, la matanza del cerdo, los barberos y sacamuelas, y el chocolate español.
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En relación con su visita a la capital abulense cuenta:
«Ávila es la capital de su fría y montañosa provincia. Los campesinos son muy pobres y hay todavía mucha tirra sin cultivar. Las posadas son muy malas; las menos malas son “La Mingorriana”, en la plaza, y la del “Empecinado”, “Puerta del Rastro”. Las galeras de Madrid paran en el “Mesón del Huevo”. Ávila es sede de un obispo y tiene universidad. Su población es de menos de cinco mil almas».
Ampliando entonces los datos de Ford, diremos que en el censo del Marqués de la Ensenada (1751) la ciudad de Ávila contaba con siete fabricantes de chocolate, y mediado el siglo XIX sabemos que existía un molino de chocolate sito en la antigua calle Cuchillería, nº 14, regentado por Don Eladio Sánchez Ocaña; además de un almacén de chocolate en la calle La Feria, nº 14, que estaba a cargo de Don Isaac Pérez de la Torre, según se reseña en la Guía de Ávila (1863) de Vicente Garcés. Además, la capital abulense también era abastecida por los chocolateros de Mingorría, donde se contaban seis fabricantes, entre los que destacaba la fábrica de Chocolates Marugán.
En esta época, según la relación de consumos de la ciudad estudiada por Madoz (1845-1850) el chocolate y el cacao ocupan un lugar destacado en la dieta alimenticia de la población de Ávila, y quizá por eso el Ayuntamiento decidió implantar el arbitrio titulado “de plaza” que “consistía en la imposición de dos reales y treinta y dos maravedíes en arroba de cacao, este arbitrio que también gravaba la introducción de vino y azúcar fue impuesto para edificar la plaza con arreglo al plan formado al efecto [por Juan Antonio Cuervo], pero se destinó a otros usos”.
Continuando con la tradición chocolatera, a finales XIX destaca el almacén de coloniales y fábrica de chocolate de Don Lope Santo Domingo, situada en la zona del puente Adaja de la capital abulense, en la bifurcación de la carretera de El Barco de Ávila y de la de Salamanca, elaboran los “Chocolates La Pureza", los cuales se vendían en su tienda de ultramarinos de la calle Maldegollada, frente a la plaza cerrada, luego llamada calle Ibarreta, (Antonio Blázquez, Guía de Ávila, 1896), establecimiento que también se anuncia en la guía de Fabriciano Romanillos (1900) y en el poemario de José Mayoral (“Postales en verso”, 1909).
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En la misma época, según escribe también José Mayoral en "La Ciudad de Ávila. Museo” (1916), en la Avenida de Madrid, cerca de la Basílica de San Vicente, está el antiguo establecimiento de baños llamado de "Santiuste". Su dueño D. Aquilino Cruces, lo es a la vez de la fábrica de “Chocolates Santa Teresa”, instalada en la misma finca, cuyos exquisitos chocolates, por su pureza y esmerada elaboración fueron premiados con medalla de plata en la Exposición Universal de Buenos Aires de 1910.
En 1922, José Mayoral publicó un "Manual del Turista Peregrino" editado por la Cámara de Comercio de Ávila. En esta popular guía figuran anuncios de las fábricas de chocolate "La Abulense", de Eduardo González Novo en la calle Ibarreta, 5, y “Chocolates Marugán”, casa fundada en 1832 en Mingorría.
La venta del chocolate se comercializaba en la capital en el mercado de los viernes, al que acudían los chocolateros de Mingorría, y en las confiterías y tiendas de ultramarinos de la ciudad, situadas en su mayoría entre las calles que discurren desde el Mercado Grande al Mercado Chico, donde se promocionaba la especialidad de “chocolates elaborados a brazo”. Destacamos entonces a continuación, a modo de ejemplo los establecimientos donde se publicitaba expresamente su venta.
En 1863, en la Guía de Vicente Garcés figuran como confiteros Sebastián Rodríguez en la calle Comercio 7, Bernardo Hernández en la calle Comercio 17, Lorenzo Benito en la calle Comercio 37, Antonio Benito en la calle Comercio 41, Manuel Jorge en la calle La Feria 10 y Manuel Álvaro en la plaza del Alcázar 35; y como pasteleros Manuel García en la plaza la Constitución 22 y Domingo García en la plaza del Alcázar 34.
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En 1896, la Guía de Antonio Blázquez y Delgado Aguilera reseña los ultramarinos, aparte de Lope Santo Domingo, frente al puente Adaja, de Teodosio de Vega en la calle Zendrera, antes Feria, 2; y las confiterías “La Flor de Castilla” de Isabelo Sánchez en la calle Zendrera, 6, “La Dulce Avilesa” de Hilario Hernández en la calle del Comercio, 14, 16 y 18.
En el año 1900, Fabriciano Romanillos recoge en su Guía de Ávila los ultramarinos de Pablo Martín en la calle Zendrera, 15, de Benigno Álvarez en la calle Reyes Católicos 5, y de Juan Cuervo en la calle Ibarreta, 5; y las confiterías “La Flor de Castilla” en la calle Zendrera 6, la de Justino González en la plaza del Alcázar, 4, la de Urbano Benito en la calle Reyes Católicos (antes calle Comercio), 37, la de Antonio Benito Izquierdo en la calle Reyes Católicos 41, y la de Saturnino Benito en la calle Reyes Católicos 7.
Ya en el primer tercio del siglo XX las confiterías y tiendas de ultramarinos no destacan entre sus productos y especialidades la venta del chocolate, aunque sin duda figuraba entre sus existencias, lo que ocurría sin duda en los establecimientos que reseña José Mayoral en su guía.
Entre estos, el autor cita “La Flor de Castilla”, la confitería de Urbano Benito, “La Dulce Burgalesa” de Cayetano Sotillo, sucesor de Antonio Benito Izquierdo, los ultramarinos de Juan Cuervo, los de la viuda de Francisco Adanero en la calle Duque de Alba 2, y los de Augurio Rodríguez llamados “La Perla” en la Plaza del Alcázar, plaza donde también se encuentra la confitería “La Flor del Alcázar”.
Entre estos comercios destaca la tienda de ultramarinos finos de la señora viuda de Pablo Martín en la calle Zendrera (actualmente de Don Gerónimo) 15, con selectos géneros de este ramo y en especial cafés verdes y tostados diariamente y exquisitos chocolates elaborados a brazo.
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Con el paso de los años la estructura comercial de la ciudad de Ávila apenas sufre modificaciones importantes, y así hoy todavía se mantiene la marca de “La Flor de Castilla”, mientras que otras dieron paso a nuevos establecimientos de bombonería y repostería, también de ultramarinos, a la vez que el chocolate poco a poco ha ido perdiendo protagonismo en los hábitos alimenticios actuales.
Retomando la vieja historia de la producción chocolatera abulense nos acercamos a la fábrica más antigua que se conserva, la de los “Chocolates Marugán”. Tomamos esta fábrica como referencia para contar su pequeña historia, cuyo relato podría ser el mismo el de centenares de fábricas que estuvieron funcionando en España hace más de cincuenta años.
Así, en nuestro particular recorrido, al viajero le sorprende gratamente llegar al pueblo de Mingorría y descubrir aquí una antigua fábrica de chocolates, tal cual dejó de funcionar en 1970, después de haberlo hecho durante más de 150 años. La fábrica mantiene intactas sus instalaciones y el coche furgoneta comprado en 1934 para repartir. Desplazarse hasta la antigua fábrica chocolatera, como antiguamente hacían los escolares, para admirar la gran casona que preside la plaza del pueblo es reencontrarse con un peculiar símbolo de industrialización del campo. Actualmente la fábrica Marugán está cerrada, pero se conserva en relativo buen estado y guarda toda la maquinaria que sirvió para la fabricación del chocolate.
Para acercarse a Mingorría basta ponerse en marcha por la carretera de Ávila-Valladolid N-403, y en el centro del pueblo, en la plaza de la Constitución, destaca sobremanera la antigua fábrica. A un extremo de la plaza de Mingorría, a contrapunto de la iglesia y perpendicular a la casa consistorial, se levanta un enorme caserón de dos plantas, el más grande de todo el pueblo.
Es la fábrica de chocolates, construida en el año 1832 sobre una finca donde en alguna ocasión se cultivó el azafrán. A un lado de la casona, tres contrafuertes de mampostería sostienen las gruesas paredes que soportan la cubierta de la casa, son los paredones que dan a la calle del Pozo y entre los cuales se puede descifrar el rótulo, ya casi borrado por la lluvia: «Chocolates Marugán». El edificio era hogar familiar y es fábrica, también cuenta con cuadras para las caballerizas, gallinero y una lagareta donde hacer el vino. En medio del corral, inmenso, un pozo.
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La fábrica fue fundada por Agustín Ríos Santiago en 1832, quien se instaló en Mingorría proveniente del pueblo morañego de Papatrigo. Aquí vivió con su nieta Fermina Muñoz Ríos, quien en 1866 se casó con Antonio Marugán Martín, natural de Sangarcía de Etreros (Segovia), y juntos continuaron con la elaboración del chocolate, hasta que la última generación compuesta por los nietos Luis, Evaristo y Conrado cerró el negocio en 1970.
El proceso de elaboración que caracterizaba la fabricación de este chocolate ha sido el mismo a lo largo de cien años. Durante todo este tiempo, un molino de piedra movido por una o dos mulas ha sido la única maquinaria con que se contaba, hasta que en 1925 se instaló un motor de gasolina, y en 1940 se sustituyó por maquinaria eléctrica.
El chocolate «Marugán» solía venderse en Ávila, capital y provincia. Todos los viernes del año era cita obligada acudir a repartirlo a la capital, los demás días se iba de pueblo en pueblo hasta donde se podía ir y venir en una jornada. La distribución se hacía con las alforjas cargadas a lomos de un par de mulas. En la fábrica había cuatro mulas que se turnaban en dar vueltas alrededor del molino, yendo a repartir y descansando. Para llegar a los pueblos más lejanos se recorrían éstos previamente, incluso durante semanas, confeccionando una nota de pedidos que posteriormente se facturaría con destino a los comerciantes que lo solicitaban.
En 1925, Mariano Cuenca, que había estado trabajando casi ocho años en la fábrica de los Marugán, decide instalar otra fábrica de chocolate bajo la marca “Chocolates La Mingorriana”, también en Mingorría. Se fue con él Florencio García, otro trabajador de los Marugán que llevaba 20 años en el oficio. Posteriormente, Florentino abrió otra fábrica por su propia cuenta. Este chocolate se degustaba con éxito en el café “Pepillo” de Ávila.
En 1934 las mulas que transportaban el chocolate “Marugán” de pueblo en pueblo, fueron sustituidas por un coche furgoneta de color rojo, marca Opel, matrícula AV-881. La distribución y el reparto fue mucho más eficaz entonces. El precio de venta de las tabletas osciló en esta década entre los 50 céntimos y la peseta.
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También en esta época se piensa en cambiar y modernizar la maquinaria. Para ello se estudian detenidamente los muestrarios y catálogos que mandan desde Barcelona y en 1936 casi se cierra el trato con los vendedores catalanes, pero estalló la guerra. El coche fue requisado, el cacao y el azúcar estaban racionados y dos hijos estaban en el Ejército. Hubo que esperar al final de la guerra para la instalación de la nueva maquinaria eléctrica; el coche, devuelto a sus dueños, será pintado de azul claro y en la plaza del pueblo volvía a oírse el sonar «Marugán, tam, tam», que hacían las máquinas.
El trabajo artesanal de fabricación del chocolate era motivo suficiente para que acudieran numerosos visitantes curiosos. Solían venir los cadetes de la Academia de Intendencia de Ávila y, también, las alumnas del colegio abulense de Las Nieves. Como regalo un simpático lapicero de propaganda o una papelera, y siempre un trozo de chocolate.
El chocolate que se hacía era un chocolate a la taza, de leche y almendras, un chocolate apreciado, cuyo sabor todavía se recuerda por quienes lo han probado.
Pero llegaron los años sesenta y la industria chocolatera que había proliferado excesivamente en toda España empezaba a resentirse, y las pequeñas industrias comienzan a cerrar. Para los Marugán no hay perspectivas de continuidad. El negocio familiar se moría con la tercera generación cuando los dos hijos varones de la siguiente generación no llegan a trabajar nunca en la fábrica. Así pues, en el año 1970 se cierra, igual que antes ya lo habían hecho las fábricas de Mariano Cuenca, a quien había sucedido su viuda, y Florentino García.
Ahora sólo queda el recuerdo de aquellos aromas, de los bailes que se echaban en el portal, de las notas que tocaba Agapito Marazuela en las tardes de los inviernos de la posguerra, cuando se acercaba a este caserón animado por Antonio Marugán, al que le gustaba tocar la guitarra.
Todo permanece intacto, como si fuera ayer el último día trabajado. Parece estar listo para iniciar de nuevo la fabricación de aquel añorado chocolate que fue la merienda de todos los niños durante más de un siglo. Aún se conservan dos máquinas que están sin desembalar, una mesa para moldear y una moledora de almendras, como un mundo mágico, igual que el del cuento de la casita de chocolate. La fábrica de chocolate, inmensa, callada y muda sigue presidiendo la plaza. Al otro extremo, la iglesia mira de reojo.
En la capital abulense la fábrica de la familia González Novo ha sido la más legendaria, siendo ésta la que ha venido funcionando desde 1890 y la creadora de la marca de chocolates Coty. En el año 1961, la fábrica fue adquirida por Cayo y Máximo Herranz de Pedro, tras dejar la de Migueláñez, en Segovia, y crear en León las marcas Mimí y Yoca. Años más tarde, los Coty se hicieron populares con la publicidad de un programa de radio, “Ávila Cotito Coty”, donde se repartían boletos en los envoltorios de las tabletas para la ganar la “muñeca Coty”, anota Benjamín Redondo y nos comenta Pepe Herranz, quien junto con su primo Ángel se hicieron cargo del negocio familiar a la muerte de sus progenitores.
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Más adelante, en 1985, los hermanos Herranz de Pedro, apuntan Benjamín Redondo y Pepe Herranz, convienen con José Nogueroles, de Gandía, la compra de la marca “Nogueroles”, pasando a fabricar y vender a nivel nacional el famoso chocolate “Kitín”, lanzado junto con chocolates y Cafés “Coty”. Como muchos otros chocolateros, añade Benjamín, «paralelamente llevaban el negocio del café y en este caso la rama Cafés Coty decidió desprenderse de la bebida en 2009 y fue vendida a los asturianos Cafés Toscaf S.A. La fábrica de Chocolates Coty, en Ávila, se mantuvo por las nuevas generaciones con José y Ángel hasta 2017 en que cesó su actividad».
En época más reciente, en 1979, la empresa Chocolates Elgorriaga se instala en Ávila, en la carretera Soria-Plasencia, cerca del polígono industrial de La Colilla, especializándose en la fabricación de galletas de chocolate. Según se cuenta en la historia de la marca, «en 1770 la familia Elgorriaga abre su primera tienda de chocolates en la ciudad de Irún(Guipúzcoa); en 1838 comienza la fabricación artesanal del chocolate Elgorriaga; en 1954 se crea la primera fábrica de Chocolates Elgorriaga, llamada Elgorriaga Chocolates S.A.; en 1968 Elgorriaga lanza su tableta de chocolate Milkcream, la primera tableta de chocolate blanco que es vendida en España; en 1970 comienza la fabricación de la popular tableta de chocolate de “La Campana” de Elgorriaga; en 1979 la empresa abre la fábrica en Ávila; en 2008 se recupera la imagen retro de “La Campana” y su característico color amarillo; y desde 2016 la empresa “Elgorriaga Brands” continúa ampliando fronteras, estando presente en más de 40 países de cuatro continentes, y con una plantilla de 120 trabajadores sigue trabajando en el desarrollo de nuevos productos. Actualmente, según se recoge en el libro “Por la ruta del chocolate de Castilla y León”, Elgorriaga centra su actividad en la producción, comercialización y distribución de galletas y chocolates de alta calidad, con una capacidad de producción de 47.000 kilos al día.
Este grupo, con una facturación que ronda los 27 millones de euros, da empleo a más de 100 personas, cuenta con una red comercial compuesta por más de 400 clientes mayoristas y está presente en más de 5.000 locales de hostelería.
En El Barco de Ávila se cierra el libro de la ruta por la provincia, donde «funciona la empresa Gredos Alimentaria, firma chocolatera de origen y tradición familiar que comenzó su actividad hace más de 100 años en la cercana localidad de Navatejares.
En sus comienzos, por el año 1905, no solamente hacían chocolate sino también otros tipos de dulces», como almendras garrapiñadas o caramelos. Laureano García, el fundador, decidió centrar su producción en el chocolate y el café, consiguiendo construir una pequeña fábrica diseñada por él mismo, donde por fin pudo fabricar una cantidad mayor de chocolate. Primero se comercializó bajo su propio nombre, Chocolates Laureano García García, y a partir de 1955 con la marca “El canario” por su hijo Julián García Sánchez, que aún se sigue fabricando y comercializando.
En 1988, por razones de crecimiento y mejora de sus infraestructuras, la fábrica se trasladó a El Barco de Ávila, ubicación actual de la empresa. En 2006 crea la marca “El Barco Delice”, cuyo bote de cacao desgrasado en polvo (cacao 100%) sin gluten es hoy en día un producto de referencia nacional que se distribuye por todo el país junto con otros destacados dulces. Todo según se cuenta en la historia de la fábrica y se recoge en el libro que ahora se presenta.
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Disfruta de la fruta
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José Manuel | Lunes, 16 de Mayo de 2022 a las 11:08:01 horas
En Cebreros había una Chocolatería de Moseo Gómez Alonso, marca Virgen de Valsordo y en Google se pueden encontrar carteles antiguos de ella. Saludos.
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