Federico fue el testimonio vivo de la cultura popular representada por innatos creadores, hombres y mujeres sencillos y anónimos que aparecen provistos de una especial sabiduría fruto de su peculiar percepción de las cosas. De su trabajo artesano salieron obras escultóricas de madera, hueso y cuerno de indudable valor que enseñó en numerosas exposiciones que tuvieron lugar en Francia (Villeneuve sur Lot), en centros de la capital (antigua Caja Salamanca, Episcopio, Biblioteca, Universidad Politécnica, etc.) y en sucesivas ocasiones en Mingorría, su último pueblo de ovejero.
Federico también exhibía su destreza ejerciendo el oficio de pastor en tiempos de esquileo, lo que uno pudo comprobar en las cijas y rediles, y que también demostró al público en las fiestas de San Isidro de El Oso. Lo mismo que hacía en las jornadas mingorrianas de siega y trilla, dando aquí lecciones de experto segador y buen conocedor del trabajo agropecuario. Incluso el Museo de Ávila y su Asociación de Amigos le grabó un documental en su deambular campestre ('Ecos de la Artesanía Abulense, 1995-1997'). Finalmente, la originalidad de su obra y su oficio han ocupado copiosas reseñas en los medios de comunicación y un capítulo en la guía 'Rutas mágicas por los pueblos del Adaja' (Piedra Caballera, 2001) que retomamos.
Los altozanos, llanos y vaguadas, donde comienzan las tierras cerealistas de La Moraña abulense, fueron las últimas tierras donde pastoreó Federico. Su figura campesina era la de un hombre delgado y enjuto, con la piel curtida por el sol y el viento, en la cabeza una boina negra calada sobre el pelo blanco o una gorra visera, que en verano sustituía por un sombrero de paja. Una gancha le solía colgar del brazo derecho, calzaba albarcas, sandalias o botas de cuero sobre gruesos calcetines, el morral lo lleva en bandolera o sobre el hombro izquierdo. También iba provisto de una zamarra de cuero para el frío y de un anorak para la lluvia. De vez en cuando escuchaba un pequeño transistor que lleva consigo, aunque prefería la conversación con las gentes del campo.
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Adoptaba una postura con la cabeza agachada mientras caminaba, e incluso cuando se detenía en su deambular con las ovejas, porque con la mirada tenía que atender sus manos que articulan repetidos movimientos. Entre ellas brilla una pequeña hoja de navaja que se clava mecánicamente sobre trozos de madera, huesos o cuernos de vaca, costumbre ésta que mantuvo hasta días antes de su muerte. En el campo, de vez en cuando levantaba la vista sobre el rebaño que le rodeaba bajo la vigilancia atenta de los perros. Este hombre de pocas palabras trabajaba con el ganado y creaba arte en el anonimato, disfrutaba con su obra y soñaba con la labra en madera una gran pieza que representa al caballero de «Ávila de los Caballeros». Su vida ha transcurrido siempre en el campo junto a las ovejas, y del silencio interrumpido por los balidos, que suenan ya como las olas del mar, le llegó la inspiración y la intuición para recrear figuras labradas.
Federico había nació en el pueblo abulense de Casasola, y era el último de una larga generación de cuidadores de ovejas. A los doce años ya era zagal en Extremadura mientras su padre y su abuelo cuidaban rebaños en la sierra abulense. Unos años después se trasladó a la dehesa de Aldealgordo y posteriormente a San Esteban De los Patos, y siempre detrás de las ovejas. Finalmente,en los años setenta se instaló en la capital abulense y con él vino su mujer, y en Ávila vio nacer a sustres hijos, los cuales hoy ya ejercen sus carreras universitarias de lo que se enorgullecía. Aunque el hogar familiar estaba en la ciudad, Federico se desplazaba todos los días hasta Mingorría y Zorita de los Molinos durante los últimos años de vida laboral. Aquí pastoreó su último rebaño de ovejas, al igual que antes lo hacía por las tierras de Berrocalejo. Su inquietud artística empezó a desarrollarla tardíamente, pues antes sólo tallaba piezas sin labrar, aunque en su casa había visto objetos labrados por su bisabuelo.
Después, su visión plástica de las cosas se recreaba en las piezas de artesanía que modelaba entre sus manos, plasmando así imágenes transformadas en figuras caracterizadas por su peculiar percepción de lo que le rodea. La inspiración le llega de la contemplación de la propia naturaleza, aunque también se deja contagiar por algunas fotografías que le cautivan. Federico también recuerda cómo su padre y su abuelo se entretenían en tallar morteros y cucharas que luego irían a parar a los hogares de familiares y amigos, y también a algún rincón olvidado. El cuidado del rebaño exige jornadas monótonas y aburridas de sol a sol y expuestas a las inclemencias del tiempo, pero el pastor ha sabido combinar este tiempo de soledad con el trabajo artesanal de sus manos, produciendo interesantes obras labradas en madera, huesos y cuernos. La capacidad creativa del hombre, como expresión de cualidades artísticas innatas de la persona, queda perfectamente reflejada en los objetos artesanos que realizaban los pastores con una pequeña navaja, mientras tenían la vista puesta en los rebaños.
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Ciertamente, Federico Gómez Caballero fue pastor de ovejas y «escultor», trabajos que simultaneó gran parte de su vida, incluso después de jubilarse, siendo hasta el momento de su muerte uno de los últimos artesanos activos que quedaba en el medio rural, dedicado al mismo tiempo a la ganadería y al arte, lo que hacía en una unidad de acto. En su salida diaria al campo llevaba siempre en el morral una tabla, un trozo de madera, un hueso o un cuerno, a los que daba vida conformas animadas a base de raspaduras, cortes y hendiduras de navaja, mientras las ovejas pastan y los perros vigilan. La formación académica suele estar ausente en la actividad creadora del llamado arte popular –arte sin conciencia de serlo–, y este es el caso del conocido como arte pastoril, donde se combinan aspectos mágicos, míticos y legendarios nacidos de la intuición e imaginación de los pastores.
La obra de Federico sobrepasa el centenar de piezas y es testimonio vivo del arte pastoril. Los objetos que esculpía últimamente ya no tenían la utilidad de antaño, por lo que su único valor es el meramente artístico y decorativo. Efectivamente, las cucharas de hueso, las colodras o cuernas, o los morteros y jarrones de madera no se destinan al uso doméstico para el que originalmente fueron ideados,de ahí una mayor libertad para imaginar sin atender a necesidades cotidianas o de entretenimiento. Prueba de esta fuerza creativa son los numerosos bajorrelieves tallados en madera donde se dibujan escenas de la más variada temática, ajenas a la vida rural. Estas tablas no cumplen ninguna función o servicio,tan sólo son muestras del la expresión plástica de su autor. La madera utilizada suele ser nogal o espino blanco con la que compone bajorrelieves, morteros y figuras, como las que componen un juego de ajedrez;mientras que con los cuernos fabrica colodras,y con los huesos figuras varias y cubiertos. La técnica empleada en todos los casos es la misma: con la única ayuda de una navaja labra figuras en relieve sobre el material que ha seleccionado y preparado al efecto,lo que hace directamente,sin plantillas ni bocetos previos. El resultado suele ser una composición figurativa sobre un fondo que contribuye a la escenificación de los personajes labrados.
La temática de los relieves y figuras suele ser común, con independencia del material empleado. Así, destacan los siguientes motivos: retratos, monumentos abulenses, paisajes urbanos, imágenes religiosas, animales salvajes y domésticos, escenas taurinas, cacerías, faenas agrícolas, personajes literarios, la ciudad de Ávila, su familia, la feminidad e, incluso, la Familia Real. En hueso, por su singularidad y tamaño, llaman la atención algunos llaveros y pendientes,empuñaduras de bastón y cucharas. Ante una producción artística tan extensa y variada sobresale una escultura de madera que representa la imagen de San Juan de la Cruz. La figura tiene un metro de alta y sobrepasa la categoría del arte pastoril para entrar de lleno en el arte mayor de la escultura, aunque la técnica empleada ha sido la misma. Lógicamente, por su tamaño, la madera ha debido labrarse en un lugar estable,habiendo sido éste la propia cija donde se recogen las ovejas. Esta imagen, ya terminada por ncargo, se encuentra en la iglesia de la Concepción de la capital abulense. Le gustaba a Federico mostrar sus obras al gran público, como una forma de contagiar sus sentimientos y de enseñar la pequeña historia gráfica que escribe con su navaja, y lo hacía desde su noble condición de pastor de ovejas que conocía bien el campo y la naturaleza humana, por ello, fueron muchas las exposiciones donde enseñaba su obra, lo mismo que hacemos ahora recordándola en estas líneas.
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