Día Domingo, 26 de Octubre de 2025
Evocar la memoria de Fray Marcos Ramón Ruiz Arbeloa es adentrarse en los recuerdos de nuestra niñez, cuando niños íbamos a la escuela, o nos arremolinábamos a la puerta de la sacristía, esperando a la María, la sacristana, o bajábamos a las huertas de nuestro pueblo natal, Lerín (Navarra) y tantas anécdotas de aquellos años infantiles. Eran otros tiempos de fe y buenas costumbres.
Cuando llegó a nuestro seminario de La Mejorada (Olmedo, Valladolid) me sorprendió que tenía un nombre distinto con el que siempre le llamábamos: Ramón. Sin embargo, Marcos había sido un abuelo suyo, soldado en sus años de mozo en Cuba, que murió por los años de la guerra civil.
Por aquellos años sus padres, Honorato y Valentina, formaron su hogar forjado en los más arraigados principios del Evangelio. Él era el mayor de los cuatro hijos: Marcos Ramón, Blanca, Javier y Maricarmen. Vio la luz el 16 de dicimbre de 1941.
Un mes antes de su primera comunión visité con mi madre a la señora Valentina, faltaba pocos días para que su hijo celebrara el sacramento de la reconciliación, ella nos dijo: “Ramón llevará sus pecados en ese elegante frutero de vidrio”, dando a entender el carácter sereno y delicado de su hijo.
Y así fue siempre. Jamás se enfadaba por nada. Por más bromas que le echábamos siempre reaccionaba con una sonrisa. Una vez, incluso, le llegamos a cambiar el nombre, ya no le llamábamos ni Marcos ni Ramón, sino Juanito; todo a cuento de que estaba traduciendo del inglés a un autor, llamado John.
Por disposiciones y necesidades de nuestra formación Marcos y otros estudiantes tuvieron que ir a continuar sus estudios a Toulousse (Francia) y más tarde a Tallaght (Irlanda).
A los pocos años regresó a España, al convento de Santo Tomás de Ávila. Allí terminó el período de formación y se ordenó de sacerdote el 19 de julio de 1965. Celebramos su ordenación en su pueblo natal, actuando como padrino de la celebración un doctor amigo suyo, que era otorrinolaringólogo, quien le trataba desde hacía unos años; porque, eso sí, con quien trataba o se relacionaba quedaba prendado de su bondad y afabilidad.
En los años de estudiante demostró tener una inteligencia aguda y perspicaz. Cuando al común de los estudiantes nos costaba comprender ciertos conceptos él los captaba a primera vista.
Trabajo como sacerdote en la parroquia de Nuestra Señora Rosario de Filipinas, en Madrid; más tarde, le encomendaron la incipiente parroquia de Jesús Obrero, en el barrio de Simancas, también en Madrid. Allí, con su carácter afable y bondadoso logró el terreno y edificó la casa parroquial e iglesia.
Más tarde, se desempeñó como prior del convento de Santo Tomás de Ávila, por tres períodos, en donde realizó obras importantes en la Residencia Asistida-Enfermería y en el convento, con la colaboración de las autoridades y entidades locales y de la Junta de Castilla y León; así como en la organización del Museo de Arte Oriental.
Se destacó como predicador de retiros y ejercicios espirituales para religiosas.
Finalmente le destinaron a la parroquia de sus desvelos, Jesús Obrero. Cumpliendo los cincuenta años de sacerdote le sorprendió la enfermedad que le postró en silla de ruedas, y, con el mal que ahora a todos nos aflige, partió para la Casa del Padre, desde la Residencia-Enfermería de los Dominicos en Villava (Navarra), el pasado día 20 de noviembre del presente año.
Y nosotros, quienes le conocimos y tratamos, recordaremos su trato agradable y amistoso; y la serenidad que siempre le acompañaba, tal vez fruto precioso de sus prolongados tiempos de oración y escucha del misterio. Quizás también de aquí brotaba su inquietud espiritual, teológica, social y cultural, que expresaba en su predicación, en su ministerio de formador y profesor de jóvenes dominicos, y en su intento de dialogar con la cutura actual desde los contenidos evangélicos y promover la dignidad de todo ser humano.
Muchos fueron los participantes, llegados de diversas procedencias, en la iniciativa que él fraguó y animó desde el convento de Santo Tomás, en Ávila, bajo la nomenclatura de Cátedra de Santo Tomás. Fue una ofrenda de reflexión, envuelta en belleza y luz, en búsqueda de una sociedad más unida, más justa y más habitada de esperanza.





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