Pues bien, ¿sabéis ese capítulo de los Simpson en el que Bart se queda atrapado en un pozo?
Aunque luego se demuestra que es todo una farsa (y después se queda atrapado de verdad), existe una película no muy conocida de Billy Wilder inspirada en ese capítulo.

Porque los directores de los años ’50 eran así. Plagiadores. Carroñeros sin escrúpulos.
Si se quedaban sin ideas sólo tenían que viajar al futuro, a servirse en ese gran buffet libre de argumentos que es siglo XXI y los Simpson. Éxito asegurado.
Wilder no es el único. He comprobado como hay cientos de películas anteriores a los Simpson basadas en capítulos de la serie.
Hay quien sostiene que la azafata de Neutrex Futura que se aparece en tu casa no es sino una espía del futuro que con el pretexto de venderte una lejía se aprovecha de que son las dos y tienes puesta Antena3 para apuntar brillantes ideas de los Simpson y traficar con ellos en el mercado negro de argumentos del cine del pasado.
Pero no perdamos el hilo, que mira que habláis.

La película en cuestiónes similar al capítulo del pozo.
Un pueblo perdido de la mano del Tío Sam en el que un lugareño anónimo se queda atrapado en el interior de una mina.
Los vecinos se movilizan en su ayuda.
Acuden bomberos, policía y prensa. Algún político solidario se deja caer por allí.
Durante días se van instalando en torno a la mina curiosos, turistas, incluso vendedores ambulantes y corredores de apuestas dispuestos a sacar tajada de la masiva aglomeración.
Sólo falta un hombre con un disfraz enorme de Bob Esponja para hacerse fotos con los niños y un par de chinas vendiendo latas de ‘selivesa’ (nombre con el que denominan los chinos a un néctar que venden por las calles de Madrid curiosamente en envases de cerveza y con un sabor idéntico al de la cerveza.)

Según avanza el metraje vas comprendiendo como  toda la parafernalia que se va formando alrededor está motivada por la mera curiosidad morbosa o esa irresistible tendencia a seguir al rebaño y sentirse comprometido con una causa. En el peor de los casosincluso el oscuro propósito de sacar algún beneficio de la situación.
El título de la película no podría ser más acertado y actual: EL GRAN CARNAVAL.

El año pasado por estas fechas, me dejé caer por Sol, como quién se dejaba caer por la mina de la película: “SÓLO PARA OLER”.
Pude comprobar como allí se aglutinaba una masa informe y heterogénea (no todos llevan palestinas, en serio) muy representativa de la Sociedad.
(He tenido la tentación de hacer la bromita de sociedad-suciedad pero me niego a exponerme a un linchamiento público. Humildat. Valors).
Ancianos y familias. Jóvenes y jóvenas.Malabaristas y juglares.
Marineros, soldados, solteros casados.
Podías oír como un murmullo resonaba en todas las cabezas: “Estamos viviendo algo único. Esto hará historia”.
Nadie quería perderse El Gran Carnaval.

Había un par de líderes improvisados canturreando consignas discordantes e ininteligibles megáfono mediante.
Pancartas con eslóganes facilones presumiblemente pensadas por alguien de tuister.
Banderas tricolores de la República, pero también de Asturias, o Catalunya.
Pancartas anti-taurinas, feministas o incluso anti-pieles.
Había carteles en los que figuraban actividades como asambleas y debates pero entre las que creo recordar aparecía un concurso de disfraces para niños.
Bravo, eso es presionar a un gobierno.

Partiendo de que respeto totalmente el derecho de los ciudadanos a echarse a la calle (y más cuando uno está colmado de razones), ese cáncer circense gestado a la sombra del movimiento primigenio del #15M no hace sino perjudicar más una iniciativa sana, pero ineficaz desde su origen.
Sinceramente, no me imagino al Presidente del Gobierno excesivamente preocupado ante una muchedumbre sentada en el suelo debatiendo sobre el sexo de los ángeles y cantando consignas, por numerosa que ésta sea.
Y menos aún, cuando ese Gobierno tiene el poder de manipular las cifras oficiales de la movilización.
“Podéissssh votar a favor o en contra de lo que queráisssh en vuestras asambleíllasssh. Yo tengo mayoría absoluta y seguiré haciendo lo que me salga de mis enormesssssh y gallegos cojones, mire ussshted…”
Y así ha sucedido, la única consecuencia real del movimiento ha sido netamente propagandística y nada más.

Y es que a mi entender sólo hay dos maneras efectivas de cambiar un estado: totalmente por las buenas, o totalmente por las malas.

La primera consiste en combatir a los políticos haciendo política.
Jugando a su juego. Montando un partido. Boicoteando desde dentro.
Si nos hemos cansado del bipartidismo y hay tantas alternativas y sugerencias frescas, ¿por qué cualquier partido minoritario que surge es ignorado?
Montad un partido con bases legales, un discurso coherente, unos líderes competentes e ideas realizables Y YO OS VOTARÉ. Me vendo barato, voté a UPYD.
Si estamos tan desencantados de los partidos tradicionales, ¿por qué no surgen pequeñas agrupaciones consistentes que erosionen a los todopoderosos PPSOE?
Es simple. Porque es más fácil cantar. Vomitar consignas prefabricadas, sostener con patética solemnidad discursos utópicos, jugar a estar comprometido una vez al año.

La segunda manera de cambiar un estado es por las malas. Haciendo la guerra. Una revolución.
Si hemos llegado a una situación tan crítica y desesperada. Si nos están despojando de nuestros derechos más fundamentales tal vez sea el momento de pasar a la acción real.
¿Por qué no hacer dimitir a la fuerza a los incompetentes? ¿Juzgar y encarcelar a corruptos y sanguijuelas?
Montad un sistema de resistencia no-tan-pacífica que vaya más allá de las palabras Y CONTAD CON MI HACHA. Me vendo barato, no tengo mucho que perder.
¿Por qué no hundir todas las instituciones arcaicas, destruir un sistema anacrónico y trasnochado para construir uno desde los cimientos?
Es simple. Porque es más fácil cantar. Vomitar consignas prefabricadas, sostener con patética solemnidad discursos utópicos, jugar a estar comprometido una vez al año.

La revolución y la política cambian las cosas, el Gran Carnaval no.
El Gran Carnaval crece poco a poco como una capa de óxido, empañando la solidaridad inicial por la que todo un pueblo se había puesto de acuerdo.
Y así,  el minero acaba muriendo atrapado cuando el circo ya ha conseguido hacer olvidar a todos las razones por las que se encontraban allí.

Yo sigo en Sol.
En un momento dado, uno de los caudillos de la muchachada pide silencio a los presentes.
“Callarse de cantar mierdas. Dejadlas fotitos para Instagram y haced caso que viene algo importante”
Cuando la multitud se silencia, un señor se hace con un megáfono y se dispone a recitar algo que él sostiene que es poesía, de su cosecha propia.
Muy bien Miguel Hernández, a combatir la represión con versos. A tumbar al estado con la métrica.
Ahí yo di por terminado mi Gran Carnaval y me fui a casa, porque a mi ese señor no me engaña: Eso no era poesía, PORQUE POESÍA ERES TÚ.