La subasta de leña en la plaza, el domingo por la mañana, culminó tres días, que comenzaron el viernes, cuando los quintos quedaron para ultimar los detalles de la celebración. El sábado a primera hora tocaba cortar la leña cedida por el Ayuntamiento y cargarla en los remolques para dejarla expuesta en la plaza y animar a las personas que necesitaran leña a pujar por la misma.

Una vez en la plaza, allí les esperaban con un suculento aperitivo y así reponer fuerzas para a las cinco salir en el pasacalle que les llevaría a pedir la colaboración de los vecinos para seguir la fiesta.

Después tocaba correr los gallos, en esta ocasión los quintos serían los encargados, a lomo de sus corceles, de coger los gallos que colgaban a la entrada de la plaza. 

A continuación llegaba el turno de las quintas, era la hora de torear la vaquilla, un quinto del año anterior era el encargado de realizar las embestidas, hasta que la quinta más joven de este año le diera muerte con su estoque.

En esta fase es importante la indumentaria, los quintos con su camisa blanca, chaleco y el pañuelo atado a la cabeza. No les faltaba la mantilla de cristianar que llevaban colgada al hombro derecho y que se convierte en el capote con el que torean las quintas. Ellas, con su pañuelo de ramos para el pasacalle, que intercambiaron con los quintos en el momento de torear.

Tras la terminar la lidia, los quintos convidaron a todos los asistentes a rosquillas y limonada. El punto y final tuvo lugar cuando se consiguió subastar la leña, con lo que los quintos sufragarán los gastos e incluso convidan a sus padres en un momento tan importante de sus vidas, como ocurriera hace décadas en que los jóvenes eran quintos y debían marcharse al servicio militar.