En torno a las 12.30 horas de este sábado ha salido en silla de ruedas de su domicilio, entre los aplausos de los asistentes, que le han cantado para felicitarle en un día tan especial, en el que ha estado rodeada de su amplia familia, integrada por sus tres hijos –tuvo cinco-, diez nietas y dieciocho bisnietos.

Con globos en la puerta de la casa en la que vive con su hijo Faustino, que a sus 76 años es el más joven de los tres hermanos María (82) y Mariano (79)-, la tía María ha aparecido con sus mejores galas, interpretando una canción sobre la Virgen de Los Villares, patrona de Navaluenga.

Quizá sea el manto de la patrona o alguna otra circunstancia relacionada con la forma de vida y la climatología de la zona la que haga que este municipio que no llega a los 2.000 habitantes cuente con 15 personas mayores de 100 años, según ha explicado el alcalde, Armando García, que le ha felicitado en nombre del Ayuntamiento, junto al presidente de la Diputación, Carlos García.

Fuerte y con salero

Durante el homenaje al que han asistido más de 100 personas, el regidor ha entregado a María Varas Hernández una placa conmemorativa y una tarta con las velas en las que figuraban los 110 años de esta mujer “fuerte, con salero, muy alegre y con mucho nervio”, tal y como la ha descrito su emocionado hijo Faustino, que lleva el mismo nombre que su padre.

Faustino Yuste Hernández y María Varas Hernández nacieron y se casaron en la vecina localidad de San Juan de la Nava, desde donde la homenajeada este sábado iba andando a trabajar a Navaluenga en un salón de baile, hasta que con 31 años y dos hijos, decidieron trasladarse hasta este municipio en el que vive actualmente.

Su hijo Faustino reconoce que su madre “ha pasado muchas penas” y “ha tenido que trabajar mucho en el campo, con el ganado, lavando ropa, fregando casas…”. En estos 110 no ha estado enferma y en la actualidad, aunque no escucha bien por el oído derecho, goza de relativa buena salud.

Además, come de todo y “no tiene régimen ninguno”, según relata su hijo, quien señala “ella quiere seguir cumpliendo años” y que “se acuerda mejor de lo de antes que de lo de ahora”, tal y como ha demostrado al cantar unas cancioncillas de antes, aunque en un momento dado se ha detenido para reconocer que se había olvidado.

La más anciana tiene 112 años

Su pueblo y el Ayuntamiento han rendido homenaje a la mujer más longeva de Navaluenga y la segunda más anciana de Ávila, ya que existe otra en Cabezas del Villar con 112 años. En Castilla y León sólo otras dos mujres superan a ambas: una en Burgos y otra en Zamora.

“He trabajado mucho, mucho, como un hombre. Todo el trabajo que ha hecho un hombre, lo he echado yo también. Lo mismo he arado, que he rastrillado... de todo he hecho”, ha asegurado la tía María con voz rotunda, después de cantar a la patrona de Navaluenga.

En este sentido, ha presumido de sus dotes artísticas, ya que en otros tiempos "cantaba como la primera", por eso la llevaban a "muchos sitios". Asimismo, ha señalado que el secreto de su estado actual radica en "trabajar mucho y comer poco". Al respecto, ha comentado con naturalidad que le encanta el tocino, la panceta y “la buena leche de cabra”. Reconoce que no le hace ascos a ningún plato: "A mí me gusta todo, bueno y malo, malo y bueno".

Sobre su salud, la tía María ha reconocido que le duele "todo, desde las uñas de los dedos de los pies, hasta el último pelo de la cabeza", aunque inicialmente había señalado que no le duele "nada".

Consciente de lo que ha cambiado la vida desde que nació un día como este sábado de hace 110 años, María Varas Hernández ha respondido a los numerosos asistentes que han gritado "viva la tía María", con otro "¡viva!", que ha recibido el aplausos de todos.

En el acto oficial ha intervenido una de sus diez nietas, Elena, para señalar que la homenajeada es “un ejemplo de abuela”, además de una mujer “luchadora y fuerte, hecha a sí misma” y que ha dado “una lección de vida”.

Posteriormente, la protagonista ha escuchado el 'Cumpleaños feliz'  de la Banda Municipal de Música de Navaluenga, para después recoger una placa conmemorativa y soplar las velas de una tarta en la que figuraban sus 110 maravillosos años.