Del Sábado, 13 de Septiembre de 2025 al Domingo, 21 de Septiembre de 2025
Un perro fiel, Ávila año 1592

Eduardo Cabezas.
Sobre la fidelidad de los perros abundan anécdotas desde los más lejanos tiempos y lugares, y de las más variadas circunstancias. Coincidiendo con el día de San Antón recordemos un caso que tuvo lugar en Ávila a finales del siglo XVI.
Además de la anécdota en sí, muy parecida a otras muchas, permite entrever el contexto geográfico y, en parte, social en el que tiene lugar el suceso: los extramuros de la ciudad, los descampados hasta los franciscanos de San Antonio, el ajusticiamiento de un malhechor, el enterramiento, el canónigo, el hostigamiento de los muchachos… todo en el entorno del Colegio de los Jesuitas y la iglesia de San Gil, que ocupaban entonces el solar del actual edificio de Los Jerónimos y los restos que aún se conservan de la iglesia. Un lugar al que, desde otro punto de vista, señala B. Jiménez Duque como “el lugar más transcendental y emotivo del Ávila espiritual del siglo XVI”.
El hecho lo recoge el P. Valdivia S.J. (1561-1642) en Historia de la provincia de Castilla de la Compañía de Jesús, en el capítulo sobre el Colegio de Ávila, y lo cuenta como un hecho relevante en la vida del Colegio y notorio en la ciudad. Dice:
“Por remate de este año de 1592 se refiere un caso de un perro digno de historia que sucedió en este año en Ávila. Justiciaron un hombre junto al sitio de nuestro Colegio por salteador de caminos, diéronle garrote y luego lo asaetearon. Había este hombre criado un perro, el cual siguió a su amo hasta el lugar del castigo y después a la Iglesia, donde le enterraron, pero cerrando la Iglesia echaban fuera al perro, y él se volvía al lugar donde le asaetearon, donde había caído de él alguna sangre en el suelo y allí se estaba echado cayendo sobre él agua, nieve y heladas, los muchachos le perseguían y tiraban piedras, él se apartaba un poco y luego se volvía.
De noche debía de buscar que comer en la ciudad o alrededor de ella, pretendieron los frailes descalzos franciscanos que están allí cerca cogerle en su casa y no pudieron. Solía salir por las mañanas un Padre de la Compañía enfermo a hacer ejercicio por allí con un hermano, el cual llevaba al perro algunos mendrugos de pan, y el perro seguía al hermano hasta la puerta de la ciudad, y al principio no pasaba de allí, hasta que poco a poco se vino con ellos a nuestro Colegio más no quería entrar, después entró, pero en abriendo la puerta a la mañana volvía a visitar su puesto por la Iglesia o portería, y cuando no hallaba puerta saltaba las tapias; tuviéronle atado algunos días y estaba muy impaciente y no quería comer, desatáronle y salió por un corral y fuese a su puesto; algunos de casa con curiosidad lo miraron que se sentaba donde murió su amo. Forasteros y gente de la ciudad venían a ver el perro: un canónigo hizo diligencia y prometió premio a quien se le llevase a su casa, mas no quiso ir el perro; habían pasado nueve años o diez en esta perseverancia de este perro, cuando este año llegó el día de su muerte; púsosele el pelo, que era negro, tan largo que parecía que traía luto por su dueño, ya no ladraba ni hacía ruido ni mal a nadie, y en el mismo puesto donde murió su amo se quedó muerto. Llamábale el Hermano de la Compañía por nombre Leal porque lo fue con su amo, y nos enseñó a serlo a nosotros con Nuestro Señor…”
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