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Ávila, ciudad histórica, ciudad monumental, ciudad rural, ciudad turística, es ciudad de reyes, caballeros, leales, santos y cantos, y también es ciudad de arquitectos, unos actores singulares desde su construcción como recinto y fortaleza medieval hace nueve siglos.
Y en la historia de la arquitectura abulense, con predominio de templos románicos y palacios renacentistas, sobresalen nombres como el maestro Fruchel, Francisco de Mora, Ventura Rodríguez, Hernández Callejo, Vázquez de Zúñiga, Ángel Coissín, Enrique María Repullés, Ángel Barbero, Emilio González y otros arquitectos municipales (1) que contrataba el consistorio y que ejercieron especial protagonismo, no sin dificultades, a partir de mediado el siglo XIX.
Por su cercanía, y como prolongación de la experiencia vital de uno mismo, de quien esto escribe o de quien esto lee, sabemos que Armando es arquitecto de Ávila, es arquitecto municipal, es arquitecto humanista, es arquitecto académico, es arquitecto artista, es arquitecto histórico, es arquitecto cultural, es arquitecto paisajista, es arquitecto de viviendas sociales, es arquitecto de ensanche, es arquitecto tasador, es arquitecto de disciplina, es arquitecto gestor, es arquitecto embajador.
Es arquitecto comisionado, es arquitecto urbanista, es arquitecto leído, es arquitecto de la memoria, es arquitecto poético, es arquitecto viajero, es arquitecto ilustrado, es arquitecto colegial, es arquitecto de consulta, es arquitecto quijote, es arquitecto de ciudad, es arquitecto de pueblo, es arquitecto dibujante.
Es arquitecto de calles, es arquitecto de plazas, es arquitecto criticado, es arquitecto de revista, es arquitecto de licencias, es arquitecto de expropiación, es arquitecto de biblioteca, es arquitecto de instalaciones deportivas, es arquitecto conferenciante, es arquitecto bombero, es arquitecto de barrio, es arquitecto de centro de salud, es arquitecto monumental.
Es arquitecto escritor, es arquitecto de parques, es arquitecto de iglesia, es arquitecto de la muralla, es arquitecto anónimo, es arquitecto rural, es arquitecto de jardines, es arquitecto de colegios, es arquitecto de casas, es arquitecto de palacios, es arquitecto de plaza de toros, es arquitecto servicial.
Es arquitecto de escuelas taller, es arquitecto de café, es arquitecto de teatro, es arquitecto de cine, es arquitecto de museo, es arquitecto asesor, es arquitecto proyectista, es arquitecto autónomo, es arquitecto intuitivo, es arquitecto de cementerio, es arquitecto de planeamiento, es arquitecto decorador, es arquitecto creativo.
Es arquitecto de campo, es arquitecto contradictorio, es arquitecto objetor, es arquitecto de mercado de abastos, es arquitecto maestro, es arquitecto de rehabilitación, es arquitecto conversador, es arquitecto huertano, es arquitecto funcionario, es arquitecto de granja escuela, es arquitecto literario.
Es arquitecto de árboles, es arquitecto observador, es arquitecto teresiano, es arquitecto pintor, es arquitecto retratista, es arquitecto divertido, es arquitecto comprometido, es arquitecto de centro de visitantes, es arquitecto de obras, es arquitecto compañero, es arquitecto andante, es arquitecto humilde.
Es arquitecto de excursión, es arquitecto luchador, es arquitecto cuestionado, es arquitecto generoso, es arquitecto paseante, es arquitecto de diseño, es arquitecto de conventos, y es arquitecto de tantas cosas, y tantas cosas caben en la figura de arquitecto que es como si la ciudad se proyectara en él de forma anónima. Y, fundamentalmente, es arquitecto amigo.
Armando no quiso ser arquitecto de empresa, ni arquitecto empresario, ni arquitecto promotor, ni arquitecto contratista, ni arquitecto constructor, ni arquitecto a sueldo, ni arquitecto ambicioso, ni arquitecto estrella, ni arquitecto concejal, ni arquitecto diputado, ni arquitecto cofrade, ni arquitecto catedrático, ni arquitecto doctrinario.
Sólo quiso ser y fue arquitecto de su ciudad natal, aunque a punto estuvo de ser arquitecto catastral o arquitecto ministerial de asuntos exteriores. No obstante, también fue arquitecto esporádico proyectando obras o haciendo planeamiento en algunos pueblos como Arévalo, Maello, Santa María del Tiétar, Piedrahita, Hoyo de Pinares, El Fresno, Blascosancho, Piedralaves, Mingorría, etc.
En el despacho del arquitecto, orientado al Este sobre la plaza del Mercado Chico, se exhiben el primer plano de la ciudad que hizo el ingeniero Francisco Coello en 1864, las primeras fotos de Clifford del Mercado Grande y la ciudad vista desde los Cuatro Postes, regalo de Isabel II, otras fotografías de Laurent, de la rehabilitación de San Vicente por Repullés en 1885, y un bello dibujo coloreado del desaparecido mercado de abastos, también de Repullés, así como un bello cartel de una exposición del arquitecto y diseñador Gerrit Thomas Rierveld y planos extendidos por todas partes que marcan la evolución de la ciudad. En las estanterías, un diccionario de 1856, un tratado de arquitectura legal y las ordenanzas municipales de 1894, además de los últimos estudios y revistas sobre arquitectura y urbanismo.
Armando vivió los tiempos en que el arquitecto era el único técnico municipal con que contaba el Ayuntamiento, entonces era todo un referente de cuanto se hacía en Ávila, situación que poco a poco ha ido cambiando hasta perder actualmente la relevancia de entonces.
Efectivamente, en la evolución arquitectónica de la ciudad intervienen otras administraciones, constructores y otros muchos arquitectos que trabajan en la misma contribuyendo a su modelado.
Así, hasta los años noventa del siglo pasado, los barrios crecieron acogidos a los programas de viviendas de protección oficial, los viarios radiales estructurantes y los suelos industriales fueron promovidos por la Administración del Estado, lo mismo que las intervenciones en la muralla y en los edificios monumentales.
Armando Ríos, siendo arquitecto municipal, dirigió el servicio de bomberos y le tocó acudir al incendio que asoló la antigua fábrica de harinas, y fue objetor con proyectos que consideró poco respetuosos con el patrimonio.
Intervino de emergencia en la muralla con ocasión de algún accidente en la puerta de entrada por San Vicente, y contempló de forma privilegiada cómo el Mercado Grande se hacía y se deshacía en varias ocasiones hasta su traza actual.
Dirigió varias escuelas taller creadas para la revalorización de antiguos oficios y recuperación de edificios singulares, como el antiguo matadero de Ávila, o espacios naturales como El Soto.
Se ocupó de la continua demanda del cementerio municipal conviviendo con la llamativa arquitectura funeraria del arquitecto modernista Isidro Benito, y sobre los antiguos lavaderos de la calle de Las Eras proyectó y construyó un centro sociocultural.
Fue arquitecto rural en los barrios anexionados o pueblos anejos de Ávila proyectando obras para centros culturales, consultorios médicos, granjas escuela y otras instalaciones.
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Aunque con proyectos y dirección de otros arquitectos, vivió el apabullante crecimiento de la ciudad con el comienzo de siglo y la extraordinaria recuperación de los palacios renacentistas de los Guzmanes, Velada, Superunda, Serrano, Águila y Verdugo, del Episcopio o del monasterio de Santa Ana, sintiéndose apesadumbrado por la ruina actual del convento de Las Gordillas.
Intervino directamente en la rehabilitación de la antigua Casa de Carnicerías que configura la puerta de entrada al recinto amurallado junto a la catedral.
Como una de sus últimas actuaciones, ahí está el nuevo Centro de Recepción de Visitantes en el entorno de San Vicente, o las plazas de Santiago, del antiguo circuito de San Pedro o de la primera fundación teresiana de San José.
Armando Ríos es académico en Ávila de la Real de Bellas Artes de San Fernando. Y en la sede madrileña de la Academia se exhiben hermosas pinturas de Goya y de nuestros paisanos de adopción y admirados López Mezquita, Sorolla, Chicharro y Benjamín Palencia, y un bajorrelieve de Francisco Gutiérrez, natural de San Vicente de Arévalo y escultor de la diosa Cibeles. Y en la calcografía descubrimos los monumentos arquitectónicos de Ávila y el “escuadro” de Sonsoles grabado de la pintura de Valeriano Bécquer, y en la biblioteca el álbum de Clifford donde figuran los primeros retratos de la ciudad.
Con Armando compartimos muchas cosas. Juntos hicimos exposiciones, dimos conferencias, recorrimos archivos, y editamos varias publicaciones.
Participamos en un ‘Cuaderno de arquitectura’ (1987), donde escribió sobre arquitectura popular y el ejemplo de la antigua posada de la feria o del Tío Goriche, edificio cuya rehabilitación proyectó años después para biblioteca, y las bibliotecas son uno de los contenedores culturales preferidos que le gusta promover y dibujar.
Al año siguiente, trabajamos en un estudio sobre la ‘Arquitectura popular en el Valle del Tiétar’ (1988) para la Institución Gran Duque de Alba. Tiempo después, la arquitectura popular fue tema de unas ‘Jornadas sobre etnografía abulense’ (2000) que impartimos en el Museo de Ávila, un lugar especial para conocer la historia y la cultura de Ávila.
Juntos llevamos haciendo urbanismo casi treinta años (1985-2013), discutiendo y cuestionando sobre cómo debe ser la ciudad. Entonces nos dimos cuenta de que la ciudad crece y evoluciona como un ser con vida propia. Y en su desarrollo comprobamos que son muchos los agentes intervinientes, tantos, que, a veces, su actuación sobrepasa las capacidades de los empleados municipales.
Promovimos un concurso de ideas de arquitectura para una fuente y un templete de música a instalar en la plaza de Mingorría (1992), y fuimos ponentes en cursos de urbanismo del Instituto Nacional de Administración Local (2000).
Desde hace siete años (2007-2013) compartimos ponencia en el Máster de Turismo Interior de la Universidad de Salamanca, y también en cursos de cultura popular de Caja Ávila (2010-2012).
Una excelente idea para celebrar el centenario del Quijote fue la exposición que hicimos con el título ‘Medir sin metro’ (2005), idea original del arquitecto metido a agrimensor que también fue presentada por su artífice en la Biblioteca Nacional (2006). La misma idea que piensa hacer extensiva al paisaje, la vegetación y la naturaleza cervantina.
Juntos visitamos Toledo, Palencia, Alcalá de Henares, Segovia, Madrid, Valladolid, Salamanca, etc. Disfrutamos de sus experiencias viajeras por Quebec, Boston, Berlín, Londres, Roma o Sicilia. Y también de sus recuerdos en esas excursiones culturales de arquitectura a Lisboa, a la Expo de Sevilla y a las obras de la Villa Olímpica de Barcelona.
Y recorrimos los pueblos de Ávila y los molinos del Adaja, aprendimos de los viejos oficios, de las antiguas tradiciones y de pequeños detalles que son vestigios de grandes acontecimientos y personajes.
Como ejemplo, nos llamó la atención una fuente de tiempos de Carlos IV en Velayos, el palacio renacentista de los Montellano en Blaconsancho, su pueblo, que fue morada de Pepe Botella; varios monolitos indicadores de distancias en leguas e iconos de “medir sin metro” ; un chocolatero en Mingorría que resultó ser más que su tatarabuelo, el castillo de la Duquesa de la Conquista en Vega de Santa María; la última morada del príncipe Don Alfonso, hermano de Isabel la Católica, en Cardeñosa; el palomar de Santa Teresa y el Museo López Berrón en Gotarrendura, o la venta familiar de Labajos, en otro tiempo parada de la carretera general de Castilla....
La ciudad histórica es estudiada y dibujada con mimo por el arquitecto Armando que se hace divulgador, artista e ilustrador. Producto de este trabajo es el libro ‘Apuntes de Ávila’ (2007), donde repasa la vida de sus monumentos siguiendo a Gómez Moreno y los interpreta con trazo ligero y alegre, enriqueciendo con ello la trayectoria de otros dibujantes y grabadores que tomaron la ciudad como modelo, tal y como ya quedó reseñado en ‘Ávila dibujada’ (2005), otra colaboración bibliográfica de las suyas.
El arquitecto recorre la ciudad con frecuencia y se detiene a cada paso. Con él hablamos de arquitectura, de exposiciones, de cine, de arte, de historia desde el mirador al Valle Amblés en el jardín del Rastro, que fue dedicado a Calderón de la Barca y hoy preside la escultura de Rubén Darío, y donde es una pena que una fuente centenaria se haya eliminado innecesariamente para colocar un monolito escultórico dedicado al camino de la lengua que podía ir en otro lugar.
De la extensa galería de celebridades, se interesa por cuantos contribuyen a la construcción de una identidad cultural común.
Y nos acordamos, a bote pronto, de los historiadores Quadrado, Carramolino, Ballesteros, Gómez Moreno y Sánchez Albornoz; del cronista José Mayoral; de los pintores Valeriano Bécquer, López Mezquita, Zuloaga, Beruete, Sorolla, Güido Caprotti y los contemporáneos abulenses; de los escritores Bécquer, Azorín, Unamuno, Cela y Belmonte; de los nobles Bracamonte, Abrantes, Cerralbo, Benavites y San Juan de Piedras Albas, y Parcent; de los escultores Aniceto Marinas y Óscar Caprotti que modeló a Eugenio D´Ors; del pensador Santayana; de los fotógrafos Clifford, Laurent y los Mayoral; de los santos poetas Teresa y Juan de la Cruz, y de Jacinto Herrero; de los directores de cine Orson Welles y Stanley Kramer; del arquitecto Cervera Vera, cuya muerte recordó para la televisión, y del músico Tomás Luís de Victoria, entre una larguísima lista de personajes que llenan el callejero y la memoria colectiva de la historia abulense.
Participó en la declaración de Ávila como Ciudad Patrimonio Mundial de 1985, fue comisionado de la Unesco en Quebec y, años después, se encargó de que su icono ocupara las rotondas de acceso a la ciudad.
La evolución de la ciudad fue escrita por Armando en la publicación que hizo el Grupo español de Ciudades Patrimonio (2012), donde cuenta su crecimiento a lo largo del tiempo, por eso a él acudimos cuando publicamos ‘Ávila a vuela pluma’ (2005) según las vistas aéreas tomadas en 1958.
Durante su paso por el Ayuntamiento, el municipio ha desarrollado diversos planes generales de ordenación urbana y varios planes especiales del conjunto histórico, y se ha transformado tanto que la ciudad casi ha duplicado sus habitantes y edificaciones, pasando de los treinta mil hasta los sesenta mil empadronados.
La ciudad es su compañero de viaje, más aún, es como alguien de la familia. Todo lo que pasa en ella es como si le pasara a uno mismo, y siente cada piedra como algo de casa. A cada paso, en cada esquina, un elemento de arquitectura cargado de historia se presenta como objeto de intervenciones pasadas o futuras, o como testimonio de vivo de una ciudad que evoluciona y de la que uno forma parte, como una pieza más de un rompecabezas donde participan múltiples actores con desiguales aciertos.
Como arquitecto humanista es amante del arte, de la arqueología, de la literatura, del cine, del teatro, de la música, de la historia y del pensamiento en general. Buen lector, buen espectador, admirador del buen diseño y últimamente metido a escultor de chatarra y a hortelano.
No se le escapan las últimas novedades culturales, ni los conciertos del auditorio, ni los últimos estrenos de cine, o las viejas reposiciones en blanco y negro, como ‘El apartamento’, de Billy Wilder, ni las exposiciones o acontecimientos museísticos de un gran número de ciudades y lugares, desde París a Cádiz. Y de ello hablamos, comentamos y debatimos, y, entre otras historias de la historia, recordamos, por ejemplo, a la maja desnuda de Goya que bien pudo ser Pepita Tudó, amante de Godoy.
Como arquitecto de letras que lee, escribe e imparte conferencias, se preocupó de iniciar una colección de pinturas y enriquecer la biblioteca del Colegio de Arquitectos de Ávila, de cuya junta directiva formó parte, con atención a las más diversas tendencias del momento, organizando además alguna exposición que otra. Y como representante colegial renunció a enjuiciar a sus compañeros y controlar su disciplina.
Le apasiona la jardinería y vestir de verde la ciudad, le entristece la falta de árboles y coincide con el ilustrado y licenciado en Ávila, Gaspar Melchor de Jovellanos, en la necesidad de repoblar nuestras ciudades.
Y se entusiasma con el arte de ajardinar que desarrollaron Sabatini o Javier Winthuysen, a la vez que disfruta recorriendo el madrileño Campo del Moro o el recogido jardín del Príncipe de Anglona.
Como arquitecto compañero ha convivido cordialmente con alcaldes, concejales, secretarios, interventores, tesoreros, recaudadores, ingenieros, abogados, otros arquitectos, arqueólogos, aparejadores, asistentes sociales, bibliotecarios, biólogos, animadores culturales, administrativos, técnicos turísticos, técnicos medioambientales, archiveros, delineantes, informáticos, enterradores, operarios, electricistas, jardineros, ordenanzas, policías, bomberos, limpiadoras, alumnos y profesores, y otros tantos colegas que formamos en igualdad la gran familia municipal dedicada al servicio público.
Como arquitecto servicial le hemos visto atender a todo tipo de gente, sin prejuicios y con especial dedicación. Y también le hemos visto enfadarse, criticar y cuestionar decisiones contrarias a su pensamiento de respeto máximo a nuestro patrimonio o la forma de entender la ciudad, incluso equivocarse o no estar acertado, y reírse cuando le llamaban Armando Líos a Manta, en vez de Armando Ríos Almarza, sin que ello reste en el extenso haber que hemos descrito.
Por último, cabe reivindicar el testimonio vivo de nuestro arquitecto, que lo es también, aunque callado y sin ostentación ni ruido, de la arquitectura abulense a la que se suma con otros muchos protagonistas, entre los que, probablemente, estemos todos.
(1) Relación de arquitectos municipales del Ayuntamiento de Ávila desde mediados del siglo XIX, cuando la ciudad tenía 11.700 habitantes hasta los 62.227 empadronados actualmente:
1. Andrés Hernández Callejo (1848-1858)
2. Idelfonso Vázquez de Zúñiga (1859-1863)
3. Ángel Coissín Martín (1863-1868)
4. Mariano Marcoartu (1868-1872)
5. Manuel Pérez y González (1873-1874)
6. Juan Bautista Lázaro (1875-1879)
7. Félix Aranguren Díaz de Lezama (1879-1883)
8. Siro Borrajo Montenegro (1883-1884)
9. Juan Morán Labandera (1884-1886)
10.Bartolomé Romero (1887)
11.Ángel Coissín Martín (1887-1890)
12.Felipe de Sala Blanco (1890-1893)
13.Ángel Barbero Mathieu (1893-1895)
14.Vicente Botella (1895-1896)
15.Emilio González Álvarez (1896-1924)
16.José Antonio Fraile Tuiz de Quevedo (1925-1928)
17.Antonio Camuñas (1930-1933)
18.Clemente Oria González (1933-1973)
19.José Ramón Oria (1974-1976)
20.Armando Ríos Almarza (1976-2013)
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Una más | Miércoles, 30 de Marzo de 2016 a las 15:08:33 horas
No dudo de que sea buen arquitecto, aunque en Ávila hay muchas chapuzas arquitectónicas de todo tipo, pero el arquitecto que tiene mérito es el que trabaja a pelo, sin red. El que, sobre todo ahora, cobra unos honorarios ridículos, que trabaja por vocación, y que, en la mayoría de los casos, no tiene la culpa de los desmanes de la burbuja inmobiliaria.
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