Eso dicen que dijo Maria Antonieta, días antes que los desarrapados, los desposeídos, los parias, los hambrientos la cortaran la cabeza, en plaza pública, ante el regocijo del populacho.

Poco cuesta imaginar la escena; cientos, quizás miles de sucios y malolientes desdentados, envueltos en chinches y piojos se levantaban jubilosos, mientras un chorro de sangre, roja y negruzca más que azul, salpicaba a los espectadores entre moscas, perros escuálidos y cenicientos pájaros parisinos.

Desconozco el parentesco que Maria Antonieta tiene con nuestro rey, y líbreme el  todopoderoso desear al jefe del estado un fin semejante, entre otras cosas porque expresar ese deseo podría estar tipificado como delito (y no es cuestión de meterse en líos gratuitos).

Pero me gustaría mostrar la perplejidad por un comportamiento que de necio llega a ser insolente, o de puro insolente llega a las más altas cimas de la necedad.

Los ciudadanos españoles que pacientemente le pagamos a él y a su familia la soldada, buena o mala, pero que en todo caso le ha librado de prepararse duras oposiciones o de buscar trabajo en todo tipo de empresas a él, a sus hijos y probablemente a sus nietos, en general no creemos en la monarquía, somos conscientes de su anacronismo, y la asumimos sin más, sin ningún entusiasmo y sin ningún tipo de “orgullo ni satisfacción”.

A cambio esperamos un comportamiento ejemplar, un referente moral, al que una sociedad pueda aferrarse como hizo la sociedad italiana con el presidente Sandro Pertini, en aquellos tiempos en que la corrupción y la desintegración de la moral pública italiana era un calco, un espejo de lo que es España en el dos mil trece.

Este es el momento para, que la supuesta lucidez de un rey, encabezara la regeneración de la vida pública, y a través de ella salvar las instituciones, empezando por la forma de estado. Sin embargo el pescado también está podrido por la cabeza. Podemos hacer dos cosas; ignorarlo como hacen esos monárquicos a los que el ‘poto’ se les hace agua de limón en cuanto el rey le pasa la manos por sus belfos, y empiezan a piafar y relinchar lo del 23 F y lo que hace por España; viajando de uno a otro confín del mundo,  llevando ‘AVEs’ y abriendo mercados, entre matanzas de osos borrachos en Rusia o elefantes en África, o llevar la lucidez hasta el final, y ya prestos a regenerar y empezar de nuevo, plantearse también  una solución a lo Benedicto XVI,  pues el rey ya tiene demasiado plomo en las alas, y su debe empieza a sobrepasar al haber.

No puede ser referente moral quién ha tenido bajo su manto a una ciudadana alemana,  en funciones de ‘reina bis’, haciendo negocios al amparo de un estatus ignoto y alegal, pero que, visto lo visto, abría puertas y le permitía ser salsa de  guisos, no sabemos si sabrosos, pero no bien olorosos. Tampoco es para enmarcar lo acaecido con Urdangarin. Es inconcebible que después de su imputación por haberse apropiado de millones de euros, desviándolos a empresas cuya propiedad pertenece en un 50 por ciento a  la Infanta Cristina, no se le haya apartado de forma fulminante de la familia real. Todo lo contrario, todavía  permanece en la retina  la figura de Urdangarín conduciendo el coche del que descienden la reina, los niños y la infanta para visitar al macho alfa operado, en una clara operación de apoyo al yerno, pero también al implicado en delitos de fraude fiscal, estafa, y blanqueo de capitales.

Hasta ahora, ha predominado su faceta de padre y suegro, a cambio el ciudadano ya sabe a qué atenerse sobre una monarquía que no es capaz de sacrificar la famiglia por  el prestigio de la institución.

La grandeza de un rey tiene como cimiento la capacidad de anteponer  los intereses de la nación a los intereses propios, e incluso a los intereses de la familia, lo contrario es nepotismo, o más directamente mafia.

De ahí que noticias como la aparición en la revista Forbes de una fortuna superior a los 1700 millones de euros, nos lleva a  preguntar por qué no se fiscalizan las cuentas de la  Casa Real, y si la impunidad que garantiza la Constitución al rey no es una invitación al “comportamiento poco edificante” (tratándose del rey el eufemismo es más necesidad que adorno).

Yo no sé si la capacidad de aguante de los españoles esta  sobrepasada, pero no hace falta ser Nostradamus o Casandra para ver que comportamientos así van a traer de forma indefectible el debate república-monarquía, y cuando esta caiga otra vez no habrá nadie que mueva un dedo en su apoyo.

Claro que tampoco lo necesitarán, con que sea cierto la décima parte de lo que afirma la revista Forbes, un pasar si tienen.