¡Sí! Luchaban los de San Juan con los de Navalmoral y con los de Navarrevisca y Navahondilla. Entonces, cuando era la fiesta de San Juan de la Nava, venían los de Naval…, los de Navalmoral y los de Navahondilla, Navarrevisca, a luchar con los de San Juan. Y luego, cuando era vicevesa, la fiesta de allí, pues los de San Juan iban a luchar al pueblo que, que era la fiesta, con los demás.
Y era lucha libre. Y los dejaban, na más podían llevar el, el pantalón y un cinturón. Pa` agarrar, ¡sí!, tenía sus reglas, para que no pudieran agarrar donde querían, sino donde marcaba el reglamento. Podían agarrar del cinturón, o de, o del bajo del pantalón, así también se lo permitían. Y el que más podía, le ti…, sin camisa ni nada. Y el que, el que iba ganando se iba quedando allí. Y entraba otro. Y hasta que le podían a aquel… Y ya, pasaban todos. Y uno tenía que ser el vencedor entre todos. Y iban ganándose así unos a otros. Estaba bonito eso. Y era amistosamente. ¡No, no! Amás, luchaban en…, como en un rin así, que echaban, por ejemplo, arena o tierra que no tuviera piedras ni eso. Y luchaban allí pa` que, al caer, no se hicieran daño. Se caían también, pero no se hacían daño. ¡Sí! En plan de juego, en plan de deporte, en plan de una…, como una esa que tenían para luchar unos con otros, hasta que quedaba uno libre(1).
Esta modalidad antiquísima de lucha no fue exclusiva del Valle del Alberche. Constantino de Lucas y Martín recrea en sus ’Morañegas’, una práctica luctatoria, en la actualidad extinta, que se celebraba durante la noche de San Bartolomé, en la plaza del pueblo de Cabizuela (Ávila). Este rito atávico congregaba a la juventud de los pueblos de alrededor de la comarca:
Suelta de la cintura
la faja, por lidiar con más holgura,
prieto en la corba el pantalón de pana
con bramante o correa de badana,
descalzo el pie, y del sol y de la trilla
al aire la tostada pantorrilla,
cuerpo a cuerpo se enlazan,
las manos despedazan
las camisas, que al suelo caen volando;
están los anchos pechos acezando…
Crujen los huesos en presión creciente,
mana sudor la frente…
El uno hacia la izquierda forcejea,
mas el otro resiste y no flaquea;
y ambos, recios, mañosos, esforzados,
parecen en el suelo estar clavados,
como troncos de encina, que no abate
del vendaval furioso el duro embate,
como dos fuertes rocas
inmóviles; resécanse sus bocas
con el polvo y esfuerzos corajudos…
De medio cuerpo arriba están desnudos.
“¡La zancadilla!” el público vocea;
“¡Levántamele en vilo, y que se vea,
quien… tiene mejor puestos los calzones!”
Y resuenan por fin las ovaciones;
el más artero echó con ligereza
la llave de sus pies, y de cabeza
cayó el rival; quedando proclamado
triunfador un gañán de Riocabado(2).
A lo largo de la geografía peninsular e insular, los estudios etnográficos han documentado diferentes formas tradicionales de lucha. Entre ellas, cabría destacar, por ejemplo, el valto del Concejo de la Lomba de León; el valtu asturiano; tirar al cinto, modalidad característica de Palencia; la loita gallega; probar a juntar, en Baleares; la engarrucha o engarruche, en la zona de Iguña (Santander); el aluche o lucha leonesa; la luchada canaria… De todas estas prácticas de lucha tradicionales, los aluches y las luchadas perviven hoy en día, gracias por una parte, al apoyo de las instituciones, y por otra, a la asimilación de estas manifestaciones autóctonas a la esfera de lo deportivo.
En la comarca de Braganza (Portugal), aún hoy se practica una modalidad de lucha que mantiene la mayoría de sus elementos tradicionales: la galhofa. Este rito, asociado a las fiestas del solsticio de invierno, se desarrolla en el espacio de un corral techado, a lo largo de la tarde-noche del día 28 de diciembre. Algunas de las características de la galhofa son similares a las de la lucha descrita por el informante de San Juan de la Nava:
La vestimenta que portan los luchadores se reduce al pantalón. De manera que, antes de entrar al corro, ambos contendientes habrán de despojarse de la ropa que llevan en la parte superior del cuerpo, así como del calzado.
La lucha empieza sin un agarre predeterminado. Los rivales se encuentran aproximadamente a un par de metros en el momento inicial, y suelen adoptar una postura inclinada hacia delante para evitar que el contrario les aprese fácilmente las piernas. En esta posición se mueven, estudiándose, hasta que alguno se decide a atacar.
El primer acto del ataque es buscar un agarre ventajoso para poder voltear al otro contendiente. Las piernas, el pantalón a la altura de la cintura o la parte posterior de la espalda por debajo de la axila son zonas propicias para lograr esta ventaja. No obstante, el agarre habitual es a los brazos, prácticamente simétrico. Desde esta posición evolucionan, tirando, empujando, cambiando el agarre o tratando de levantar al contrincante(3).
En la localidad de Calzada de don Diego (Salamanca), Tomás Blanco documenta una variante de estos ritos, conocida con el nombre de lucha de la bandera. Esta actividad luctatoria se hallaba ligada al mundo de la agricultura y la fertilidad:
Cuando se llevaba el último carro de la temporada se clavaba el horcón en lo alto, con los picos hacia arriba y en ellos se enganchaba la chaqueta, camisa…, era la bandera. En algunos pueblos se colocaban dos pequeños haces en forma de cruz.
Desde que el carro salía de la tierra hasta que llegaba a la era, cualquier mozo podía desafiar al que lo conducía a luchar la bandera, o luchar la cruz. Esto consistía en luchar ambos mozos agarrándose con los brazos cruzados alternativamente por encima y por debajo del hombro del contrario, abriendo las piernas, para asegurar el equilibrio e inclinar el pecho hacia adelante para controlar el impulso del adversario. La lucha se llevaba a cabo en terreno que no pudiese causar daño al que daba con su espalda en el suelo.
Ganaba el mozo que derribaba a su contrario. Si el triunfador era el que ponía la bandera, seguía dirigiendo el carro hasta llegar a la era, pero si era el otro, el perdedor tenía que retirarla o ceder la conducción del carro a su vencedor(4)
Resultaría sumamente ambicioso pretender abordar en el espacio de este artículo, el origen de unas prácticas luctatorias tradicionales, extendidas en diferentes culturas y latitudes del mundo. Si bien, a veces se tiende a emparentar este tipo de manifestaciones con un hipotético tronco céltico; por la naturaleza poliédrica y migratoria de la cultura oral, me inclino a pensar más en un substrato común y universal.
En su adaptación a la sociedad moderna, la lucha autóctona se ha ido despojando de su carga ritual, para asimilarse a los moldes de las competiciones deportivas. En tiempos pasados, la lucha cumplía una función que iba más allá del simple entretenimiento: constituía todo un rito de paso de la mocedad a la edad adulta. Los mozos tenían que hacerse valer, mediante la exhibición de fuerza y habilidad, ante la comunidad rural a la que pertenecían. De esa demostración de virilidad, no sólo dependería su futura relación con las jóvenes casaderas del lugar, sino también su valía y reputación dentro de la estructura social del pueblo.
(1) Luis Miguel Gómez Garrido: 'Juegos tradicionales de las provincias de Ávila y Salamanca' (México DF: El jardín de la voz, 2010), p.119.
(2) Constantino de Lucas y Martín: 'Morañegas' (Ávila: Senén Martín, 1947), pp 87-88.
(3) Julián Espartero Casado, Carlos Gutiérrez García y Juan Carlos Martín Nicolás: 'La galhofa, pervivencia de una forma de lucha tradicional'. Asociación Etnográfica Bajo Duero. Escuela de Baile Tradicional, El Filandar 11 (1993), pp. 22-26, p. 24.
(4) Tomás Blanco García: 'Para jugar como jugábamos'. Colección de juegos y entretenimientos de la tradición popular (Salamanca: Amarú, 2010), pp. 310-311.
Alondra Armuñesa | Jueves, 21 de Febrero de 2019 a las 22:52:13 horas
¡Enhorabuena por tu artículo! Gracias por mostrarnos la cultura y el folklore. Asistí hace varios años a un campeonato de luche durante las fiestas de Prioro (León).
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