Son tres penitentes embutidos y encapuchados en hábitos negros los que protagonizan un ritual recuperado hace 27 años, que se celebra en la madrugada y en la mañana del Viernes Santo.

Cada uno de ellos sale de la sacristía de la iglesia en silencio y andan muy despacio, con los pasos medidos: el primero hace sonar una esquila, el segundo un instrumento similar a un fagot y el tercero un bombo.

Toda la escena se desarrolla a cámara lenta, puesto que la procesión discurre por 500 metros de las calles del pueblo en un recorrido que tarda una hora, en lo que es un anuncio de la muerte de Cristo a modo de pregón que lo sucedido en la Pasión.

Esta llamativa procesión se ha celebrado tras un modesto vía crucis donde algunos vecinos del pueblo han portado cruces.

En esta ocasión la procesión ha recordado emotivamente a Esteban Jiménez, fallecido a los 54 años y que fue uno de “los negros” que recuperó esta celebración y construyó el instrumento que a modo de fagot suena en el desfile. Un joven de 16 años, Carlos Jiménez, ha sido el encargado de tomar el relevo de esta peculiar ceremonia de Viernes Santo.