El olor a la cera que desprenden las antorchas a medida que arden a lo largo del recorrido es inconfundible en un desfile que fue respetado por la lluvia, que cayó entre el final de la procesión del Cristo de las Batallas -que había salido a las 11 de la iglesia de San Pedro- y el comienzo de este desfile desde Mosén Rubí, ya que es la misma hermandad la que organiza ambos.

Con una benigna temperatura para la hora (7 grados), 24 anderos portaron el pequeño busto de barro del Cristo de las Batallas, que se encuentra en manos de las religiosas de Santo Domingo en la capital tras haber llegado del desaparecido convento de Aldeanueva de Santa Cruz, y al que se atribuye que acompañó a los Reyes Católicos en sus batallas.

El sonido de tambores, cornetas y esquilas se escuchó de vez en cuando en un desfile que salió de la muralla por la plaza de Fuente el Sol para subir a San Vicente y llegar a la plaza de la Catedral, y de ahí regresar a Mosén Rubí, donde en esta ocasión se había vallado la salida para dar mayor vistosidad al comienzo del desfile.