El alfa era usada para denotar el principio de algo, por ser la primera letra del alfabeto; por el contrario omega, como es la última, puede ser usada para denotar el fin de algo. Podemos recordar como ejemplo el Nuevo Testamento (Apocalipsis 22.13), en el que Jesucristo decía “Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin”.

Comentaba en mi primer artículo en este medio, ‘Iuris et de Iure’, que compartiría con los lectores realidades y situaciones diarias, que se fundamentan en hechos que acaecen en nuestro entorno  y que nos pueden suceder a cualquiera de nosotros aun sin imaginarlo. Ninguna de estas realidades y hechos pueden ser tan importantes ni tan cotidianos como la vida y la muerte; la alegría de la llegada a la vida de una persona esperada y querida y la tristeza de la muerte de otra persona querida. El alfa y la omega, principio y fin, lo primero y lo último nos invaden cotidianamente, pero solamente nos centramos en esta realidad cuando estos hechos nos suceden a nosotros, a nuestra familia, a nuestros amigos; en definitiva, cuando suceden en nuestro  entorno más querido.

El nacimiento de un hijo es lo más precioso que le puede suceder a cualquier persona, pero quizás por la juventud de sus progenitores, no se aprecie ni se sienta de la misma manera que la espera y el nacimiento de los hijos de tus hijos, tus nietos. Vives todo el proceso de otra manera, experimentas una serie de sensaciones y situaciones nuevas que hasta que no suceden no las  puedes imaginar ni sentir. Desde el primer instante del embarazo, todo lo que rodea tu entorno familiar es felicidad, amor, preocupación porque todo salga bien, cariño y detalles para la embarazada, enfocando tu mente y acciones hacia  el futuro que se aproxima.


Cuando llega el día esperado y todo sale bien, ves a esa nueva persona, llorando, mirándote, haciendo pucheros, como si te estuviera diciendo que ha llegado, que está aquí, que extraña este nuevo mundo, que solamente depende de ti, para que le cuides, le quieras, le protejas, porque él se siente pequeño y desprotegido y sin esa ayuda de sus padres y ese cariño de sus familia no podrá emprender este largo viaje que es la vida. Pero puede suceder, en algunos casos, que un embarazo no resulte como todos esperan y que sea un embarazo múltiple, de mellizos o gemelos. En estos casos la preocupación te invade y tu mente se llena de dudas, pues estos embarazos múltiples tienen mayor riesgo de resultados perinatales adversos en comparación con sus homólogos de embarazos simples, principalmente debido a un mayor riesgo de un parto prematuro, que en la mayoría de los casos tiene que ser provocado por cesárea por peligrar la vida de los bebés.

Hay hospitales especializados y dotados de unidades de neonatología, que cuentan con profesionales muy bien preparados y habituados al manejo de estos bebes, que en algunos casos nacen con un peso de 800 gramos o menor, pero que gracias al amor de los padres, de los médicos y enfermeras, así como el apoyo y cariño de los familiares, en 17 días de vida pueden llegar a pesar ya un kilo. Cuando presencias la imagen de una persona humana de ese peso y dimensiones, ves su cuerpo en perfectas condiciones, pero tan chiquitito, sientes los latidos de su corazoncito, aprecias sus ganas de vivir, lo acaricias y notas que él te siente y se alegra; ese amor, ese cariño, esa felicidad te inunda y solamente experimentas amor y otras sensaciones inenarrables afianzándose aún más cuando los pediatras te dicen que todo va en perfectas condiciones y que cuando ganen más peso les podrás llevar a casa.

Ante todo este cúmulo de sensaciones y experiencias vividas, pienso que algo muy excepcional tiene que ocurrir para que, siempre respetando su libertad de expresión, así como la libertad de las madres, se pueda hablar, opinar, inclusive practicar un aborto, olvidando que lo importante está por llegar, el que viene, el nasciturus; él es el centro del debate, no nosotros, los ya nacidos. ¿Qué nos diría él si pudiera expresar su opinión sobre su propia vida al sentir que se está decidiendo por él, aborto si aborto no? Amparándome en esa libertad, opino, que antes de acudir a este ‘derecho legal’, antes de llegar a esa situación, se deberían de utilizar medios anticonceptivos, antes de la fecundación de un nuevo ser, para no llegar a lo que considero una negación de vida a otro ser. Del mismo modo las administraciones deben de formalizar mecanismos reales de apoyo a madres e hijos nacidos con problemas, bien económicos para sacar adelante a sus recién nacidos, o bien con problemas físicos o psíquicos, ofreciendo ayudas, información, subvenciones; en definitiva un instrumento que proteja a las madres para que no opten por la peor de las opciones, el aborto.


La otra cara de la moneda (el omega) es la pérdida de un ser querido, y en mayor grado si trata de tu madre; la que te dio la vida, la que te dio todo su amor, todo su cariño, todo su trabajo; la que se quitaba el pan de su boca, la que iba a por la mejor carne y pescado (fiado) a la tienda para que comieran sus hijos cuando existían problemas económicos, la que lloraba sola en casa para no preocupar a sus niños. El dolor te rompe, rasga tu cuerpo, y esas lágrimas que te salen sin querer son un sentimiento de amor a todo lo que ha significado su vida en tu vida, que nunca podrán llenar todo el amor que ella ha dado.

Es paradójico y emocionante sentir en tu ser que, el día en el que tu madre fallece, los amigos y personas que la querían y te aprecian se acerquen a darte las condolencias por esa pérdida y te digan: “lo siento Carlos, pero a la vez te doy la enhorabuena por tus tres nietos”.

Como dije al principio, el alfa y el omega, el principio y el fin, la alegría y la tristeza, la vida y la muerte. Pero lo más importante es EL AMOR.