La temeridad de mis afirmaciones y la falta de cabeza con la que se hicieron llevaron a alguno a pensar en un mundo de represalias. Desde el exilio hasta la justicia que imparte una masa enfurecida portadora de antorchas y horcas, pasando por cabezas de caballo introducidas en la cama mientras uno duerme.

El exilio como condena no es algo que pueda asustar a un abulense. De ser una condena todos sabemos que antes o después acabaremos buscándonos las habas fuera de la provincia y más ahora que nadie nos va a enchufar en la Caja, la Junta, la Diputación o el Ayuntamiento. Es algo para lo que estamos concienciados con resignación judeocristiana.

De hecho, gran parte de la personalidad del abulense medio viene marcada por esa resignación, si bien no es tan judeocristiana como un síntoma de nuestra afición favorita: quejarnos. No se vaya a confundir con la protesta que es la queja que aspira a solucionar algo. No. Es algo tan llano como que nos gusta quejarnos. De ahí que nadie decidiera organizar una algarabía para un linchamiento y pueda seguir escribiendo con total impunidad.

No he llegado a conocer a un solo vecino de la ciudad que esté conforme con la trágica remodelación del Grande; tampoco con la pérdida del AVE en manos del pérfido enemigo segoviano; mucho menos con el peaje que nos limpia los bolsillos en nuestro camino a Madrid. Sirvan estos ejemplos para remarcar mi axioma: al abulense lo que más le gusta es quejarse. Un quejido lastimero, victimista, alicaído, triste pero ante todo y sobre todo: que no tenga solución o al menos ignorar al que ha dicho tenerla.

De esta curiosa afición viene la elección de nuestros representantes que van desde los que no hacen nada (¿alguien sabe quién es el presidente de la Junta? Alguno aún responde que Juan José Lucas) a los que deshacen todo (apasionante el caso de nuestro responsable de Urbanismo que ha conseguido para Ávila lo que Godzilla no consiguió en Tokyo).

En la comarca del enemigo charro (es lo bonito de ser de Ávila, que todo el mundo es el enemigo) conocida como los Arribes sus vecinos están mentando a la madre del consejero de Sanidad de la Junta por dejarles sin urgencias. No es que se quejen, es que protestan airados, se movilizan y se ciscan en los muertos de quien haga falta por no tener que enterrar a más de lo suyos. Es un lugar carente de nuestro temperamento.

Allá en el Valle del Tiétar a cuatro individuos extranjerizados les dio por reclamar un hospital comarcal. Obviamente no son abulenses auténticos y es perceptible en sus inquietudes y sus formas. La gente abulense de verdad, de cepa, se queja pero no quieren el hospital pues de tenerlo se les acabaría esta bonita dedicación, tan nuestra, tan arraigada y que engrandece nuestro carácter. Marean un poco la perdiz, lo piden casi por vergüenza pero se conforman con un botiquín colgado en un centro de salud.

Pueden ustedes verlo en la fuerza proletaria abulense: los funcionarios. Será que a su sueldo congelado como unas barritas de pescado le iba sobrando una paga o será que todo el personal laboral que van a poner en la cola del paro no tiene conciencia de su situación. Pero no es que sean un cuerpo especialmente movilizado. Más bien al contrario. Se quejan, sí. Y ya está; vuelvan a sus casas, aquí no hay nada más que ver.

No pretendo con mis palabras que nadie cambie su actitud ni que los abulenses les de por abandonar esta tradicional afición. Al contrario. Le pido al lector en el honroso caso de que sea autóctono de esta hermosa provincia que no varíe ni un ápice. ¿De quién me quejaría si no? No nos quiten el divertimento, ni a mí ni a ningún paisano mío.