Los propietarios de las bodegas, Enrique y Almudena Castelló, han comentado que la idea de sumergir las botellas diez meses, tras permanecer un año en barricas de roble francés, partió de lo que su padre hacía en el huerto en verano. Se llevaba una botella de vino que introducía en el pozo para que estuviera fresco, pero a veces se caían. Luego se recuperaban y bebían medio año después: el vino mejoraba.

Por eso introdujeron el pasado noviembre 250 botellas de vino de crianza como experiencia pionera y para conseguir la primera añada de vinos de agua dulce, surgida de su viñedo de Langa, con 2.200 cepas de la variedad tempranillo.

Ya habían sacado, en marzo y a finales de agosto, ocho de las diez jaulas, y este domingo se ha extraído el resto para culminar la experiencia. Tres buzos se han introducido a 15 metros de profundidad para sacar las últimas 50 botellas.

Enrique Castelló espera que resulten “vinos accidentales”, como los que sus antepasados elaboraren en sus viñedos de Langa.

Su hermana Almudena ha explicado que los vinos son “más equilibrados tanto en olor como en sabor” y ha destacado que “aguantan mucho más que otros crianzas”.

Para su consumo debe esperarse 20 minutos tras abrir la botella, que se venderá a 100 euros, con el fin de apreciar los sabores a resinas, madera y mora de un vino que tiene una graduación de 14 grados.

Cuando decidieron afrontar esta experiencia, eligieron Las Cogotas, entre el río Duero o la zona de Sanabria, por varias condiciones: la presión atmosférica, a 1.030 metros de altura; la oscuridad; la temperatura de 12 grados, la humedad y el silencio.