A quien únicamente he visto que cala en el por qué de lo que pasó en Madrid-Arena es al cardenal Cañizares, que fue obispo en Ávila, quien expresa que “El problema es mucho más hondo. ¿Qué le ofrecemos, qué le ofrece la sociedad a los jóvenes: fiesta, movida y botellón...?” (La Razón, 14 noviembre 2012).

Cuando éramos jóvenes también había algunas fiestas nocturnas, o verbenas, en Ávila, adonde íbamos a divertirnos no a juerguearnos. Solían empezar hacia las 11 y terminaban a las dos de la madrugada. Lo pasábamos bien sin recurrir al botellón. Hay quien dice que éramos más felices que los jóvenes de ahora.

He estado en muchos países donde a la juventud normal no se le ofrecen fiestas que empiezan a la una o las dos de la madrugada y terminan a las seis.

Por ejemplo, en Estados Unidos dejaban de servir bebidas alcohólicas a las doce de la noche. En un viaje de prácticas estábamos en un bar en el estado North Dakota cuando dejaron de servir bebidas por llegar la medianoche, pero en el estado de Montana, que estaba a unos diez minutos eran todavía las 11 por el cambio horario, así que fuimos allá más bien por conocer mundo. Un día, siendo estudiante en Estados Unidos, llegué a dormir a mi colegio mayor poco después de las cinco de la mañana de un sábado, porque había ido en el coche de un amigo a la capital del estado donde residía su novia: pues hasta el martes no pude concentrarme bien para estudiar. Los estudiantes nos juntábamos algún fin de semana en casa de alguien y poníamos música y bailábamos. Al llegar las doce había que evitar todo ruido y, si seguía la música, se presentaba la policía para avisarnos; si se volvía a poner música regresaba la policía y se llevaban al dueño de la vivienda a la comisaría.

En Noruega, donde pasé dos largas temporadas estudiando,  me llevaron un día los amigos a una sala de fiestas, donde al llegar las doce nos dejaron de servir alcohol y donde no se podía beber ni a escondidas.

En algunos países musulmanes no sirven alcohol en lugar alguno, excepto en los hoteles internacionales.

Ir a dormir a las dos de la madrugada no descabala los hábitos de la persona. La sociedad nuestra es actualmente permisiva en exceso. Al terminar las juergas, que no diversiones, a las seis de la mañana, se están malformando órganos internos de los jóvenes como el hígado, los riñones y demás, pues hasta los 21 años no se ha terminado la etapa de desarrollo del cuerpo. Autorizando esas macrofiestas estamos contribuyendo a que cuando estos jóvenes lleguen a los 40 ó 50 años de edad sean unos viejos prematuros.

He visto alguna vez en Ávila, al ir a tomar churros a la plaza del Rollo a las ocho de la mañana, a varios jovencitos, de unos 14 años de edad, ellos y ellas, con aspecto de estar ebrios. Me digo que quién vende alcohol a estos niños, pero preguntándolo todo el mundo lo sabe menos las autoridades, según me dicen.

En las juergas hasta altas horas de la noche llega un momento en el cual estamos cansados y no podemos discernir entre el bien y el mal; es muy fácil caer en la oferta de fumar un porro o tomar alguna droga, lo que puede traer consecuencias graves para el futuro si se cae en la adicción.

Lo malo que tienen estas macrofiestas y botellones es que resulta difícil hacer que nuestros hijos o nietos no vayan a ellas y se creen graves conflictos generacionales. La sociedad, los políticos, todos, tenemos que tomar en serio la gravedad de estas macrofiestas donde el alcohol se consume en abundancia y, a veces, mezclado con otro tipo de drogas perjudiciales para el desarrollo de los jóvenes.