Día Domingo, 30 de Noviembre de 2025
Del Martes, 02 de Diciembre de 2025 al Miércoles, 03 de Diciembre de 2025
Día Sábado, 06 de Diciembre de 2025
La nieve tiene, y es de lo que quería hoy hablar, el don de revocar el malhumor de igual manera que revoca el ruido o la oscuridad de la noche. Como tiene los dones de invocar y de evocar. Y para quienes vivimos de las rentas del pasado -escritores y demás gente de feria- la invocación y la evocación termina por ser siempre de deudas de hace años. Y en éstas, como hace nada, ha llegado otro diciembre.
Pero vamos al caso. Con la nieve viene diciembre y con diciembre las fiestas del invierno, con sus tradiciones y sus canciones repetidas. Y entre ellas, llegadas estas fechas aparece siempre algún fulano con el trasunto de la Navidad. Es también canción repetida y suena ya a villancico de pandereta y zambomba. Parece que hay no poca gente a la que las navidades le provocan un no sé qué de laica mala leche. Piden a los gobiernos municipales que supriman Belenes, cabalgatas de Reyes magos y otros trasuntos con olor católico en aras de una sociedad laica y plural.
Cada año me pregunto cómo habrá sido su infancia, si los Reyes Magos les castigaron con carbón y mondas enero tras enero; o si se les indigestaba el cardo, los mazapanes o las sopitas de navidad. He creído ver una alergia irremediable a la almendra o al ajonjolí en estas fechas; o una aversión al dulce o una intolerancia congénita a la infancia. O quizá no. Tuvieron todos ellos una infancia feliz y la nostalgia les castiga año tras año a su ración de dolor por lo perdido, como, un poco, nos castiga a todos. Al fin y al cabo, estas son cosas de la vida. Cada Navidad llega con sus viejas costumbres y sus personas. Y cada año se va perdiendo alguna. Este es el primer año que Jacinto Herrero no nos dará su poema, con un café en la mano y alguna media e irónica sonrisa que todos comprendíamos al hablar sobre… No importa sobre qué ni sobre quién.
Sin embargo, a mí las navidades me parecen una época alegre del año. Con su dosis necesaria de cursilería y dulce. Pero se alegra uno el invierno cuando llega la luz a los grandes almacenes, cuando pone el Misterio en casa -con su mula y su buey- y las guirnaldas y el árbol iluminado con el que nuestros antepasados llamaban a los extraviados a compartir fuego y mesa. Es capaz hasta de disculpar la tontería norteamericana de los papanoeles y el espíritu de la Navidad y el anuncio de las burbujas Freixenet y de la colonia de Antonio Banderas si la casa se llena de altarcillos, unos más y otros menos sagrados, como el del Belén o el de la estantería del turrón y el mazapán y la de los Christmas recibidos. Es posible que haya quien esté dispuesto a renunciar a ello por un pretendido bien social. No seré yo, claro.
Porque no es la Navidad nada que beneficie ni perjudique a nadie; es algo humilde y pobre. Nació en un pesebrillo de un pueblecillo de pastores y gente de campo. No le vamos a echar ahora derroches de intelectualidad post-moderna. Sería como echarle filosofía a un coro de niños pidiendo el aguinaldo en tu portal.
Uno no tiene hijos; pero cada cinco de enero se pasa -en Santander, donde suele tocar- por el recorrido de la cabalgata de Reyes. Lleva a sus sobrinos y les contempla mientras pasa el camión de los bomberos con sus cajas de regalos sin cuento. También, piensa, uno estuvo en brazos de alguien muchos cinco de enero y pasó la noche en un maldormir esperando el milagro de los regalos. Y celebró el misterio de la Navidad, cada Nochebuena, con los suyos, como siempre, como desde hace siglos se hizo.
Quienes reniegan de estas celebraciones podrán argumentar contra ellas en términos históricos, sociales, económicos, políticos…Y podrán pedir que se supriman los fastos de la fiesta, en virtud del derecho a ser respetados en sus ideas, creencias y descreimientos. En su derecho están. Pero no quisiera uno privar, a quienes vengan, de ese regalo que a mí me hicieron y que me acompaña cada año, que resucita al olor del ajonjolí y de la canela. O al menos no quisiera que nadie me culpara por ello. La tradición no es más que poner algo de cariño en los que vienen y en los que se fueron, algo tan sencillo como eso. Y hacer tabla rasa del pasado no es más que un desafecto, en no pocas ocasiones.
Disfruta de la fruta
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