Día Lunes, 24 de Noviembre de 2025
Quejarse de vicio
Todos tenemos un amigo, un cuñado, una suegra, un compañero de trabajo, un tendero o un jefe que se quejan de vicio. Y se quejan cuando seguramente tú, al escucharlos, podrías decirles lo mismo o más, contarles mil y una desgracias… y no lo haces. A veces porque la otra persona no te escucha y otras, porque no puedes meter baza en su monólogo. Y otras, directamente, porque piensas, “¿para qué me voy a quejar?”.
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¿Tú eres de los que te quejas o de los que prefieres no hacerlo? Ah, que no lo sabes… Bien, te voy a ayudar. Piensa cuántas veces al día repites palabras como “no me gusta”, “no se recupera”, “mala suerte”, “desgracia”, “no”, “no puedo”, “está lloviendo otra vez”, “bueno, es igual”, “nunca”, “pero”, “vaya semana llevo”, “ay, qué pena”, “me duele”, “me molesta”, “puaaj”. Ahora, valóralo tú personalmente.
Si eres del primer grupo (llamémoslo Grupo Q), seguramente no te habrás parado a pensarlo, y mira que te gusta oírte y ser el centro de atención. No eres mala gente, pero quizá un poco egocéntrico y pagado de ti mismo. Y tampoco es que te encante escuchar. Solo hablar, hablar, hablar…
Si eres del segundo (llamémoslo Grupo P, de paciencia infinita), lo más probable es que hayas decidido alejarte un poco de la persona Q o bien te dediques a contrarrestar ese vocabulario cuasi infame con expresiones como “no te preocupes”, “un día malo lo tiene cualquiera”, “ya verás como todo va mejor”, “no está tan mal”, “tú puedes”, “y si…”. Pero, para ser sinceros, tener una persona al lado del tipo Q constantemente puede llegar a desgastarte la energía positiva. Y entonces, ¿qué? Fijo que tu querido compadre del grupo Q no estará ahí para escucharte.
Con esta reflexión no trato de decir que la persona que se queja no tenga razón. Hay mucha gente que lo está pasando mal y necesita desahogarse, reclamar y protestar. Armar alboroto para que se sepa lo que pasa. El problema es cuando se pierde la perspectiva y, aunque consigues hacer ese ruido, te quedas atrapado en el círculo de la negatividad y, además, envuelves en él a las personas que están a tu alrededor. Por eso es tan sano, en estos casos, convertir un monólogo monotemático en un diálogo donde la persona que se queja también pregunte a quien le escucha qué tal le va la vida.
Pero eso es una utopía.
Cuando uno necesita quejarse… y no puede
Suerte para el grupo Q tener a alguien del grupo P al lado. Pero no al revés. Me gustaría saber quién escucha a todas aquellas personas que pasan hambre en más de medio mundo. O a los que tienen que emigrar porque en sus países hay gente del grupo Q que se toma muy a la tremenda lo de llamar la atención (y perdonad que lo simplifique y casi parezca que le resto importancia, os aseguro que no quiero hacerlo) destruyendo familias, matando y robando felicidad y armonía. Me pregunto quién escucha a aquellos que tienen dolores constantes cada día, a los que han perdido todo, a los que les cuesta un mundo salir adelante por circunstancias bien variadas. A veces oímos una noticia, dos, tres… más no. La actualidad manda y, como en la enfermedad, los problemas crónicos comienzan a pasar a un último plano. Al relleno. Molestan. Siempre hay algo más llamativo y urgente, más nuevo.
La defensa ante esto suele ser luchar, sufrir, pelear, gritar… pero hasta esto último lo hacen en silencio. Imaginad que tuviéramos la oportunidad de escuchar por un momento a aquellos que viven en silencio sus problemas. Estoy convencida de que cada una de estas personas nos preguntaría cómo estamos también. Vamos, lo que es una conversación y no un monólogo.
¿Es sano quejarse?
Creo que es sano quejarse, pero sin regocijarse en lo negativo. Es sano ser constructivo también. Hay veces que parece que la desgracia nos acompaña, aunque haya otros, con una vida bien similar, que consideren que su vida está bastante bien. Me contaba una amiga que vive en un país muy, muy frío (Suecia) que allí suelen decir que “no hay mal tiempo, sino ropa inadecuada”. Quizá debamos aplicarnos el cuento.
En palabras de Dennis S. Brown, “La única diferencia entre un buen día y un mal día es tu actitud”. Yo también lo creo. En mayor o menor medida, lo mejor que podemos hacer es darle la vuelta a la tortilla que es la vida y pensar: “Si la vida te da limones, haz limonada”.




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