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Imagínese el lector qué clase de acoso y agresiones llegan a sufrir unas vaquillas para que arremetan contra quienes no cesan de hostigarlas desde el inicio. Cualquier ser en el que exista el instinto de supervivencia actuaría así en busca de una salida que le libre de tanto maltrato palurdo. No son sólo carreras y palos, también hay ensogamientos y “toros embolados”, que es el eufemismo de atarles a los cuernos teas que van derramando fuego sobre la cabeza del animal y también alcanzan a los ojos.
Las noticias que aparecen en los medios de comunicación rara vez lo mencionan, pero lo cierto es que con bastante frecuencia el animal se desploma y fallece a causa de un ataque al corazón, por agotamiento, por choque contra alguna talanquera o ahogado en el mar cuando estas diversiones se desarrollan en pueblos de las costas levantinas o catalanas. Pero no hay problema: el ayuntamiento siempre tiene preparado el recambio de otra víctima para que continúe lo que invariablemente consiste en fastidiar a un animal no humano.
Con cuentagotas, a base de denuncias en los juzgados y movilizaciones en la calle, los animalistas van obteniendo resultados. En Casas de Alcanar (Tarragona), este verano las asustadas vaquillas no han podido ser arrojadas al mar desde el embarcadero, y en Tordesillas, la presión popular encabezada por el Partido Animalista PACMA ha conducido a la prohibición del más vil y cruel de los festejos, el del Toro de la Vega. Y la lucha por poner fin a tanta paletada sangrienta continúa, claro.
Al raciocinio más común le resulta imposible justificar lo que mueve a la gente de esa España profunda y rural que celebra con alborozo la persecución de vaquillas y bueyes por las calles del pueblo, acosando a los animales hasta el límite de sus fuerzas mediante petardos, palos y botellazos. O esas localidades junto al mar, en que lo divertido es obligar a que las vaquillas se lancen al agua buscando librarse de sus perseguidores para luego verlas debatiéndose en una agónica lucha por no morir ahogadas.
Se supone que todo ello es por aburrimiento, la carencia evolutiva de los cerebros escasamente dotados para la cultura o el progreso, y también por la voluntad de hacerse el machito delante de la peña.
Lo que menos se entiende es la tolerancia de éste y de otros gobiernos pasados con actos que ya están recogidos en el Código Penal y que se refiere al maltrato hacia los animales. Cuando le llega uno de estos casos, el Gobierno central le envía la pelota a las inútiles e innecesarias 17 taifas autonómicas, y éstas, a su vez guardan mutismo o les devuelven el balón a la Administración nacional. Rectifico: para algo sirven las 17 taifas; sí, para jugar al despiste cuando les conviene a unos y a otros.
Pero llama la atención que habiendo muertos y heridos todos los años en los encierros, ninguna de estas instancias de poder del Estado se haya decidido a suprimirlos de una vez. Desde el punto de vista del indígena (no, por supuesto, del animal), de acuerdo que es un acto voluntario arrojarse a la calle a perseguir vaquillas, poniéndose en riesgo solamente la vida de quien así lo hace. Sin embargo, también es un acto voluntario y de libre elección el conducir sin el cinturón de seguridad, y, a pesar de que es algo que sólo atañe a quien desea correr ese riesgo, se le sanciona. ¿Por qué?
Son dos trances de potencial peligro en los que interviene la libre voluntad de asumirlo, pero tratados de forma muy distinta y en flagrante contradicción del supuesto principio del que se arroga el Estado de proteger a toda costa la vida del personal. Todo conductor de automóviles es mayor de edad, por lo tanto ninguna norma legal debería impedirle que coquetee con la muerte. Como esos machitos de los encierros, que además no tiene límite con el alcohol y otras sustancias. Después de todo, ellos y únicamente ellos, serán los huéspedes perpetuos del agujero en el cementerio. Como los 12 que crían malvas desde el verano del pasado año.
Por cierto, sobre todo por convicción más que por imposición, yo soy de los que se coloca el cinturón de seguridad nada más entrar en el coche. Y recomiendo que se haga porque es útil. Útil para continuar con vida, seguir leyendo Avilared o “Vivan los animales!”, de Jesús Mosterín. Y por qué no decirlo: también para ser testigo del imparable e histórico ascenso de quienes propugnan el respeto hacia esos seres que no tienen voz.
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Oficina en Ávila de Caja Rural de Salamanca
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Ginés | Lunes, 10 de Octubre de 2016 a las 15:13:13 horas
Cuánta falacia de ecolos para intentar justificar y desviar la atención de que sus socios en el gobierno regional de Baleares mandaron escopeteros para asesinar a las pobres cabras. Desde los ecolos hay demasiada mancha ancha con la caza en general.
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