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El ministro decidió retrasar la noticia soponcio hasta el tradicional concierto de valses de la mañana del 1 de enero para evitarle un posible empeoramiento de la resaca. En realidad de eso se trataba. Ocultar o retardar la difusión de la noticia mientras se buscaba un elixir para los efectos en la opinión pública, ya de por sí muy mosqueada con Merkel por su política de coladero con los denominados “refugiados”. Mientras, en las comisarías se iban amontonando las denuncias de las mujeres que habían sufrido agresiones sexuales y robos en Dusseldorf, Stutgart, Hamburgo, Berlín y, sobre todo, en Colonia. En esta última ciudad, la cosa fue una auténtica cacería en los alrededores de la explanada de la catedral y en la plaza de la estación central.
El Gobierno que había propiciado, alentado y provocado el mayor efecto llamada conocido hasta la fecha en Europa y que ha traído consigo la irrupción masiva en Alemania de más de un millón de inmigrantes musulmanes (los mal llamados “refugiados”), estaba tan perplejo y asustado ante las reacciones venideras que optó por la inútil receta de la negación y el ocultamiento. Dio instrucciones a los medios de comunicación de titularidad pública para que no informasen de lo sucedido, y a la Policía para que no dijera ni mu. Sin embargo, esta desvergonzada consigna tan propia de república bananera tenía las horas contadas, toda vez que las mujeres agredidas comenzaron a informar por las redes sociales y a los medios que no se hallan bajo la férula del bipartidismo gobernante (los cristianodemócratas del CDU y los socialdemócratas del SPD), acerca de la terrorífica noche de violaciones que habían vivido.
Cuando los periodistas independientes preguntaron y pidieron explicaciones a Wolgang Alberts, jefe de la Policía de Colonia, el buen hombre se hizo el sueco en primera instancia. Se puso de perfil, encogió los hombros y hasta quizás se alejó de los micrófonos y las cámaras silbando para mayor recochineo el 'Deustchland über alles'. Finalmente, a sus 60 años, ha aceptado el papel de cabeza de turco a cambio de una jugosa jubilación y continuar guardando silencio sobre la misión de pasmarote buenista que le encargó el Gobierno para no molestar a los “refugiados”, esos buenos chicos a los que la 'mamy' Ángela pone dinero en sus bolsillos, alojamiento y manutención gratis e indefinida a costa del pueblo alemán.
Lo sucedido en Nochevieja es la reiterada crónica ya anunciada y más que previsible de un desastre que la Merkel se obstina en no ver. Para ella no son árabes ni musulmanes, sino mano de obra barata y fácil de manejar que, puesta en el mercado, hará bajar los salarios de la población autóctona alemana y del resto de Europa, trasplantando una especie de modelo chino de producción a nuestro continente. Es la puesta en marcha de la miserable orden que el gran capital ha dado a su pupila, la que ejerce como mandamás de los pueblos europeos.
Poco o nada importa a la Merkel que el personal que ella mandó acoger bajo la consigna de “Bienvenidos refugiados” en medio de una monumental campaña de propaganda para enmascarar la mayor invasión conocida de Europa, tenga como única vía de convivencia un librito de mitología religiosa que considera conquistable toda aquella tierra que no se halle bajo los preceptos del profeta. Un anquilosado código de creencias, de normas sociales y políticas del siglo VII en el que la mujer no es más que un mero instrumento reproductivo con el que someter, a través de la presión demográfica, a las naciones infieles que no puedan dominar militarmente. Y en cuanto al concepto que albergan de las mujeres occidentales, es algo así como de rameras impúdicas que caminan semidesnudas por las calles. El libre albedrío y la libertad para las relaciones sexuales consentidas resultan, para esos buenos chicos, pura retórica satánica; prescindible, innecesaria y enemiga de la fe verdadera.
Con este bagaje de conquistadores medievales, esa horda de iraquíes, sirios, tunecinos, libios, marroquíes, somalíes, afganos y otros productos similares de la llamada “cultura árabe” dispuso su disfrute de la Nochevieja. Sólo en Colonia, antes del 15 de enero ya había casi 700 denuncias formalizadas en las comisarías de la ciudad renana por parte de mujeres agredidas esa nochecita. Pero a medida que el ocultamiento de los hechos y el apagón informativo ordenado por el Gobierno alemán se fueron desinflando ante la magnitud de los hechos, se ha ido conociendo casos similares de violaciones y robos en otras ciudades de la nación, y también en Holanda, Dinamarca y Suecia. Cuando el escándalo y la indignación se han traducido en manifestaciones populares, la Policía recibió el visto bueno para actuar y detener a algunos de los delincuentes de la noche de fin de año. La lista de nacionalidades que aparece más arriba procede de las propias informaciones facilitadas por fuentes policiales, y no fue posible esconder que todos, toditos todos, son musulmanes (los dos únicos de nacionalidad alemana son también de origen árabe). Angelicales seres acunados bajo el manto protector de la Merkel.
Ella, la que ansía pasar a los libros como bienhechora de los desfavorecidos, a buen seguro que no fue una de las mujeres alemanas violadas en Nochevieja.
A este comportamiento vil ha conducido la propaganda papanata del buenismo y la mordaza de lo políticamente correcto para enmascarar la obvia realidad que amenaza a Europa. Lo avisó el cineasta Theo Van Gogh, asesinado en Amsterdam por los islamistas; lo denunció también Oriana Fallaci en su valiente trilogía publicada poco antes de fallecer ('La rabia y el orgullo', 'La fuerza de la razón' y 'El apocalipsis'), e igualmente lo ha puesto de manifiesto el escritor francés Michel Houellebecq en su última obra, 'Sumisión', realmente recomendable. ¿Será necesario recordar asimismo todos los atentados que han hecho brotar la sangre en Europa, cometidos por los que se guían por esas extremas creencias de la dictadura teocrática? Quizás baste citar solo uno, el del 11 de marzo de 2004, el de los trenes de Madrid y los 192 asesinados (uno de ellos, familiar del que estas líneas escribe).
Alemania y el resto de Europa dormitaban en Nochevieja, como Ángela Merkel con sus snaps, ajenas a las agresiones sexuales que se producían en sus calles. Buenas gentes inmersas en el lavado de cerebro de periódicos, radios y televisiones obedientes a la consigna de la sacralización de los “refugiados”. Medios dóciles con el poder, intimidados con la adjudicación del estigma de racistas si se atrevían a poner en duda el discurso del pensamiento único multirracial, y como producto de todo ello una sociedad lastrada por demasiados tontolabas comodones y adictos al consumismo, para los que la defensa de su identidad es pura entelequia. A veces, hasta perseguida.
Disfruta de la fruta
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AbreLaMuralla | Jueves, 18 de Febrero de 2016 a las 15:08:20 horas
El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando.
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