Por Francisco Ruiz de Pablos
Aún no siendo muy conocida la intervención milagrosa que salvó para la eternidad al secretario escurridizo y traicionero Antonio Pérez, dado su interés y puesto que alguna relación guarda con la patrona de Ávila, cuya natalicia celebración pentacentenaria concluirá en poco menos de un bimestre, me ha parecido digna de resaltarse la especial relación entre la monja carmelita descalza, Ana de San Bartolomé, íntima amiga de nuestra Santa y el protervo y camaleónico secretario real, condenado por el Santo Oficio.
Si a Santa Teresa, descendiente directa de conversos de judaizantes, no le caía nada bien la Inquisición, a su secretaria y amiga Ana de San Bartolomé tampoco debió de parecerle demasiado bien el temible y odioso tribunal. Desde luego, y al igual que la Santa, no tuvo inconveniente en relacionarse y compartir penalidades con las víctimas inquisitoriales.
Antonio Pérez era hijo ilegítimo de Gonzalo Pérez, un clérigo que fue secretario de Carlos I y posteriormente de Felipe II. Fue Antonio Pérez protegido del príncipe de Éboli, lo que le permitió educarse en las universidades de Alcalá, Lovaina, Salamanca y Padua. Al morir su padre en 1556, pasó a ocupar la secretaria real.
Como es sabido,años más tarde a raíz de la muerte violenta de Escobedo, tras escapar Antonio Pérezde su prisión en Madrid, huyó a Zaragoza, donde pidió la protección de los fueros y se acogió a la garantía de la justicia aragonesa. Felipe II, desconfiando de que los tribunales aragoneses condenaran a su secretario, desistió de continuar el pleito ordinario contra él y usó el tribunal del Santo Oficio, frente al que los fueros aragoneses y la Justicia aragonesa no podían oponerse: Pérez fue acusado de herejía por haber blasfemado al quejarse a sus allegados por su persecución.
Resumiendo la no menos patética que enmarañada historia de las alteraciones de Aragón, el tristemente célebre secretario de Felipe II, pudo finalmente huir de las cárceles de Zaragoza y refugiarse en el extranjero, no sin ayuda de Catalina de Albrecht, valerosa y justísima reina protestante del Bearn, también de Enrique IV de Francia(“París bien vale una misa), y ante todo contando con el apoyo decisivo de Isabel I Tudor de Inglaterra. O sea, en terreno bien abonado para con sus exclusivas e impagables (des)informaciones tratar a toda costa de hundir en la mala fama a un desgraciado a la vez que poderosísimo y tristísimo monarca de El Escorial, el mismo que trasladó la capitalidad del reino desde la villa del Pisuerga a la del Manzanares, si bien su inepto y manipulable hijo Felipe III, o más bien el poco valiosopero muy ambicioso y especulador valido Lerma,la devolvió fugazy corruptamente a Valladolid para fijarla luego con carácter definitivo en Madrid.
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No fue Pérez el único exiliado español refugiado en Inglaterra. También se acogieron otros fugitivos españoles al asilo británico perseguidos por la Inquisición: Casiodoro de Reina, el célebre traductor de la Biblia del Oso o Antonio del Corro, su amigo y compañero de la orden jerónima, autor de varias obras importantes en latín y de la primera obra de enseñanza de la lengua castellana en el siglo XVI, al final de sus días profesor de la Universidad de Oxford.
El escurridizo secretario no hablaba ni papa de inglés, pero se manejaba con soltura en latín –lengua paneuropea de la ciencia y la diplomacia en aquellos siglos; de un uso comparable si no superior al inglés babélico que utilizamos en nuestra época– y, como el español era a la sazón primera lengua de cultura y de prestigio hegemónico a escala europea, no tuvo apenas problemas pararelacionarse con las más influyentes cortes del viejo continente. Sus buenos contactos con hombres linajudos son proverbiales. También con mujeres, desde la muy (des)encantadora e (in)noble doña Ana de la Cerda, la del ojo tapado y a la que no sin razón muchos llegan a confundir con la cerda de doña Ana (no sé si la cosa es para tanto, pero muchísimo fue lo que hizo sufrir a nuestra Santa Teresa provocando que esta la mandase a pasear con viento fresco y una noche trasladase el neoconventopastranero a Segovia).
Asimismo Pérez se relacionó con mujeres humildes, limpias y sinceras y buenas, como fue el caso de la monja carmelita descalza Ana de San Bartolomé, que llegó a serpriora del Monasterio de Amberes, a la sazón territorio de la corona española. Allí moriría la monja en junio de 1616. Había nacido el año 1549 en el pueblecito toledano de Almendral de Arriba, el cualformaba parte del señorío de los Dávila, después marqueses de Navamorcuende.
El topónimo se cambió en 1916 por el actual de 'Almendral de la Cañada', puesto que por él pasaba y continúa pasando la Cañada Real Leonesa, temática de la que tanto sabe mi excelente amigo, el dos veces doctor Emilio Rodríguez Almeida, quien está a punto de dar a luz su esperado e importante libro sobre los puentes de Ávila, ya en imprenta. Merece la pena adelantar la feliz noticia editorial, si bien los pormenores ya los comunicará en su momento el ilustre y multicitado autor madrigaleño.
Pérez hubo de recurrir desesperadamente al final de sus días, en septiembre de 1611, al Tribunal de la Inquisición. Se dirigió por carta a fray Francisco de Sosa, general del la orden de Observantes, obispo de Canarias y consejero del Santo Oficio, a fin de que le consiguiera salvoconducto para presentarse voluntariamente en la cárceles inquisitoriales con vistas a la defensa de su causa como hereje. De nada le valió la petición al secretario filipino, al que le fuededicada una calle en la villa de Madrid. Falleció envuelto en el abandono y la soledad en los fríos días de noviembre de aquel mismo año en la ciudad de París, siendo enterrado en la iglesia, hoy ya derribada, del Convento de los Celestinos.
Por aquellas fechas de inicios de la segunda década del siglo XVII ya Santa Teresa de Jesús figuraba en obras de arte de gran altura, como podemos verlo hasta el próximo septiembre en la excelente exposición que sobre el florentino VicenteCarducho ha organizado la Biblioteca Nacional en Madrid: hoy dos grabados de la muestra protagonizados por la Santa abulense.
Hay un libro de casi ochocientos folios titulado Historia de la vida, virtudes y milagros de la venerable madre Ana de San Bartolomé, Compañera inseparable de la sancta Madre Teresa de Iesús. Propagadora insigne de la Reformación de las Carmelitas Descalças, y Priora del Monasterio de Amberes. Dedicada a la Sereníssima Señora Doña Isabel Clara Eugenia, Infanta de España. Debe su autoría al maestro Chrisóstomo Enríquez, “Choronista general de la orden de S. Bernardo” y fue publicado en Bruselas el año 1632, “en casa de la viuda de Huberto Antonio, llamado Velpius, en el Águila de oro, cerca del palacio.”
Reproduzco parte de lo que leemos al final del cap. IX, fols. 619-621,respetando la grafía original e incluso la tipografía. Según el citado volumen, de tan extenso título como era lo habitual en las ediciones de aquel entonces, cuando había mucha menos prisa y bastante menos atolondramiento que en los recios tiempos que ahora nos toca vivir (yendo todo el mundo corriendo a todo correr para no llegar a ninguna parte), la carmelita Ana de San Bartolomé recibió de Dios la invitación para que pidiese algo. Y estando recogida, vio ante sí a tres personas: una hermana suya, un primo y Antonio Pérez, “Secretario del Cathólico y prudente Rey Don Philippe segundo.”
Considerando la madre Ana el ofrecimiento divino de concederle lo que pidiese, solicitó la salvación eterna de aquellas tres personas, 'Agradole àCHRISTO petición tan ajustada con su divina voluntad, y ansí la concedió con mucho gusto.”
Poco tiempo después recibió Ana cartas en que le avisaban “que su hermana había caydo en una agua y se había ahogado, y fue el mismo día en que se le había aparecido.” El primo “murió de calenturas, tanbién el mismo día.”
“El Secretario Antonio Pérez, después de varios trances, de peligros grandíssimos y de mil persecuciones con que parece quiso mostrar la fortuna que lebanta á la cumbre de la privança á los que fían en el valor de Príncipes para derribarlos en un abismo de miserias, murió en París; pero con tales demostraciones de piedad y Christiandad, que bien pudieran conocer todos se cumplía con él lo que la venerable Madre había alcançado del Señor. Lo que ella dice ablando de él en esta ocasión es esto: Murió con señales muy ciertas de su salvación, recibiendo á menudo los Sacramentos, con el Confesor siempre a su lado; y el día que murió se puso de rodillas con un ímpetu de amor de Dios, y ansí se quedó como digo con señales grandes de su salvación. Dichosísimo quien tiene fin tan venturoso: importa poco no conservarse en la privançade los Reyes, quando, después de muchas desgracias, se viene á alcanzar la verdadera dicha que consiste en yr á goçar de la gloria eterna. Más dichoso fue este Cauallero en haber conocido á nuestra venerable Madre Ana, aunque pobre y humilde en quanto al mundo, que en haber tenido entrada con los mayores príncipes de Europa.”
Para terminar, recordaré lo que lapidariamente sentenció PhilareteChasles, quizá la máxima autoridad en Antonio Pérez: Mató a un hombre por obedecer a Felipe II. Quitó al rey su querida. Sublevó una provincia. Luchó cinco años con tan temible soberano. Escribió relación de su vida, tan verdadera y profunda como las inexorables memorias del duque de Saint-Simon.
Y como último aviso a navegantes y/o corruptos valga para conclusión la sentencia que dejó escrita el propio Pérez. “El traidor es limón que, una vez exprimido, se arroja.”
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Macanaz | Sábado, 29 de Agosto de 2015 a las 15:45:33 horas
Lo de Philarete me parece discutible cuando existe una magnifica biografía de Antonio Perez escrita por Gregorio Marañon y cuando la bibliografía filipina se ha enriquecido tanto en los últimos tiempos con los trabajos de Henry Kamen, Geoffrey Parker y sobre todo Manuel Fernández Álvarez.
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