¿Y esto qué es? –preguntaría ya con un ligero mosqueo tras subirse el puente de las gafas con el dedo corazón en un movimiento rutinario.

-Seis entradas para una corrida de toros -dijo el portador del recado-. Dos para cada uno de los concejales de Trato Ciudadano.

Perfectamente estaría legitimada para indicar que se las devolviera al de la luminosa idea y que se las metiera donde le cupiesen. Pero se contuvo y, tal vez en un exceso de corrección política, rechazó las entradas alegando que el Ayuntamiento no tiene que andar gastándose el dinero de los abulenses en invitaciones. “Y porque no compartimos esto”.

Ahí está la clave: que esa vergüenza nacional, ese chapoteo en la sangre de un ser torturado y asesinado no está en el ideario de Trato Ciudadano. Se supone que los que metieron en el sobre las entradas no lo hicieron para provocar -en los invitadores ni tan siquiera hay luces suficientes para un acto de provocación-; simplemente, son tontitos, incapaces de comprender que, incluso en Ávila, ha cambiado la realidad social de cuando se tragaba con carros y carretas.

¿Se acuerdan los lectores cuando en la felizmente fenecida corrida anual de la Diputación -ésa que utilizaba el tramposo eufemismo de “la beneficencia”-, se repartía a destajo entradas gratis para los más fáciles de anestesiar, gente propensa y asequible al estado de embrutecimiento? Bueno, también servía ese arrojamiento a la basura del dinero público para que los cultos ciudadanos adheridos a ese gratis total  fueran utilizados a modo de extras o figuración con objeto de disimular la soledad de las gradas.

Lo constatable es que el personal, incluso el más deficitario en neuronas y de fácil babeo ante el espectáculo de aniquilación de un ser sintiente, terminará por no ir aunque le regalen la entrada, la almohadilla para el culo y el bocata de lo que sea.

Esto de la vergüenza nacional, sustentada ya únicamente en la opacidad de los cientos de millones de euros que cada año nutren las cuentas de los empresarios y ganaderos taurinos, tratantes de todos los pelajes y alguno más, lleva una deriva imparable hacia la nada, hacia la extinción irreversible y el mutis por el foro. Máxime cuando vemos que ayuntamientos como el de Madrid, una vez que ha sido despachada la ganadera Esperanza Aguirre, ya no soltará ni un céntimo para costear con los impuestos de la ciudadanía las masacres de animales. Aguirre fue la que dijo hace un par de años en Sevilla, tal vez achispada por las copas de fino en una reunión con toreros y gente así, que los antitaurinos somos unos malos españoles. Chao, patriota Espe.

Va a tener razón Alba Moreno cuando se refiere a otros que llevan tanto tiempo en la política, y viviendo exclusivamente de ella, al denominarlos como los de “los partidos viejos”. Los que no se molestan ni en cambiar de caras y, mucho menos, de ideas y praxis de la mamandurria. A saber, hasta ahora ninguno de los aludidos ha desmentido que aceptaron el sobre y lo conservaron calentito en el bolsillo, demostrando que aunque también se hallen en la oposición, están cortados por el mismo patrón que sus hipotéticos rivales en el poder, esos que salieron en una foto haciendo patria en primera línea de los tendidos de la plaza de toros.

Que no se extrañe Alba. Sin ir más lejos, el candidato a presidir la Junta de Castilla y León por el PSOE, un tal Tudanca, apareció retratado durante la campaña, entre risas y abrazos, con su amiguito del alma y alcalde de Tordesillas. Supongo queno hará falta el añadido, pero aun así lo diré: Tordesillas ya no es famosa por la firma de antiguos tratados para repartirse el nuevo mundo del siglo XV, sino por la sucia barbarie travestida de tradición en la que una horda de selectos y cultísimos ciudadanos sale con lanzas para atravesar el cuerpo de un toro, al que le abren agujeros hasta que agoniza. Este Tudanca, como otro tal, llamado ahora “Herrera el de los espejos”, es un ejemplo más de la casta que todavía no se ha enterado de que su tiempo y el de la impunidad ante la infamia con los animales están a punto de expirar. Ante esas fotos de Tudanca en Tordesillas, Pablo Iglesias, el antitaurino fundador del verdadero socialismo español, no cesará de removerse en su tumba del cementerio civil de Madrid.

Los gestos son importantes. Como el de Pablo Fernández, los demás procuradores de Podemos y el representante leonesista, cuando rechazaron en una de las sesiones protocolarias de las Cortes de la taifa el medallón que los demás grupos se colgaron, como si fuesen una especie de cofradía o peña de nazarenos. O el aparta de mí ese sobre, expresado por Alba Moreno, al negarse a aceptar la connivencia con la incultura y con uno de los espectáculos más despreciables que la atávica barbarie mantiene aún hoy, aunque a duras penas y por poco tiempo.