Todos van desfilando ante mis ojos, no como meras piezas de un coleccionismo inerte, sino como recuerdos palpitantes de vida. Estos viejos juguetes… A veces, me parece sentir en ellos el eco de otras almas y otros tiempos. No sólo es la pátina de las horas. Algo más hondo y vital cala en las cosas que comparten nuestra existencia.

'Pedro y el dragón Elliott', así reza el título de un juego de cartas infantil. De súbito, recuerdan en mí ilusiones dormidas y lejanas remembranzas. En un intento por recuperar esta tesela perdida de mi memoria, me viene un aroma fresco a niñez y tardes interminables de juegos. Un niño coloca en largas hileras, por toda la habitación, cartas y más cartas… De fondo, se escuchan acordes de guitarra.

-Por favor, -digo, dirigiéndome al librero-, quisiera comprar estas cartas.
El librero, tras examinarlas detenidamente, contesta:
-¡Buena compra! Estas cartas ya no se encuentran en ningún sitio. Es que ya no las hacen…
-Para mí tienen un valor afectivo. De pequeño, tuve unas iguales que éstas. Pero se me extraviaron.

Por unos instantes, fantaseo con la posibilidad de que este juego de cartas fuera el mismo que perdí hace muchos años y que, por inexplicables carambolas de la fortuna, hubiese vuelto hoy a mis manos. ¿Quién pudiera desentrañar la urdimbre de pérdidas y reencuentros azarosos de los que se va tejiendo nuestra existencia? ¿Qué invisible mano dispone sus hilos hacia no sé qué fin?

Llama mi atención el especial cuidado con que, sobre dos o tres mesas, se hallan expuestas las colecciones de tarjetas postales antiguas, grabados, estampas de santos y fotos de época. Todo un rincón pensado para espíritus inquietos y curiosos.

No salgo de la librería anticuaria sin antes echar un vistazo a los rimeros de tebeos que, entre juguetes, cuentos y viejas ediciones de libros, se apilan al fondo. La afición a los tebeos me viene de familia. Es difícil expresar la intensa emoción que siente uno cuando, entre montones de variedades, encuentra ejemplares antiguos de Pulgarcito, Tiovivo, DDT, etc.

Las librerías de viejo son verdaderas islas donde el alma, cansada de sufrir los embates del tráfago cotidiano, apacienta silencios en remansos de papel. Más allá de ser simples comercios, constituyen valiosos patrimonios en los que cristaliza la historia íntima de nuestras ciudades.