Fueron apenas unos meses del verano de 1908, tiempo en el que el pintor tuvo contacto con esta ciudad castellana de raigambre medieval y viejas tradiciones que se asoma al valle Amblés.
El paisaje abulense recuerda a la tierra natal de Rivera y le transporta al majestuoso valle de México que ya había pintado en varias ocasiones en su etapa de estudiante en la Academia de San Carlos.
La profunda experiencia del breve trato de Rivera con Ávila se produjo gracias a la influencia absorbente de su maestro Eduardo Chicharro y Agüera, pintor abulense por adopción que ejercía de profesor y guía artístico presentando la ciudad como modelo pictórico para sus alumnos.
A la vez que Chicharro también traslada el espíritu abulense y el alma castellana a su estudio madrileño de la calle Ayala donde Rivera trabajaba sin descanso.
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Los temas de los cuadros abulenses de la primera etapa formativa de Diego Rivera en España que duró hasta la primavera de 1909 son los siguientes:
La ciudad quieta y adormecida representada en el transcurso de las horas o el paso del día y la noche a través de la luz que alumbra el caserío en torno a la basílica románica de los santos Vicente, Sabina y Cristeta.
El ambiente sobrecogedor de piadosidad cristiana de la catedral.
La religiosidad popular de la ermita de Santa María de la Cabeza donde posa una campesina devota.
El valle Amblés verdeando en calma con su horizonte serrano.
Y la imponente muralla que se abre por la puerta de san Vicente.
En España, Rivera tomó los primeros contactos con las tendencias imperantes en esta época que representaban Sorolla, Zuloaga y Chicharro.
Después se inclinó con especial querencia por El Greco, lo que hizo en 1912, un año antes de incorporarse a los movimientos europeos más vanguardistas siguiendo la estela de Picasso, Braque, Juan Gris y María Blanchard, entre otros.
Diego Rivera fue un pintor extraordinario e inclasificable, que cultivó con éxito los más variados estilos en obras propias del modernismo, del realismo, del naturalismo, del puntillismo, del cubismo, del impresionismo y del postimpresionismo.
Sobresalió especialmente por su obra cubista, una tendencia artística que abandonó para seguir a Cézanne y Renoir, y decantarse luego por la pintura italiana al fresco que hicieron Miguel Ángel y Rafael, entre otros.
Y Rivera dejó todo para ser el pintor del pueblo mexicano a partir de 1921, alcanzando éxito y fama como revolucionario del arte, muralista y pintor monumental tanto en México como en Estado Unidos.
Rivera se significó, además, por su rebeldía y marcada ideología comunista, la cual transmitió con energía a gran parte de su obra.
Con este ímpetu hizo de la pintura mural una reivindicación social permanente al servicio de su activismo militante y comprometido, a la vez que quiso convertir el arte en un producto de libre acceso para el gran público y de interés general para todo el mundo.
Salvando las distancias, una muestra donde se utiliza la misma técnica muralista e igual temática cultural mexicana que tanto atrajo a Rivera la encontramos en parte de la obra realizada por el pintor abulense de adopción Güido Caprotti.
Y es que Caprotti, allá por los años cincuenta del pasado siglo se instaló en San Miguel de Allende en la provincia mexicana de Guanajuato, en cuya capital había nacido Rivera.
Allí, Caprotti pintó el mural del Banco Nacional México, entre otras interesantes creaciones de temática popular, un ejemplo de ello se exhibe en su casa museo del Palacio de Superunda de Ávila.
Y el mismo año de 1908 en el que el joven Rivera pintó Ávila, se fundó en la ciudad la Asociación Católica de Obreros promovida por el antiguo senador Isidro Benito Lapeña bajo la presidencia del Obispo y el alcalde como vocal.
A la contra, en Ávila también, se constituye el llamado 'Bloque de izquierdas' que aglutina a liberales, republicanos y socialistas, quienes achacan los males de Ávila al clericalismo y los reaccionarios, a la vez que aclaman la figura de la Santa como una luchadora contra los vicios de su tiempo.
Al año siguiente, cuando Rivera expones sus cuadros de Ávila en Madrid, los albañiles abulenses se manifiestan reclamando una jornada laboral de diez horas, a la vez que la Semana Trágica de Barcelona concienciará a Rivera hacia posturas revolucionarias.
Ávila es entonces, en este contexto de la vida artística de Diego Rivera, casi una anécdota que tiene un singular protagonismo en el comienzo del proceso creativo de su pintura.
Poco después, el paisaje abulense dejará de ser motivo inspirador para Rivera en favor de otros experimentos artísticos más vanguardistas en los que Ávila ya no tendrá cabida.
Serán entonces otros pintores, como Daniel Vázquez Díaz y André Lothe, quienes años más tarde reflejarán la impronta abulense en obras más innovadoras y menos tradicionales.
En esta primera etapa de juventud de Rivera, la ciudad de Ávila está presente en las notables influencias que nuestro pintor recibe de sus maestros y artistas coetáneos.
Y buenos ejemplos de sus maestros los tenemos en los cuadros abulenses de Sorolla, Zuloaga y Chicharro, así como en la pintura posterior de López Mezquita y Güido Caprotti, cuyas obras forman una extraordinaria pinacoteca de la ciudad castellana.
En dichas obras, Ávila se muestra ajena a los sobresaltos de la historia y la miseria cotidiana de su imagen pueblerina se empaña por el fervor religioso y la vistosidad folclórica de viejas tradiciones.
Y Ávila sobresale también como motivo de inspiración para otros muchos pintores con quienes Rivera comparte espacios expositivos durante su estancia en España.
Así, Rivera coincide con Regoyos, Solana y Beruete, entre otros artistas que pintaron Ávila, en diversas exposiciones que tuvieron lugar a lo largo de 1908 en Madrid y Zaragoza.
Ahora, Ávila, para nosotros, también es punto de encuentro con Diego Rivera a través de Ramón Gómez de la Serna, uno de los primeros mentores de su pintura abulense.
Con Amado Nervo, poeta compatriota compañero de tertulia y retratista literario de la ciudad amurallada.
Con Rubén Darío, poeta modernista homenajeado en Ávila frente al valle Amblés con quien colabora en la revista 'Mundial'.
Con Valle Inclán, compañero de tertulia y crítico de arte en la obra de Chicharro que tiene escenas de la santa abulense.
Con su amigo Alfonso Reyes que nos habla de la hacendosa Teresa de Jesús puesta al lado de Giner de los Ríos y de las cigüeñas de Ávila.
Y con Larra, el poeta romántico diputado por Ávila a cuya figura escéptica honra Rivera junto a la intelectualidad madrileña.
Más puntos de encuentro de Ávila con la figura del pintor Diego Rivera se nos presentan en las tertulias de los cafés madrileños.
En estas tertulias saltan los nombres del dibujante Francisco Sancha, pintor caricaturista de interesantes vistas de Ávila.
Del dibujante Francisco Martínez Echevarría 'Echea' compañero suyo en el estudio de Chicharro que recreó la muralla abulense en bellos dibujos.
Y con el también condiscípulo de taller Ceferino Palencia, principal testigo de esta época y también pintor en Ávila.
Lo mismo que en las animadas tertulias de los cafés Fornos, Levante y Pombo sirvió de comentario gracioso que un torero, Mazzantini, fuera concejal del ayuntamiento madrileño antes que gobernador de Ávila a quien se quejaban las mujeres abulenses por la escasez y carestía del pan.
Al tiempo que Rivera transita por las calles de Ávila, también cobran presencia entre ellas las figuras de los escritores Alberto Insúa, quien se instaló en Ávila en el verano de 1907, como hacían los discípulos de Chicharro, para escribir su primera novela 'En tierra de santos', de la que dijo Galdós “eso es Ávila”.
Y Enrique Rodríguez Larreta, quien publica en 1908 la novela 'La gloria de don Ramiro' donde la propia ciudad medieval recobra su legendario y especial protagonismo.
Ávila se enseña en las exposiciones de Madrid donde participa Rivera como alumno de Chicharro en 1909.
A la vez también Ávila ocupa un lugar preferente en la celebración expositiva del centenario de la independencia mexicana en 1910, coincidiendo con el estallido de la revolución en el norte del país que lideran Emiliano Zapata y Pancho Villa.
Y toda la obra abulense fue creada por Rivera en la fugacidad temporal y cambiante de un periodo de poco más de dos años de pletórica juventud.
En la actualidad, Ávila y Rivera vuelven a encontrarse en muchas de las exposiciones que se organizan obre su obra.
Y la última exposición donde estuvo Ávila presente fue la celebrada este año en el 'Musée de l´Orangerie' de París donde se exhibió el cuadro 'Nocturno', perteneciente al Museo Dolores Olmedo de México, que representa el caserío cercano a San Vicente visto al atardecer.
Las pinturas 'La catedral de Ávila' y 'La Virgen de la Cabeza', procedentes de la colección de Salomón Hale, fueron noticia hace dos años por el anuncio de su subasta en extrañas circunstancias que provocaron la intervención de la fiscalía mexicana y su devolución a la Fundación Hale.
Por otra parte, el cuadro titulado 'El valle Amblés' se encuentra en el Instituto Nacional de Bellas Artes de México.
Y la pintura 'Calle de Ávila' se halla en el Museo Nacional Ciudad de México.
Mientras que otra pintura más, 'Un camino de las afueras de Ávila', pertenece a la coleccionista de pintura mexicana la galerista Angustias Freijó.
Y a estos títulos habría que añadir otros tantos en paradero desconocido, como 'La puerta de San Vicente', hasta sumar ocho lienzos y mayor número de apuntes y estudios tan elaborados como cuadros.
Finalmente, contextualizamos la presencia de Ávila en la pintura de Diego Rivera siguiendo el siguiente itinerario:
Partimos de sus primeros años y de su paso por la Academia de San Carlos de México, donde se celebra una exposición con presencia abulense.
Le acompañamos navegando rumbo a España con un carta de presentación para el pintor abulense de adopción Eduardo Chicharro, le seguimos hasta el estudio de Chicharro inundado por el espíritu de Ávila.
Nos alegramos cuando Ávila se convierte en su modelo pictórico.
Y nos acercamos a los escenarios abulenses de Sorolla y Zuloaga que fueron la primera influencia de Rivera.
Junto a Rivera acudimos a las exposiciones donde se exhibe la ciudad de Ávila entre los discípulos de Chicharro, la Nacional de Bellas Artes y la Hispano Francesa de Zaragoza.
Conmemoramos el centenario de Larra diputado de Ávila.
Nos acercamos a las letras mexicanas y compartimos las tertulias con literatos y pintores que trataron Ávila.
Y celebramos la presencia de Ávila en Centenario de la Independencia de México.
Termina nuestro acercamiento a la obra abulense de Rivera cuando el pintor evoluciona hacia las nuevas tendencias que experimenta en París.
Y, especialmente, cuando se produce su regreso definitivo a México en 1921.
A partir de este momento, Rivera desarrolla el género pictórico del muralismo, concebido como un arte monumental de propiedad pública.
La pintura mural se carga entonces de una ideológica revolucionaria que testimonia una época de transformaciones políticas, sociales, económicas y culturales radicales, a la vez que es expresión plástica de su desbordante creatividad.
Y para hablar de todo ello, nos servimos:
De la frescura que ofrecen las informaciones hemerográficas aparecidas en la prensa madrileña y mexicana de la época.
De la memoria del maestro Chicharro que acogió a Rivera y le inculcó su atracción por Ávila.
De la entrevista de su compañero y crítico de arte Ceferino Palencia Tubau.
De las impresiones de su mentor Ramón Gómez de la Serna y de su amigo Alfonso Reyes.
De los recuerdos de sus mujeres Angelina Belof, Guadalupe Marín y, especialmente, Frida Kahlo.
De las alabanzas y críticas de sus compatriotas y correligionarios los muralistas Orozco y Siqueiros.
De las biografías que escribieron su hija Guadalupe Rivera Marín, Loló de la Torriente, Gladys March, Bertram D. Wolfe, Raquel Tibol, etc.
Y, sobre todo, de la observación de su rica obra pictórica.
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