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A los muertos les costó la vida y a muchos vivos les costó la muerte en vida.
Poner voz a todos ellos con voluntad universal, sin distinción de credos, sin rencor ni venganza es lo que hace Nieves Álvarez Martín en el poemario 'Desde todos los nombres. Abecedario del olvido' presentado por su autora en El Episcopio de Ávila el viernes 25 de abril.
La dedicatoria que abre el libro dice:
“A mi padre, Juan Santos Álvarez Gutiérrez, un hombre honesto, inteligente y bueno”.
A Santos, padre de la autora, se le recuerda en Mingorría como excelente teatrero y maestro de cantería. De ello presumía bajo un gran retrato de cantero que exhibía en el bar Flor que regentaba en la plazuela del cuartel.
Santos fue secretario de la Casa del Pueblo y entusiasta republicano. No llegó a ser soldado, estuvo preso nueve años, en la cárcel enfermó y en el penal de Martiherrero que era campo de concentración se casó con Felisa Martín. Luego dio alegría a su familia, sin reproches, sin quejarse, sin hablar del pasado.
La autora, Nieves Álvarez, nació en Mingorría hace sesenta y cinco años y se hizo maestra en Ávila, se asentó en Cantabria y ejerció de profesora, pedagoga, educadora, activista defensora de los consumidores, viajera infatigable, escritora compulsiva y comprometida, conferenciante y asesora de la Comisión Europea.
Nieves, además, es autora de más de doscientas publicaciones y materiales didácticos multimedia, ferviente lectora y, sobre todo, una poetisa apasionada que ha sido ampliamente galardonada (www.nievesalvarezmartin.com).
La poesía es su modo de expresión natural y a través de ella las palabras salen a borbotones acompañadas de hondos sentimientos que a todos nos unen.
Ahora toma sus raíces mingorrianas para ser la voz de la memoria colectiva de canteros, jornaleros, ferroviarios, maestros y otros olvidados de aquella guerra que de su pueblo natal dejó por sus ideas 14 fusilados, 8 encarcelados, 13 desterrados y 7 maestros depurados, sin incluir en esta lista a los que fueron presos o murieron en los enfrentamientos bélicos o en el campo de batalla.
Y en el libro no hay violencia, solo son palabras que ponen voz a los olvidados y nombre a los innombrables, lo que Nieves hace por boca de madres, esposas, novias, amantes, hermanos e hijos que callaron ahogados en su dolor.
El poemario es expresión y grito de un sentimiento profundo y sincero retenido durante largo tiempo.
Es un libro de pesadillas, de rabia contenida, de amores rotos y miedos ocultos, que no de odio ni venganza.
Es un libro explosivo que hace saltar lágrimas de emoción cuando vuelven los recuerdos de seres queridos, de paisanos, de vecinos y de familiares a los que nunca hubo oportunidad de rememorar.
Es un libro abrumador de búsqueda de miles de desaparecidos de un censo de 30.062 nombrados por sus apellidos y clasificados por su profesión.
Todos forman una lista emotiva que se hace extensiva a los hombres y mujeres desaparecidos, muertos y humillados estén o no incluidos en el listado.
Estamos ante un homenaje a los que fueron injustamente olvidados, lo que es un acto valiente y un ejercicio de recuperación de memoria histórica.
El ABECEDARIO del olvido que rescata Nieves, la de Santos, tiene la A de angustia. La B de barbarie. La C de catástrofe. La D de desesperación. La A de amargura. La R de resignación. La I de injusticia. La O de olvido.
Y, a pesar de todo, también sus versos destilan otro ABECEDARIO que tiene la A de amor. La B de bondad. La C de concordia. La D de dignidad. La A de alegría. La R de reconciliación. La I de ilusión. Y la O de orgullo.
Y Nieves recopila entrañables palabras de los presos que escribían cartas a sus casas en renglones torcidos para ser leídos en voz alta.
Y en el encabezamiento de los poemas inserta frases de los olvidados tan elocuentes como el verso mismo.
Estas palabras están formadas por letras de consuelo, de esperanza, de pena. Son gritos sordos que nadie escuchó.
Y leemos:
- “Si alguien sabe algo que me diga por qué estoy en este sitio tan oscuro”.
- “Esta es la tercera carta que escribo”.
- “Mujer, dile a mi madre que sigo aquí”.
- “Madre, madrecita”.
- “Sé que quieres saber en dónde estoy”.
- “Dime cómo te las arreglas”.
- “Esto, seguro, no durará mucho”.
- “No comprendo por qué”.
- “Estoy cansada”.
- “La libertad se consigue, como se pierde, en un momento”.
- “No dejes de leer”.
- “Nunca supe decirte que te quiero, pero ahora te lo quiero deci”.
Armados los sentimientos de los que quedaron, de los que vivieron la ausencia de los suyos y de los que sufrieron en silencio, Nieves compone una sinfonía de veinte poemas de versos libres abiertos con una jaculatoria y cerrados con un soneto al que suma tres versos más.
La música de la rima se encuentra en palabras emotivas y sonoras y en la hondura sentimental.
Y de cada poema nos asaltan las siguientes notas que entrecomillamos:
En el primer poema habla el poeta “desde todos los nombres/ desde los que no deben olvidar”.
En el segundo dice: “recuerdo aquella tarde,/ cuando las flores eran amapolas/ y los armarios trajes de algodón”.
En el tercero leemos: “unos hombres vinieron a buscarte/ y no volviste nunca/… A veces,/ abro el cajón de arriba de la cómoda/ y empiezo a recordar”.
En el cuarto cuenta: “el tiempo me detuvo de un disparo”.
En el quinto la esconden: “tengo los ojos azules/ de tanto mirar el mar./ Me escondieron en la tierra/ y no puedo navegar”.
En el sexto descubre: “en una antigua caja de metal/ y dulce membrillo/ se escondía el amor”.
En el séptimo desorienta: “estoy perdida entre la niebla/, esperando que alguien/ me venga a rescatar”.
En el octavo se pierde: “el día que partió para no regresar/, me sacaron a mí a dar un paseo/. Pero en aquel paseo me perdí”.
En el noveno observa: “mira un reflejo gris en la ventana/ y su vista se pierde en un paisaje/ verde, imaginario”.
En el décimo rememora: “de pronto,/ se marcharon los hombres,/ las mujeres lloraron y los niños/ aprendieron a jugar a la guerra”.
En el undécimo sueña: “pesadillas de hoy. / Sueños de antesdeayer”.
En el duodécimo se asombra: “ella escondía/ un alma en el bolsillo,/ alondras en el pelo/ y un perfume/ en la cintura”.
En el decimotercero proclama: “hablar sobre la vida,/ tener miedo sin que nadie se asuste”.
En el decimocuarto interroga: “los muertos siguen preguntando:/ ¿Cuánto hay que esperar/ para escribir un nombre en una lápida?".
En el decimoquinto lamenta: “el recuerdo se olvida/ entre papeles/ que no verán la luz”.
En el decimosexto escribe: “ella (con ojos de lluvia)/ continuó escribiendo para Juana”.
En el decimoséptimo sabe: “si olvido/ nunca sabré quien soy”.
En el decimoctavo recuerda: “era una mujer culta/ que sabía bordar,/ confeccionaba encajes de bolillos/ y leía/ tras la puesta del sol”.
En el decimonoveno no olvida: “puede que alguien olvide,/ ella no olvida nunca”.
En el veinteavo busca: “nada se ha terminado,/ te seguiré buscando siempre más,/ necesito saber en dónde estás”.
Y como recuerdo de las viejas faenas de las mujeres de nuestros pueblos dice: “Íbamos a lavar a las pozas de piedra”.
Y por todos los nombres Nieves recoge algunos con los que quiere nombrar a todos los olvidados:
- “Se llamaba Miguel, ojos de luna. Se llamaba Miguel, aún sigue vivo”.
- “María guarda el vestido de novia en un baúl antiguo del desván”.
- “Juana esperaba cartas de su hijo. Y María también las esperaba, con miedo a que dejasen de llegar”.
- “Yo me llamo Rodrigo, ella me llama Amador”.
- “Alicia era su nombre y no vivía en el dulce país maravilloso que una vez soñó”.
- “Sí, me llamo Daniel”.
- “Antonio era su nombre, dibujaba palabras con un lápiz de lluvias”.
- “Juan, ya tienes una nieta”.
- “Cuando veas a Silvio, dale mi dirección y dile que me escriba”.
Otros poetas prestan su nombre y se implican en el poemario de mano de la autora con citas a Vicente Aleixandre: “olvidar es morir”; a Blas de Otero: “si algo me gusta, es vivir”; a García Lorca: “la nostalgia terrible de una vida perdida”; a Miguel Hernández: “se llamaba Miguel, aún sigue vivo”; y a Antonio Machado: “empuñar el valor como una pluma”.
Y la prologuista y también poeta Raquel Lanseros nos trae a Pablo Neruda: “recordar a quienes desaparecieron en la oscuridad y recordarlos a plena luz, es un deber de España, un deber de amor”.
Y a la poesía mística de la mujer rompedora y luchadora que fue Teresa de Cepeda y Ahumada, Nieves le hace un guiño haciendo coincidir la publicación del libro con la fecha de su nacimiento el 28 de marzo.
Finalmente, por nuestra parte, contamos en el singular abecedario de Mingorría a hombres y mujeres que sufrieron los efectos de la guerra sin haber luchado en campos de batalla ni ser soldados o estar movilizados por el ejército.
De algunos no sabemos nada, pues desaparecieron sin dejar rastro, mientras que otros sufrieron el olvido de su memoria, de su identidad, de su dignidad.
Y reseñamos que relacionados con Mingorría fueron fusilados Julián Álvarez (labrador y bollero), Robustiano Antonio Álvarez (practicante), Valeriano Blázquez (guarda), Abundio Nieto (ferroviario), Bernardo Nieto (jornalero y albarquero), Miguel Nieto (labrador y guarda), Gregorio Pindado (labrador), Ramón Rodríguez (conductor), Pedro Vázquez (molinero y cantero), Ángel Huerta (herrador), Gregorio Pastor (factor ferroviario), Basilio Martín (obrero ferroviario), Luís Pardo (cantero contratista) y Salustiano Domínguez (párroco de Alcañizo).
Sufrieron cárcel Adoración Pindado (estudiante) Felipe Pindado (cartero), José Martín (jornalero), Ángel Camarero (cantero), Fermín Sastre (jornalero), Rafael Ruiz (maestro), Tomás Pindado (cantero) y Santos Álvarez (cantero).
Fueron desterrados Mariano Rincón (veterinario), Miguel Martín (cestero), Vicenta Martín (sus labores), Saturnino Sánchez (jornalero) Simeón González (jornalero) Crescencio de Antonio (jornalero), Teodoro Pindado (jornalero), Juan Antonio Álvarez (labrador), Ramón Vázquez (labrador), Celedonio Camarero (cantero), Encarnación García (sus labores) y Asunción Pindado (sus labores).
Y entre los maestros que fueron depurados con desigual y resultado incierto figuran Benedicta Álvarez, Dionisio Cenalmor, Elena Áurea Esteban, Saturio Esteban, Mª del Carmen García, Benigno Martín y Rafael Ruiz.
Para terminar, Nieves cierra el primer epílogo del libro reiterando su dedicatoria inicial:
“'Desde todos los nombres' va por él (mi padre) y por ellos (vivos o muertos) y por los otros (padres, hijos, hermanos, novios de alguien que no sabe dónde están) y por todos, los ultrajados, los perdedores que ganaron el derecho a que no se les olvide”.
Y da por finalizado el poemario con los siguientes versos de mujer luchadora que contagia fuerzas y energías:
“Yo, aunque no lo creáis,/ he nacido muerta,/ pero aquí me tenéis,/ aún sigo viva,/ intentando no quererme morir/ hasta el último aliento/ del reloj”.
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M Rafael Sánchez | Domingo, 27 de Abril de 2014 a las 21:22:51 horas
Muy bello y emocionante el trabajo de Nieves. Para recuperar la memoria enterrada y perseguida no sólo hacen falta historiadores, también hacen falta buenos escritores que con sus palabras nos acerquen al dolor de las víctimas. Enhorabuena a Nieves
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