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Desde que hace doce años el euro se estableció como moneda única para los países de la UE, el poder del dinero, lo ejerce, lo controla y lo reparte Alemania. El Banco Central es el medio del que se sirve la Canciller alemana para repartir el dinero, y como se decía en el patio del colegio: “quién parte y reparte se queda con la mejor parte”. Repartiendo a quienes no lo tienen (España, Italia, Portugal, Grecia o Irlanda) provoca un aumento del poder de compra en los mercados. Para intentar ser más claro: “Alemania, a través del BCE, nos presta dinero con sus correspondientes intereses, para que les compremos a ellos los productos que fabrica. Con los beneficios de la venta, más los intereses que nos cobran, reinvierten los mismos en fabricar más productos. Nosotros: españoles, italianos, portugueses, griegos o irlandeses, nos quedamos con el Audi y con la deuda, y los alemanes con el beneficio”.
En una entrevista reciente, concedida a varios medios de comunicación, el señor Rajoy decía: “Espero que Merkel sepa hacia dónde vamos”. Yo creo que sí lo sabe, el que quizá no lo sepa sea nuestro presidente de Gobierno.
Nunca (y esto es una obviedad tras pasar doce años desde la implantación del euro) se debería haber diseñado la moneda única con el mismo valor para todos. Cuando el PIB ofrece diferencias tan grandes entre los países de la zona euro, tener una moneda con el mismo valor en todos los países, solo ha logrado hacer más ricos a los que ya lo eran, y más pobres a los que no lo eran tanto, y aún más pobres a los menos pudientes en términos de PIB. Ahora, nos exigen la devolución de todo lo que nos han dado, y resulta que con lo que ingresamos no tenemos para pagar lo que debemos. La consecuencia de esto es evidente: El BCE (Alemania) nos vuelve a prestar, pero ahora con condiciones, para que paguemos a los alemanes los audis que les debemos. Las condiciones que nos ponen para asegurarse de que pagaremos lo que debemos, son claras: subir impuestos, bajar salarios, recortar en políticas sociales, congelar nóminas a los funcionarios, o pagar por la educación, los fármacos, o por acceder a la Justicia. A ellos, los alemanes, no les importa que los ciudadanos de los países más pobres suframos todas las condiciones exigidas, a ellos lo que les importa es cobrar lo que nos venden, o nos prestan, para seguir produciendo más audis.
Dicen los expertos que si saliéramos del euro, las devaluaciones y depreciaciones las calculan en torno al sesenta por ciento, es decir: que si uno tiene 1000, al salir del euro, éstos mil se convertirían en 400, y eso es malo, muy malo, para las economías de los países del Sur.
La pregunta que yo le haría a los expertos es clara: ¿sería igual de malo para los ciudadanos de a pie salir del euro? Igual, y esto lo digo yo sin saber si sería así, la barra de pan, en vez de valer 0,85 valdría 0,30, y eso significaría que el precio del pan estaría más en consonancia con lo que realmente vale, y tenemos, que ahora.
La economía real, la que afecta a la calle, siempre ha estado basada en una idea sencilla de entender: el ahorro de una parte de la sociedad servía para financiar la inversión de la otra parte, y ese dinero servía para ponerlo a trabajar en la economía real, la de las familias, la de los autónomos, la de las pymes y la del comercio o la industria, la única que llega a las manos de todos. En este modo de operar la caja de ahorros, o el banco, eran los que intermediaban entre unos y otros.
Desde que el euro (Alemania) domina los mercados financieros, su poder de compra ha aumentado una barbaridad, tanto es así, que ese poder representa una cantidad muy superior a la que existe en los depósitos de los bancos. Eso significa que se compra y se vende con un dinero que no existe realmente, pero cuando llega la hora de devolver el dinero prestado, resulta que sí hay que pagarlo con dinero de verdad, pero como ahora no lo hay…vienen los problemas que acucian a millones de ciudadanos de los países del Sur.
Visto lo visto, el euro (Alemania) ha provocado que durante años, los países más pobres vivieran en una burbuja de riqueza virtual que ha destrozado a la economía real, la única que de verdad hace que un país crezca, porque es la que llega a todos los ciudadanos por igual. Ahora, la economía financiera y su riqueza artificial, en la que se mueven los países de la zona euro, solo llegan a unos pocos privilegiados.
Cuando nos dicen que los bancos no financian a familias, pymes o autónomos, tiene una lectura clara: nuestros depósitos los están utilizando para pagar las enormes deudas que han contraído por dejar de operar como intermediarios financieros, y haberse dedicado a especular, con nuestro dinero, en la moderna economía financiera y virtual, en la que el euro es la principal divisa de los mercados internacionales junto al dólar americano. La economía financiera es la que les permite dar esos beneficios tan brutales que vemos en los medios cada seis meses, a pesar de la crisis.
En definitiva, el sistema financiero actual, basado en la especulación más absoluta, y en la llamada riqueza virtual, se ha ahogado víctima de su propio éxito y de su ambición, y ahora, quien lo debe pagar con dinero real es el ciudadano de a pie de los países más desfavorecidos. Para mí, queda claro que el único que no tiene culpa, el pueblo llano, es el que debe pagar la avaricia del sistema y la implantación del euro.
Pero no toda la “culpa” es de la avariciosa Alemania. A España, Italia, Portugal, o Grecia, les han llegado miles y miles de millones de euros, procedentes de los llamados fondos estructurales europeos. Gran parte de esos miles de millones se utilizaron para crear infraestructuras que han mejorado la vida de todos nosotros, pero otra parte, se destinó para gastar y consumir, por no hablar de lo que se quedaba en las manos de tantos y tantos políticos, sindicalistas o empresarios que aparecen día sí, día también, en los noticiarios acusados de corrupción. Los políticos lo gastaban alegremente, porque su proyecto siempre es de partido y electoral, y los empresarios tan contentos, al llevarse buena parte del "pastel”. Todo se vendía, y todo se compraba, en aras de los grandes beneficios que la especulación más feroz prometía.
En definitiva; el dinero recibido (no todo obviamente) en vez de servir para transformar y mejorar la economía real, ha servido para enriquecer a unos pocos, y llegado el momento de devolver las montañas de millones recibidos, el problema ha explotado. Consecuencia: El empobrecimiento de todos, la desaparición de una clase media que es la que sustenta a un país, y la pobreza para millones de personas que no volverán a levantar cabeza.
El euro ha fracasado como mecanismo igualitario. Solo ha conseguido hacer más ricos a los que ya lo eran y más pobres a los que no lo eran tanto, como España o Italia. Hace años, un profesor de economía me lo explicó de forma sencilla, y ahora lo transcribo tal y como me lo contó: “Si tú ganas 3000, y yo gano 1000, solo podré vivir como tú mientras me den crédito, pero cuando éste se acabe, yo acabaré arruinado y endeudado y tú seguirás con tu ritmo de vida y serás más rico”. Sin unidad fiscal, bancaria o económica, la unidad monetaria no ha servido para igualar sino para hacer aún más grande la brecha entre unos y otros. Y más grave aún, para que desde Bruselas, con las órdenes de Alemania, se impongan las políticas económicas a los gobiernos de los países del sur.
Ética es lo que ha faltado, y fracaso es el resultado de la implantación de la moneda única, y como siempre ha ocurrido desde el siglo XX, Alemania siempre está en medio de todo, para lo bueno, para lo malo y para lo peor.
Cuando se supere esta crisis, (hablo de la que sufre el ciudadano, no la del país que parece que entra en la senda de la recuperación), el estado de bienestar que hemos conocido no volverá a ser igual, y muchos de nosotros tendremos que aprender a sobrevivir como lo hicieron hace cuarenta o cincuenta años nuestros padres.
'La fábula del alquimista', de Paulo Coelho, ilustra perfectamente todo lo que aquí he dicho. Ambiciones desmedidas y riquezas virtuales acaban con todo un pueblo.
Disfruta de la fruta
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