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Por Luis Antañón
Uno no deja de pasmarse cuando observa las primeras páginas de determinados diarios, a cuyos editorialistas se les llena ahora la boca de buenas palabras, olvidando que no pocos leyeron sus diatribas contra quien hoy alaban.
Idéntica sensación produce el sinfín de loas que en medios audiovisuales vierten los mismos que hicieron justo lo contrario cuando el presidente del Gobierno fallecido estaba en activo. Alguno quizás se pregunte cuántos de los que han desfilado frente al féretro emplazado en el Salón de Pasos Perdidos en el Congreso o de los que aplaudían al paso del armón de artillería que trasladaba el ataúd dieron su espalda en las urnas al proyecto de Suárez.
Bien claro lo ha comentado el invitado en una de las tertulias de actualidad que ahora proliferan en el panorama televisivo, miembro de la antigua Alianza Popular, que no ha dudado en calificar de “inmoralidad” que cierto político (el nombre es lo de menos) se haya puesto al frente del coro de plañideras cuando fue uno de los que más contribuyó al declive político de Suárez.
Así las cosas, empujado por la curiosidad del pasado, me he entretenido en repasar el comportamiento electoral de los abulenses con la opción política que representaba el llorado expresidente del Gobierno. En las primeras elecciones democráticas, celebradas en junio de 1977, la provincia de Ávila se convirtió en un claro granero de votos de la Unión de Centro Democrático (UCD), obteniendo el 68 por ciento de los apoyos. Nunca otro partido político ha logrado en territorio abulense igualar tal porcentaje en la historia de la democracia. Igual sucedió en la convocatoria electoral de marzo de 1979, acaparando los tres escaños del Congreso de los Diputados que estaban en liza.
Las hostilidades internas que afloraron en el seno de UCD llevaron finalmente a Suárez a intentar una nueva aventura política desde el Centro Democrático y Social (CDS). Su fundación se oficializó con escaso margen de tiempo antes de las elecciones generales de octubre de 1982 y, para relanzar su alternativa centrista, quiso asegurar aprovechando el favor de los abulenses que, sin embargo, le respondieron con un serio revés: el 65,8 por ciento de los respaldos y los tres diputados nacionales del año 1979 bajaron al 22,4 por ciento de los apoyos y a un solo diputado en 1982, el de su fiel escudero Agustín Rodríguez Sahagún.
En las siguientes elecciones, las de junio de 1986, los abulenses volvieron a entregarse a Suárez, que duplicó en la provincia el número de sufragios, aunque en la práctica no se tradujo en aumento de escaños en la Cámara Baja.
En octubre de 1989, si bien obtuvo menos votos, el CDS pudo mantener una influencia que en Ávila comenzó a perder a raíz de las elecciones municipales de 1991. En primer lugar, porque en esta cita electoral redujo casi a la mitad el número de concejales en los ayuntamientos y, en consecuencia, su mayoría absoluta en la Diputación Provincial, que consiguió presidir, sí, pero en coalición con el PSOE. En segundo y último término, por la puntilla que, beneficiándose de la debilidad del CDS tras la dimisión de Suárez y la renuncia de éste a su escaño en el Congreso, supuso la moción de censura presentada en 1993 por el PP, con el apoyo de un tránsfuga del partido fundado por Suárez. De hecho, en las elecciones generales de junio de ese mismo año, 1993, el CDS perdió el diputado que tenía por Ávila y en las elecciones municipales de 1995 ya no consiguió ni un solo concejal.
Casi dos décadas después de aquello, asistimos con asombro a la apropiación indebida que algunos hacen de los valores que no hace demasiado reprochaban a Suárez y vemos cómo los ciudadanos abulenses que, oportunidad tuvieron en las urnas de preservar su legado, se han congregado en el recorrido del cortejo fúnebre y en el entorno de la Catedral para ovacionar a su paisano. El mismo que, en una ocasión llegó a manifestar aquello de: “queredme menos y votadme más”.
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Citizen | Jueves, 27 de Marzo de 2014 a las 15:43:44 horas
Estoy totalmente de acuerdo con la idea que desarrolla el autor del artículo y le felicito por ello, pues ha sido de las pocas personas en poner las cosas en su sitio ante tanta loa vana como hemos tenido ocasión de leer estos días. Sin ir más lejos, tanto los editoriales de ABC como del El País de aquellos días de la dimisión, ponían a Suárez contra la pared por su mala gestión de la crisis y el oscurantismo de su marcha en 1981. Leyéndolos ahora parecía que el finado no hubiera roto un plato en su vida y tampoco fue eso. De ahí que se agradezcan juicios más ecuánimes y ajustados a la realidad humana del personaje.
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