El aparejador municipal y responsable del cementerio, Gonzalo Grande, ha guiado un recorrido -‘Anécdotas y curiosidades del cementerio’ -con más de 200 asistentes, en el que ha contado detalles desconocidos: desde mostrar la tumba que contiene una piedra de varias toneladas, a la que ha visto nacer un ciprés de ella misma, o aquella que contiene numerosos animales, o la del cantero que talló su recuerdo, sin olvidar a la que se despide de este mundo con un gesto tan ancestral como una peineta.

Grande aportó detalles de la historia de un cementerio que, con 13.000 sepulturas y 1.500 nichos, se inauguró en 1890 para sustituir al situado junto a la iglesia de Santa María de la Cabeza, y por el que fluye agua subterránea.

‘Personajes abulenses: vidas de ayer, recuerdos de hoy’ ha servido para observar algunos panteones, como el la familia del filósofo López-Aranguren, el monolito dedicado al general Vallespín o la tumba de Guido Caprotti y su familia, a la entrada, que llama la atención por ser diferente a la vez que sencilla. Y a la vez para recordar otros nombres de la historia de la ciudad que, enterrados o no en el cementerio, sus restos han descansado en la ciudad.

Para concluir, Juan Carlos del Pozo ha leído un entrañable fragmento de Miguel Delibes en ‘La sombra del ciprés es alargada’ que transcurre en el camposanto abulense, mientras José María Muñoz Quirós y José Pulido han llevado versos de Gustavo Adolfo Bécquer o -entre otros- Antonio Gamoneda.

Fue terminar de leer los versos cuando, entre los cipreses, apareció la luna llena. Pasaban unos minutos de las 22 horas (había salido a las 21.51.54).

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