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La respuesta represiva del gobierno ha sido atroz. La represión policial y paramilitar (policías y militares encapuchados y con licencia para matar) incluyendo francotiradores y asesinatos a secuestrados ha generado más de quinientos muertos, más de cuatro mil heridos, miles de encarcelados, desaparecidos, torturados, violados, mutilados, quemados… Una auténtica barbarie que roza un genocidio organizado y crímenes de lesa humanidad.
Quizás para los lectores más jóvenes los términos sandinismo, orteguismo o revolución sandinista no les dice mucho o nada. Para los no tan jóvenes seguro que en los años 70 u 80 estos términos estaban en el vocabulario habitual sobre todo en aquellos que miraban con simpatía los movimientos revolucionarios.
La revolución sandinista fue un movimiento político y militar liderado militarmente por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que llevó al derrocamiento de la dictadura de derecha de Anastasio Somoza (entre los tres Somoza estuvieron cuarenta años en el poder). El sandinismo viene de Sandino, héroe nicaragüense que luchó en los años treinta contra una invasión americana a Nicaragua. Sandino era de ideología liberal, no vinculado al eje comunista y cuyo objetivo máximo y casi único era la expulsión de los marines americanos de tierras nicaragüenses. Entregó las armas al irse los estadounidenses, fue recibido para firmar la paz en casa del presidente Moncada y luego fue asesinado a traición por el primero de los Somoza, Anastasio Somoza García.
Este fue también asesinado varias décadas después por un simpatizante de Sandino, Rigoberto López Pérez.
Desde los primeros momentos de la revolución sandinista ya instalada en el poder, la hegemonía de Daniel Ortega, coordinador de la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional y de su hermano Humberto Ortega, fundador y jefe máximo del poderoso Ejército Popular Sandinista llevo al estrangulamiento paulatino de las esperanzas de seguir el camino democrático por parte de la revolución e instaurándose un régimen totalitario integrante del eje soviético cubano.
Los restos del somocismo aprovecharon el descontento creciente hacia el giro totalitario pro soviético del sandinismo y se organizaron ejércitos insurgentes, los llamados “contras”, que se nutrieron sobre todo de campesinos del norte de Nicaragua pero también de jóvenes, incluso de sandinistas no conformes con el giro dado.
Esta nueva guerra entre sandinistas y contras llevó a un estado de excepción. Se suprimieron los medios de comunicación independientes, se primaron los frentes de guerra desabasteciendo la precaria economía. Tarjetas de racionamiento, inflación desenfrenada, escasez de productos básicos y, sobre todo, una militarización de toda la sociedad. Se instauró el servicio militar, por lo que fueron movilizados a los frentes de guerra a jóvenes sin preparación militar (unas pocas semanas de instrucción y a primera línea), ocasionándose miles de vidas perdidas en una guerra civil apoyada por ambas potencias con apoyo militar de alta tecnología (y por tanto altamente mortífera), a la “contra”, USA y a los sandinistas, el eje soviético. Era habitual la presencia de instructores militares de Bulgaria, República Checa (en aquel entonces Checoeslovaquia), cubanos y alemanes orientales.
Algunos, como fue mi caso, pudimos escapar de aquella situación, pero fueron miles los que no pudieron y dejaron sus vidas en una guerra de peones de la guerra fría. Yo sufrí cárcel teniendo solo 18 años por tener ideas contrarias al régimen y participar en un movimiento estudiantil. Posteriormente fui llamado a filas con destino a los frentes de guerra. Diremos que afortunadamente, pues fueron problemas de salud lo que permitió que pudiera salir del país y ya no volver en varios años.
La presión internacional para un alto al fuego era muy importante. El gobierno de Ronald Reagan exigió elecciones libres en Nicaragua para desactivar el apoyo a la Contrarrevolución. La Internacional Socialista también exigió a Daniel Ortega unas elecciones libres para permitir el acercamiento del FSLN a esta Internacional. Las presiones internas y externas, pero sobre todo el convencimiento de ser el ganador de unas elecciones al considerarse el Mesías libertador del pueblo nicaragüense, le llevo a aceptar la realización de las primeras elecciones libres en tiempos de la revolución.
En 1990, un coalición de catorce partidos con ideologías desde la izquierda socialista hasta la derecha conservadora ganó ¿sorpresivamente? Las elecciones llevando como candidata a Violeta Barrios de Chamorro, persona con poca experiencia política, esposa de un periodista asesinado en tiempos de Somoza, co-directora del prestigioso diario La Prensa (donde su esposo también había sido director). El triunfo de Violeta Barrios fue contundente, más del 55% de los votos, con más del quince por ciento de distancia de Ortega y con más del 90% de participación. Ortega perdió incluso en los cuarteles. A pesar de que el sector más fanático del sandinismo le animaba a resistir y a dar un golpe, el resultado electoral decidió un camino intermedio. Como el mismo definió, entregaría el poder a la ganadora pero seguiría gobernando desde abajo. Y así fue.
En la etapa de transición hasta la entrega del poder a los nuevos gobernantes se instauró lo que en Nicaragua se conoce como “La Piñata”. Las arcas del estado ya exangües, fueron saqueadas por los altos funcionarios del gobierno sandinista saliente. Se legalizaron miles de casas y terrenos confiscados por ventas ridículas de escasos dólares. Se apropiaron de vehículos oficiales, inmuebles, propiedades estatales… Muchos ministros entrantes dijeron que no tenían ni una silla en la oficina principal para poderse sentar, ni un vehículo, ni un centavo en las cuentas públicas.
La actitud del sandinismo durante la oposición fue de acoso y derribo contra los tres gobiernos que hubo entre 1990 y 2006. Huelgas violentas, nula colaboración parlamentaria llevaron a continuar la desestabilización en la joven democracia nicaragüense. El segundo gobierno democrático del liberal Arnoldo Alemán se caracterizó por su alta corrupción, por lo cual fue juzgado y encarcelado por el siguiente presidente, el también liberal Enrique Bolaños. Esta supuesta “deslealtad” de Bolaños hacia Alemán, ambos del mismo partido, llevó a la Asamblea Nicaragüense controlada por los liberales por Alemán, los sandinistas en la oposición, a retirar el apoyo al presidente haciendo todavía más propicia la vuelta de Ortega al poder.
¿Por qué vuelve Ortega al poder en elecciones democráticas?
Desde su derrota en 1990, la obsesión del comandante es volver al poder a cualquier precio. Su delirio mesiánico y sus ansias enfermizas de poder le llevaron a cualquier transformación posible. Se convirtió al catolicismo para aproximarse a la poderosa Iglesia Católica y, sobre todo, a su antiguo archienemigo el Cardenal Obando. Aceptó todas las condiciones de Obando para recibir el “perdón” eclesial. Se casó, se comprometió a ir a misa los domingos y comulgar y, sobre todo, se comprometió a promover la abolición total de cualquier supuesto de la ley del aborto. Ordenó a sus parlamentarios a liderar una reforma de la ley del aborto para suprimir cualquier supuesto (quedo suprimida dicha ley y prohibido el aborto). Dicha ley salió adelante con la aceptación de los políticos liberales y sigue en vigencia hasta hoy.
Muchos de los históricos sandinistas fueron abandonando el “barco” del FSLN, y sobre todo su conducción absoluta por parte de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, actual vicepresidenta. Figuras conocidas internacionalmente como el escritor y reciente galardonado con el premio Cervantes, Sergio Ramírez, quien fue miembro de la Junta de Gobierno provisional y mano derecha de Ortega hasta 1990: el cantante Carlos Mejía Godoy, autor del himno del FSLN y muchas de las canciones revolucionarias; los poetas Ernesto Cardenal, exministro de Cultura, y Gioconda Belli; y la mayor parte de los comandantes de la Dirección Nacional original, entre otros muchos, fundaron el Movimiento Renovador Sandinista, que fue ilegalizado al llegar al poder Ortega.
La corrupción de los gobiernos liberales, la “soledad” del presidente Bolaños sin apoyos parlamentarios y que lleva a que el liberalismo que gobierna hasta entonces se parta de dos partidos, el Partido Liberal Constitucionalista y la Alianza Liberal, la reforma electoral que promueve Ortega y Alemán desde la cárcel para disminuir el porcentaje de votos con los que se puede ganar en primera vuelta (de 45 a 35 por ciento) con la promesa de Ortega a Alemán que le sacaría de la cárcel si él vuelve al poder (y así lo hizo, hoy Alemán es de nuevo el flamante líder liberal en clara alianza con Ortega), la alianza con el poderoso Cardenal Obando y, desde luego, una base social que nunca le abandonó, le llevaron a ser el ganador de las elecciones de 2006. Gana con un 38% (incluso inferior a otras elecciones) y con el liberalismo prácticamente partido en dos, cuando juntos hubieran sido claramente de nuevo los vencedores. Ortega vuelve al poder, y esta vez es para quedarse cueste lo que cueste.
Y con ese cueste lo que cueste, a cualquier precio, le lleva a instaurar una oligarquía familiar y de acólitos serviles. Desaparece el sistema electoral controlado por independientes y se “normalizan” los fraudes electorales consecutivos. El clan Ortega Murillo (padres e hijos a excepción de Zoila América, que ha sido excluida por haber denunciado a Ortega, padrastro, de haberla violado sistemáticamente cuando era adolecente) teje una red de adeptos con beneficios importantes donde se incorpora una parte significativa de la empresa privada, el Cardenal Obando quién “bendice” con agua bendita los “éxitos” del gobierno “cristiano, socialista y solidario”, una buena parte de antiguos liberales como el hasta hace poco presidente de manipulador Consejo Supremo Electoral, Roberto Rivas y una nueva camada de jóvenes fanatizados y violentos que sirven de grupos de choque ante cualquier manifestación disidente. Va de nuevo incorporando a su círculo de poder a la policía nacional poniendo como director actual a su consuegro Francisco Díaz y al ejército nicaragüense.
Utilizando el chantaje, los sobornos y las amenazas, los Ortega Murillo se han creído los amos absolutos de Nicaragua.
Las protestas, que se inician en abril, de la población en contra de la reforma de seguro social que impulso el gobierno, no fue más que la chispa que desencadenó una auténtica revolución cívica y desarmada como consecuencia de la hartazón de la población ante el totalitarismo y abuso de los Ortega Murillo.
La revolución Azul y Blanco (los colores de la bandera nicaragüense) es una revolución de auto convocado. Utilizando las redes sociales, los móviles y las nuevas tecnologías, cientos de miles de han echado a la calle y siguen en la calle seis meses después pidiendo el fin de la dictadura.
Dentro de su delirio mesiánico y su deseo firme de que no se va a ir de nuevo del poder, la decisión de Ortega ha sido de reprimir con toda la brutalidad y criminalidad posible a los opositores. Como describía al principio de este artículo, han sido más de 500 los asesinados (528 según el último informe de la Comisión Permanente de Derechos Humanos), miles los heridos, secuestrados, encarcelados, desaparecidos, casas quemadas con opositores dentro, más de treinta de las víctimas mortales, niños menores de 19 años, muchos asesinados por francotiradores con disparos a garganta o cerebro. Más de 30.0000 refugiados en Costa Rica. Un verdadero genocidio y con crímenes de Lesa humanidad que esperemos que, algún día, sean juzgados.
La opinión internacional, aunque con lentitud, se ha ido manifestando en contra de esta barbarie. El tirano cada vez está más solo pero sigue con fuerza para seguir matando y conseguir su perpetuidad en el poder.
El pueblo de Nicaragua, a pesar de los crímenes y de las miles de víctimas, sigue en la calle dispuesto a seguir a pecho descubierto en su lucha por recuperar las libertades, la democracia y el respeto a los derechos humanos.
Nicaragua está en pie. Necesita el apoyo del mundo para parar esta barbarie, con la esperanza de que el sufrimiento vivido llevara a la libertad pronto conseguida.
--- Humberto Mendoza Ruiz de Zuazu es un nicaragüense afincado en Ávila, médico internista y novelista, autor de 'Más allá del Darién, en busca del estrecho: de Ávila a Nicaragua. Historia del encuentro'.
Oficina en Ávila de Caja Rural de Salamanca
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