Las moñudas (1) picoteaban alrededor de los montones de estiércol que podían verse en las inmediaciones del pueblo. Con la ayuda de mis prismáticos, conseguí avistar a más de una camuflada entre los terrones de los barbechos.

Decenas de alondras sobrevolaban en alegres bandos, baldíos y senaras. El incesante ir y venir de estos aláulidos dificultaba su observación.

No ocurría así con el majestuoso milano real, cuyo vuelo pausado y sereno, en amplios círculos, arrobaba nuestros sentidos. Sólo cuando su silueta heráldica se esfumaba en el horizonte, proseguíamos nuestra andadura.

El camino se perdía entre la rica variedad de tonos pardos, verdes y rojizos de la llanura.

Al cabo de tres cuartos de hora, llegamos a la Charca las Regueras, llamada quizá así por los arroyos que inundan el prado que se extiende en derredor. Este prado nos pareció un auténtico locus amoenus.

La grácil nevona (2), mensajera de las nieves, movía su larga y fina cola, a la vez que buscaba algo de comer junto a las junqueras de trampales y regajos. Una bandada de azulones, alineados en escuadrón, sobrevoló el paraje. Su natural desconfianza hacia el hombre les hizo torcer el rumbo en dirección a otro lavajo.

A escasos metros de la charca había otra más pequeña utilizada como abrevadero para el ganado. Un poco más atrás, un pequeño rebaño de ovejas pastaba despreocupado junto a la cija.

Nos costó bastante dejar este sitio ameno. Pero queríamos seguir camino adelante, a ver si lográbamos avistar algún bando de avutardas. Ya nos encontrábamos a una buena distancia del pueblo. Por lo que la probabilidad de toparnos con esas aves esquivas era mayor.

Ésta fue la parte más dura de la caminata. Como el suelo estaba muy húmedo, el barro se apelmazaba en torno a las suelas de las botas. Tanto barro llegó a pegarse a las botas, que éstas parecían raquetas para la nieve. Las rodadas impresas por las ruedas de los tractores en el suelo, dificultaba aún más la marcha.

Al final, tuvimos que desistir en nuestro empeño y desandar el camino. Durante la vuelta, las alondras nos alentaban con su regocijo. La observación de una nutrida colonia de gaviotas sombrías posadas en un prado, nos insufló todavía más ánimos.

Al notar que se iba acercando la hora de comer, aligeramos el paso hacia el pueblo, donde nos esperaba un sabroso puchero de garbanzos pedrosillanos.


1 Moñuda, ‘cogujada común’. En el DRAE figura como alondra moñuda.
2 Nevona, ‘lavandera común’. No está en el DRAE.