En la década de los sesenta, al menos en los pueblos, en esos años de escasez en la que las familias tenían que mirar mucho la peseta para subsistir; empresarios y dueños de tiendas de ciudades o grandes municipios disponían de agentes que recorrían los municipios vendiendo toda clase de mercancías: sábanas, colchas, ropa, vajillas, colchones, camas, muebles…

Iban casa por casa ofreciendo sus productos y anotaban en un cuadernillo el valor de la compra que se hacía y, cada semana o mes, volvían a ofrecerte más productos y cobrar una cantidad, a cuenta, del importe total que tú pudieras pagar. Algunas familias con este método de compra-venta se hacían con el ajuar para la boda de las hijas así como de toda clase de bienes muebles.

Recuerdo que, una de esas veces en que, en esos años, en mi casa la economía no andaba nada bien, como casi en la mayoría de ellas por aquellos años, mi madre me dijo, “¡niño!, si llama a la puerta el hombre de los plazos, le dices que no estoy”. Cada vez que visitaba tu casa le pagabas una cantidad para rebajar la deuda, un duro, dos, cinco duros, en algunas ocasiones hasta cien pesetas (cada cual con arreglo a sus posibilidades). Pues efectivamente, llamó a la puerta el hombre de los plazos y me dijo “hola guapo, ¿está tu madre?” y yo, como niño obediente y con carita de bueno le dije “sí señor, pero me ha dicho que si venía usted le dijera que no está en casa”. Recuerdo que, más crecidito, mi madre lo contaba  a las vecinas con cariño y gracia, pero lo cierto es que ese día mi obediencia pueril la puso en un aprieto.

En esos años todos los pagos los hacías en tu domicilio: la luz, el agua, el recibo de los difuntos, la iguala del médico, y así todos los gastos que ahora se pagan a través de entidades financieras.

Recuerdo, ya con unos años más, que la Caja de Ahorros, por entonces Caja General de Ahorros y  Monte de Piedad de Ávila, tenía unos fines no lucrativos, los fines para lo que fue creada, sobre todo el ahorro y las obras sociales. Existían unas huchas de color gris en las que de chavales metíamos nuestra peseta, duro, cinco duros, y cuando estaban llenas se llevaban a la oficina de la caja para ingresar lo recaudado. Claro que algún domingo se hacían malabarismos metiendo un cuchillo por la ranura por la que entraban las monedas, bajando la lengüeta que había y de, mil mañas, sacar algo. Si tenías suerte y sacabas una moneda de 25 pesetas, ese domingo eras el rey de tus amigos  pues tenías para pipas, chuches y pasabas un buen día.

Pero resulta que ahora, analizando lo vivido, lo añoras y, con tristeza, ves que todo ha cambiado; ya no hay hombre de los plazos, ahora se hace todo por medio de  transacciones financieras, letras de cambio, pagarés, cheques, internet, en tiendas, con tarjetas de crédito. Las cajas y bancos te acosan para que domicilies tu nómina, tu recibo de la luz, del agua, de las funerarias, los seguros…; sin embargo ofrecen poco, por todo cobran comisiones, descubiertos, cuotas por disposición de tarjetas. De los créditos, mejor no hablar, siempre eres el perjudicado y, si te quedas sin trabajo y no tienes ni para hacer frente a la hipoteca, te quedas sin casa, dejándote en la calle sin importarles nada, solamente sus ganancias e intereses muchas veces rozando la usura.

Opino que en la situación actual de crisis (producida por unos y pagándola los de siempre) en la que estamos inmersos en España, más pronto que tarde las familias vamos a tener que volver a la situación de los sesenta: comprar al hombre de los plazos, pagar los recibos de luz, agua, basura, teléfono, seguros, alquiler de la vivienda… en nuestro domicilio, pues la situación no está para llevar dinero a los bancos. Y opino que cada persona tiene el derecho a elegir la forma de pago de sus facturas. También al cobrar nuestras nóminas dejaremos ingresado en la entidad financiera el importe para el pago de la hipoteca y el resto, como en los sesenta, bajo el colchón, o en algún lugar  estratégico de la casa.

Si todos los ciudadanos realizásemos todos los pagos en nuestros domicilio e ingresásemos menos en los bancos, ¿qué decisiones tomarían esas entidades financieras?