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Un octogenario que entrevisté en Cuevas del Valle me aseguró, porque se lo habían contado los paisanos a quienes obligaron a hacer unos hoyos para enterrar, que al paraje de Las Añaíllas llevaron a fusilar a cuatro personas de Mombeltrán. Me dijo los nombres, que yo conocía, porque están inscritos en el Registro Civil fallecidos “por disparos de arma de fuego”, “choque con las fuerzas nacionales” o “con motivo de la pasada guerra de liberación”; todos el día 10 de septiembre de 1936. Los nombres eran de un farmacéutico, del sereno, y de otro hombre a quien acusaron de haber atendido el telégrafo.
El cuarto hombre sería el secretario. Yo, hasta entonces, no tenía conocimiento de este secretario, cuyo nombre mi informante tampoco sabía. Al ser un testimonio oral y de un octogenario pensé que podía ser una confusión. Yo sabía los nombres de otros secretarios que hubo, y también que sobrevivieron. Durante bastante tiempo pensé que había tomado por secretario al hombre que atendía el telégrafo.
Aunque los datos del informante eran detallados: por ejemplo, que los enterradores hicieron un hoyo aparte para el farmacéutico, porque les habían dicho -y así fue-, que la familia vendría a por él para enterrarle en el cementerio. Y que cavaron otra fosa, común, para los tres restantes.
Pero a mí no me salían más que dos.
Mucho más tarde me permitieron ver las actas municipales de Mombeltrán y, efectivamente, ahí aparece el nombramiento de hace justo 80 años de este secretario interino. También, en otra acta, el día 11 de septiembre de 1.936, día después de su presunto asesinato, asumió su puesto un escribiente.
Atribuyen al general Queipo de Llano la instrucción de que, en los lugares donde los republicanos hubieran matado a alguien, había que fusilar el cuádruplo. En todos los pueblos del Barranco de las Cinco Villas de Ávila este patrón se cumplió con creces.
Aunque el “problema” para los nacionales que ocuparon el Valle a primeros de septiembre 1936, es que habían huido centenares de personas candidatas y no quedaba en los pueblos gente que hubiera hecho tropelías, ni nada parecido. Sin embargo, mataron; por supuesto, a varios maestros, a uno que atendió un economato, a concejales de la gestoras que había nombrado el Frente Popular, a familiares de gente que había tomado las armas, y más gente que no habían tomado un arma y -teóricamente- nada debían temer. Por eso se habían quedado.
Porque sí que hubo gente que tomó armas. Cuando, a finales de julio de 1936, llegan al Valle milicianos de Madrid con camiones de fusiles para defender la República, bastantes campesinos del Tiétar se sumaron a ellos en el frente del puerto de El Pico. Todos supieron que, al aceptar el fusil, se comprometían gravemente.
Tras reunir el ejército “Nacional” efectivos suficientes con la llegada de de la División Farnesio desde Valladolid y lanzar una ofensiva el 4 de septiembre, estos campesinos se retiraron del Puerto, pero no se volvieron a sus pueblos, sino que retrocedieron hasta Madrid. Muchos hicieron la guerra, algunos murieron, otros fueron fusilados o encarcelados al acabar la contienda, otros pasaron a Francia y algunos terminaron más lejos, concretamente dos hombres de Mombeltrán siguieron sufriendo la historia del siglo XX hasta morir en el campo nazi de Mathausen.
Volvamos a Mariano ¿Qué podía temer un secretario interino de Ávila Capital sacado reglamentariamente de la bolsa de secretarios para cubrir una plaza vacante tan solo seis meses atrás?
Nada que se pueda saber: las actas de plenos que escribió son intachables, incluso marcan diferencias y críticas del Ayuntamiento hacia el Comité.
Pero había que matar al menos doce personas, porque en Mombeltrán los “rojos” mataron al cura, al secretario del juzgado, y a un paisano que se negó a entregar su escopeta.
El Registro Civil es una documentación fundamental en la vida de los españoles. En él desde 1870 inscribimos, con los pertinentes certificados médicos, las muertes en el lugar que ocurren como trámite previo poder sacar una licencia de enterramiento o incineración. También es imprescindible para heredar: se acredita que alguien ha muerto con una certificación de este organismo.
En una guerra civil eso de anotar…, con certificado médico, antes de enterrar, es complicado; muchas veces, especialmente en los asesinatos tolerados por las autoridades, no se pudo hacer.
El gobierno de Franco, en noviembre de 1936, para dar solución práctica a este problema registral, estableció que las inscripciones fuera de plazo se deberían hacer en el domicilio que tuviera el muerto el 18 de julio de 1936.
La gente solo se fue atreviendo a inscribir a los asesinados por los nacionales a cuentagotas, a partir de 1.939, pero como costaba dinero hacerlo, en personas que no tenían herencia que dejar, no se han anotado nunca. Como se dice por algunos ahora: ¿para qué andar removiendo?
Teóricamente la muerte de este secretario debería haberse inscrito en el Registro Civil de Cuevas del Valle si se hubiera hecho dentro de plazo o, fuera de plazo, en el de Mombeltrán que era donde residía desde hacía seis meses. No está.
Hay tres opciones: una, que no se haya inscrito y que sus huesos estén en el paraje de Las Añaíllas; dos, que huyera con los republicanos y tres, que le dejaran en paz. En los dos últimos casos se habrá inscrito donde haya muerto. Existe una cuarta y es que todavía esté vivo.
Este artículo es como un mensaje en una botella. Yo soy actualmente secretario interino y no me gusta que se fusile a secretarios interinos. Por eso desearía que algún lector de Avilared me desmienta lo que casi me atrevo a afirmar: que los huesos de Mariano todavía están en Las Añaíllas.
Oficina en Ávila de Caja Rural de Salamanca
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G.T. | Jueves, 19 de Mayo de 2016 a las 14:25:31 horas
Se percibe que es un artículo escrito desde la serenidad y la objetividad. En un texto en el que apenas hay adjetivos calificativos que acompañen a las acciones de un bando u otro, la historia que narra el autor del artículo ha acaparado por completo mi atención. Es un ejemplo de redactar con sencillez y eficacia. Y contribuir a la verdad.
Por la desigualdad del número de asesinados, de un bando y de otro, que hubo en estos pueblos, se deduce sin posiblidad de error que los "buenos" durante décadas de la historia oficial estaban lejos de la bondad y del sentido de la justicia.
Me pregunto qué habría hecho de malo el pobre Mariano Herrero para entrar en ese siniestro cupo de los fusilables. Nada, como seguramente tampoco tenían manchas de sangre las manos el farmacéutico, el sereno y el que atendía el telégrafo. Allá donde estén, que todos descansen en paz y que sus familiares hayan tenido la oportunidad de darles la sepultura adecuada.
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