No entendí como Juan me pudo reconocer (aunque luego me lo explicó). En mi memoria su recuerdo había desaparecido por completo, pero bastó unos minutos para que a mi cabeza vinieran los muchos ratos pasados junto a él en nuestra infancia. Le acompañaba su hijo, un chico de veintinueve años según me dijo, que era un calco de su padre.

Tras los saludos de rigor, nos fuimos a tomar un café con la ilusión de quién se reencuentra con personas que hace muchos, muchos años que no veía. Rápidamente, como no podía ser de otra manera, salió a colación el tema independentista catalán. No había pasado más de dos minutos cuando me percaté de que el joven militaba emocionalmente en el catalanismo independentista radical. Tras dejarle hablar durante un buen rato, eso sí, muy despacio y con un acento catalán inconfundible, terminó su exposición diciendo: ahora entenderás porque soy un charnego, como decís por estos lares. Todo, pero todo, me recordó a Gabriel Rufián, el nuevo diputado de ERC en el parlamento nacional. Hasta pronunció, como he destacado en cursiva, la misma frase con la que inició Rufián su discurso en el Congreso de los Diputados durante el pasado debate de investidura de Pedro Sánchez.

-Charnego no es precisamente un término que utilicemos por aquí, le dije. Eso, más bien, es un término que usan los catalanes de cuna para marcar territorio respecto a los asimilados. No nos eches la culpa de que te llamen charnego a quienes no la tenemos.

Su padre, Juan, permaneció callado, sin decir palabra. Le noté triste, con la cabeza gacha mientras hablaba su hijo de las maldades que España había cometido con Cataluña, de la opresión lingüística, cultural y económica con la que, según él, habían tenido que vivir los catalanes, cuyos males, todos los males, tenían un solo culpable: el estado central español. Iba a hablar de nuevo Jorge, cuando sonó mi móvil. En un segundo comprendí que debía aprovechar esa llamada para despedirme de ellos y no seguir una conversación que no hubiera acabado bien porque el razonamiento con un fanático solo conduce a perder de vista tus propios argumentos y caer en los tópicos más falaces. No merecía la pena. Me despedí de ellos dándoles la mano y mirando a Juan, cuya mirada -eso me pareció- lo decía todo.

Después de este encuentro casual y fortuito, no me queda duda alguna de que Cataluña, en unos años, acabará votando independencia con entusiasmo, con vehemencia, porque Jorge, Gabriel Rufián y todos los de su generación y siguientes, sienten en su interior el catalanismo con más radicalidad que nadie y lo sienten porque necesitan que los catalanes de cuna no les llamen charnegos. Cuando uno vive rodeado desde niño por el catalanismo en todas sus expresiones, educado en una lengua que no quiere ser igual, sino que pretende marcar territorio… es de lo más normal que una persona joven acabe por mimetizarse con el paisaje, de lo contrario termina siendo una persona rechazada dentro de su propio entorno social. Caí en la cuenta que Jorge, el hijo de Juan, y Gabriel Rufián, el diputado de ERC, son la consecuencia lógica de tener un sistema educativo perverso que tiene diecisiete maneras distintas de educar y adoctrinar. Comprendí que son hijos de una mentira bien contada, hijos de españoles que emigraron a Cataluña para ganarse la vida y que necesitan purgar sus orígenes con un encendido y radical catalanismo. Sentí indefensión porque los políticos de aquí y allí, por intereses espurios, no han tenido nunca en cuenta el desamparo ciudadano ante sus políticas malintencionadas, cargadas de intereses mutuos; sentí indefensión porque ante los sentimientos no existen razones y argumentos, sentí la mirada de Juan implorando que comprendiera a su hijo. Y lo hice, le comprendí, le entendí y así se lo hice saber.

- Es lógico y normal Juan, le dije, pero no dejes de contar a tu hijo y a tus nietos, si los tienes, que tú eres de Ávila, cuéntales que hacíamos para hurtar el membrillo de las huertas de las monjas, cuéntales lo que significa compartir un bocadillo de Nocilla, cuéntales que tu casa era la mía, y la mía la tuya. Cuéntaselo.