Ubicado a orillas del Adaja, el documental cuenta el descubrimiento, fulgor y muerte de un yacimiento arqueológico cultural de primer orden, que, a pesar de la lucha y empeño de una minoría ilustrada (encabezada por Serafín de Tapia) para preservarlo, fue arrasado y destruido con todas las bendiciones de unas Administraciones local y autonómica, dirigida por una serie de personajes que en mil o diez mil años que vivieran, jamás podrán reparar o atenuar el daño que han hecho, y que sin embargo alardearán ante las generaciones venideras de convertir algo único, de un valor cultural incalculable, en un Mercadona con su correspondiente parking.

El culturicidio del cementerio musulmán tiene nombre y apellidos, y esos deben quedar inscritos en el libro abulense de la infamia.

Dolores Ruiz Ayúcar, Agustín Díaz De Mera, Sebastián González o Miguel Ángel García Nieto son la quintaesencia de la mediocridad, del provincianismo más casposo y cutre,  a los que se ha dado poder para dirigir esta ciudad, por mor de un método perverso de elección dedocrático, donde lo que prima no es  la competencia,  la cultura o el mérito, sino  la sumisión, la falta de talento y, sobre todo, tener unas tragaderas por las que se deglute todo.

Y en ese todo está la destrucción de una ciudad Patrimonio de la Humanidad que hace 45 años tenía unas posibilidades urbanísticas inmensas: espacios libres y bellos, un río de aguas  limpias, un centro histórico relativamente bien conservado y unos arrabales con una espléndida arquitectura popular con sus pequeños huertos, sus almacenes y dependencias, es decir, el paraíso para un urbanismo humano, culto, simbiosis entre el paisaje y el paisanaje, donde la calidad de vida fuera el centro de la actuación urbanística y no la pretensión de transformar Ávila en una ciudad dormitorio de Madrid, .

No les debemos juzgar por sus intenciones, no se puede pedir a quién no tiene, sino por sus resultados, y así juzguemos: la destrucción del cementerio musulmán, la destrucción de la bellísima quinta de La Viña, la aberración del edifico de Moneo, la conversión de la zona sur en un infierno de casa vacías, bloques absurdos y solares abandonados, la pérdida de las riberas del Adaja para siempre, y su empeño en destrozar todas las vistas  de la muralla y los entornos de las iglesias románicas.

Pero también juzguémonos a nosotros, una población que les ha ido dando mayoría absoluta tras mayoría absoluta, ese es el único argumento que tienen, y que por desgracia es cierto.

Una ciudad es lo que quieren sus ciudadanos, y aquí el modelo urbanístico ha sido refrendado por una población que reniega  de su condición de ciudadanos para vestirse de consumidores, que prefiere disfrutar de supermercados y bares en lugar de parques y zonas verdes.

Han sido más de cuarenta y cinco años refrendando este modelo, es decir, casi tres generaciones en el concepto de Ortega y Gasset.

Aún recuerdo la manifestación para  protestar por el engendro de Moneo, apenas cincuenta ciudadanos abulenses, o la indiferencia por la destrucción de la Fábrica de Harinas, o los chistes sobre la desaparición de la quinta de La Viña que al personal le hacía mucha gracia, donde antes se programaron peleas de mujeres en el barro.

Recuerdo una campaña electoral en que los candidatos de UPyD expresaban su desolación por el entusiasmo de muchos habitantes del barrio de la Universidad (mayoritariamente jóvenes) por qué tenían en el barrio vídeoclub, bares baratos y un Mercadona donde pasar la tarde viendo marcas de tomate.

El que sólo existiera un parque cutre rodeado de bloques y  ridículo para esa zona masificada de la ciudad -a la que previamente Díaz de Mera se negó a ampliar la ciudad deportiva, les parecía un asunto menor.

Aquí falta una educación humanística, una cultura, primero pensada y luego sentida, unos padres y profesores que enseñen a sus hijos a valorar un paisaje, una construcción popular, la belleza de una yunta, de una plaza de pueblo en armonía con una ermita y al fondo una alameda con un río humilde pero suficiente para oír el discurrir del agua y llevar el sosiego al paseo y a la palabra.

Uno a veces piensa que si los padres pusieran el mismo entusiasmo en valorar los ríos, los árboles y los libros que en valorar a Cristiano Ronaldo o Messi delante de sus hijos, otro gallo hubiera cantado, mientras tanto uno se refugia en la Física, y piensa en que es cierto lo que dice la teoría de cuerdas sobre universos paralelos: y así hay dos Ávilas paralelas que no confluyen.

En una viven determinadas personas que sienten cada agresión a la cultura y al entorno como un ataque personal, y otra Ávila donde la proliferación de centros comerciales, abundancia de bares, y paisaje parleño le provoca una euforia que les lleva a considerar grandes hombres a los dirigentes del Partido Popular.

A todos aquellos que se indignan, que sufren con lo irremediablemente perdido, que luchan contra la mediocridad de una ciudad que vive en pretérito perpetuo, habría que recordarles,  lo que decía Borges, y es que "a un caballero sólo le interesan las causas perdidas" o, ahora que estamos en el centenario de Cervantes, "esa ínfima minoría que piensa, lucha y se indigna  podrá ser derrotada pero nunca vencida".